Capítulo 25

Aquella noche, el nombre de Moshem seguía rondando a Djoser. Lamentó la ausencia de Tanis. Tal vez ella habría podido arrojar algo de luz. Sin embargo, una dramática noticia borró de su mente el caso del esclavo: una nueva masacre había teñido de sangre una pequeña población del norte del Delta, próxima a Busiris.

Semuré se presentó en palacio en el momento en que el rey se disponía a cenar, acompañado por Sefmut.

—En esta ocasión, las víctimas han sido dos madres jóvenes —explicó Semuré—. Han secuestrado a tres criaturas. El mes pasado no hubo ningún asesinato. Parece como si quisieran recuperar el tiempo perdido.

—Esos perros han ampliado el coto —dijo Djoser.

—Sin duda temen a las milicias. En la región de Busiris los campesinos no habían considerado aún la amenaza como un hecho cercano y no había suficientes medidas de protección.

Cuando regresó a la cama, Djoser apenas pudo conciliar el sueño. Había ordenado la formación de escuadrones en todo el Delta y en los primeros nomos del Alto Egipto. Sin embargo, temía que a pesar de las precauciones se produjeran más crímenes. ¡Si al menos conocieran los móviles de los asesinos! Mientras existieran individuos tan viles y cobardes como para raptar niños, Ma’at no podría reinar tranquilamente en el Doble País. Se juró que, si llegaban a capturar a esos criminales, les aplicaría una pena especialmente atroz. Pero antes había que atraparlos…

Asimismo, estaba impaciente por tener ante él a los dos individuos que Inmaj había atisbado poco antes de la cacería de hipopótamos. Continuaban con la búsqueda, aunque sin resultados por el momento. Encolerizado, acabó sumiéndose en un profundo sueño.

Las noches del mes de mesorá, el último de la estación de chemú, eran dulces y luminosas.

Djoser presentía que ya había estado en aquel extraño lugar, desde donde veía, a sus pies, todo el Doble Reino. Con sólo girar la cabeza apreciaba los confines brumosos del Delta o, al sur, las altas montañas desérticas que rodeaban el valle hasta la Primera Catarata, o incluso más allá. Ra-Atum iluminaba Kemit con una luz suave y agradable. Al instante, Djoser se encontró a orillas del río-dios. Cinco huevos dorados, que reposaban en un nido formado por flores de loto y tallos de papiro, llamaron su atención. Una tras otra, las cáscaras se abrieron, liberando unos magníficos halcones que alzaron el vuelo y planearon por el valle. Tras ellos, Djoser, convertido a su vez en un ave rapaz divina, contempló su reino. Los campos de trigo y cebada eran espléndidos, y las espigas estaban rebosantes de grano. En los prados, los rebaños se habían multiplicado. Nunca había visto vacas tan gordas ni tan fecundas. Había gran cantidad de terneros, todos ellos hermosos. Los frutos de los huertos parecían haberse atiborrado de sol, y la verdura tenía un aspecto apetecible.

De pronto, Djoser fue trasladado a una orilla. El loto y el papiro habían cedido su lugar a un nido de zarzas secas y plagadas de espinas. De nuevo, cinco huevos reposaban sobre ellas. Sin embargo, tenían un tono púrpura, el color de la sangre coagulada. Uno tras otro se abrieron, liberando cinco buitres de plumaje negro que se elevaron. El aire era cálido. Djoser alzó el vuelo y siguió a los buitres. Sin embargo el valle en esta ocasión sólo mostraba desolación. Unos reducidos rebaños de vacas flacas poblaban unos campos de hierba amarillenta. Los granos de trigo eran grises y secos, sofocados por un sol implacable, al tiempo que un viento caliente barría las Dos Tierras.

El rey despertó sobresaltado y con la garganta seca.

Por la mañana, aquella angustiosa pesadilla aún habitaba en su interior. Convencido de que los dioses se dirigían de nuevo a él, convocó a los magos de Mennof-Ra, a quienes confió los detalles del sueño. Pero ninguno fue capaz de interpretarlo.

—Tal vez anoche comió algo que no pudo digerir —aventuró uno.

—Pan enmohecido, carne de buey en mal estado… —ilustró otro.

Djoser lanzó un gruñido amenazador y los expulsó, tratándoles de ignorantes.

Se sentía intrigado por un elemento que se le aparecía en todas las fases del sueño: el número cinco.