Capítulo 17

La noche era infinitamente dulce, como las de los valles del Nilo en la estación de las cosechas. La diosa Nut desplegaba su inmenso manto de estrellas, en algunas de las cuales habitaban los espíritus de los antiguos reyes. Curiosamente, Ra, el sol, iluminaba aquella extraña noche en la que todo parecía bañado por una luz azul, imbuida de serenidad.

Djoser estaba en pie, en los confines de la llanura de Sakkara, aunque tenía la mirada perdida; hacia occidente, hasta el lago Moeris, donde retozaban hipopótamos y cocodrilos. Al sur adivinaba las montañas alrededor de Siut, Gebtú, Nejen, Jent-Min, Denderah y Yeb[35]. Al norte se encontraba el Delta, con sus innumerables palmeras y campos de papiros.

Djoser notaba la menor vibración que se producía en el valle, como si su cuerpo fuera parte del río y sus orillas verdosas. Era la personificación misma de Egipto. Una sensación de exaltación lo invadía, pues nunca antes el país se le había aparecido tan bello y floreciente.

De improviso, un remolino agitó la tranquila superficie del río-dios. Cinco serpientes doradas salieron de las aguas, una detrás de otra. Una vez en la orilla, se metamorfosearon en cinco preciosas mujeres que avanzaron hacia él, sonrientes. Detrás de ellas, los campos de trigo se mecían bajo una ligera brisa. Las espigas eran magníficas, cargadas de granos dorados. Rebaños de animales soberbios recorrían las praderas. Una tras otra, las mujeres pasaron ante él y se esfumaron en la noche azul.

Cuando la última hubo desaparecido, Djoser experimentó una repentina sensación de ahogo. El sol nocturno había cedido su lugar a un cielo oscuro, tormentoso y enrojecido. Una bocanada de fuego parecía bañar el valle. De nuevo, las aguas del río se agitaron a causa de otro violento torbellino. Salieron cinco serpientes, cinco monstruos gigantescos, que se desperdigaron a su vez por la región. A medida que avanzaban, un aire de desolación, árido y seco barrió Egipto. El trigo se secó, las vacas gordas adelgazaron hasta quedarse en los huesos y el nivel de las aguas descendió. Los árboles caían ante las acometidas de la tórrida tempestad procedente del desierto. Cohortes de seres humanos ocupaban la ribera del río, desplomándose sucesivamente.

De la garganta de las cinco serpientes gigantescas salían llamas terroríficas que incendiaban los campos y secaban el aire. La sensación de ahogo se acrecentó. Djoser se llevó la mano al cuello y quiso gritar, pero no pudo emitir sonido alguno. Notaba un ardor espantoso en la cara.

Se alzó de golpe de la cama, recuperó el aliento y constató que los rayos de Ra iluminaban su rostro, provocándole aquella percepción de calor. Junto a él, Tanis aún dormía. Se puso en pie de un salto para ahuyentar tan horrible pesadilla. Estaba seguro de que el sueño tenía un significado importante. Pero ¿cuál?

Por la mañana acudió a los magos de Palacio, encargados de predecir el futuro. No obstante, ninguno fue capaz de proporcionarle una explicación satisfactoria. Djoser lamentó la ausencia de Imhotep, que habría sabido interpretar el sueño, pero había partido para Yeb y no regresaría en varios meses.

Durante los días siguientes, las imágenes del sueño continuaron atormentándole. Estaba convencido de que los dioses le habían lanzado una advertencia. Además, el único chico que había logrado escapar de la misteriosa bestia que masacraba a las jóvenes madres había hablado de un monstruo con cabeza de serpiente. ¿Guardaba acaso el sueño relación con los crímenes? ¿Estaba relacionado con los funestos presagios anunciados por Imhotep?