A causa de la extraña operación que le había practicado, Imhotep no quiso que Tanis abandonara la morada de Bedchat y Userhat y permaneció a su lado para vigilar la evolución de la herida. Lavaba los puntos varias veces cada día con una solución de agua y hierbas. Gracias a esos cuidados, la joven se recuperó pocos días después. No obstante, tal como temía, sus pechos dejaron de producir leche. Bedchat tuvo así que encargarse de amamantar al príncipe. Y así fue que Ajti-Meri-Ptah tuvo una hermana de leche llamada Neftis-Minahotep, apodada Mina.
Con su esposa ya fuera de peligro, Djoser decidió regresar a Mennof-Ra. Tanis se uniría a él más tarde, una vez se hubiera recuperado por completo. De todos modos, prefería saberla en Turah, atendida por su padre. Imhotep ordenó que acudieran a su lado una veintena de los mejores guerreros para velarla. Por su parte, Uadji se ofreció para acompañar al monarca.
—Debo examinar los apartamentos de la reina —dijo—. Debe de haber algún objeto responsable del mal fario que ha estado a punto de costarle la vida.
—De acuerdo, acompáñame.
Djoser sentía un agradecimiento infinito hacia aquel enano cuya extraordinaria sabiduría sobre el cuerpo humano admiraba. Cuanto más lo frecuentaba, más se convencía el rey de que Uadji era la reencarnación de Bes. A partir de ese día, la próxima escultura que se hiciera a imagen del dios tendría el rostro y el aspecto del enano. Prometió hablar de ello con Hesirá[34], el maestro de escultores.
Al llegar a la Gran Morada, Uadji se precipitó, acompañado por Djoser, a los aposentos de Tanis. Haciendo caso omiso de las recriminaciones de las esclavas, puso los cuartos patas arriba, abrió los cofres, corrió los tabiques de caña y exploró las paredes de ladrillo. Finalmente, después de una búsqueda minuciosa, descubrió, disimulado en un nicho que acogía una lámpara de aceite, una extraña figura que recordaba vagamente, por su forma, a un ser humano. Modelado en arcilla, tenía incrustados cabellos negros y trozos de uña. En los puntos donde debía hallarse el corazón y el abdomen había clavadas dos agujas de oro. Una tercera, de cobre, atravesaba la cabeza.
—Por medio de este muñeco, los demonios alcanzaron a la reina, majestad —dijo el enano—. Se trata de una práctica mágica usada en mi país cuando uno quiere deshacerse de un enemigo.
—Pero ¿quién ha podido introducirlo aquí? —estalló el rey, presa de la cólera.
—Alguien cercano a la Gran Esposa, ¡oh Luz de Egipto! Una sirvienta, tal vez. El mago que ha fabricado la figura necesitaba cabello y uñas y, para conseguirlos, ha intimado con alguien de su entorno.
Djoser se volvió hacia Semuré, que los había seguido.
—Ordena que detengan a todas las sirvientas de Tanis.
—Bien, señor.
—¿Cómo podemos acabar con este infortunio? —preguntó Djoser a Uadji una vez hubo salido Semuré.
—Es muy fácil, ¡divino rey!
Se dirigió hacia una pila de piedra donde ardía incienso. Lanzó la figura, que se consumió provocando una espesa humareda y un desagradable tufo.
—De todos modos, el muñeco perdió todo poder en cuanto nació tu hijo. Su propósito era provocar la muerte de la reina durante el alumbramiento, pero realicé unos encantamientos con el fin de que los espíritus benignos la protegieran. Y, sobre todo, conseguimos derrotar al demonio al practicar en la reina una operación inesperada. Lógicamente, habría muerto. Ahora ya es inofensivo.
Djoser apoyó la mano en el hombro del hombrecillo.
—Tu valor es incalculable, Uadji.
Las sirvientas de Tanis, que alcanzaban la treintena, fueron conducidas a la prisión de palacio. No obstante, los interrogatorios de Semuré se revelaron fútiles. Una de las mujeres, originaria de Nubia, desapareció nada más llegar el rey y Uadji. Manicura de la reina, no le había resultado difícil procurarse los cabellos y los restos de uña. Semuré ordenó a la guardia que peinara la ciudad para encontrar a la culpable.
La descubrieron a la mañana siguiente, en un lugar alejado del Ujer. La cabeza, separada del tronco, componía una mueca de horror.
Nada más saber la noticia, Djoser se personó en la Casa de la Guardia Real, adonde Semuré había ordenado trasladar el cadáver.
—Es poco probable que se haya suicidado —dijo el joven, irónico.
—Deja de bromear —gruñó Djoser—. Tanis estuvo en peligro y ni siquiera me di cuenta.
—¿Cómo habrías podido adivinar que alguien la atacaría de un modo tan vil? Con este crimen queda patente que alguien te odia. Pretendían llegar a ti a través de Tanis y del hijo que llevaba en su vientre.
—¿Quién?
—Tal vez los antiguos partidarios de Nekufer.
—¡Encuéntralos! ¡Que confiesen! Y si son responsables, ¡pagarán con sus vidas!
—Tranquilo, Djoser. Será difícil conseguir que salgan de su escondrijo. Están arruinados y carecen de medios financieros. Deben de estar ocultos en algún lejano nomo. Y tampoco tenemos pruebas de su culpabilidad.
—Bien, si no han sido ellos, ¿quién ha podido cometer semejante vileza? —gritó el rey, presa de uno de sus accesos de cólera, tan violentos como repentinos.
Semuré lo conocía suficientemente para tomarlo en serio.
—No puedo responderte. Tendré que llevar a cabo una investigación, recabar más datos acerca de la mujer nubia. Interrogaré al resto de sirvientas. Mientras tanto, reforzaré la guardia de palacio.
Djoser se calmó. Semuré hacía todo cuanto podía, y eso que sus responsabilidades ya eran bastantes.
—¡Perdóname! Soy consciente de tu dedicación, pero si Tanis no hubiera sobrevivido, creo que…
Semuré posó la mano en su hombro, con un gesto de afecto.
—No, primo mío. Aleja los malos pensamientos. Habrías continuado desempeñando el cargo de rey del Doble País y habrías actuado como te dispones a hacerlo: dando caza y castigando a los culpables. No olvides que eres la encarnación de Horus. Y, a causa de ello, no puedes permitir que tus sentimientos se impongan a los deberes.
Djoser miró a Semuré.
—Tienes razón. Encontraremos a esos malditos. ¡Y pagarán por sus fechorías! Y lo más importante es que Tanis aún está con vida. ¡Demos gracias a los dioses!
Permaneció un momento en silencio.
—¿Qué has descubierto de los asesinatos de las jóvenes? —preguntó finalmente.
—Nada. Los habitantes de los nomos escenario de los crímenes están convencidos de que una bestia espantosa ronda las marismas y que secuestra a los pequeños para devorarlos una vez ha descuartizado a las madres.
—¿Qué opinas?
—No se trata de un cocodrilo; de serlo, se habría llevado a la madre. Interrogué en persona al único chico que consiguió escapar. Asegura haber visto un ser monstruoso con una enorme cabeza de serpiente, aunque su cuerpo se asemejaba al de un hombre corpulento. He observado algunos hechos inquietantes: los crímenes siempre han tenido lugar alrededor de las mismas fechas, poco antes de la luna llena. Y todos han sucedido en la región oriental del Delta, como si el monstruo la hubiera designado como su coto de caza. He doblado la guardia, incluso en las aldeas más pequeñas. Los habitantes han formado milicias. Por desgracia, la bestia siempre ataca de improviso, ahí donde menos se la espera.
Djoser abrió los brazos con gesto de impotencia.
—No bajes la guardia. Si la bestia existe, debemos acabar con ella.
Las palabras de Imhotep acudieron a su memoria. Los astros no se habían equivocado: la amenaza que pesaba sobre Tanis se materializó con toda su ignominia y de la manera más cobarde posible. Pero la reina no era la única persona que corría peligro. ¿Guardaban acaso alguna relación esas abominables masacres con la criatura nefasta cuya aparición había presentido Imhotep? Parecía cobrar vida, lentamente, manifestándose de manera sórdida e inexplicable. ¿Dónde y cuándo volvería a actuar? ¿Qué objetivo perseguía? Y, sobre todo, ¿cómo se podía luchar contra ella?
Al mediodía, Mejerá solicitó de nuevo audiencia. Molesto aunque decidido a plantearle varias preguntas a su vez, Djoser lo recibió. Con todo, contrariamente a lo que esperaba, el sumo sacerdote de Set no había acudido a comunicarle sus quejas.
—Pareces trastornado, Mejerá.
—¡Oh, Toro Poderoso! Unos graves acontecimientos han sacudido el templo de Set.
—¡Habla!
—Esta noche ha tenido lugar un crimen. Un joven uab llamado Sabkú ha sido hallado muerto esta mañana…, decapitado.
Djoser palideció. La manicura nubia había sido asesinada del mismo modo.
—¿Tienes alguna idea de lo sucedido?
—Ninguna, señor. No sé qué pensar. Desde hace cierto tiempo vengo observando un extraño cambio en el comportamiento de algunos sacerdotes. Sois consciente de la importancia que le concedo al culto a Set y de lo que para mí representa en la jerarquía divina. Aunque no compartimos opiniones, entiendo totalmente vuestra visión del dios rojo. Es el complemento natural de Horus en el ciclo de la vida y de la muerte. Por este motivo, asimismo, deben estar en igualdad de condiciones.
Se interrumpió y esbozó una sonrisa desengañada.
—Perdonadme, no he acudido para hablar de teología. —Tosió antes de continuar—. Decía que compartía vuestra interpretación del papel de Set. Ahora bien, desde hace meses, varios sacerdotes han venido a mi encuentro acusándome de cobardía ante la Gran Morada. Exigían que rehabilitarais a Set. Algunos llegaron a conminarme a abandonar el templo si nuestras demandas no eran satisfechas. Ante mi negativa, varios desertaron. Numerosos uabs los siguieron. Creo que decidieron continuar por su cuenta con las ideas del usurpador Peribsen, llevándolas más lejos si cabe. Al menos, ésa es la impresión que conservo de la conversación que mantuve anoche con Sabkú. Cuando entró en mis dependencias, sin siquiera preguntarme si consentía en recibirlo, se le veía ostensiblemente nervioso. Comenzó un discurso confuso que me costó seguir. En sus palabras, Set era el mismísimo fundador del universo, incluso anterior a Ptah, Atum o Neit. Horus le arrebató la fecundidad y era preciso recuperarla por medio del regreso a los ritos antiguos.
—¿Qué ritos antiguos?
—No quiso decir más, e ignoro a qué se refería. Parecía histérico y hablaba a trompicones. Pretendía que toda nuestra religión estaba fundada sobre bases falsas, que debíamos retornar a los principios mismos de la naturaleza, encarnada por Set el Destructor. En la naturaleza, los débiles perecen para que los fuertes sobrevivan. Le respondí que éramos hombres y, por ello mismo, diferentes de los animales; debíamos proteger a nuestros pares más débiles. Pero no me oía. Volvió a referirse a ideas de guerra, conquista y esclavitud. En verdad, un fanatismo aterrador se había apoderado de él. Alguien le ha inculcado todas esas estupideces, y creo saber de quién se trata. No quise continuar con la discusión teológica y le aconsejé que descansara. Y en ese momento me insultó. Por un momento creí que me golpearía. Finalmente se marchó. Pensé que había regresado a su cuarto, pero esta mañana lo encontraron decapitado en el jardín.
—Dices conocer el nombre de quien le inspiró esas monstruosidades.
—No puede ser otro que el viejo Abuseré. Fue partidario de Peribsen, aunque su edad avanzada le eximió de los castigos. Pensaba que se había unido a los sacerdotes que huyeron del templo. No obstante, sigue aquí. Sin duda los sacerdotes no han querido que les acompañase. Pero no es muy peligroso.
Djoser meditó.
—¿Lo crees capaz de haber asesinado a Sabkú?
—Tiene más de ochenta años y no goza de buena salud.
—Es curioso —concluyó Djoser—. El que le hayan cortado la cabeza hace pensar en alguna relación con la muerte de la sirvienta de Tanis. Es posible, e incluso probable, que los sacerdotes renegados estén detrás del intento de asesinato perpetrado contra la reina. Y ambos han muerto para evitar así que hablen. Debemos detener a esos miserables.
Mejerá asintió. No deseaba que lo relacionaran con las acciones de sus antiguos compañeros.
Durante los días siguientes, la guardia azul de Semuré se lanzó en busca de los sacerdotes fanáticos. Pero no tuvo éxito. Parecían haberse desvanecido.
—Es incomprensible —gruñía Djoser—. Deben de tener algún cómplice.
—Todo el asunto es algo confuso —observó Semuré—. El medio empleado para atacar a Tanis no se corresponde con esos hombres. Procede más bien de las prácticas mágicas del sur de Nubia.
—¡Pero esa nubia no pudo actuar sola! —respondió Djoser—. ¿Quién la eliminó para evitar que hablara?
Para descargo de conciencia, Semuré condujo al viejo Abuseré a la Casa de la Guardia. Djoser, personalmente, asistió al interrogatorio. El viejo se negó a responder a las preguntas, aunque mostró abiertamente su odio hacia el rey, a quien acusaba de impostor.
—No tienes ningún derecho sobre este trono —clamó—. ¡Ten cuidado! Aquél que te derrocará ha regresado de entre los muertos.
—¿Quién ha regresado de entre los muertos?
—Aquél que mañana reinará de nuevo en Kemit: ¡el gran Peribsen!
Semuré contuvo una carcajada. Era evidente que el anciano había perdido el juicio. Pero su aplomo tenía intrigado a Djoser.
—¡Mientes! Peribsen murió hace más de treinta años —respondió.
—¡Falso! Ha vuelto. ¡Lo he visto! ¡Lo he visto!
—¿Por qué no lo seguiste? —repuso sorprendido Djoser sin alzar la voz.
—Soy demasiado viejo.
Semuré se acercó. Djoser mantuvo el tono:
—Sin embargo, el resto, los sacerdotes que abandonaron el templo, han seguido a Peribsen.
—Cierto. Y volverán para aniquilarte. No podrás hacer nada contra ellos, pues les ampara el poder de Set. Y el vigoroso dios Peribsen encabezará su marcha.
Semuré hizo un aparte con Djoser.
—El viejo está totalmente loco. Creo que aún no ha digerido la derrota del usurpador.
—Es posible, pero parece tan seguro de sí mismo… ¿Puede ser posible que Peribsen haya vuelto realmente del Amenti? Después de todo, ¿no momificamos acaso a los muertos para que recobren la vida?
—¿Fue momificado Peribsen?
—Lo ignoro. Puede que sus partidarios construyeran una morada de eternidad en su honor.
Semuré vaciló.
—Hasta la fecha, ningún muerto ha retornado del reino de Osiris.
—Puede haber otra explicación —continuó Djoser—. ¿Estamos seguros de la muerte de Peribsen?
—Nada demuestra que pereciera. El cenotafio de Tanis no es más que un escenario destinado a las fiestas rituales. Tras la derrota, desapareció. Aunque hoy tendría más de ochenta años. ¡Y el hombre que ese viejo loco ha descrito era joven!
—Tienes razón. Es posible que este anciano idiota se haya inventado toda la historia. De todos modos, hablaré con Imhotep.
Éste mostró cierto escepticismo.
—Es cierto que momificamos a los muertos para que, al igual que Osiris, regresen a la vida después de la reunión del ka y del cuerpo preservado y protegido por los hijos de Horus. Con todo, desde los tiempos inmemoriales en que se iniciaron las prácticas de momificación, nunca un muerto se ha aparecido a los vivos. Tal vez suceda, pero dudo que j el padre Horus libere así a un adorador de su asesino.
—¿Y qué piensas de la historia?
—Posiblemente este hombre sea un cuentista. Pero debes permanecer atento. La amenaza que pesa sobre Tanis y sobre tu persona es real. Los oráculos no dejan duda alguna al respecto.