Al día siguiente Jokán, alertado por los que habían huido, regresó a Mallia. Del pueblo no quedaban más que escombros. Los cuerpos de los cuatro hombres muertos yacían en la playa. Compungido, el viejo mago recorrió el pueblo destruido, asombrándose, a pesar de todo, del reducido número de víctimas. Dedujo que los defensores no habían resistido largo tiempo y que la matanza no era el objetivo de los asaltantes.
—Necesitan esclavos —dijo entre dientes—. Si al menos supiéramos quién nos ha atacado…
La desesperación se apoderó de él. Estudió al pequeño grupo que le rodeaba. Ni siquiera podían pensar en organizar una expedición destinada a liberar a los suyos. Del centenar de habitantes que tenía el pueblo, solamente quedaban nueve mujeres que habían huido por orden de Tash’Kor y la veintena de guerreros y esclavos que le habían acompañado la noche anterior. Todos eran temibles guerreros, incluso las mujeres, a las que las circunstancias habían transformado en fieros combatientes. Sólo un ejército numeroso habría podido capturar de aquel modo a casi todos sus compañeros. Y, ¿adónde se los habían llevado?
—¿Qué será de nosotros? —preguntó una joven a su lado.
Abrumado, Jokán dio varios pasos entre las ruinas aún humeantes. Los rostros se volvían hacia él en busca de una respuesta, de una esperanza. Pero el anciano no estaba preparado para tomar las riendas del destino de un pueblo, por modesto que éste fuera. Había nacido para aconsejar a su señor, para iluminarle con su sabiduría, moderar su orgullo y apoyarle durante los momentos difíciles. Pero él no poseía autoridad suficiente para dirigir a aquellos hombres desamparados.
—Temo… que no podremos hacer nada para salvar a nuestro señor —respondió al fin—. Deberíamos haber hecho caso a los de Antrón y establecernos en el interior. Pero esta bahía parecía tan acogedora…
Un auxilio inesperado le llegó en la persona de Leeva, la joven que le había hecho la pregunta. Sólo era una sirvienta, una mujer del pueblo chipriota. Pero, a pesar de su juventud, unos veinticinco años, poseía una fuerte personalidad. Había comprendido que el viejo mago se sentía desarmado ante los acontecimientos. Sentía un gran afecto por él. Declaró:
—Deberíamos recuperar todos los enseres y herramientas que podamos y refugiarnos en Antrón. Pediremos hospitalidad a sus habitantes. Después de todo, nos recibieron con simpatía y todos aprendimos un poco su lengua.
—La sabiduría habla por tu voz, Leeva —confirmó Jokán—. Debemos hacer lo que dices.
—Si los dioses nos conceden el tiempo suficiente —murmuró ella con voz apagada.
Había dirigido la vista hacia el mar. Un barco acababa de aparecer bordeando lentamente la punta oriental de la bahía.
—¡Vuelven por nosotros! ¡Hay que huir! —exclamó un esclavo.
—Lo reconozco —dijo un guerrero—. Es… el barco egipcio, el que nos perseguía.
—Pero entonces… no naufragaron —dijo Jokán—. Jirá lloró a su hermano sin motivo.
—¡Ellos han destruido el pueblo! —insistió el soldado—. Dieron con nosotros y se han vengado.
—Eso es ridículo —replicó Leeva—. Apenas son unos cuantos más que nosotros. Los nuestros habrían opuesto una resistencia más grande. Y además, ¿por qué iban a volver otra vez?
—Tiene razón —añadió otra mujer—. Pero no dejan de ser nuestros enemigos. Será mejor que huyamos.
—¡No! —exclamó Jokán—. Nos quedaremos aquí. El príncipe Seschi sólo deseaba recuperar a su hermana. No le guardaba ningún rencor a nuestro señor Tash’Kor. Es un hombre justo. No nos hará daño. Asimismo, debemos esperarle por otro motivo: si hay alguna posibilidad de liberar a los nuestros, es él quien la tiene en sus manos. Su tripulación es poderosa. Hemos de proponerle una alianza.
—Siempre y cuando acepte —replicó el soldado en tono escéptico.
—Nos ayudará —insistió Jokán—. Nuestros enemigos son también los suyos. No olvidéis que han raptado a su hermana.
Pero, como el barco se acercaba ya a la playa, algunos empezaron a retroceder hacia el bosque.
—¡Quedaos aquí! —rugió la voz de Leeva—. Jokán tiene razón. Debemos aliarnos con los egipcios.
Tras alguna vacilación, los miedosos regresaron, domados por el tono firme de la mujer. Jokán dejó escapar un suspiro de alivio.
—Voy a adelantarme hacia él —dijo—. Vosotros quedaos detrás. Si se muestra hostil, huid y refugiaros en Antrón. Eso querrá decir que me he equivocado.
—Yo voy contigo —dijo Leeva—. Si ese príncipe es un hombre de honor, tal como creo, no osará hacer daño a un anciano y a una mujer.
—Eso espero —respondió Jokán con una mueca de duda—. Aunque las leyes del Gran Verde no siempre parecen inspiradas en el honor.
El navío había fondeado. Los egipcios comenzaban a desembarcar. Entre ellos Jokán reconoció la silueta de Taina, tan felina como siempre. Le embargó una ira que a duras penas pudo contener. Nunca le había gustado aquella chica. Ahora se daba cuenta de que les había traicionado. Había desaparecido a la altura de Per Bastet, dos días después de zarpar de Mennof-Ra. Seguramente había entendido que Tash’Kor no mataría jamás a Jirá y, por despecho, había decidido venderlo a los egipcios. Pero, en el fondo, eso ya no tenía importancia.
Cuando Seschi distinguió al hombre y la mujer que se dirigían hacia él, sintió por un instante desesperación en estado puro. Los pescadores capturados aquella misma mañana no habían mentido: en efecto, un pueblo costero había sido atacado el día anterior por una flota procedente de la lejana parte occidental de la isla. Un pueblo construido poco tiempo antes por extranjeros llegados de Oriente. Seschi había deducido de inmediato que se trataba de los chipriotas. Pero las otras revelaciones de los pescadores le preocupaban todavía más.
El hombre anciano no era otro que el mago que acompañaba a aquel perro de Tash’Kor. La joven que iba de su brazo le era desconocida. Detrás, entre las ruinas humeantes, el pequeño grupo atemorizado de supervivientes parecía preparado para huir a la menor alerta. Hizo una señal a Jerseti para que los guerreros descansaran. Aparentemente los chipriotas que habían sobrevivido querían parlamentar.
Al llegar ante él, Jokán se prosternó.
—Que la bendición de los dioses recaiga sobre ti, mi señor.
Seschi examinó al anciano con desconfianza. Pero la mirada de su interlocutor rezumaba franqueza. Ante él no tenía más que un viejo desamparado por el drama que acababa de aniquilar a su pueblo. Siendo de naturaleza generosa y protectora, Seschi no tuvo valor para mostrarse duro con él.
—¿Dónde está mi hermana? —preguntó con ansiedad.
—Por desgracia llegas tarde. Nuestro pueblo acaba de ser destruido por un enemigo desconocido.
—Lo sé.
Ante la mirada de sorpresa de Jokán, le explicó:
—Esta mañana hemos capturado a unos pescadores que nos lo han contado. Esperaba que Jirá hubiese conseguido escapar, pero veo que me he equivocado.
—¡La princesa Jirá ha sido raptada, igual que mis jóvenes amos, mi señor!
—¡A ésos me gustaría ensartarlos con mi espada! —gritó Seschi.
Jokán se irguió y desafió a Seschi con la mirada.
—No los juzgues severamente, mi señor. Fue tu propia hermana la que pidió al príncipe Tash’Kor que partiera de Kemit llevándosela consigo. Por ella sacrificó la hospitalidad y la seguridad que el Horus le había concedido tan generosamente, y se fue, aun sabiendo que así provocaba la ira de tu padre.
Taina, que estaba junto a Seschi, explotó:
—¡Mientes! ¡Quería matarla!
Jokán mantuvo la calma. Sin mirar a la muchacha, respondió:
—Eso es completamente cierto, mi señor. Mi amo, desoyendo la opinión de su hermano Polis y la mía propia, deseaba matar a la princesa Jirá para vengarse por los sufrimientos padecidos por nuestro pueblo debido a la negativa del Horus a ayudarnos durante la sequía. Mi amo tenía el corazón roído por el odio. Pero tú también habrías reaccionado del mismo modo, mi señor. Él vio a su madre, la dulce Mallia, morir lentamente de hambre tras el golpe de estado del infame Judir. Éste es el auténtico enemigo de Kemit. Está conchabado con los piratas. Mi difunto amo Mojtar-Ba luchaba contra ellos. Pero Judir triunfó y nosotros tuvimos que huir, perseguidos por las hordas bárbaras del traidor. Cien veces estuvimos a punto de ser capturados y asesinados. No hallábamos otro refugio que el de las áridas gargantas más remotas de la isla, intentando desesperadamente hacernos con un barco para huir de Chipre. Fue en el transcurso de esa huida cuando Mallia falleció. Para Tash’Kor, el responsable de aquel drama era tu padre. Estaba convencido de que si Mojtar-Ba hubiera podido llevar suficientes víveres, Judir no habría salido victorioso en su golpe. Pero el pueblo se moría de hambre. Se apoderaron de Mojtar-Ba y lo devoraron después de asarlo como a un vulgar muflón.
—Desconocía esa historia. Pero eso no lo disculpa a mis ojos.
—No intento disculparlo. Te explico las razones de su odio. Jamás perdonó la terrible agonía de su madre. Y no fue a Egipto más que para vengarla. Deseaba la muerte de Jirá. Yo no aprobaba su proyecto, pero podía comprenderlo. Así que me quedé junto a él para intentar abrirle los ojos. Cuando Jirá le propuso que la secuestrase, no sabía que estaba cayendo en sus garras.
Clavó la mirada en los ojos de Taina.
—Pero yo jamás le habría abandonado. Era mi señor y le debía fidelidad.
—Lo cual te convierte en su cómplice —gruñó Seschi.
—No, mi señor. Quería protegerle de su locura. Confiaba que llegaría un momento en que dejase de estar ciego. Su odio le impedía comprender que amaba tanto a tu hermana. Pero al fin Cipris me escuchó y le abrió los ojos; se dio cuenta de su error. En Busiris no pudo matar a la princesa Jirá. Su odio había desaparecido. Entendió las razones que habían movido a Djoser a negarle su ayuda, y las aprobó. Como ves, no era más que un terrible malentendido. Pero ya era demasiado tarde: nuestro barco había escapado de los Dos Reinos y tú habías salido tras nosotros. Quería convencerle de que regresara a Mennof-Ra cuando aquella flota pirata empezó a perseguirnos. Ya conoces el resto. Aquel dios infernal acabó con ellos. Nos salvó de los bárbaros, pero hasta hoy habíamos creído que tu barco también había sido destruido. Jirá sufrió mucho. Ya no podíamos volver a Kemit. Navegamos a la deriva durante varios días hasta llegar a esta bahía donde decidimos establecernos.
Se encogió de hombros en señal de impotencia.
—Por desgracia, no hicimos caso a los lugareños, que nos habían desaconsejado instalarnos en la costa. —Señaló las ruinas—. Este pueblo se llamaba Mallia, por el nombre de la madre de Tash’Kor y Polis. Sólo ha tenido una vida de dos meses. Ahora todo está perdido.
—Tu historia no me inspira piedad, anciano. Olvidas una cosa: ¡tu amo armó el brazo que mató a mi pequeña hermana Inja-Es!
—¡No, mi señor! Yo también lo temí durante un tiempo, pero puedo asegurarte que Tash’Kor no tiene ninguna relación con el misterioso hombre descrito por el sumerio. Éste era nuestro prisionero desde la noche en que intentó introducirse en nuestra casa para robar comida.
—En tal caso, ¿por qué no lo entregó a la justicia del Horus?
—Aquel criminal podía servir a los proyectos de mi amo. Gracias a él, esperaba conducir a la princesa Jirá hasta una trampa. Sabía que ella deseaba matar personalmente al asesino de su hermana. Le regaló su venganza.
Taina se echó a reír:
—¡Qué regalo tan maravilloso! Ante el sumerio estuvo a punto de echarse atrás. ¡Ni siquiera tenía fuerzas para clavarle la espada en las tripas! ¡Tash’Kor tuvo que obligarla a matarlo!
Antes de que Seschi pudiera reaccionar, Jokán se precipitó sobre ella y la abofeteó con saña.
—¡Cállate, víbora infame! Actuó de ese modo porque estaba dividido entre el amor y el odio. Y eso le nublaba la mente. Pero la reacción de Jirá prueba la nobleza de su alma. Tú no habrías vacilado en golpear al criminal. Hasta te habría causado placer darle muerte.
—¡Tuvo lo que se merecía! —espetó Taina.
—¡Eso es cierto! Pagó por sus crímenes, y de la mano de la propia Jirá.
Seschi alzó la mano para hacer callar a los dos antagonistas.
—¡No desvíes la conversación, anciano! Si el enmascarado que visitó al sumerio poco antes de su crimen no es tu amo, ¿quién es?
—¡No lo sé, mi señor! Tash’Kor me habló. Su odio le había abandonado. Le hice saber mis sospechas respecto a él. Me confesó que no tenía ninguna relación con aquel desconocido. ¡Y yo le creo! —añadió con fervor.
—¡Le crees!
—Sí, mi señor. Conozco su alma. Lo he educado desde su más tierna infancia. Es capaz tanto de lo mejor como de lo peor. Pero tiene sentido del honor y del deber. Tal vez habría llevado a cabo su venganza hasta el fin, si la bella Cipris no le hubiera abierto los ojos. Pero jamás habría atacado a una niña. Si dudas de mi palabra, mi señor, toma mi vida en este mismo instante. Mátame, pues eso significaría que me he equivocado y que he servido a un amo indigno.
—Quería matar a Jirá —replicó Seschi obstinadamente.
—Creía odiarla porque ella le había rechazado con desdén en su primera visita. No entendió que era demasiado joven en aquel tiempo. Pero todo cambió. Jirá ya no era una niña. Podía vengarse de ella. Sin embargo, desde que abandonó sus proyectos de venganza, jamás mujer alguna fue tan mimada como tu hermana. Se había convertido en la reina de nuestro pueblecito, y aquí todo el mundo la quería.
—Es cierto, mi señor —corroboró Leeva—. Se había convertido en una de las nuestras. Y más de una vez le vi llorar tu muerte.
—¿Mi muerte?
—Pensaba que el dios Tifón te había devorado, mi señor. Y ella se sentía responsable.
Seschi guardó un momento de silencio. La sinceridad del viejo mago le perturbaba. Sus palabras confirmaban lo dicho por Neserjet dos meses atrás. Tash’Kor no podía ser el monstruo que había imaginado. En ese caso Jirá no lo habría amado. Y además, ¿cómo no creer a aquel anciano dispuesto a sacrificar su vida por su amo?
Jokán insistió:
—Nuestra vida te pertenece, mi señor. No somos tus enemigos, muy al contrario. Habríamos podido huir al verte llegar. En la montaña no habrías podido encontrarnos. Pero hemos venido ante ti, porque deseamos unir nuestras débiles fuerzas a las tuyas. Sé que vas a perseguir a quienes se han llevado a Jirá. Nosotros deseamos que nos aceptes a tu lado. ¡Porque ella es nuestra reina!
Seschi se giró hacia Hobaja y Jerseti.
—¿Qué piensan mis amigos?
—Creo que este hombre dice la verdad —contestó Hobaja.
—Comparto su opinión —corroboró Jerseti—. Y nunca seremos demasiados para luchar contra quienes han saqueado este pueblo.
—¡Ojalá supiéramos al menos quiénes son! —suspiró Jokán.
—Tenemos una ligera idea. Uno de los pescadores que capturamos aceptó seguir a bordo para servirme de guía. Esto es lo que me ha dicho: esta tierra es una gran isla. Lejos, hacia el oeste, hay varias ciudades, y él cree que el enemigo proviene de allá.
—Los nuestros serán reducidos a esclavos —gimió el viejo mago.
Seschi tardó un momento en responder.
—Temo que eso no sea lo peor. Ese hombre ha hablado de un monstruo aterrador, al que alimentan con prisioneros.