Capítulo 30

Neserjet detestaba cordialmente a Taina. La chipriota conocía y abusaba del efecto que en los hombres producían las perfectas curvas de su cuerpo, el color dorado de sus ojos y la textura de su piel. Sus andares gráciles y esbeltos recordaban los de los felinos. Sentía un travieso placer dejando que el viento pusiera sus piernas al descubierto. El mismo Seschi no se privaba de mirarla. La joven beduina le guardaba rencor por ello. Sin embargo, contrariamente a lo que ella se temía, el joven príncipe no hizo nada para meterla en su lecho. Pese a los esfuerzos de Taina por llamar la atención, Seschi no le prestaba más que una total indiferencia. Intrigada, Neserjet abordó el tema directamente.

—Esa muchacha es muy hermosa, ¿verdad? —dijo en un tono que pretendía ser neutro.

Seschi esbozó una ligera sonrisa y asintió con la cabeza. Ella prosiguió, para incordiarle.

—Me sorprende que mi príncipe, cuyas conquistas femeninas son innumerables, no haya triunfado todavía sobre esa aventurera.

Seschi dejó transcurrir un instante de silencio cargado de tensión.

—¿No crees que tenemos otras preocupaciones en estos momentos?

Neserjet se ruborizó hasta la raíz del pelo. Por supuesto, él temía lo peor para aquélla a quien seguía considerando hermana suya.

—Perdóname —dijo con lágrimas de confusión en los ojos—. Yo también me muero de inquietud. ¡Pero es que esa chica me pone nerviosa!

Seschi le cogió la mano con dulzura.

—¡Tranquilízate! No me acostaré con ella porque no me inspira la menor confianza. No se puede dar crédito a una mujer que acaba de traicionar a su señor. Dudo que se haya apiadado alguna vez de Jirá. Si vino a advertirnos de los siniestros proyectos de ese maldito Tash’Kor, es porque podía obtener algún provecho. Y me gustaría saber cuál.

—Está enamorada de él y ha querido vengarse.

—¿Vengarse? Según ella, Jirá debía morir. Así pues, ya no era una rival, sino una víctima de la que pronto iba a librarse.

Neserjet no comprendió al principio, pero enseguida el razonamiento de Seschi se le hizo claro. Una loca esperanza se apoderó de ella.

—Entonces mintió. Tash’Kor no tiene la intención de matar a Jirá.

—Lo espero con toda mi alma y todo mi corazón, Neserjet. Pero hay otra explicación. Tash’Kor se llevó a Jirá con la verdadera intención de matarla, sin saber que se había enamorado de ella. Taina lo supo antes que él. Comprendió que su príncipe no mataría nunca a Jirá. Lo cual explicaría por qué le traicionó.

—¡Pues claro, tiene sentido!

—Sí, tiene sentido, pero tampoco olvido que alguien mató a Inja-Es. Y nada prueba que el auténtico asesino no sea ese perro chipriota.

Neserjet no quiso darse por vencida tan deprisa.

—Admitiendo que no haya ninguna relación con ese crimen odioso, ¿por qué se habría inventado esa historia del hombre enmascarado? Y si no la inventó, significa que alguien alentó, en efecto, al asesino de Inja-Es.

—No se la inventó: Taina sorprendió el relato del sumerio. Recibió la visita de un desconocido que llevaba una máscara y desapareció sin dejar rastro. Y el sumerio va a parar luego a la casa del chipriota. Para mí, eso significa que Tash’Kor y ese visitante fantasma no son sino la misma persona. La hipótesis de otro hombre es poco verosímil.

—¡Al contrario! —se empeñó la joven—. Tras el crimen, los soldados registraron la ciudad durante días. Ese desconocido no tenía, desde luego, intenciones de ser descubierto. Debió de huir en cuanto aparecieron los primeros soldados.

—No se jugaba gran cosa. Excepto el asesino, nadie le había visto —replicó Seschi—. Sólo él podía identificarlo.

—Debía de temer que arrestaran al sumerio y que éste diera su descripción.

—No podía reconocerle puesto que iba enmascarado.

—Pero podía identificar su voz.

Seschi se quedó un rato pensativo.

—Precisamente, Tash’Kor mató al sumerio, lo cual probaría que quiso hacerle callar, para evitar, dado el caso, que éste le traicionara.

Neserjet sacudió la cabeza con obstinación.

—No puedo creer que ese príncipe chipriota sea tan retorcido. Lo vi, Seschi, vi su mirada. Ha sufrido mucho y el odio le ciega. Pero sé que en el fondo no es malo. De lo contrario, Jirá no podría amarlo.

—¡De ella me espero cualquier cosa! Si hemos de creer la leyenda que contó el asesino, es hija de un rey pirata de Punt, al que Tanis amó a pesar de sus crímenes.

—Sin duda la reina ignoraba su perfidia. Pero tuvo que soportar su crueldad, y se defendió. Siendo la encarnación de Hator y Sejmet, su cólera desencadenó una pavorosa catástrofe, y el pirata murió. Jirá no es responsable de todo eso, y me sorprende que puedas hablar de mi hermana de manera tan suspicaz. Yo estoy segura de que no podría amar a un hombre diabólico.

Seschi la miró a los ojos.

—¿Por qué te empeñas en defender a ese criminal? Aunque no estemos seguros de que sea el causante de la muerte de Inja-Es, sí ha secuestrado a Jirá.

—Con su consentimiento, ¡que mi príncipe no lo olvide! Estoy convencida de que no le hará ningún daño.

Seschi no respondió. Muchas veces había podido comprobar que la joven beduina poseía un juicio infalible. Pero ¿quizá razonaba así porque se había aferrado con todas sus fuerzas a la esperanza de que Tash’Kor no matase a Jirá? En realidad, él también deseaba creer en esa hipótesis, suscitada por su desconfianza instintiva hacia Taina. Pero ¿la actitud de ésta no era simplemente la de una mujer celosa?

—Que los dioses te den la razón, mi pequeña amiga —suspiró.

Tomando a Neserjet por los hombros, se dirigió hacia Hobaja, que supervisaba la marcha del navío. A las órdenes de un maestre de boga, los remeros hendían vigorosamente las aguas del Nilo. Arrastrado por la corriente, el barco avanzaba con rapidez. Habían arriado la vela equipada con dos vergas. El mástil doble disponía de ingeniosos sistemas que facilitaban las maniobras. Uno de ellos permitía tumbarlo sobre la cubierta y ganar así velocidad disminuyendo la resistencia al viento.

—Estaremos en Busiris mañana mismo —declaró Hobaja con orgullo.

Seschi comprobó encantado que el Espíritu de Ptah cumplía ampliamente con sus expectativas. La mayoría de barcos tardaban cuatro o cinco días en alcanzar el puerto costero. Su barco iba a pulverizar el récord en apenas tres días. Ganaría así un día sobre el enemigo. Este estaría obligado a reavituallarse antes de hacerse a la mar. Caería entonces en las garras de los escribas. Seschi esperaba que los engorros administrativos le retuvieran lo suficiente para poder alcanzarle. Pero ¿sería eso suficiente para salvar a Jirá?

Al día siguiente, en Busiris, escrutó los muelles con la esperanza de distinguir el barco chipriota. Pero no estaba allí. Seguido de Hobaja y Jerseti, se precipitó en busca del jefe del puerto, quien quedó estupefacto al recibir así al hijo del Horus en persona. Casi farfullando, le confirmó el paso del Corazón de Cipris.

—Todavía estaba aquí esta mañana, mi señor. Lo hemos controlado todo y todo estaba en regla. Ha pagado las tasas debidamente y ha cargado agua y víveres.

—La princesa Jirá iba a bordo —espetó Seschi—. ¿Es que nadie la ha visto?

—Perdona a tu esclavo, oh mi señor Nefer-Sechem-Ptah, pero subí al barco y lo inspeccioné personalmente. Las mujeres presentes a bordo eran criadas. No vi a la princesa, y conozco bien su rostro. He tenido el placer de ser invitado varias veces…

—¡Basta! —cortó Seschi—. Dices que estaba aquí esta mañana…

—Se ha hecho a la mar hace menos de tres horas, mi señor. Tal vez aún puedas avistarlo.

El príncipe ya no le escuchaba. Apartando todo lo que encontraba a su paso, corrió hasta el extremo de los muelles que se abrían al mar.

—¡Allá! —gritó.

Hobaja y Jerseti llegaban tras él, sin aliento.

—¡Mirad! ¡Es el barco de ese bandido!

—No lo veo muy bien —dijo Jerseti—. Está demasiado lejos.

—El señor Seschi tiene razón —confirmó Hobaja guiñando los ojos para afinar la vista y protegerse del viento marino—. Conoce perfectamente las líneas de las naves. ¡Es el chipriota!

—¡Vamos! —exclamó Seschi—. ¡Zarpamos!

Unos instantes después, los tres hombres subían a bordo de nuevo. Nunca una maniobra de salida fue efectuada con tanta rapidez.

—Será mejor que los alcancemos pronto —gruñó Jerseti—. No hemos tenido tiempo de reavituallarnos.

—¡El Espíritu de Ptah no tendrá problemas para atrapar a ese miserable! —dijo el joven príncipe, exultante, mientras esgrimía la enorme maza con incrustaciones de sílex de la que no se separaba nunca.

Había sido demasiado optimista. La labor sería más difícil de lo que imaginaba. Ciertamente, el navío egipcio ganaba terreno al chipriota, pero la marea violenta y las altas olas que tuvo que afrontar en cuanto dejaron la relativa seguridad del río templó el entusiasmo de Seschi. Pronto las costas quedaron fuera del alcance de la vista. Un calor anormal, sofocante, reinaba en el mar. Los cielos se velaban con una bruma opaca mientras el color de las olas viraba al gris verdoso. Hobaja tenía una expresión ansiosa que terminó por preocupar al joven príncipe. En el banco de boga, algunos marineros, aunque veteranos, multiplicaban los gestos destinados a alejar a los espíritus nefastos, tocando sus amuletos, salmodiando a media voz cánticos de virtudes mágicas.

—¿Qué tormento agita el corazón de mi amigo? —preguntó Seschi al capitán—. ¿Acaso temes una tempestad?

—Sin duda vamos a tener que enfrentarnos a un huracán, mi señor. Pero ruego a los dioses que no sea más que eso.

—¡Explícate!

—No debo hablar de lo que temo, mi señor. Eso podría provocar su aparición.

Seschi estuvo a punto de insistir, pero guardó silencio. Según los nuos, era arriesgado evocar a una divinidad funesta, aunque sólo fuera pronunciando su nombre. Para quedarse más tranquilo, dirigió una ferviente plegaria a Horus, Isis y, sobre todo, a Ptah, protector del barco.

Pronto el oleaje se hizo más intenso y masas de nubes oscuras invadieron el horizonte por el oeste. Las olas restallaban contra los costados del navío, salpicando a los empapados remeros. Taina y Neserjet se habían refugiado en el camarote. La joven beduina, que sufría de náuseas, no podía articular palabra. Le parecía que si separaba los labios, todo lo que contenía su vientre, tripas, estómago, corazón y pulmones, iba a escapar y desparramarse a su alrededor. En cambio, Taina parecía perfectamente cómoda. En lugar de animarla, exhibía una sonrisa altiva y burlona, lo cual no tuvo por efecto atenuar el rencor que su compañera le tenía. A veces los movimientos de la nave eran tales que la pobre Neserjet salía disparada de un lado a otro del camarote. Finalmente, apiadándose de ella, Taina le aconsejó que se agarrara sólidamente a los tabiques y que mantuviera la vista fija en un mismo punto. Como el miedo podía más que su enemistad, Neserjet terminó por preguntarle en tono lastimero:

—Vamos a morir todos, ¿verdad?

Taina se echó a reír.

—¡Pues claro que no! El viento es un poco fuerte, pero no corremos peligro, no tengas miedo.

Neserjet no contestó. Su tono burlón le seguía disgustando. Pero sus consejos resultaron eficaces.

Fuera, Seschi rabiaba. El tiempo había empeorado por completo y un auténtico huracán azotaba el barco. Había esperado poder utilizar el mástil cuyo nuevo diseño habría permitido ganar velocidad, pero Hobaja se había negado a erguirlo; el viento habría arrancado la vela. Además, el enemigo también había arriado la suya y sólo avanzaba a fuerza de remos. A veces la altura de las olas era tal que el Corazón de Cipris se perdía de vista. A aquel ritmo necesitarían más de un día para darle alcance. De pronto, un fenómeno insólito captó la atención de los marineros. Hacia el este apareció un punto negro, luego otro. En pocos instantes el mar se cubrió de una docena de naves. Intrigados, ambos hombres se dirigieron hacia la proa donde una efigie del dios Ptah el de hermoso rostro, encarado hacia el interior del barco, protegía a los navegantes.

—Sin duda se trata de un convoy comercial que se dirige hacia Busiris —sugirió Jerseti, que se había unido a ellos.

—¡No! —replicó el joven que tenía una vista superior a la normal—. Son barcos piratas. Ese perro nos ha llevado hacia una trampa.

—¡Por los dioses! —gruñó Jerseti—. Debemos prepararnos para el combate.

—¿Y qué quieres hacer con un enemigo diez veces superior en número? —refunfuñó Seschi—. Más bien tenemos que intentar escapar. Afortunadamente, nuestro barco es más rápido que el suyo.

—De todos modos, querer combatir en tales condiciones sería un suicidio —añadió Hobaja señalando al cielo tormentoso.

Como para darle la razón, unas olas más potentes chocaron contra los costados del barco, cuyas estructuras crujieron. Hurajti consiguió llegar hasta ellos sujetándose al guardín.

—¡Que Ptah se apiade de nosotros! —rogó—. La gran diosa Neit ha desatado su furia contra nosotros.

Firmemente agarrado a la borda, Seschi le respondió:

—Por el contrario, creo que esta tormenta nos protege. Debemos depositar nuestra confianza en Hobaja. Él conoce el Gran Verde mejor que nadie. Y ningún barco pirata podrá abordarnos en tales condiciones.

Intentó ver por dónde iba el Corazón de Cipris y se dio cuenta de algo curioso.

—No entiendo nada. Se diría que los piratas también los persiguen a ellos.

En efecto, la flota de los Pueblos del Mar se había dividido en dos. Un primer grupo había puesto rumbo hacia el Espíritu de Ptah mientras el otro, más grande, perseguía al navío chipriota.

—No era una trampa —concluyó—. También van detrás de ellos.

—Y a juzgar por la estrategia de los piratas, les conceden más importancia que a nosotros.

—Eso significa que han reconocido el barco de Tash’Kor y que quieren capturarlo a toda costa.

Ahora ya tenían que gritar para poder entenderse. Con el fin de evitar a la flota enemiga, Hobaja se había visto obligado a virar hacia el oeste. Al hacerlo, había perdido terreno respecto al Corazón de Cipris. Éste parecía tener dificultades. Menos resistente que el barco de Seschi, soportaba peor el ataque de las enfurecidas olas. Intentaba huir, pero era evidente que le costaba mantener el rumbo. Las naves de los Pueblos del Mar eran ligeras y corrían mucho. No se darían por vencidas tan fácilmente.

Hobaja había utilizado todo su ingenio para despistar a sus adversarios sin perder de vista a su presa. Si el Espíritu de Ptah no hubiera tenido como objetivo alcanzar al barco chipriota, habría sido fácil distanciarse de los perseguidores. El Corazón de Cipris avanzaba hacia el noroeste, perseguido por ocho o nueve barcos piratas. El Espíritu de Ptah tenía que navegar rumbo oeste para despistar a sus propios perseguidores. Por lo tanto debía describir un gran arco para remontar hacia el norte y alcanzar su presa —si los dioses del mar lo permitían—. Los elementos se habían desatado. La brillante luz de la mañana había dado paso a una penumbra glauca y angustiosa, un caos líquido iluminado por relámpagos, lleno del ensordecedor estruendo de las olas, del chocar del agua contra el barco, de los crujidos y quejidos del casco, de los jadeos de los remeros agotados.

El desánimo y la angustia se apoderaron de Seschi. La noche llegaría inevitablemente. Aventurarse así en alta mar era una auténtica locura. Pero ¿podía abandonar a Jirá en manos de su secuestrador? Una terrible duda le sobrecogió de pronto. ¿Y si su hermana ya no se hallaba a bordo? ¿Y si aquel perro chipriota la había matado ya? Rechazó aquella hipótesis tan abyecta y apretó los dientes.

De repente, un grito de terror brotó del pecho de los remeros. A su lado, Hobaja se puso lívido a pesar de su tez morena. Seschi dirigió la vista hacia donde le indicaba y dudó de sus ojos, hasta tal punto la cosa monstruosa que acababa de aparecer le resultaba inconcebible. Una sensación de horror le invadió hasta las entrañas.

—¡La flamígera criatura de cien cabezas! —exclamó el capitán con voz sorda—. Estamos perdidos.