¿Cuánto cuesta huir, desaparecer, esfumarse, diluirse en el aire como un genio de dibujos animados, o al menos escapar a velocidad de Correcaminos, que sólo deja tras de sí una nubecilla flotando frente a las narices del perplejo coyote?
Euro más o menos, cincuenta mil para empezar.
Obtención de un pasaporte venezolano: | 39.500 |
Cambio de nombre en el nuevo pasaporte: | 7.500 |
Carné de conducir internacional (válido cuatro años): | 400 |
Teléfono móvil sin chip de localización: | 400 |
Tarjeta de crédito anónima: | 1.100 |
Total: | 48.900 |
Una dirección e-mail difícil de localizar en un servidor asiático: gratis.
Pero también son necesarios: certificado de penales, examen médico, gastos de envío. Y, por supuesto, abrir una cuenta en un paraíso fiscal…, más el dinero para poner en la cuenta. En total cien mil euros más o menos.
¡Una ganga! Cien mil euros por desaparecer. Así lo había calculado Claudio consultando las páginas web especializadas en la obtención de documentos de identidad de países que canjeaban sus escrúpulos por unos miles de euros. Lo único que necesitaba era ser mayor de edad y no tener antecedentes penales.
¿Y de qué vas a vivir, hijo?, le preguntaría mamá si se enterase de sus intenciones, cosa que por supuesto no iba a suceder. De la imbecilidad de la gente, que es un filón inagotable, el recurso más renovable del planeta, una fuente de energía tan poderosa que conseguirá un día desplazar el eje de la Tierra y mandarnos a todos a tomar por culo. Olvídate de la energía atómica y sus peligros, mamuchi: juego de niños, si comparamos con el deslumbrante potencial de la imbecilidad. Pero mientras llega el día en el que nos destruya igual que una plaga bíblica, podemos aprovecharla con fines pacíficos, como el bienestar de Claudio.
Para dotar de fondos a la ONG «Desarrollo sostenible para Claudio» necesitaba contribuciones ajenas. Tras pasar varios meses observando las partidas de póquer de pokerroom.com, empezó a jugar, seguro de que en poco tiempo habría llenado el cepillo de su iglesia personal. Era pan comido. No abundaban los rivales peligrosos.
Al principio jugó perdiendo un poco de dinero para ir tanteando a los otros jugadores, examinando sus estrategias y sus puntos débiles. Con ayuda del ordenador, elaboró tablas de probabilidades para las distintas combinaciones de cartas, y analizando el comportamiento de los demás fue descubriendo a quien también utilizaba tablas; a ésos procuró evitarlos. Era preferible jugar contra quienes se basaban en corazonadas, en la intuición del momento, contra aquellos que, seguramente sentados ante el ordenador con un cigarrillo en una mano y un whisky en la otra, jugaban como si estuviesen en un casino del Oeste. Confiaban en cautivar a la fortuna igual que a una mujer a la que pudieran enamorar con sus gestos varoniles. Claudio había decidido expulsar a la intuición de su juego: aplicaba estrictamente la tabla de probabilidades; de esa manera, sabía que a largo plazo los riesgos eran casi inexistentes, y, aunque quizá podría haber ganado más dinero con una táctica más atrevida, consideraba el póquer no como una inversión en bolsa sino como la compra de Bonos del Tesoro. Él no quería ser tiburón de las finanzas: su objetivo era ser pensionista. Ya había reunido suficiente para iniciar los trámites de obtención del pasaporte, y poco a poco iba ahorrando para abrir la cuenta opaca. No era muy divertido pasarse todas las noches dos o tres horas rodeado de naipes y de idiotas, pero ya lo había dicho el Señor: ganarás el pan con el sudor de tu frente.
¡Qué impaciencia! Aún dos o tres meses hasta abandonar para siempre Pinilla, ese hospitalario lugar de acogida para los mediocres de la capital. Porque en Pinilla no había ganadores ni perdedores, lo que quizá habría sido interesante. Era como si el alcalde filtrase personalmente la concesión de las residencias a aquellos que jamás destacarían por sus logros ni por sus fracasos: ni poderosos ni oprimidos; ni calles peligrosas ni lujo indecente; todo en un término medio espantoso, vivir en Pinilla era como bucear en un tibio caldo de verduras. Era el mundo más opuesto al de Blade Runner que se hubiese podido pensar; y él quería vivir, ya que tenía que vivir en algún lugar, o en un lugar absolutamente desierto, o en las calles abarrotadas, confusas, malolientes, agresivas, de Blade Runner, donde fuese posible la violencia y la exaltación. Quería convivir con mutantes y degenerados, con pervertidos multimillonarios, con mujeres que sólo quisieran hurgarle en los bolsillos. Pero Pinilla estaba invadida por legionarios lobotomizados con un todoterreno por ambición y una valla de arizónicas por horizonte. Claudio se sentía tan alejado del género humano como de una medusa o una cochinilla.
Si no hubiese nacido ser humano, ¿qué le hubiera gustado ser?
Bacteria, habría respondido Claudio, pero nadie se lo preguntó nunca, ni antes ni después de nacer.