Quizá porque casi nunca había podido hacerlo, a Olivia le encantaba quedarse en la cama hasta tarde. En su casa había sido desde muy joven la primera en levantarse, junto con la madre, para ayudar a vestirse a los hermanos y hacer los desayunos, o, si no había desayuno, al menos el café de olla. El hermano también se levantaba muy temprano, porque tenía que tomar la barca que pasaba a las siete para ir a la petrolera; las niñas tomaban la de las ocho los tres días que iban a la escuela, y los otros días no había quien las sacase de la cama, ni con amenazas, hasta las nueve o más tarde. Los domingos sólo se levantaban pronto ella y la madre, mientras los demás dormían o —como los dos dormitorios no estaban separados de la cocina más que por cortinas— disfrutaban el placer de estar despiertos pero sin levantarse.

Desde que llegó a España, Olivia también tenía que levantarse muy temprano para llegar a tiempo a Pinilla de Guadarrama; pero los domingos hacía falta una emergencia para echarla de la cama antes del mediodía. En todo caso, si no se despertaba demasiado pronto, iba a la habitación de Carla, se metía en la cama con ella dándole suaves empujones para que le hiciese un sitio —dormía con las manos y las piernas abiertas como si la hubiesen crucificado sobre el colchón—, y Carla, sin despertar del todo, se abrazaba a ella y las dos dormían así, igual que cuando eran niñas y tenían que compartir cama con sus hermanos, disfrutando el calor y la presencia del otro cuerpo. Y cuando despertaban se quedaban abrazadas, conversando de cualquier cosa.

Jenny no se les solía unir porque, aunque era la más trasnochadora y muchos sábados no llegaba a casa hasta la madrugada, también los domingos se levantaba temprano: vivía con una especie de corriente eléctrica recorriéndole el cuerpo que le impedía quedarse quieta muchas horas, ni siquiera durmiendo.

El domingo después del extraño incidente con Nico, Olivia no fue a la cama de Carla. Se despertó muy temprano pero se quedó tumbada con los ojos abiertos recordando una y otra vez lo que había sucedido. Probablemente tenían razón sus amigas y exageraba: en España la gente se comportaba de manera distinta que en Ecuador, había más confianza entre los señores y la gente que trabajaba para ellos. Se trataban de tú, intercambiaban confidencias; quizá no fuese tan raro que la hubiese besado, era una manera como otra cualquiera de expresar afecto. Y la gente en España se tocaba mucho por la calle. Aunque lo de la mano en el pecho se le hacía más raro. Cuando lo hizo, Olivia pensó que lo mismo había sido un descuido, que no se había dado cuenta de lo que hacía. La verdad es que la había retirado enseguida. Pero un par de días más tarde, cuando Olivia llegó a casa por la mañana, Nico la recibió con otro beso, esa vez en la mejilla, un poco como los que le daba a Carmela cuando se despedían, y le puso una mano en la cadera. Bueno, la cadera al fin y al cabo no tenía nada malo. También cuando bailas te ponen la mano en la cadera o en la espalda. Pero hubiese preferido que no la tocase tanto, porque se le hacía muy raro, sobre todo pensando en Carmela. De cualquier manera, el asunto la mantenía despierta.

A media mañana entró Carla en la habitación restregándose los ojos, con su habitual y enorme camiseta que le llegaba hasta medio muslo, estampada con una foto de pájaro bobo, a modo de camisón.

—No viniste esta mañana —masculló, aún no despierta del todo, y se metió en la cama de Olivia. Le echó una pierna por encima del vientre y alojó la nariz en su cuello—. ¿Pasó algo?

A Olivia no le molestaba el aliento algo agrio que Carla tenía por las mañanas; lo compensaba el olor de cereal tostado de su piel y el peso de la pierna o el brazo que invariablemente le echaba por encima como para que no se escapase.

—No. No sé.

—Cuando nos echemos novio no vamos a poder hacer esto.

—Novio te echarás tú; yo no quiero.

—Ya, eso lo piensas hasta que lo encuentras. Pero luego lo que no quieres es que se retire de ti ni un momento.

—Nunca he tenido novio. No sé cómo es.

—Yo tuve uno allá. Y menos mal que me fui, porque si no ahora tendría ya hijos. Andábamos en cosas de mayores.

—¿Cuántos años tenías?

—Catorce.

—Pero no…

—Vaya que sí.

—Estarías ahora como Jenny.

—Quita, mujer. ¿Te imaginas? Yo por eso prefiero no tener, aunque cuando te dan las ganas, no es fácil.

Carla dio un beso en la mejilla a Olivia y le metió la mano en el camisón para ponerla en su barriga.

Olivia se rio al tiempo que se defendía de esa mano que ascendía por su cuerpo.

—Me haces cosquillas.

—Qué fríos tienes los pies.

—Desde niña. Los pies fríos y las manos calientes. Mira.

—Anda, es verdad.

—Pega la oreja aquí, al corazón. ¿Notas una especie de soplido?

—No.

—Pues con aparatos se oye.

—Estoy pensando que si nos volviésemos lesbianas no habría apuro de quedarse embarazada. ¿A ver? —Carla giró la cabeza, que aún apoyaba contra el pecho de Olivia, y le dio un breve mordisco a través del camisón.

—¿Qué haces?

—Ay, no. No es lo mismo. Lo otro da más gusto. No sé qué tendrá.

—Pero cuando te eches novio le pones como condición que me deje meterme contigo en la cama los domingos.

—Tú no conoces a los hombres. Me dirá que sí y luego querrá con las dos.

Olivia dio una carcajada.

—Cómo piensas, con las dos.

—A lo mejor es divertido. No lo sé. Nunca lo he hecho.

—Tonta.

Olivia se abrazó a Carla y se quedaron mirándose con los ojos sonrientes.

—Nico seguro que también querría. Dos por el precio de una.

—No sé qué pensar. Me toca mucho.

—Mira la que no tiene novio.

—No, así no. Quiero decir que me toca, que me pone una mano en el brazo, o en el hombro, o me roza de pasada. Nada indecente.

—Ya.

—Y a mí no es que me moleste. Y le dejo hacer. Porque es muy cariñoso. Pero no es justo con Carmela.

—Pero tú has dicho que Carmela le pone cachos. Que duerme la mitad de las noches fuera de casa. Pues entonces con su pan se lo coma.

—No sé. Pero a lo mejor él quiere…

—Esto es lo que quiere.

Y comenzó a pellizcarla en las nalgas hasta hacerle soltar un chillido. Jenny llamó a la puerta y las dos respondieron que entrase muertas de risa. Aunque ya estaba vestida, Jenny se metió debajo de las sábanas abriéndose un túnel entre las dos. Después de darse unos cuantos achuchones, de reír como tontas, de sacarle el cabezal del chándal y dejarla en sujetador, se fueron calmando y se quedaron las tres tumbadas boca arriba, Olivia pensando que no había momentos mejores que las mañanas de los domingos.

—¿Sabéis a quién vi anoche en el Tokyo? —preguntó Jenny—. A Julián. ¿Y sabéis lo que os digo? Que a ese chico le pasa algo.

—No me hables de Julián.

—Pues él sí que me habló de ti. Y me preguntó si me habías enviado tú a suavizarlo. Se creerá que soy la chica de los recados. Ahora para con un grupo de chicos duros, ñetas o latins o una mierda de ésas. Se lo van a comer.

Olivia se tapó los oídos como cuando era niña, presionando con los dedos y retirándolos con un movimiento rápido y repetitivo que distorsionaba los sonidos. De todas formas, oyó lo siguiente que dijo Jenny.

—Le tratan como al tonto del pueblo. Le hacen ir por las bebidas. Le empujan. Se ríen de él. Os juro que da lástima.

—Él se lo ha buscado.

—Chica, tú no eres tan dura —se extrañó Carla.

—¿Te sigue persiguiendo por el dinero?

—Ahora me amenaza; no a las abiertas, como es él. Pero me dice que si sigo así no le extrañaría que me hicieran algo.

—¿Quién, Julián te lo va a hacer? A ese muerto de hambre le parto el alma —Jenny habló con una rabia como si Julián estuviera allí delante de ellas. Y como se incorporó de tanta furia las otras dos la imitaron.

—Julián, o sus amigos. Ojalá reviente.

—Yo por él no me preocuparía. Pero la gente con la que se mueve… ¿Y qué vas a hacer? —preguntó Carla abrazándose las rodillas.

—¿Y qué voy a hacer? —acarició a Carla como si fuera ella la necesitada de consuelo—. No sé. Algo haré.

Olivia y Carla resoplaron a un tiempo. Sonrieron, volvieron a ponerse serias. La mañana del domingo se había ido al carajo.

—Pues yo voy a preparar café —anunció Jenny sin moverse, como si se tratara de un propósito para un futuro no muy cercano. Olivia volvió a dejarse caer sobre el colchón.