Jenny se había sentado en el suelo en una esquina del saloncito con un barreño rojo entre las piernas. Así no me pierdo vuestros chismes, había dicho, y se puso a lavar ropa interior mientras Carla y Olivia tomaban un café. Carla encendió un cigarrillo; después de dar un par de caladas se lo puso a Jenny en los labios.

—Mirad, ¿qué os parece? —Jenny levantó con las dos manos un tanga rojo.

—Ay, no. A mí ésos se me clavan no os digo dónde y voy todo el rato ahuecando el fundillo. Prefiero sin. ¿Tú, Olivia?

—Ésta tiene bragas como de mi abuela. Le voy a prestar yo unas mías y vas a ver cómo se derrite su Nico.

—¿Y cómo va a saber que las llevo?

—Te crees que no se nota. Tú te pones unos pantalones ajustaditos y verás cómo te para bola. Cuando se sequen éstas te las pones.

—Lo que le faltaba a Nico.

Carla arrebató el cigarrillo de los labios de Jenny. Ojos como platos, una palmada en las rodillas.

—Cuenta.

—Ay, qué bruta. Me has arrancado la piel.

—Perdón, pero ¿tú la oyes? Deja la ropa y vente aquí.

Jenny se secó las manos contra el chándal azul que llevaba casi siempre en casa, porque tenía poca ropa de salir y no quería ensuciarla. Se sentó con las otras dos y dio un sorbo de la taza de Olivia.

—Así que el mansito nos salió bravo. Bah, se quedó frío el café.

—Yo quería hablar de eso con vosotras. Para que me aconsejéis.

Carla soltó una carcajada.

—De señores con manos largas sé un rato.

—Días atrás me besó.

—¿Cómo así? —Carla miró a Jenny como si fuese ella la que tuviese que dar explicaciones—. ¿Te besó en la cara, o en los labios? ¿Y dónde tenía las manos?

—¿Y qué hiciste tú? —Jenny repicó con su lengua puntiaguda contra las comisuras de la boca en un gesto obsceno.

—Pues me besó. Me besó y ya está.

—En la boca —insistió Carla.

—Sí.

—Ajá. Vamos avanzando. Y qué más.

—Dame otro toquecito. Oye, y ¿por qué te besó? Quiero decir, ¿tú le provocaste?

—Ay, espera, que aún no ha contestado. Te besó, muá, ¿y ahí se acabó todo?

—No. Me puso una mano en un pecho. Pero sólo un momento.

—¿Dónde?

—Yo qué sé, Carla. En el derecho o en el izquierdo, no me acuerdo.

—Que si en la cocina, o en el dormitorio, de pie en el pasillo…

—No; estábamos en el salón, delante de la chimenea.

—Ah, pícara. Y yo que le iba a prestar mis bragas. Ésta no necesita ayuda.

—¿Qué hacías con él delante de la chimenea? ¿Tumbada o de pie?

Olivia dejó escapar un murmullo incomprensible.

—¿Qué? —insistió Carla.

—Yo creo que quería consolarme.

Jenny acarició teatralmente el pelo de Carla.

—Pobrecita Carla, abre la boca que te consuele.

—Sois tontas.

Olivia derribó su taza al levantarse bruscamente y un chorro de café se desparramó por el mantel de hule. Salió del saloncito y se marchó a su habitación. El portazo debió de resonar en todo el edificio. Era la última vez que les contaba nada a aquellas dos, que se lo tomaban todo a guasa y siempre estaban con sus alusiones. Ya se las arreglaría ella sin ayuda de nadie. Y decidiría sola si se iba o se quedaba. Pero qué pena le daría por Bertita. Y con qué cara iba a mirar a Carmela; y a Nico. De hecho, al día siguiente hizo lo posible por no encontrarse con él, lo que no fue fácil, sobre todo porque Nico la seguía por la casa como un perro contrito, y a ella le parecía que esperaba algo, una palabra suya, un gesto, quizá el pobre quería que le disculpase, pero ella no se atrevía a mencionar el asunto. ¿Qué le iba a decir? En realidad, tampoco había pasado nada o no estaba segura de lo que había pasado, y eso era lo que la tenía tan incómoda, que no sabía si sí o si no, y por eso no tenía claro lo que debía hacer, aunque quizá lo más seguro fuese poner tierra de por medio, para evitar males mayores.

Ignoró la suave llamada a la puerta. Otra vez tocaron y ella se levantó para echar el cerrojo, pero la puerta se abrió antes de que lo lograra. Asomaron las cabezas de Carla y Jenny como si fuesen las de dos títeres.

—Perdona, mujer.

—Venga, que era en broma. ¿Verdad, Jenny? ¿Podemos pasar?

—Dejadme tranquila.

Entraron y se sentaron cada una a un lado de ella sobre la cama.

—Oye, que decía Jenny que a ver si había habido más, y nosotras no te hacemos caso.

—¿Más?

—Sí, más. ¿No, Jenny? ¿Decías que…?

—Sí, que nosotras estamos ahí haciendo cachos como tontas y lo mismo…

Olivia tardó unos segundos en entender. Y casi se escandalizó al hacerlo.

—Nooo, Nico no…, qué tontas, un beso, y bueno, un poco así en el pecho, pero nada más.

—Ah, bueno, es que de pronto pensé…

—Pero quizás debería irme de esa casa.

Carla se puso en pie de un salto, para arrodillarse a continuación ante Olivia.

—¿Tú estás loca? Pero ¿tú la oyes? ¿Cómo te vas a ir?

—Imaginad lo que iban a decir en la iglesia si se enterasen.

Jenny chasqueó la lengua.

—Jodida iglesia. ¿Y para qué lo vas a contar en la iglesia?

—Ahora en serio, Olivia, tú no puedes dejar ese trabajo.

—¿No decías que necesitabas el dinero ya mismo?

—Eso es verdad.

—Pues no vas a dejar el único trabajo que tienes —continuó Jenny— porque te haya dado un beso Nico.

—Además, di la verdad: ¿no te gustó? —Olivia se rio contra su voluntad—. Un poquito sí, seguro.

—¿No decías que Nico era muy bueno y esas cosas? Anda, cómo fue.

—No, ahora en serio, si empezáis otra vez me enfado. Yo estoy aquí viendo a ver cómo soluciono el problema, y vosotras…

Carla volvió a sentarse en la cama y tomó una mano a Olivia. Se la acarició mientras hablaba como lo habría hecho con una niña.

—Es que no hay ningún problema. ¿Que te ha dado un beso? Mira tú, la próxima vez, si de verdad no lo quieres, se lo pones bien clarito. Y le amenazas con decírselo a… ¿cómo se llamaba?

—Carmela.

—Que estaba pensando…

Jenny dejó la frase en suspenso.

—Vaya, Jenny pensó. Llama a los periódicos, Olivia.

—Ay, dilo ya.

—… que es lo mejor que te podía pasar. Ahora tienes algo en la mano. Eh, qué gran idea —los ojos empezaron a brillarle. Sacudió a Olivia por el brazo, le dio un beso en la mejilla—. Ya está. Ahora le pides dinero.

—Sí, como que te crees…

—Calla, no digo que le amenaces ni nada; eso para las telenovelas; pero él ahora seguro que tiene miedo de que se lo cuentes a Carmela. Tú le pides dinero sin relacionar una cosa con la otra. Pero como me llamo Jenny que paga. Si entenderé yo a los hombres. Ése suelta el dinero en cuanto se lo pidas.

—Ya, pero si luego también él le pide algo a cambio…

—Entonces es cosa suya. Se lo da, o no.

—Pero vosotras seguiríais yendo, así sin más, después de lo que ha pasado.

—Un beso, mujer —dijo Carla.

—Y un apretón en un pechito.

—Pero no te forzó.

—No, forzarme no.

—¿Entonces? —para Jenny el asunto estaba clarísimo.

—No sé.

—Tú haznos caso. Vuelve como si no hubiese sucedido nada; y en dos días, no dejes pasar más tiempo, le explicas que necesitas dinero.

—Yo no puedo aprovecharme, además, que un poco es culpa mía.

—Ay, sí, eso decían allá cuando violaban a una chica; que iría provocando, la muy puta.

—¡Jenny! No es eso, pero, de todas formas, se me estaba ocurriendo que a lo mejor podríamos cambiar de trabajo.

—Sí, yo me hago ingeniero —respondió Carla.

—Que no. Quiero decir, que podría ir a trabajar donde una de vosotras, y una de vosotras iría a trabajar para Nico.

—Ni soñarlo —Carla le soltó la mano de repente—. Mira, ir hasta allá lejos todos los días, yo no…

—Bueno, pues Jenny.

—Ya te veía venir.

—Que no me entiendes.

—Vaya si te entiendo. Julián me había advertido.

—¿Julián?

—Que me querías quitar el trabajo. Pues estás lista.

—No es eso…

—¿Te crees que eres la única que necesita el dinero? Mira qué astuta. Que si me ha besado, que si me mete mano, pero lo que quiere es mi empleo.

Olivia comenzó a mover los labios sin emitir sonido alguno. Siguió haciéndolo mientras Jenny salía del dormitorio. Y no consiguió hablar hasta varios segundos después.

—Pero si yo decía dándole el dinero que ella gana de más. Yo le daría su paga y ella a mí la mía. Explícaselo luego, Carla, por favor.

—Julián la ha estado malmetiendo. Así que enseguida…

—¿Cómo se cree eso?

—Déjala un rato. A Jenny los enfados se le pasan enseguida. Pero tiene razón.

—¿Qué razón va a tener? Te juro…

—Tiene razón en que deberías pedir dinero a Nico. Chica, ahora o nunca. Y lo que dice también Julián…

—¿Qué dice ese sinvergüenza?

—Que vas por mal camino. Que él te advierte pero no te lo tomas en serio. Y que él ya ha hecho todo lo que podía.

Jenny regresó malhumorada y dio a Olivia una foto. Era la foto de una niña. Cuatro, cinco años vestidos con un mandilito sucio.

—Mientras a ésta no la tenga yo conmigo, el mundo puede reventar, ¿me entiendes?

—¿Tu hija? —preguntó Olivia.

—Cuando ella esté aquí, entonces me pides favores. Hasta entonces Jenny no da ni esto, ¿estamos?

—No sabía que tenías una hija. ¿Y el padre?

—Ojalá muerto, pero no lo sé ni me importa.

—¿A ver?

Carla examinó la foto y le sonreía como si tuviera delante un bebé.

—Se te parece en los ojos y en la boca. Son igualitos.

—La semana que viene cumple años. Cinco —Jenny se arrodilló y también estudió la foto como si no la hubiese visto nunca. Olivia le echó un brazo por encima—. Está en Mindo, se fue con mi mamá, que le salió un trabajo en un hotel de americanos. El año que viene me la traigo.

—Que no me has entendido, Jenny.

—Por si acaso.

—Bueno, entonces —Carla devolvió la foto a Jenny—, ¿qué vas a hacer con tu Nico?

—Qué manía con mi Nico.

—¿Le vas a pedir el dinero? Mira que oportunidades así no hay muchas.

—Es que no me parece bien.

—Y no está bien. Pero es que nada está bien. ¿O estás bien tú? ¿O Jenny? ¿O yo? Quien pueda permitírselo que no peque.

—Además, le das una oportunidad de ganarse el cielo. Es una obra de caridad.

—Piénsatelo, pero no te vayas de esa casa ni loca. ¿Estamos?

—Ok. De todas formas, adónde iba a ir si no.

—Eso mismo —remachó rápidamente Jenny.

—¿Y vosotras creéis que lo va a hacer?

—Como me llamo Carla.

—¿Y tú lo vas a hacer?

A Jenny volvió a bailarle la sonrisa en los labios.

—¿Qué?

—Que si lo vas a hacer con él.

—Que si te gusta, tonta.

Olivia titubeó, se apartó el pelo de los ojos, se encogió de hombros, asintió, contuvo la risa.

—Un poco sí.