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Viernes

Aunque llego un poco tarde, camino con lentitud hasta las oficinas de la fiscalía. Hay tres cosas que me cuestan especialmente, cuando me dispongo a contar esta historia. Ya he mencionado la primera, que fue encontrar tu cuerpo, y la segunda es lo que viene ahora. Suena trivial, una factura, eso es todo, pero su efecto fue devastador. Mientras me entretengo, oigo la voz de mamá diciéndome que ya son las nueve menos diez, que vamos a llegar tarde, venga, Beatrice. Entonces me adelantas velozmente con tu bicicleta, con tu mochila llena de libros colgando de tu manillar, con los ojos alegres mientras los peatones te sonríen cuando les dejas atrás, literalmente creando un soplo de aire fresco. No tenemos todo el día, Beatrice. Pero tú sabías que sí lo teníamos y que lo aprovechábamos momento a momento.

Llego al despacho del señor Wright y sin decirme nada acerca de mi retraso, me tiende un café en un vaso de plástico, que debe haber comprado en el dispensador que hay al lado del ascensor. Le agradezco el detalle, y sé que una pequeña parte de mi reticencia a contarle lo que sigue es porque no quiero que piense mal de mí.

* * *

Todd y yo estábamos sentados en tu mesa de fórmica, con una pila de tu correo delante. Me calmaba extrañamente el hecho de organizar tus papeles y recibos. Siempre he hecho listas, y tu pila de correo representaba una lista de ticks muy asumible. Empezamos con los recordatorios urgentes, y luego fuimos avanzando hasta las facturas menos importantes. Como yo, Todd es muy hábil con la burocracia de la vida, y como nos pusimos a trabajar codo con codo, por primera vez desde que llegara a Londres volví a sentirme conectada con él. Recordé por qué estábamos juntos, y la forma en que las pequeñas cosas del día a día formaban un puente entre los dos. Era una relación cotidiana, basada en los detalles prácticos, en lugar de la pasión, pero yo aún valoraba esas pequeñas conexiones. Todd fue a hablar con Amias acerca del «acuerdo de alquiler» a pesar de que le advertí que dudaba que existiera un documento así. Me señaló, muy sensatamente, que no lo sabríamos si no se lo preguntábamos.

La puerta se cerró tras él y yo abrí la siguiente factura. Casi me sentía relajada, por primera vez desde que habías muerto. Podía incluso imaginarme tomando un café mientras trabajaba, y encendiendo la radio. Tuve un breve atisbo de normalidad y en ese momento, existía un futuro sin dolor.

* * *

—Saqué mi tarjeta de crédito para pagar su factura telefónica. Desde que había perdido su móvil, yo le pagaba la línea de teléfono. Era mi regalo de cumpleaños para ella, y me dijo que era muy generosa pero que así también yo me beneficiaba de eso.

Te dije que quería asegurarme de que pudieras llamarme en cualquier momento, durante tanto tiempo como necesitaras, sin preocuparte de cuánto costaba. Lo que no te dije es que yo también quería asegurarme de que si quería llamarte, no te hubieran desconectado el teléfono.

—Se trataba de una factura más larga que la de meses anteriores. Estaba detallada por números de teléfono, así que decidí comprobarla. —Mis palabras salen con más lentitud. No quiero seguir—. Vi que me había llamado al móvil el veintiuno de enero. La llamada fue a la una del mediodía de Londres, las ocho de la mañana de Nueva York. En ese momento, estaba en el metro yendo a trabajar. No sé ni siquiera cómo logró conectar esos segundos que aparecían en la factura. —Tengo que seguir adelante y hacer esto de una sola vez, sin pausa, o no podré empezar de nuevo—. Fue el día que tuvo a Xavier. Debió telefonearme cuando se puso de parto.

Me detengo unos instantes, sin mirar la cara del señor Wright, y luego sigo:

—Su siguiente llamada fue a las nueve de la noche, las cuatro de la tarde en Nueva York.

—Ocho horas más tarde. ¿Por qué cree que se produjo un lapso de tiempo tan largo?

—No tenía móvil, así que una vez se fue del piso hacia el hospital, no pudo llamarme de nuevo. Además, no era nada urgente. Es decir, que yo no habría tenido tiempo de tomar un vuelo y estar con ella durante el parto.

Mi voz se apaga tanto que el señor Wright tiene que inclinarse para escucharme.

—La segunda llamada debió producirse cuando volvió del hospital al apartamento. Me llamaba para contarme lo de Xavier. La llamada duró doce minutos y veinte segundos.

—¿Qué le dijo? —pregunta.

Tengo la boca repentinamente seca. No tengo saliva suficiente como para hablar. Sorbo un poco de café frío, pero mi boca sigue apergaminada.

—No hablé con ella.

* * *

—Seguramente estabas fuera de tu despacho, cariño. Atrapada en una reunión, —dijo Todd. Había vuelto del piso de Amias sumido en la incredulidad del trato que mantenían, en el que pagabas con pinturas tu piso, y me había encontrado sollozando.

—No, estaba ahí.

Había vuelto a mi despacho después de una reunión con el departamento de diseño que se había alargado más de lo que yo esperaba. Recuerdo vagamente que Trish me dijo que habías llamado y que estabas esperando, aún en línea, y que mi jefe quería verme. Le pedí que te dijera que te devolvería la llamada. Creo que me lo apunté en un post-it y lo pegué en mi ordenador mientras me levantaba. Quizá por eso me olvidé, porque lo había apuntado y no necesitaba recordarlo. Pero no tengo excusa. Ninguna en absoluto.

—No cogí la llamada y me olvidé de llamarla.

Mi voz es muy pequeña, sumida en la vergüenza.

—El bebé llegaba con tres semanas de antelación. No hay manera humana de que pudieras haberlo previsto.

Pero debería haberlo previsto.

—Y el veintiuno de enero fue el día en que te ascendieron —continuó Todd—. Así que por supuesto que estabas distraída con otros asuntos. —Su tono parecía jocoso, casi. Había sido capaz de encontrar una excusa para mí, él solo.

—¿Cómo pude olvidarme de eso?

—Ella no te dijo que fuera importante. Ni siquiera te dejó recado.

Exonerarme a mí equivalía a echarte la culpa a ti.

—No tenía por qué decir que era importante. ¿Y qué recado quieres que le dejara a mi secretaria? ¿Que su bebé había muerto?

Me enfadé con él, intentando que cargara con parte de la culpa. Pero por supuesto, esa culpa es mía únicamente, y no puedo compartirla con nadie.

* * *

—¿Entonces se fue de viaje a Maine? —pregunta el señor Wright.

—Sí, fue cosa de última hora, por unos días. Y el nacimiento no estaba previsto hasta dentro de tres semanas. —Me desprecio a mí misma por este patético intento de salvar la cara—. En su factura vi que entre el día antes de su muerte, y la mañana del día veintitrés, llamó a mi oficina y a mi apartamento quince veces.

Vi las columnas de los números de teléfono, y el único que había era el mío; y cada cifra era uno de mis abandonos, acusándome una vez y otra y otra.

—Las llamadas al apartamento duraban unos segundos.

Hasta que tu llamada pasaba al contestador. Debería haber grabado un mensaje diciendo que estábamos fuera, pero no lo hice, no porque nos hubiéramos dejado llevar por lo espontáneo del momento, sino porque habíamos decidido que era un riesgo. No vamos a anunciar por ahí que estamos fuera. No recuerdo si fue Todd quien lo dijo, o yo.

Pensé que asumirías que volvería pronto, y que por eso no dejaste ningún mensaje. O quizá simplemente no podías soportar la idea de darme tus terribles noticias sin antes escuchar mi voz.

—Dios sabe cuántas veces trató de llamar a mi móvil. Lo tenía apagado porque no había cobertura en el sitio donde nos alojábamos.

—¿Pero intentó llamarla?

Creo que me hace la pregunta por amabilidad.

—Sí. Pero la cabaña no tenía línea fija y no había cobertura para mi móvil, así que solo podía llamarla cuando íbamos a comer al restaurante. Lo intenté varias veces, pero su teléfono siempre estaba comunicando. Pensé que hablaba con sus amigos, o que lo había desconectado para concentrarse en sus pinturas.

Pero no hay justificación posible. Debería haber cogido tu llamada. Y cuando no lo hice, debería haberte devuelto la llamada de inmediato, y seguir intentándolo hasta que me cogieras el teléfono. Y si no hubiera sido posible hablar contigo, debería haber avisado a alguien en Londres, para que fuera a verte y comprobara que estabas bien, y debería haberme subido en el siguiente vuelo a Londres.

Tengo la boca demasiado seca como para hablar.

El señor Wright se levanta.

—Voy a traerle un vaso de agua.

Cuando la puerta se cierra tras él, me levanto y doy una vuelta por la habitación, como si así pudiera dejar atrás mi sentido de culpabilidad. Pero me persigue al andar, una sombra horrenda fabricada por mí.

Antes de esto, yo creía ser una persona considerada y cuidadosa, que se preocupaba por los demás. Me acordaba escrupulosamente de los cumpleaños (tenía una libreta de cumpleaños que transcribía cada año en un calendario); mandaba notas de agradecimiento al momento (las compraba ya hechas y las guardaba en el fondo del cajón de mi escritorio). Pero los números de la factura de teléfono me hicieron comprender que no era considerada, en absoluto. Era minuciosa con los detalles de la vida diaria, pero en las cosas importantes, era cruel y egoístamente despreocupada.

Puedo oír tu pregunta, exigiendo respuesta: ¿por qué, cuando el sargento detective Finborough me dijo que ya habías tenido a tu bebé, no comprendí que algo te había impedido telefonearme y decírmelo? ¿Por qué me concentré en el hecho de que no me habías llamado, en lugar de comprender que era yo la que había estado demasiado lejos? Fue porque entonces aún creía que estabas viva. No sabía que te habían asesinado antes de que pusiera pie en Londres. Más tarde, cuando descubrieron tu cuerpo no fui capaz de pensar con lógica, de sumar dos y dos.

No puedo imaginar lo que debes pensar de mí. (No puedo o no me atrevo, tal vez). Te sorprenderá que no empezara esta carta con una disculpa, y luego una explicación, para que pudieras comprender mi olvido. La verdad es que me ha faltado valor, y lo he pospuesto tanto tiempo como he podido, porque sé que no hay explicaciones que valgan.

Haría lo que fuera por una segunda oportunidad, Tess. Pero no hay forma de volar por la ventana hasta la segunda estrella a la derecha, como en nuestros cuentos infantiles, para encontrarte sana y salva en tu cama. No puedo navegar por entre las semanas y los días, y volver a mi dormitorio donde me espera una cena caliente y una disculpa. No hay ningún renacer. No hay segunda oportunidad.

Me buscaste y yo no estaba ahí.

Estás muerta. Si te hubiera cogido el teléfono, estarías viva.

Es tan rotundo como eso.

Lo siento.