EL MONTÓN DE PERIODISTAS APOSTADOS en la entrada principal del hospital Grady habían espantado temporalmente a las palomas, pero no a los vagabundos, que parecían decididos a hacer de figurantes en todas las tomas. Will aparcó en una de las plazas reservadas que había frente a la entrada con la esperanza de poder colarse sin llamar la atención, pero no parecía que hubiera muchas posibilidades. Las furgonetas de los informativos tenían las parabólicas orientadas hacia arriba, y había varios reporteros impecablemente trajeados y con el micrófono en la mano contando la trágica historia del niño que había sido abandonado en el aparcamiento de City Foods esa misma mañana. Bajó del coche y le dijo a Faith:
—Amanda pensó que el niño les distraería de nuestro caso durante un tiempo. Se va a poner hecha un basilisco cuando se entere de que los dos casos podrían estar relacionados.
—Si quieres se lo digo yo —se ofreció Faith.
Will se metió las manos en los bolsillos.
—Si puedo elegir, prefiero que me insultes a que me compadezcas.
—Incluso puedo hacer ambas cosas a la vez.
Will se rio, aunque el haber pasado por alto la lista que había en la puerta de la nevera le hacía tanta gracia como el no haber sido capaz de leer el nombre de Jacquelyn Zabel en su carné de conducir mientras la mujer colgaba de un árbol justo un poco por encima de él.
—Candy tiene razón, Faith. Ha dado justo en el clavo.
—Me habrías enseñado la lista a mí. —Le defendió Faith—. La hermana de Jackie Zabel ni siquiera estaba en casa. No creo yo que se vaya a hundir el mundo por haber tardado cinco minutos más en dejarle un mensaje en el contestador. Y si anoche no te hubieras parado justo debajo de ese árbol con el carné en la mano, seguramente no hubierais descubierto el cadáver hasta después de amanecer. A lo mejor ni eso.
Will vio que los reporteros se fijaban en todo el que entraba por la puerta principal del Grady, intentando averiguar si serían o no importantes en lo que a su historia se refería.
—Algún día vas a tener que dejar de buscarme excusas —le dijo a Faith.
—Algún día tendrás que sacarte la cabeza del culo.
Will siguió caminando. En una cosa tenía razón Faith: podía insultarle y compadecerle al mismo tiempo. El descubrimiento no le sirvió de consuelo. Faith era de sangre azul —no porque tuviera nada que ver con la aristocracia, sino porque llevaba la policía en las venas— y tenía el mismo reflejo que, a fuerza de mucho insistir, le habían inculcado a Angie en la academia y mientras patrullaba las calles. Cuando alguien atacaba a tu compañero o a tu brigada, tú los defendías a capa y espada. Era nosotros contra ellos, y a la mierda la verdad, a la mierda lo correcto.
—Will… —Faith no pudo continuar porque los reporteros se arremolinaron a su alrededor. La identificaron de inmediato como policía pero Will, como de costumbre, pudo entrar sin que nadie le importunara. Éste alzó la mano para tapar una cámara y apartó de un codazo a un fotógrafo que llevaba el logo del Atlanta Journal en la parte de atrás de su cazadora.
—Faith, ¡Faith! —dijo una voz masculina.
La agente se dio la vuelta y vio al reportero, pero negó con la cabeza y siguió su camino.
—¡Venga ya, nena! —gritó el hombre.
Will pensó que, pese a su descuidada barba y su ropa arrugada, parecía exactamente el tipo de hombre capaz de llamar «nena» a una mujer sin que le partieran la cara. Faith se volvió, pero no dejó de menear la cabeza mientras se dirigía a la entrada del hospital. Will esperó hasta que estuvieron dentro del edificio y hubieron pasado por el detector de metales para preguntar:
—¿De qué conoces a ese tipo?
—Sam trabaja para el Atlanta Beacon. Me acompañó un día en el coche patrulla para escribir un reportaje.
Will no solía pensar en cómo era la vida de Faith antes de conocerla, en el hecho de que había patrullado las calles y coordinado una brigada antes de que la ascendieran a detective. Ella soltó una carcajada que no entendió.
—Mantuvimos una relación bastante tormentosa durante unos cuantos años.
—¿Y qué pasó?
—No le gustaba que tuviera un crío. Y a mí no me gustaba que fuera un alcohólico.
—Vaya… —dijo Will, intentando encontrar una respuesta adecuada—. Parece un buen tipo.
—Sí, lo parece —respondió ella.
Will vio a los reporteros con las cámaras pegadas al cristal, desesperados por captar algunas imágenes. El hospital Grady era público, pero la prensa necesitaba un permiso para filmar en el interior del edificio y a esas alturas todos sabían ya que los guardias de seguridad no tenían el menor reparo en sacarles de las orejas si les pillaban importunando a los pacientes o, peor aún, al personal.
—Will —dijo Faith, y por su tono de voz él supo que quería volver sobre el asunto de la lista pegada en la nevera, sobre lo de su flagrante analfabetismo. Así que dijo algo que sabía le haría desistir de su propósito.
—¿Por qué te contó todo eso la doctora Linton?
—¿A qué te refieres?
—A lo de su marido, y a lo de que había trabajado como forense en el sur.
—La gente me cuenta cosas.
Eso era cierto. Faith poseía ese don que tienen algunos policías de saber cuándo es mejor callarse para que la gente sienta el impulso de llenar el silencio hablando.
—¿Y qué más te contó?
Faith sonrió con malicia.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres que le deje una nota en su taquilla?
Will volvió a sentirse como un idiota, y esa clase de estupidez era mucho peor.
—¿Qué tal está Angie? —le preguntó ella.
—¿Qué tal está Víctor? —replicó él.
Así las cosas, atravesaron el vestíbulo en silencio.
—¡Eh, eh! —Leo alzó los brazos y salió al encuentro de Faith—. ¡Aquí viene mi chica favorita del DIG! —La abrazó efusivamente y, para sorpresa de Will, ella lo permitió—. Estás estupenda, Faith. Realmente fantástica.
La agente hizo un gesto con la mano y se echó a reír con expresión de incredulidad, algo que Will hubiera interpretado como un gesto infantil si no la conociera tan bien.
—Me alegro de verte, compañero —bramó Leo, ofreciendo enérgicamente su mano.
Intentó no arrugar la nariz al percibir el fuerte olor a tabaco que emanaba del detective. Leo Donnelly era de estatura y peso medio, pero por desgracia era un policía muy por debajo de la media. Se le daba bien cumplir órdenes, pero se negaba a pensar por sí mismo. Aunque no era algo precisamente insólito en un detective de homicidios ascendido en la década de los ochenta, Leo representaba exactamente la clase de policía que Will detestaba: desaliñado, arrogante y sin escrúpulos a la hora de pasar a las manos cuando un sospechoso se resistía a hablar.
Will intentó mostrarse amable, estrechó la mano del detective y le preguntó:
—¿Cómo te va, Leo?
—No puedo quejarme. —Pero comenzó a hacer exactamente eso mientras se dirigían a urgencias—. Me faltan dos años para retirarme y me están presionando para que me vaya. Creo que es por la cuestión médica: ya sabéis de mis problemillas con la próstata. —Ninguno de los dos respondió, pero eso no le frenó—. Los cabrones del seguro se niegan a pagar algunas de las medicinas que tengo que tomar. No os pongáis malos o encontrarán la manera de joderos bien jodidos; no digáis que no os avisé.
—¿Y qué medicinas son ésas? —le preguntó Faith.
Will no entendía por qué le daba cuerda.
—La puta Viagra. Seis pavos por pildorita. Es la primera vez en mi vida que pago por tener sexo.
—Eso no me lo creo —replicó Faith—. Háblanos del niño. ¿Alguna pista de dónde puede estar la madre?
—Nasti de plasti. El coche está registrado a nombre de Pauline McGhee. Encontramos sangre en el lugar de los hechos; no mucha, pero sí suficiente para ver que no era de una hemorragia nasal.
—¿Habéis encontrado algo en el coche?
—Sólo el bolso y el monedero. El permiso de conducir confirma que se trata de Pauline McGhee. Las llaves estaban puestas en el contacto. El niño, Felix, se había quedado dormido en el asiento de atrás.
—¿Quién lo encontró?
—Un cliente. Vio al crío dormido en el coche y avisó al gerente.
—Seguramente el miedo lo ha dejado exhausto —murmuró Faith—. ¿Y qué hay del vídeo?
—La única cámara operativa estaba en el exterior, es una basculante para controlar toda la fachada del edificio.
—¿Y las demás?
—Unos gamberros las dejaron fuera de combate. —Leo se encogió de hombros, como si fuera lo más normal—. El coche estaba fuera de encuadre, así que no tenemos imágenes. Tenemos a McGhee entrando con su hijo, saliendo sola, a la carrera. Yo diría que no se dio cuenta de que el niño no estaba con ella hasta que llegó al coche. Puede que hubiera alguien fuera, lo tuviera escondido y lo utilizara después como cebo para poder acercarse a ella. Luego la golpeó y se la llevó.
—¿Se ve salir del súper a alguien más?
—La cámara hace un barrido de izquierda a derecha. El niño estaba dentro de la tienda, eso seguro. Me imagino que quienquiera que se lo llevara estaba vigilando la cámara. Debió de aprovechar para colarse cuando enfocaba hacia el otro lado.
—¿Sabes a qué colegio va Felix? —preguntó Faith.
—A uno de esos colegios privados tan pijos de Decatur. Ya les he llamado. —Leo sacó su libreta y se la pasó a Faith para que pudiera copiar toda la información—. Me dijeron que la madre no les dejó ningún contacto para casos de emergencia. El padre eyaculó en un vaso; ahí se terminó su colaboración. Tampoco se sabe nada de los abuelos. Y a título informativo, es un comentario personal, sus compañeros de trabajo no le tienen mucho cariño que digamos. Me ha dado la impresión de que la consideran una auténtica arpía. —Sacó un papel doblado de su bolsillo y se lo pasó a Faith—. Aquí tienes una fotocopia de su carné de conducir. Es un pibón.
Will se asomó por encima del hombro de Faith para ver la foto. Era en blanco y negro, pero resultaba fácil adivinar.
—Cabello y ojos oscuros.
—Igual que las otras —confirmó Faith.
—Ya hemos mandado algunos hombres a casa de McGhee —explicó Leo—. Por lo visto, ningún vecino sabe quién coño es ni tampoco les importa lo más mínimo que haya desaparecido. Dicen que es muy reservada, nunca saluda, nunca asiste a las fiestas del edificio ni a ningún otro evento. Vamos a ver qué nos dicen en su lugar de trabajo; es un estudio de diseño de muchas campanillas en Peachtree.
—¿Has comprobado sus cuentas?
—Tiene mucha pasta —respondió Leo—. Está al día con la hipoteca, el coche es suyo y tiene dinero en el banco, algunas inversiones en bolsa y un plan de pensiones. Está claro que no cobra precisamente un salario de policía.
—¿Algún movimiento reciente en sus tarjetas?
—Estaba todo en su bolso: el monedero, las tarjetas y sesenta pavos en efectivo. La última vez que utilizó su tarjeta de débito fue esta mañana en el City Foods. De todos modos, he dado la alerta por si alguien ha tomado nota de los números. Si surge cualquier cosa os avisaré enseguida. —Leo miró a su alrededor. Estaban justo delante de la puerta de entrada del servicio de urgencias—. ¿Todo esto tiene algo que ver con el Asesino del Riñón?
—¿El Asesino del Riñón? —preguntaron Will y Faith al unísono.
—Qué monos —dijo Leo—. Me recordáis mucho a los gemelos Bobbsey.
—¿De qué estás hablando? —Faith parecía tan descolocada como Will.
—El departamento de policía de Rockdale filtra más que mi próstata —les informó Leo, en tono confidencial pero encantado de poder divulgar la noticia—. Dicen que a vuestra primera víctima le extirparon un riñón. Supongo que será uno de esos casos de tráfico de órganos, o alguna secta. Me han dicho que por un riñón te pueden dar una pasta, unos cien de los grandes.
—Dios Santo —exclamó Faith—, es la cosa más idiota que he oído en la vida.
—¿Se lo extirparon o no? —Leo parecía decepcionado.
Faith no respondió, y Will no pensaba darle a Leo ninguna información para que tuviera algo de que hablar cuando volviera a comisaría.
—¿Ha dicho algo Felix? —preguntó Will.
Leo negó con la cabeza y mostró su placa para que les dejaran pasar a la sala de urgencias.
—Ni una sola palabra. He llamado a los de servicios sociales, pero tampoco han sido capaces de hacerle hablar. Ya sabes cómo son a esa edad. El pobre debe de ser un poquito retrasado.
Faith se enfadó.
—Probablemente está hecho polvo porque vio cómo secuestraban a su madre. ¿Qué esperabas?
—¡Y yo qué coño sé! Tú tienes un crío. Me imaginé que tú sabrías cómo hablar con él.
Will tuvo que preguntar.
—¿Tú no tienes hijos?
Leo se encogió de hombros.
—¿Te parezco la clase de hombre que mantiene una buena relación con sus hijos?
Aquella pregunta no necesitaba respuesta.
—¿Le han hecho algo al niño?
—La médico dice que está bien. —Dio un codazo a Will—. Por cierto, está para mojar pan. Qué barbaridad, qué bellezón. Pelirroja, y las piernas le llegan hasta aquí.
Faith sonrió con malicia y a Will le dieron ganas de volver a preguntarle por Víctor Martínez, pero no iba a hacerlo delante de Leo, que le estaba clavando el codo en todo el hígado.
En ese momento se oyó un pitido que provenía de una de las habitaciones, y un grupo de enfermeras y médicos pasó corriendo por delante de ellos, chocando con los carritos y con los estetoscopios. Will notó que se le hacía un nudo en el estómago al percibir esos sonidos y esas imágenes tan familiares. Siempre le habían dado miedo los médicos, especialmente los del Grady, que eran los que atendían a los niños del orfanato en el que se había criado. Cada vez que le sacaban de un hogar de acogida, la policía lo llevaba al hospital. Cada arañazo, cada corte, cada cardenal, cada quemadura: todo tenía que ser fotografiado y catalogado. Las enfermeras lo habían hecho tantas veces que sabían que había que tomar un poco de distancia, pero los médicos no tenían tanto callo. Les gritaban como locos a los de servicios sociales y te hacían pensar que, por una vez, todo iba a ser distinto, pero un año más tarde te encontrabas otra vez de vuelta en el hospital, con otro médico indignado gritando las mismas cosas.
Ahora que Will era policía entendía que tenían las manos atadas, pero seguía haciéndosele el mismo nudo en el estómago cada vez que entraba en las urgencias del Grady. Como si tuviera una especie de sexto sentido para empeorar las cosas, Leo le dio unas palmaditas en el brazo y le dijo:
—Siento que Angie y tú os hayáis separado, tío. Puede que haya sido para bien.
Faith no dijo nada, pero Will pensó que tenía mucha suerte de que no pudiera lanzar llamas con los ojos.
—Voy a ver dónde anda la doctora —dijo Leo—. Se han llevado al niño a la salita, a ver si se tranquilizaba un poco.
Se fue, y el prolongado silencio de Faith mientras miraba fijamente a Will no pudo ser más elocuente. Éste hundió las manos en los bolsillos y se apoyó contra la pared. No había tanto ajetreo en la sala de urgencias como la noche anterior pero, aun así, había demasiada gente por allí como para mantener una conversación con un mínimo de privacidad. Por lo visto a Faith no le importaba.
—¿Cuánto hace que se fue Angie?
—Poco menos de un año.
Se le cortó la respiración.
—Sólo habéis estado casados nueve meses.
—Sí, bueno. —Will miró a su alrededor, no quería hablar de eso ni allí ni en ninguna otra parte—. En realidad sólo se casó conmigo para demostrar que estaba dispuesta a casarse conmigo. —Pese a las circunstancias no pudo reprimir una sonrisa—. Tenía más ganas de ganar la pelea que de casarse.
Faith meneó la cabeza como si lo que decía no tuviera ningún sentido, y Will no estaba muy seguro de poder ayudarla. Él mismo no había entendido nunca la relación que tenía con Angie Polaski. La conocía desde que tenía ocho años y no había logrado entender mucho más en los años siguientes, excepto que en el momento en el que se sintió demasiado cerca de él cogió la puerta y se marchó. Pero siempre volvía, y Will había llegado a apreciar esa pauta por su simplicidad.
—Se pasa la vida dejándome, Faith —le explicó—. Tampoco es que me cogiera de sorpresa.
La agente mantuvo la boca cerrada, y él no sabía muy bien si estaba cabreada o sólo demasiado estupefacta para hablar.
—Quiero subir a ver a Anna antes de marcharnos —dijo Will.
Faith asintió y su compañero volvió a intentarlo.
—Amanda me preguntó anoche qué tal estabas.
De repente ella le prestó toda su atención.
—¿Y qué le dijiste?
—Que estás perfectamente.
—Bien, porque lo estoy.
Se la quedó mirando fijamente como había hecho ella pocos minutos antes: él no era el único que se reservaba información.
—Estoy perfectamente —insistió Faith—. Al menos lo estaré pronto, ¿vale? Así que deja ya de preocuparte por mí.
Faith se quedó callada y Will apretó los hombros contra la pared. El murmullo de fondo de la sala de urgencias empezó a hacerle el mismo efecto que la nieve del televisor: al cabo de un par de minutos tenía que esforzarse mucho para mantener los ojos abiertos. Se había acostado alrededor de las seis de la mañana, pensando que podría dormir un par de horas antes de pasar a recoger a su compañera. Había ido repasando mentalmente y reduciendo, a medida que pasaban las horas, sus actividades matutinas, pensando primero que podía ahorrarse el sacar a pasear al perro, sacando luego el desayuno de la lista y, finalmente, su habitual café. Las horas fueron pasando con desesperante lentitud, cosa que pudo comprobar cada veinte minutos, al despertarse con el corazón en la garganta y pensando que seguía atrapado en aquella cueva.
Will notó que el brazo volvía a picarle, pero no se rascó por miedo a que Faith reparara en el gesto. Cada vez que pensaba en la cueva, en aquellas ratas usando la carne de sus brazos como escalera, se le ponía la carne de gallina. Teniendo en cuenta todas las cicatrices que tenía en su cuerpo, era absurdo obsesionarse con un par de arañazos que se curarían sin dejar siquiera marcas, pero no podía evitar preocuparse y, cuanto más lo hacía, más le picaba.
—¿Crees que los informativos habrán difundido ya esa historia del Asesino del Riñón? —le preguntó a Faith.
—Y si no, espero que haya salido a la luz cuando se conozca la verdadera historia. Así esos cretinos de la policía de Rockdale quedarán como lo que son: una panda de gilipollas.
—¿Te conté lo que Fierro le dijo a Amanda?
Faith negó con la cabeza y Will le explicó lo de la inoportuna alusión al arma del jefe Peterson. Se quedó tan perpleja que apenas logró susurrar:
—¿Y qué le hizo Amanda?
—Ni idea, pero Fierro se volatilizó —respondió Will sacando su móvil—. No sé adónde se fue, pero no he vuelto a verle desde entonces. —Miró la hora en la pantalla del móvil—. La autopsia empieza dentro de una hora. Si no le sacamos nada al niño será mejor que nos vayamos al anatómico a ver si podemos meterle prisa a Pete para que empiece cuanto antes.
—Se supone que hemos quedado con los Coldfield a las dos. Puedo llamarles e intentar adelantarlo a las doce.
Will sabía que Faith odiaba estar presente en las autopsias.
—¿Quieres que nos dividamos?
Estaba claro que a ella no le hacía mucha gracia la idea.
—Vamos a ver si podemos cambiar la hora de la cita. De todos modos, nuestra participación en el post mórtem no debería llevarnos mucho tiempo.
Eso mismo esperaba Will. No le seducía demasiado la idea de profundizar en los detalles más morbosos de la tortura que había tenido que soportar Jacquelyn Zabel antes de huir para acabar rompiéndose el cuello mientras esperaba a que alguien viniera a socorrerla.
—A lo mejor para entonces tenemos alguna pista más. Una conexión.
—¿Quieres decir aparte de que las dos víctimas eran mujeres de éxito, solteras, atractivas y no despertaban precisamente las simpatías de la gente de su entorno?
—Eso es algo frecuente en las mujeres así —dijo Will. En cuanto se oyó pronunciar esa frase se dio cuenta de que parecía un machista asqueroso—. Quiero decir que hay muchos hombres que se sienten amenazados por…
—Ya lo pillo, Will. A la gente no le gustan las mujeres triunfadoras. —Con cierta tristeza, añadió—: A veces las mujeres se lo toman incluso peor que los hombres.
Will sabía que probablemente estaba pensando en Amanda.
—Quizá sea ése el móvil de nuestro asesino. Puede que le moleste que esas mujeres hayan triunfado por sus propios méritos y no necesiten tener un hombre a su lado.
Faith se cruzó de brazos y consideró todas las perspectivas.
—Ahí está el truco: escogió a dos mujeres a las que nadie echaría de menos, Anna y Jackie Zabel. Bueno, en realidad tres si tenemos en cuenta a Pauline McGhee.
—Es morena y tiene los ojos castaños, como las otras dos víctimas. Por lo general estos tipos siguen una pauta, tienen un patrón específico.
—Jackie Zabel era una mujer de éxito. Según me dijiste, a Anna también le iba muy bien. McGhee conduce un Lexus y está criando a su hijo ella sola, cosa que, te puedo asegurar, no resulta nada fácil. —Faith se quedó callada un momento y Will se preguntó si estaría pensando en Jeremy, pero no tuvo tiempo para preguntar—. Otra cosa es asesinar a prostitutas: nadie se da cuenta hasta que has matado a cuatro o cinco. Pero él está escogiendo mujeres que tienen una posición de poder en el mundo, por lo que podemos suponer que, previamente, las ha estado vigilando durante un tiempo.
Will no lo había considerado bajo ese punto de vista, pero probablemente tenía razón.
—A lo mejor se lo plantea como parte de la cacería —continuó Faith—. Primero lleva a cabo una labor de reconocimiento para hacerse una idea de cómo es su vida, luego las sigue y, por fin, las secuestra.
—Entonces, ¿de qué clase de hombre estamos hablando? ¿De un tipo que trabaja para una mujer por la que no siente mayor aprecio? ¿De un solitario que se sintió abandonado por su madre? ¿De un cornudo? —elucubró él.
No quiso continuar profundizando en el perfil del sospechoso, pues de repente todo aquello le resultaba demasiado familiar.
—Podría ser cualquiera —dijo Faith—. Ése es el problema, que podría ser cualquiera.
Will sentía la misma frustración que percibía en la voz de Faith. Ambos sabían que el caso estaba llegando a un punto crítico. Los secuestros llevados a cabo por un extraño eran los más difíciles de resolver. Normalmente escogían sus víctimas al azar, y el secuestrador era un cazador experto que sabía cómo cubrir su rastro. Fue un golpe de suerte que hubiera descubierto la cueva la noche anterior, pero Will tenía que agarrarse a la esperanza de que el secuestrador se estuviera volviendo descuidado; dos de sus víctimas habían logrado escapar. Puede que estuviera empezando a desesperarse, que sintiera que había perdido el control de su propio juego. Tendrían que tener la suerte de su lado para poder atraparle.
Se guardó el móvil en el bolsillo. Llevaban ya doce horas en marcha y estaban a punto de meterse en un callejón sin salida. A menos que Anna recobrara la conciencia, a menos que Felix pudiera ofrecerles alguna pista sólida o que de entre las pruebas encontradas en el lugar de los hechos surgiera alguna pista que les permitiera avanzar, seguirían estando en la casilla de salida y sin nada que hacer más que cruzarse de brazos y esperar a que apareciera el cadáver de otra mujer.
Era obvio que Faith se estaba haciendo los mismos planteamientos.
—Necesitará un sitio nuevo para su siguiente víctima.
—Dudo que sea otra cueva —dijo Will—. Debe de haberle resultado bastante duro excavarla. Casi me muero cavando un hoyo en mi jardín para el estanque que puse el verano pasado.
—¿Tienes un estanque en el jardín?
—Con carpas doradas —le dijo—. Tardé dos fines de semana.
Faith se quedó callada unos segundos, como si estuviera intentando imaginarse el estanque de Will.
—Puede que alguien ayudara a nuestro sospechoso a excavar la cueva.
—Los asesinos en serie suelen trabajar en solitario.
—¿Y qué me dices de aquellos dos tipos de California?
—Charles Ng y Leonard Lake.
Will conocía el caso, más que nada porque fue una de las investigaciones más largas y más caras de la historia de California. Lake y Ng construyeron un búnker de cemento en las colinas y llevaron hasta allí diversos instrumentos de tortura para hacer realidad sus perversas fantasías. Se turnaron para filmar lo que hacían con sus víctimas, entre las que había tanto hombres como mujeres y niños, algunos de los cuales no pudieron llegar a identificarse nunca.
—Los estranguladores de Hillside también trabajaban juntos —continuó Faith.
Buono y Bianchi eran primos y habían asesinado a mujeres marginadas, prostitutas y fugitivas.
—Tenían una placa de policía falsa. Así era como lograban que sus víctimas confiaran en ellos.
—No quiero ni considerar esa posibilidad.
Will sentía lo mismo, pero era algo que había que tener en cuenta. El BMW de Jackie Zabel estaba en paradero desconocido. A la mujer del City Foods la habían secuestrado esa mañana justo al lado de su coche. Alguien que se hiciera pasar por policía podría haber inventado cualquier excusa para acercarse a los vehículos.
—Charlie no encontró en la cueva nada que apuntara a la existencia de dos secuestradores. —Pero tuvo que añadir—: Aunque tampoco estaba dispuesto a permanecer allí dentro más tiempo del estrictamente necesario.
—¿Qué sentiste cuando estabas allí abajo?
—Que si no salía pronto me daría un ataque al corazón —admitió Will, y los brazos empezaron a picarle de nuevo—. No es la clase de sitio en el que apetece quedarse.
—Echaremos un vistazo a las fotos. A lo mejor Charlie y tú pasasteis algo por alto en ese primer momento.
Will sabía que era bastante probable. Posiblemente las fotos de la cueva ya estarían en su mesa cuando volvieran a la oficina. Podría examinar la escena del crimen con calma, sin la claustrofobia de estar encerrado allí abajo.
—Dos víctimas: Anna y Jackie. ¿Dos secuestradores, quizá? —Faith siguió avanzando en su razonamiento—. Si ése es su tipo, y Pauline McGhee es otra víctima, necesitará una más.
—¡Eh! —los llamó Leo, haciéndoles una seña con la mano. Estaba en una puerta con un gran letrero.
—«Sala de médicos» —leyó Faith en voz alta. Había cogido la costumbre de leer todos los letreros en voz alta, lo cual Will detestaba y apreciaba a partes iguales.
—Buena suerte —les dijo Leo dándole una palmadita en el hombro a Will.
—¿Te marchas? —le preguntó ella.
—La doctora acaba de darme una patada en el culo con mucha elegancia. —No parecía especialmente molesto—. Podéis hablar con el crío pero, a menos que se demuestre que esto tiene algo que ver con vuestro caso, quiero que os mantengáis alejados de él.
A Will le sorprendió un poco la advertencia de Leo, que normalmente estaba encantado de que otros le hicieran el trabajo.
—Confiad en mí —les dijo—, me encantaría dejar esto en vuestras manos, pero tengo a mis jefes observándome por encima del hombro. Están buscando cualquier excusa para darme la patada. Necesito una conexión sólida antes de pasar esto a los de arriba y meteros en el caso, ¿vale?
—No te preocupes, nos aseguraremos de cubrirte bien las espaldas —le prometió Faith—. ¿Puedes seguir atento a las desapariciones para avisarnos si hay otra que coincida con el perfil? Blancas, treinta y tantos años, cabello castaño oscuro, bien situadas en el terreno laboral, pero no con muchos amigos que puedan echarlas de menos.
—Morena y con malas pulgas, ¿no? —dijo Leo guiñándole un ojo—. ¿Y qué otra cosa tengo que hacer aparte de seguir vuestro caso? —preguntó sin la menor acritud—. Si hay alguna novedad estaré en el City Foods. Ya tenéis mis números.
Will se quedó mirándolo mientras se alejaba por el pasillo y le preguntó a Faith:
—¿Por qué quieren quitárselo de encima? Quiero decir, aparte de las razones más evidentes.
Faith había sido compañera de Leo durante varios años y Will percibió que seguía sintiendo el impulso de defenderle.
—Está ya en el máximo nivel salarial. Resulta más barato poner en su lugar a un policía joven, recién salido del coche patrulla, que haga su trabajo por la mitad de dinero. Además, si Leo se prejubila tendría que renunciar al veinte por ciento de su pensión. Si tenemos en cuenta también los gastos médicos, mantenerle en su puesto resulta bastante costoso. Eso es lo primero que miran los jefes cuando estiman los presupuestos.
Faith iba a abrir la puerta, pero en ese instante empezó a sonar su móvil. Miró la pantalla para ver quién era.
—Es la hermana de Jackie.
Atendió la llamada y le indicó a Will que empezara sin ella.
Tenía la mano sudorosa cuando empujó la puerta para abrirla. El corazón le hizo un ruido extraño —como un doble latido— que él achacó a la falta de sueño y al hecho de haber tomado demasiado chocolate caliente esa mañana. Entonces vio a Sara Linton, y el fenómeno se repitió.
Estaba sentada en una silla junto a la ventana, con Felix McGhee sentado en sus rodillas. El niño era demasiado grande para tenerlo sentado encima, pero Sara parecía manejarse perfectamente. Un brazo rodeaba la cintura del crío, y el otro sus hombros. Le estaba acariciando el pelo mientras le susurraba al oído palabras de consuelo. Levantó la vista cuando Will entró en la habitación, pero no dejó que su presencia perturbara la escena. Felix miraba por la ventana, con la vista perdida y los labios ligeramente separados. Sara hizo un gesto con la cabeza, señalando la silla que tenía enfrente, y al ver que estaba a menos de quince centímetros de la rodilla de ella Will dedujo que era donde había estado sentado Leo.
—Felix —dijo Sara con voz serena y controlada, el mismo tono que había usado con Anna la noche anterior—, éste es el agente Trent. Es policía y ha venido para ayudarte.
Felix siguió mirando por la ventana. El ambiente en la sala era bastante fresco, pero Will se percató de que el niño tenía el pelo empapado en sudor. Una gota rodó por su mejilla y Will sacó su pañuelo para limpiarla. Cuando volvió a mirar a Sara ésta le estaba mirando como si acabara de sacar un conejo del bolsillo.
—Una vieja costumbre —murmuró Will, doblando avergonzado el pañuelo.
Con los años se había dado cuenta de que sólo los ancianos y los dandis llevaban pañuelo ya, pero en el orfanato obligaban a todos los niños a llevarlo, y sin él Will se sentía como si estuviera desnudo.
Sara meneó la cabeza, como queriendo decirle que no le importaba. Besó con suavidad la coronilla de Felix. El niño no se movió, pero Will se fijó en que sus ojos se movían para mirarle y ver lo que estaba haciendo.
—¿Qué es esto? —preguntó, reparando en la mochila escolar que había junto a la silla de Sara. Por los dibujos y los colores supuso que pertenecía a Felix. Se inclinó y abrió la cremallera, apartó unos papelitos de colores y examinó el contenido.
Seguramente Leo ya la habría registrado, pero Will fue sacando las cosas una por una como si estuviera buscando pistas.
—Bonitos lápices. —Sacó un estuche negro, algo poco habitual teniendo en cuenta que pertenecían a un crío—. Son de niño mayor. Debes de ser un verdadero artista.
Will no esperaba que le respondiera y Felix no lo hizo, pero ahora lo observaba atentamente, como si quisiera asegurarse de que no le quitaba nada.
A continuación Will abrió una carpeta. En la parte delantera había un escudo que debía de ser el del colegio de Felix. En un bolsillo encontró varios documentos de aspecto oficial con el membrete de la escuela y, en el otro, lo que debían de ser los deberes. Will no pudo leer las circulares del colegio, pero por el papel pautado que encontró junto a los deberes dedujo que Felix estaba aprendiendo a escribir derecho. Se los mostró a Sara.
—Tiene una caligrafía muy bonita.
—Desde luego —dijo Sara.
Lo observaba con la misma atención que Felix, y Will tuvo que apartarla de su mente para no olvidarse de hacer su trabajo. Era demasiado guapa, demasiado lista y demasiado todo lo que Will no era.
Volvió a guardar la carpeta en la mochila y sacó tres libros bastante finos. Pudo leer las tres primeras letras del abecedario que adornaban la cubierta del primer libro, pero los otros dos eran un misterio, así que se los enseñó a Felix y le dijo:
—Me pregunto de qué irán estos dos libros. —Cuando vio que Felix no se decidía a contestar volvió a mirar las cubiertas intentando orientarse por los dibujos—. Me parece que este cerdito trabaja en un restaurante, porque está sirviendo tortitas a la gente. —Felix continuó callado y Will pasó al siguiente libro—. Y este ratón está sentado dentro de una fiambrera, así que yo diría que alguien se lo va a merendar.
—No —Felix habló en voz tan baja que Will no estaba seguro de si había dicho algo.
—¿No? —le preguntó mirando el dibujo otra vez. Lo bueno de tratar con los niños era que podía ser completamente sincero y ellos pensaban que les estaba chinchando—. Esto de la lectura no se me da muy bien. ¿Qué dice aquí?
Felix se revolvió y Sara le ayudó a darse la vuelta para que pudiera mirar a Will. En lugar de contestar el niño agarró los libros y los apretó contra su pecho. Le empezó a temblar el labio superior.
—Tú mamá te lee cuentos, ¿verdad?
Felix asintió mientras dos lagrimones rodaban por sus mejillas. Will se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en sus piernas.
—Estoy intentando encontrar a tu mamá.
Felix tragó saliva, como si intentara tragar su pena.
—El hombre grande se la llevó.
Will sabía que para un niño todos los adultos eran grandes. Se enderezó, poniendo bien recta la espalda.
—¿Tan grande como yo?
Felix miró realmente a Will por primera vez desde que entrara en la habitación. Se quedó pensando unos momentos y dijo que no con la cabeza.
—¿Te acuerdas del detective que ha estado aquí antes que yo, uno que olía fatal? ¿Era tan grande como él?
Felix asintió.
Will intentó no precipitarse, mantener el tono desenfadado para que el crío siguiera contestando a sus preguntas sin que se diera cuenta de que le estaba interrogando.
—¿Tenía el pelo como yo, o era más oscuro?
—Más oscuro.
Asintió y se rascó la barbilla mientras sopesaba las distintas posibilidades. Los niños no eran unos testigos demasiado fiables, bien porque intentaban complacer a los adultos que les interrogaban o bien porque eran tan sensibles a la sugestión que era fácil sembrar cualquier idea en sus cabezas y conseguir que juraran que eso fue lo que realmente sucedió.
—¿Y qué me dices de su cara? ¿Tenía pelo en la cara o iba afeitado, como yo?
—Tenía bigote.
—¿Te dijo algo?
—Me dijo que mi mamá quería que me quedara en el coche. —Will continuó con mucha cautela.
—¿Llevaba un uniforme como el de un conserje, un bombero o un oficial de policía?
Felix dijo que no con la cabeza.
—Llevaba ropa normal.
Will notó que una oleada de calor inundaba su rostro. Sabía que Sara le miraba con asombro. Había estado casada con un policía; seguramente no le había gustado aquella insinuación.
—¿De qué color era su ropa?
Felix se encogió de hombros y Will se preguntó si el niño había decidido no responder a más preguntas o si realmente no se acordaba. Éste pellizcó el borde del libro.
—Llevaba un traje como el de Morgan.
—¿Morgan es un amigo de tu mamá?
Felix asintió.
—Es del trabajo, pero ella está enfadada con él porque ha dicho una mentira y quiere buscarle problemas, pero mi mamá no va a dejar que se salga con la suya por la caja fuerte.
Se preguntó si Felix habría escuchado alguna conversación telefónica o si Pauline McGhee sería la clase de mujer que se desahogaba contándole sus problemas a un niño de seis años.
—¿Recuerdas algo más del hombre que se llevó a tu mamá?
—Dijo que me haría mucho daño si le hablaba a alguien de él.
El rostro de Will tenía una expresión completamente neutra, y el de Felix también.
—Pero tú no tienes miedo de ese hombre. —No era una pregunta, sino una afirmación.
—Mi mamá dice que nunca va a dejar que nadie me haga daño.
Parecía tan seguro de sí mismo que Will no pudo evitar sentir un gran respeto por la clase de madre que era Pauline McGhee. Había entrevistado a muchos niños a lo largo de su vida profesional y, aunque la mayoría querían a sus padres, no era frecuente que exhibieran tal grado de confianza.
—Tu madre tiene razón. Nadie va a hacerte daño.
—Mi mamá me protegerá —insistió Felix, y Will empezó a cuestionarse la naturaleza de esa seguridad que el niño mostraba. Normalmente uno no tranquilizaba a un niño si previamente no existía un temor real.
—¿Le preocupaba a tu mamá que alguien pudiera hacerte daño?
Felix pellizcó la cubierta del libro otra vez y asintió de forma casi imperceptible. Will esperó un momento, no quería precipitarse con su siguiente pregunta.
—¿De quién tenía miedo, Felix?
El niño respondió en voz muy queda, casi en un susurro.
—De su hermano.
Un hermano. A lo mejor, después de todo, no se trataba más que de un problema familiar.
—¿Te dijo su nombre?
Felix dijo que no con la cabeza.
—No le he visto nunca, pero es malo.
Se quedó mirando fijamente al niño, sin saber muy bien cómo formular la siguiente pregunta.
—Malo, ¿cómo?
—Peligroso —dijo Felix—. Mamá dice que es peligroso, y que ella me va a proteger de él porque me quiere más que a nadie en el mundo. —Lo dijo de forma tajante, como si quisiera zanjar esa cuestión exactamente ahí—. ¿Ahora ya me puedo ir a casa?
Will habría preferido que le clavaran un puñal en el pecho a tener que responder a esa pregunta. Miró a Sara en busca de ayuda, y ella tomó el relevo.
—¿Te acuerdas de la mujer que te he presentado antes, la señorita Nancy? —Felix asintió con la cabeza—. Va a buscar a alguien para que te cuide hasta que vuelva tu mamá.
Los ojos del niño se llenaron de lágrimas. Will no podía reprochárselo. La señorita Nancy debía de ser una trabajadora social, y seguramente estaría a años luz de las profesoras del colegio privado en el que estudiaba Will y de las amistades pijas de su madre.
—Pero yo quiero irme a casa —protestó.
—Lo sé, cariño —le dijo Sara con suavidad—. Pero si te vas a casa estarás solo. Tenemos que asegurarnos de que estés bien hasta que vuelva tu mamá.
Felix no parecía muy convencido. Will puso una rodilla en el suelo para ponerse a su altura. Posó la mano en su hombro, tocando accidentalmente el brazo de Sara al hacerlo. Sintió un nudo en la garganta y tuvo que tragar saliva para poder hablar.
—Mírame, Felix. —Esperó hasta que el niño le miró a la cara—. Me voy a asegurar personalmente de que tu mamá vuelva contigo, pero necesito que seas valiente mientras trabajo para encontrarla.
La cara de Felix tenía una expresión tan inocente y confiada que dolía mirarle.
—¿Cuánto tiempo tardarás? —preguntó con voz entrecortada.
—Pues, como mucho, una semana —respondió, haciendo un esfuerzo por no apartar la mirada. Si Pauline McGhee seguía sin aparecer pasada una semana significaría que había muerto y que Felix se habría quedado huérfano—. ¿Puedes darme una semana?
El niño seguía mirando fijamente a Will como si intentara discernir si le estaba diciendo la verdad o no. Por fin asintió.
—Muy bien —dijo Will con la sensación de tener un yunque sobre su pecho.
Vio que Faith estaba sentada en una silla junto a la puerta y se preguntó cuándo habría entrado en la habitación. Se levantó y le hizo un gesto con la cabeza para que saliera con ella. Will le dio unas palmaditas en la pierna a Felix antes de salir al pasillo.
—Le comentaré a Leo lo del hermano —dijo Faith—. Parece una disputa familiar.
—Probablemente. —Miró de reojo la puerta cerrada. Quería volver a entrar, pero no por Felix—. ¿Qué te ha dicho la hermana de Jackie?
—Joelyn. No se ha quedado lo que se dice desolada al saber que habían matado a su hermana.
—¿Qué quieres decir?
—Que la mala leche debe de ser cosa de familia.
Will alzó las cejas.
—No me hagas caso, tengo un mal día —zanjó, aunque eso no era exactamente una explicación—. Joelyn vive en Carolina del Norte. Dijo que tardaría unas cinco horas en llegar hasta aquí. —Como si se le hubiera ocurrido en ese momento, añadió—: Ah, y piensa demandar al departamento de policía y hacer que nos despidan si no encontramos al hombre que mató a su hermana.
—Vaya, es una de ésas.
No sabía qué era peor: si los familiares que se quedaban tan devastados por la pena que hacían que te sintieras como si te hubieran metido la mano en el pecho y te estuvieran estrujando el corazón o los que se enfadaban tanto que parecía que te estrujaban algo un poco más abajo.
—Quizá deberías hablar tú con Felix.
—Me ha parecido que estaba bastante abatido —replicó Faith—. No creo que pueda sacarle mucho más.
—A lo mejor hablar con una mujer…
—Se te dan muy bien los niños —le interrumpió con un dejo de sorpresa en la voz—. En cualquier caso, ahora mismo tienes más paciencia que yo.
Will se encogió de hombros. Había echado una mano con algunos de los niños más pequeños cuando estaba en el orfanato, principalmente para evitar que los recién llegados se pasaran toda la noche llorando y no dejaran dormir a los demás.
—¿Le pediste a Leo el teléfono del trabajo de Pauline McGhee? —Faith asintió—. Tenemos que llamar y preguntar por un tal Morgan. Felix dice que el secuestrador iba vestido como él, y puede que le guste llevar un tipo de traje concreto. Nuestro hombre mide alrededor de uno setenta, tiene bigote y el cabello moreno.
—El bigote podría ser postizo.
Will no podía negarlo.
—Felix es muy listo para su edad, pero no estoy muy seguro de que sea capaz de distinguir entre un bigote real y uno postizo. Puede que Sara haya conseguido sacarle algo más.
—Vamos a dejarles solos un poco más —sugirió Faith—. Diría que crees que Pauline McGhee es otra de nuestras víctimas.
—¿A ti qué te parece?
—He preguntado primero.
Will suspiró.
—Mis tripas me inclinan a pensarlo. Pauline está bien situada, tiene un buen trabajo, es morena y de ojos castaños. —Se encogió de hombros—. Tampoco es un argumento muy sólido.
—Es más de lo que teníamos al levantarnos hoy por la mañana —señaló Faith, aunque no sabía muy bien si compartía la corazonada de Will o se estaba agarrando a un clavo ardiendo.
—Vamos a llevar esto con cautela. No quiero causarle problemas a Leo por andar metiendo las narices en su caso para luego dejarle con el culo al aire si esto se queda en nada.
—De acuerdo.
—Llamaré al estudio donde trabaja Pauline McGhee y preguntaré lo de los trajes de Morgan. Igual puedo sacarles algo más de información sin poner a Leo en un compromiso. —Sacó su móvil y miró la pantalla—. Me he quedado sin batería.
—Toma —dijo Will ofreciéndole el suyo.
Faith lo cogió con ambas manos y mucho cuidado y marcó un número que tenía apuntado en su libreta. Will se preguntó si tendría una pinta tan ridícula como Faith sujetando las dos piezas del teléfono junto a su cara y se figuró que probablemente todavía más. Faith no era exactamente su tipo, pero era atractiva, y las mujeres así siempre salen airosas de cualquier circunstancia. Sara Linton, por ejemplo, podría salir garbosa de un asesinato.
—Perdón —dijo Faith al teléfono—, no le oigo muy bien.
Le lanzó a Will una mirada de reproche, como si él tuviera la culpa, antes de echar a andar hacia el otro extremo del pasillo que parecía tener mejor cobertura.
Will apoyó el hombro contra la jamba de la puerta. Cambiar de teléfono representaba para él un problema prácticamente imposible de resolver; era lo que solía solucionar Angie. Había intentado hablar con su compañía de teléfonos para que le enviaran uno nuevo, pero le habían dicho que tenía que pasar por una tienda y rellenar unos formularios. Aun suponiendo que se obrara el milagro, Will tendría que averiguar cómo funcionaba el nuevo, cómo establecer el tono de llamada para que no molestara a nadie, cómo programar los números que necesitaba para trabajar. Imaginaba que podía pedirle el favor a Faith, pero su orgullo seguía interponiéndose en su camino. Sabía que ella le ayudaría de mil amores, pero querría tener una conversación sobre el asunto.
Por primera vez en su vida adulta, Will se encontró anhelando que Angie volviera a su vida.
Notó una mano en el brazo y oyó «Disculpa». Era una chica morena muy delgada que quería entrar en la salita. Imaginó que debía de ser la señorita Nancy, de los servicios sociales, que venía a recoger a Felix. Era demasiado pronto para enviarle a una institución; seguramente encontrarían una familia de acogida que pudiera cuidarle durante un tiempo. Con un poco de suerte, la señorita Nancy llevaría en esto el tiempo suficiente como para tener en su agenda algunas buenas familias que le debieran algún favor. Era difícil colocar a los niños que estaban en esa especie de limbo; el propio Will había estado en él el tiempo justo para llegar a esa edad en la que la adopción era prácticamente imposible.
Faith ya estaba de vuelta. Traía el ceño fruncido cuando le devolvió el teléfono.
—Deberías cambiar este cacharro.
—¿Por qué? —preguntó él guardando el móvil en el bolsillo—. Si funciona perfectamente.
Faith pasó por alto lo que evidentemente era una mentira.
—Morgan viste de Armani, exclusivamente, y parecía muy convencido de ser el único hombre de Atlanta con estilo suficiente para lucir un Armani.
—O sea, que estamos hablando de un traje de entre dos mil quinientos y cinco mil dólares.
—Yo diría más bien lo segundo, a juzgar por su tono altanero. También me ha dicho que Pauline McGhee no se habla con su familia desde hace por lo menos veinte años. Dice que se fue de casa con diecisiete y no volvió a mirar atrás. Nunca le ha oído mencionar a su hermano.
—¿Qué edad tiene ahora Pauline?
—Treinta y siete.
—¿Sabe Morgan cómo podemos ponernos en contacto con su familia?
—Ni siquiera sabe de qué estado procede. Al parecer ella no hablaba mucho de su pasado. Le he dejado un mensaje a Leo en el buzón de voz; creo que podrá localizar al hermano antes de que acabe el día. Probablemente ya estará procesando las huellas encontradas en el coche.
—¿Podría ser que estuviera viviendo bajo un nombre falso? Uno no se marcha de casa con diecisiete años sólo porque sí. Y es obvio que Pauline tiene una buena situación financiera: a lo mejor tuvo que cambiarse de nombre para que eso sucediera.
—Obviamente, Jackie sí mantenía el contacto con su familia y no ha cambiado de nombre; también se apellida Zabel. —Faith se echó a reír y comentó—: Todos los nombres de esa familia riman: Gwendolyn, Jacquelyn, Joelyn. Es un poco raro, ¿no?
Will se encogió de hombros. Nunca había podido reconocer las palabras que riman, un problema que seguramente estaba relacionado con sus dificultades para la lectura. Afortunadamente, tampoco era una habilidad que necesitara a menudo.
—No sé por qué misteriosa razón, cuando tienes un niño te decantas por los nombres más absurdos. Estuve a punto de ponerle Jeremy Fernando Romántico a mi hijo por uno de los cantantes de Menudo. Gracias a Dios, mi madre impuso su criterio.
La puerta se abrió y Sara Linton se reunió con ellos en el pasillo; traía la cara de alguien que siente que acaba de abandonar a un niño en manos de los servicios sociales. Will no era el más indicado para poner en tela de juicio el sistema, pero la realidad era que daba igual lo amables que fueran los trabajadores sociales o lo mucho que se esforzaran: eran pocos y no disponían de los medios necesarios. Si a esto le añadimos que los padres de acogida eran o bien gente muy humilde o bien gente que sólo quería el dinero —generalmente sádicos que odiaban a los niños—, resultaba fácil entender hasta qué punto podía llegar a desgarrarte el alma todo aquello. Por desgracia, era el alma de Felix McGhee la que se iba a llevar la peor parte.
—Ha estado muy bien ahí dentro —le dijo a Will.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sonreír como un crío al que acabaran de darle unas palmaditas en la cabeza.
—¿Le ha contado Felix algo más? —preguntó Faith.
La doctora negó con la cabeza.
—¿Qué tal se encuentra?
—Mucho mejor —respondió Faith un poco a la defensiva.
—Ya me han contado que anoche encontraron una segunda víctima.
—Will fue quien la encontró. —Faith hizo una pausa, como si se arrepintiera de lo que acababa de decir—. No es algo que deba divulgarse, pero la mujer se rompió el cuello al caer de un árbol.
Sara frunció el ceño.
—¿Y qué hacía en un árbol?
Will tomó el relevo del relato.
—Estaba esperando a que la encontráramos. Por lo visto, tardamos demasiado.
—No se puede saber cuánto tiempo llevaba en el árbol —le dijo Sara—. La hora de la muerte no es una ciencia exacta.
—Su sangre aún estaba caliente —replicó Will, sintiendo que la oscuridad volvía a apoderarse de él al pensar en las gotas cayéndole en la nuca.
—Hay otras razones que podrían explicar eso. Si estaba en un árbol, probablemente las hojas actuaron como aislante térmico. O puede que el secuestrador la tuviera medicada. Existen diversos fármacos que pueden elevar la temperatura corporal y mantenerla incluso después de que la muerte haya tenido lugar.
—Todavía no se había coagulado —contraatacó Will.
—Algo tan simple como un par de aspirinas puede impedir eso.
—Jackie tenía un frasco grande de aspirinas junto a su cama prácticamente vacío. —Recordó Faith.
Will seguía sin estar muy convencido, pero Sara ya estaba en otro asunto.
—¿Sigue siendo Pete Hanson el forense de esta región? —preguntó a Faith.
—¿Le conoce?
—Es un buen forense. Hice un par de cursos con él la primera vez que me eligieron para el puesto.
Will había olvidado que en las ciudades de provincias el puesto de médico forense se designaba por votación. No podía imaginarse el rostro de Sara en un cartel.
—De hecho, pensábamos irnos hacia allá para asistir a la autopsia de la segunda víctima.
Sara parecía algo indecisa.
—Hoy tengo el día libre.
—Pues espero que lo disfrute.
Lo dijo como si se estuviera despidiendo, pero no hizo ademán de marcharse. Will se percató de que ya no había tanto trasiego de gente en el pasillo y distinguió el sonido de unos tacones a sus espaldas. Amanda Wagner venía hacia él caminando con paso enérgico. Parecía bien descansada, pese a que se había quedado en el bosque hasta las tantas, igual que Will. Llevaba el estricto peinado de siempre en forma de casco y un traje pantalón de color morado oscuro. Como de costumbre, tenía que ocuparse personalmente de todo.
—La huella ensangrentada en el carné de conducir de Jacquelyn Zabel pertenece a nuestra primera víctima. ¿Seguimos llamándola Anna? —No les dio tiempo para contestar—. ¿El secuestro en el supermercado tiene alguna relación con nuestro caso?
—Podría ser —respondió Will—. La madre fue secuestrada a eso de las cinco y media de la mañana. Al niño, Felix, lo encontraron dormido en el coche. Nos ha dado una descripción muy vaga del secuestrador; el chico sólo tiene seis años. La policía de Atlanta está colaborando, pero, que yo sepa, no nos han pedido ayuda.
—¿Quién está al mando de la investigación?
—Leo Donnelly.
—Inútil —gruñó Amanda—. De momento le dejaremos seguir con su caso, pero quiero que lo atéis bien corto. Dejad que la policía de Atlanta se ocupe del trabajo a pie de calle y de los gastos forenses, pero si empieza a cagarla, sacáoslo de encima.
—Eso no le va a gustar un pelo —dijo Faith.
—¿Tengo cara de que me importe? Parece que nuestros amigos del condado de Rockdale se están arrepintiendo de habernos pasado el caso. He convocado una rueda de prensa para dentro de cinco minutos y quiero que Faith y tú estéis conmigo y pongáis cara de que lo tenemos todo bajo control mientras yo le explico a la gente que sus riñones están a salvo de los perversos traficantes de órganos. —Le tendió la mano a Sara—. Doctora Linton, supongo que no le extrañará si digo que esta vez nos encontramos en mejores circunstancias.
—En lo que a mí respecta, desde luego —dijo Sara, estrechándole la mano.
—Fue una ceremonia muy emotiva. Un homenaje digno de un gran policía.
—Oh… —exclamó Sara, algo confusa y con la voz entrecortada. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Se aclaró la voz y trató de recuperar la compostura—. No la vi… Ese día estaba muy aturdida.
Amanda se quedó estudiándola con atención y, con voz sorprendentemente amable le preguntó:
—¿Cuánto tiempo ha pasado ya?
—Tres años y medio.
—Me enteré de lo que pasó en la cárcel de Coastal. —No había soltado la mano de Sara, y Will se percató de que la estrechaba con cariño—. Cuidamos de los nuestros.
Sara se enjugó las lágrimas y miró de reojo a Faith, como si se sintiera un poco estúpida.
—Estaba a punto de ofrecerles mi ayuda a sus agentes.
Will vio que Faith abría la boca, pero volvió a cerrarla de inmediato.
—Adelante —dijo Amanda.
—Atendí a la primera víctima, Anna. No tuve ocasión de hacerle un examen completo, pero he pasado algún tiempo con ella. Pete Hanson es uno de los mejores forenses que conozco, pero si quiere que asista a la autopsia de la segunda víctima, podría aportar mi experiencia con Anna y señalar las similitudes y las diferencias entre una y otra.
Amanda no perdió el tiempo considerando su decisión.
—Le tomo la palabra. Faith, Will, venid conmigo. Doctora Linton, mis agentes se reunirán con usted en el edificio este de la alcaldía dentro de una hora. —Al ver que ninguno se movía, dio unas palmadas—. Vamos.
Amanda estaba ya por la mitad del pasillo cuando Will y Faith se decidieron a ir tras ella.
Will iba detrás, dando pasos cortos para no adelantarla. La mujer caminaba deprisa para ser tan menuda pero, dada su altura, Will se sentía siempre como el Gigante Verde mientras intentaba mantener una distancia respetuosa. Mirando la nuca de Amanda se preguntó si el asesino trabajaría con una mujer como ella. No se le escapaba el hecho de que, en ciertos hombres, una mujer como ésa podía despertar un odio atroz en lugar de la mezcla de exasperación y ganas de complacer que le inspiraba a él.
Faith le tiró del brazo.
—¿Te lo puedes creer?
—¿El qué?
—El modo en que se ha colado Sara en nuestra autopsia.
—Yo creo que es buena idea que vea a las dos víctimas.
—Tú has visto a las dos víctimas.
—Pero yo no soy forense.
—Ni ella tampoco —le espetó Faith—. Ni siquiera es propiamente una médico. Es pediatra. ¿Y a qué coño se refería Amanda cuando mencionó la cárcel de Coastal?
Will también sentía curiosidad por saber lo que había sucedido allí, pero lo que más le intrigaba era lo mucho que parecía cabrearle a Faith todo ese asunto. Amanda les habló por encima del hombro.
—Aceptaréis cualquier tipo de ayuda que Sara Linton os ofrezca. —Obviamente, había oído su conversación—. Su marido era uno de los mejores policías del estado, y yo confío plenamente en la pericia de Sara como médico forense.
Faith no se molestó en disimular su curiosidad.
—¿Qué le pasó?
—Murió en acto de servicio. ¿Qué tal te encuentras después de la caída de ayer, Faith?
—Perfectamente —respondió la agente en un tono sorprendentemente jovial.
—¿La doctora te ha dado el alta?
—Al cien por cien —respondió en tono aún más jovial.
—Ya hablaremos de eso con más tranquilidad. —Al llegar al vestíbulo, Amanda les indicó con un gesto a los guardias de seguridad que se marcharan y le dijo a Faith—: Después de la rueda de prensa tengo una reunión con el alcalde, pero te espero en mi despacho al final del día.
—Sí, señora.
Will no sabía si se estaba volviendo idiota por momentos o si eran las mujeres de su vida las que se volvían cada vez más obtusas. Sin embargo, no era el momento más oportuno para ponerse a dilucidarlo. Adelantó a Amanda para abrirle la puerta de cristal. Habían colocado una tarima con una alfombra detrás para que hablara. Como de costumbre, Will se colocó a un lado, sabiendo que las cámaras no filmarían más que su pecho y, como mucho, el nudo de su corbata cuando cerraran plano sobre Amanda. Naturalmente Faith sabía que no tendría tanta suerte, y se colocó detrás de su jefa con el ceño fruncido.
Destellaron los flashes de las cámaras. Amanda se acercó a los micrófonos. Empezaron a lloverle las preguntas, pero esperó a que guardaran silencio antes de sacar un papel doblado del bolsillo de su chaqueta y colocarlo sobre el atril.
—Soy la doctora Amanda Wagner, subdirectora de la oficina regional del DIG. —Hizo una pausa para darle mayor solemnidad al discurso—. Algunos de ustedes habrán oído ya los falaces rumores que corren sobre el llamado «asesino del riñón». Comparezco ante ustedes para desmentir categóricamente dichos rumores. No existe tal asesino. A la víctima no le fue extirpado ninguno de sus riñones; no se le practicó ninguna intervención quirúrgica. El departamento de policía de Rockdale afirma que no ha tenido nada que ver con la filtración y, por nuestra parte, debemos confiar en la honestidad de nuestros colegas.
Will no necesitaba mirar a Faith para saber que estaba reprimiendo una sonrisa. El detective Max Galloway había logrado sacarla de sus casillas y Amanda acababa de abofetear al departamento de policía de Rockdale en pleno delante de las cámaras.
Uno de los reporteros le preguntó:
—¿Qué puede decirnos de la mujer que ingresó anoche en el hospital Grady?
Al parecer, Amanda sabía del caso mucho más de lo que Will y Faith le habían contado, aunque aquello no era ninguna novedad.
—Les facilitaremos un retrato de la víctima a la una de la tarde.
—¿Por qué no unas fotografías?
—La víctima tiene marcas de golpes en la cara. Queremos ofrecerles un retrato lo más fiel posible para facilitar su identificación.
Una mujer de la CNN preguntó:
—¿Cuál es el pronóstico?
—Reservado.
Señaló a uno de los periodistas que habían levantado la mano, Sam, el tipo que había llamado la atención de Faith cuando llegaron al hospital. Por lo que podía ver Will era el único que tomaba notas a mano en lugar de utilizar una grabadora digital.
—¿Tiene algún comentario sobre las declaraciones de la hermana de Jacquelyn Zabel, Joelyn Zabel?
Will notó que su mandíbula se tensaba, pero se obligó a seguir mirando al frente con el rostro impasible. Imaginó que Faith estaba haciendo lo mismo, porque los periodistas seguían concentrados en Amanda sin preocuparse de los dos perplejos agentes que tenía detrás.
—Lógicamente la familia está consternada —respondió Amanda—. Estamos haciendo cuanto está en nuestra mano por resolver este caso.
Sam insistió.
—Sin duda debe de estar molesta por la dureza de sus acusaciones contra el DIG.
Will dedujo por la expresión de Sam que Faith debía de estar sonriendo. Estaban jugando, porque obviamente el periodista sabía perfectamente que Amanda no sabía de qué le estaba hablando.
—Tendrá que preguntarle a la señora Zabel sobre sus declaraciones. Yo no tengo más que comentar sobre ese asunto.
Respondió a un par de preguntas más y luego dio por concluida la rueda de prensa con la petición habitual de que cualquiera que tuviera alguna información relativa al caso se pusiera en contacto con las autoridades.
Los periodistas comenzaron a dispersarse para informar a su público de los avances, aunque Will estaba convencido de que ninguno iba a asumir su responsabilidad por no haber contrastado la información antes de divulgar los falaces rumores sobre el supuesto asesino del riñón.
Amanda refunfuñó algo dirigiéndose a Faith en voz tan baja que Will apenas pudo entenderlo.
—Ve.
Faith no necesitaba una explicación, ni tampoco apoyo, pero de todos modos se agarró del brazo de Will mientras se dirigían hacia la multitud de periodistas. Pasó al lado de Sam y debió de decirle algo, porque el periodista los siguió hasta un estrecho callejón que había entre el hospital y el garaje.
—He pillado al dragón con la guardia baja, ¿eh?
Faith señaló a Will.
—Agente Trent, éste es Sam Lawson, de profesión capullo. —Sam sonrió.
—Encantado de conocerle.
Will no respondió, pero al periodista no pareció importarle. Estaba más interesado en Faith, y la miraba con tal descaro que Will sintió el primario impulso de romperle la mandíbula de un puñetazo.
—Caramba, Faith, estás muy sexy —dijo Sam.
—Has cabreado a Amanda.
—¿No es su estado habitual?
—No te conviene tenerla como enemiga, Sam. Acuérdate de lo que pasó la última vez.
—Lo bueno de beber tanto es que después no recuerdo nada —dijo sonriendo y mirándola de arriba abajo—. Estás muy guapa, nena. Quiero decir… estás fantástica.
Faith meneó la cabeza, aunque Will se percató de que se sentía halagada. Nunca le había visto mirar a un hombre como miraba a Sam Lawson. Definitivamente tenían algo pendiente. No se había sentido tan de sobra en su vida. Por suerte, la agente recordó que estaba allí por algo.
—¿Han sido los de Rockdale los que te han hablado de la hermana de Zabel?
—Las fuentes de un periodista son confidenciales —respondió Sam, lo que no hizo sino confirmar sus sospechas.
—¿Qué declaraciones ha hecho Joelyn?
—Resumiendo, dice que os pasasteis tres horas discutiendo como gilipollas quién se haría cargo del caso mientras su hermana se moría en lo alto de un árbol.
Los labios de Faith eran una línea blanca y delgada, y Will se puso literalmente enfermo. Sam debía de haber hablado con la hermana justo después de Faith, lo que explicaría por qué el periodista estaba tan seguro de que Amanda no sabía nada del asunto. Finalmente la agente preguntó:
—¿Fuiste tú quien le dio a Zabel esa información?
—Como si no me conocieras.
—Fueron los de Rockdale, y luego tú recogiste sus declaraciones.
Sam se encogió de hombros, confirmando de nuevo sus sospechas.
—Soy periodista, Faith. Sólo hago mi trabajo.
—Pues qué trabajo más triste: acosar a familiares consternados por su pérdida, dejar en evidencia a la policía, publicar una información sabiendo que es falsa.
—Ahora entenderás porque me convertí en un alcohólico.
Faith puso los brazos en jarras y exhaló un largo suspiro de frustración.
—Eso no fue lo que pasó con Jackie Zabel.
—Ya lo imaginaba —Sam sacó el bolígrafo y la libreta—, así que dame algo que pueda publicar.
—Sabes que no puedo…
—Háblame de esa cueva. He oído que tenía una batería de barco ahí abajo y la usaba para quemarlas.
Lo de la batería del barco era lo que en su argot denominaban «conocimiento culpable», la clase de información que sólo el asesino podía conocer. Muy pocas personas habían visto las pruebas que Charlie Reed había recogido en la cueva y todos ellos llevaban placa. Al menos de momento. Faith dijo en voz alta lo que Will estaba pensando.
—Eso es información confidencial, sólo Galloway o Fierro han podido proporcionártela. Ellos nos dejan con el culo al aire y tú consigues una historia para la primera página. Todo el mundo sale ganando, ¿no?
La amplia sonrisa de Sam confirmó sus especulaciones. No obstante, mantuvo la farsa.
—¿Y por qué iba yo a hablar con la policía de Rockdale si tú eres mi contacto en este caso?
En las últimas semanas Will había visto a Faith perder la calma en cuestión de décimas de segundo; resultaba agradable no ser el blanco de sus iras, para variar.
—Yo no soy tu contacto ni nada que se le parezca, gilipollas, y tus fuentes no te han contado más que mentiras.
—Pues ilumíname, preciosa.
Por un momento parecía que Faith iba a hacer exactamente eso, pero recobró el buen juicio en el último minuto.
—El DIG no tiene ningún comentario que hacer sobre las declaraciones de Joelyn Zabel.
—¿Puedo citar tus palabras?
—Cita esto, nene.
Faith siguió a su compañero hasta el coche, no sin antes dedicarle una sonrisa al periodista. Will estaba convencido de que el gesto de Faith no era algo que se pudiera publicar en un periódico.