Mayo 2003
La habitación era grande y daba a un jardín parterrado al que nunca permitían salir de día. Las mamparas de vidrio estaban abiertas y unas cortinas quitaban los brillos diseminados por el sol. Al fondo, un pequeño surtidor melodiaba el agua perezosa que invitaba, junto a una música apenas audible y a la fragancia de esencias, al ambiente intimista y sensual buscado.
El hombre estaba de pie junto a la cama, en bata, mirando cómo se acercaba. Era moreno, esbelto y su cara no estaba obligada de barba. Tonia se quitó el somero vestido y se mostró desnuda ante los ojos admirativos de su captor, que le tendió la mano e inició una sonrisa. Y en ese momento se produjo una convulsión inimaginable. Ruidos, golpeteo de pisadas, voces rompiendo los silencios establecidos. Y luego la irrupción de hombres y mujeres de paisano y de uniforme. Policías apresando sin forcejeos al árabe y sacándolo esposado tras un discurso breve. Dos mujeres de paisano se acercaron a ella, que permanecía en pie, sin cubrirse, maniatada por los acontecimientos.
—Soy la inspectora Jiménez, de la Policía de Marbella —dijo una de ellas con amabilidad—. Y ella —señaló— es la inspectora Velasco, del Grupo Especial de Secuestros del Cuerpo Nacional de Policía. Usted es Tonia Kuznetsova, ¿verdad? —Asintió como en un sueño—. Está libre y a salvo.
El bullicio no cesaba en el atestado aeropuerto de Barajas. Estaban construyendo otra terminal pero tardaría algunos años en ponerse en servicio. Tonia era tal y como Mariano la describió el día que fue a la agencia, pero tenía huellas en su gesto que su belleza no lograba ahuyentar. A su lado, el joven industrial trataba de no acosarla con sus miradas rendidas. Estábamos en zona libre donde un mirador enorme permite ver el ir y venir de los aviones. La estimulante presencia de Rosa y la tranquilizante de Ramiro acentuaban lo especial de aquella soleada mañana.
Era la primera vez que veía entero a Mariano García. No mostraba huellas de la agresión. Tenía un aspecto agradable y regentaba el don de la simpatía, aunque no podía evitar el azoramiento del enamorado.
—Así que os vais a Moscú.
—Sí —dijo él—. Tomamos un vuelo a Frankfurt y desde allí cogeremos otro para Moscú. Tonia me ha permitido que la acompañe. No quiero que le ocurra nada en este viaje. Deseo dejarla a salvo con sus padres.
—¿Y después? —dijo Rosa, con no mucha curiosidad.
Él la miró y allí hubo un cortocircuito. Estaba claro que el hombre haría su trabajo en pos de conseguir una relación compartida pero a ella la veía algo distanciada de esas ilusiones, aunque su rostro mostraba su disposición a llenarse de vida. Era lógico que durante algún tiempo tuviera rechazo a admitir hombres en su vida.
—Quisiera que se quedara a vivir en España —dijo él.
Tonia se tomó un tiempo antes de contestar.
—Vendré a España a estar con mis abuelos y con mi bisabuela María. —Puso su pequeña mano sobre la venosa de Ramiro y la imagen sugirió un pinzón fatigado descansando sobre un tocón. El gesto parecía una promesa de protección hacia su abuelo, pero en realidad era la búsqueda del remanso para su espíritu fragmentado. Luego dijo—: Pero antes tengo que terminar mis estudios en Alemania.
La miré. Al ser liberada mostró irrefrenables deseos de conocer a su salvador. Se abrazó a mí fuertemente, como si fuera su padre. El abrazo a Mariano fue más comedido, quizá por el recuerdo de que él había gozado de su cuerpo en situación de impotencia. Y, sin embargo, si no hubiera sido por aquel contacto puede que siguiera en cautividad.
—Ha sido un gran trabajo, Corazón —dijo Mariano—. No sólo por haber dado con ella sino por conseguirlo… estando viva. ¿Por qué no me cuentas cómo se te ocurrió dónde encontrarla?
—Es mi trabajo. Ya lo expliqué a todos después de que Tonia abrazara a sus abuelos y a su bisabuela.
—Algo me llegó pero de forma resumida. Me gustaría conocer los detalles y disfrutar de ellos. Repítelo por favor.
—Bien —decidí, mirándome en los ojos de Rosa—. No fue el instinto lo que apliqué, como me pedía mi profesor de kárate, sino el razonamiento deductivo. Porque, ¿qué podía sacarse de la información del asesino? No poco. Lo que ocurre es que no lo vimos. Esa visita del moro para examinar a Tonia era insólita y más tratándose de un árabe del Golfo, como creímos. Las redes de distribución para los países de la península arábiga, Oriente Medio y Europa funcionan desde Estambul. Es el gran centro receptor y distribuidor de las chicas rusas, ucranianas y de otros países del este. Un ricachón árabe no viene a España por mujeres. A estos sátrapas les llegan numerosas chicas tan bellas como Tonia. Y no tenía lógica que hubiera una triangulación Estambul-Madrid-Arabia. Por otro lado nuestro musulmán hablaba español, lo que permitía suponer que él y su jefe vivían en España. ¿Y en qué lugar de nuestro país se encuentran más a gusto los árabes? —Mariano sonrió—. Y allí, ¿dónde están las mejores residencias arábigas?
—En Marbella —concedió Mariano.
—Establecida la sospecha, necesitaba ayuda especial. No valía aventurarme con los muchachos del gimnasio. Eran necesarios los recursos de las Fuerzas de Seguridad. Así que hablé con un antiguo compañero que está en los GEO. Él me presentó al jefe del Grupo Especial de Secuestros. Me escuchó y tomó la iniciativa. No se limitó a hacer un informe. Previa conversación telefónica fuimos a Marbella, donde consiguió todo el interés del comisario jefe, aunque al principio éste mostró su escepticismo, porque la colonia árabe es ejemplar, no causa problemas y tiene una vida respetable y respetada. Un tipo así sería una excepción.
»Con el censo de residencias de musulmanes ricos proporcionado por el Ayuntamiento en todo su término, situamos tres palacios de los habitados todo el año. En ellos vivían tres hombres solteros pero sólo uno parecía no tener mujeres; al contrario que los otros, cuyas mujeres salían y entraban en ocasiones y según sus costumbres. Dos veces por semana llegaba una furgoneta de El Corte Inglés de Málaga a casa del sospechoso. Se investigaron esas compras. Además de alimentos había artículos indicativos: cremas, colonias, esencias, ropas íntimas, etcétera. Por tanto, debería de haber mujeres aunque no se las viera.
»Se extremó la vigilancia. Un palacio habitado necesita mantenimiento permanente. Se pidió testimonio discreto y comprometido a diversos profesionales que hacían servicios a la casa: jardineros, fontaneros, electricistas… Y de pronto encontramos rumores, cosas que nadie repara o comenta mientras no hay preguntas. La policía sobrevoló dos veces la finca, sin detenerse, utilizando un helicóptero del Servicio Contra Incendios para no levantar sospechas. Se hicieron fotografías. No se veían mujeres por los jardines, sólo hombres con aspecto de guardaespaldas. Entonces, ¿para quiénes eran esas compras evidentemente femeninas? Se recurrió a la fotografía nocturna con cámaras al efecto. En la primera incursión descubrieron a varias mujeres corriendo a resguardarse. No aparecieron en noches posteriores. Cuando las sospechas se condensaron en pruebas aparentes se pidió orden de registro al juez. La casa fue rodeada por la Policía y la Guardia Civil. Y allí acabó todo.
Más tarde, ya en la salida, miré los aviones que llegaban y salían rugiendo. Pensé en los miles de personas que circulaban, en sus sentimientos, en tanta felicidad demandada y tan mal repartida, en el movimiento interminable. Siempre recordaré ese día. Ramiro declinó nuestro ofrecimiento de llevarle a Madrid.
—Tomaré un taxi. Quiero estar solo un tiempo con mis pensamientos.
—Te he observado. Encajaste bien la peripecia de Tonia, tanto cuando estaba perdida como en su liberación. En realidad, todo lo cubres de serenidad. Quizá me gustaría ser como tú algún día.
Me miró como si me descubriera en ese momento.
—¿Lo crees de veras? —movió la cabeza—. ¿Sabes lo que es una efímera?
—Sí —me sorprendí—. Una cosa breve.
—Ése es el adjetivo que dio lugar al sustantivo. La efímera es un insecto neuróptero diminuto que vive a orillas del agua y su existencia es de un solo día.
Noté en los ojos de Rosa la misma incomprensión que yo sentía. Pero él volvió con otra pregunta sorpresiva.
—¿Estuviste alguna vez de noche en pleno campo, solo y a oscuras, mirando las estrellas?
Negué.
—Yo no estuve en el espacio pero durante mis años en Baikonur oí, olí y sentí la inmensidad del cielo. Adquirí conciencia de lo insignificante que es la Tierra y el sinsentido que supone la presencia humana. Morimos y todas nuestras obras van archivándose en el mundo, siglo tras siglo, inútilmente. Porque en realidad no existimos. Es un chispazo, una fantasía, como la mayoría de esas estrellas que vemos, extinguidas hace millones de años aunque ahora nos llega su luz. Nuestro planeta desaparecerá un día en el misterio del que surgió, y con él todo lo almacenado. En el devenir del tiempo infinito será como una Perseida y nadie contabilizará su pérdida.
Le di vueltas al asunto. ¿Existimos o estamos en una no vida, una ilusión que algo indescriptible nos impuso colectivamente? Miré a Rosa y sentí su pulsión. Y tuve claro que mientras la tuviera, mi vida, o lo que fuera, sería una certeza impagable.