Sesenta

… Y si el infortunio abatiera mi fuerza

en la somera tumba,

recuerda todo lo bueno que puedas,

no olvides nunca mi amor…

JOHN CORNFORD (En la última milla hasta Huesca)

Marzo 1937

Antes de que amaneciera sonó el primer cañonazo en el Cerro de Garabitas. La tarea de la guerra continuaba. Junto a Michael Goodman, John Sunshine miró por los prismáticos el humo encendido de las explosiones en la parte de la ciudad más allá del Clínico. Luego vio oscilar una lámpara de carburo al fondo de la atormentada biblioteca. Su hermano Charles había llegado y reptaba hacia él, con la cazadora a la espalda para no agredirla.

—Ha venido un enlace —dijo John—. El comisario Luigi Longo nos reclama. Vendrán a buscarnos en un camión. Tenemos que reunimos con nuestro batallón.

—¿Por dónde andan?

—En Guadalajara. Hay una ofensiva italiana en ciernes. Debe ser parada. —Miró en torno—. Tardaré en olvidar este lugar, a pesar del frío, el hambre y la muerte. Ha sido un honor el haber luchado por tratar de conservar estos volúmenes.

—Yo pienso en la gente. En sus hogares destruidos, sus familiares muertos, sus vidas rotas.

—Así viene ocurriendo desde el principio de los tiempos. De esto quedará una lección, que alguien plasmará en bellos libros, como otros hicieron antes. Y eso lo leerán otras generaciones, que repetirán los mismos errores.

—Nunca te entenderé del todo. Hay que salvar vidas, no libros.

—Ambas cosas. Pero si tengo que elegir, me quedo con los libros. Ellos no hacen guerras. Del hombre sólo se salva su espíritu creativo, lo bello, el arte. Eso es lo que está en los libros, es parte de esa creatividad. Lo demás es barbarie. Tienes aquí una muestra, la estamos viviendo.

La luz del día aclaró el horizonte y volvió el paisaje repetido.

—No iré a Guadalajara. Voy a dejar la guerra —dijo Charles.

John le miró con sorpresa.

—¿Qué estás diciendo?

—Lo dejo. Estoy decidido.

—¿Desertas? ¿A qué viene eso? Pueden fusilarte.

—Procuraré que eso no ocurra. Necesito vivir.

—Ayer hablabas de luchar por este pueblo y no parecía que tu vida fuera más importante que ese objetivo.

—Ayer no tenía razones tan concretas.

Armas automáticas repiquetearon y una bandada de proyectiles entró en busca de carne. Desde el fondo los milicianos respondieron con fuego graneado y vigorosos juramentos. Por un momento el combate despejó el cansancio.

—Cuéntame —invitó John.

—Ella está embarazada. Tiene dentro algo mío. Debo cuidarla.

—No me has hablado de esa mujer. Debe de ser muy especial.

—Lo es, no sabes cuánto.

—¿Cómo piensas hacerlo?

—No sé. Me heriré en un pie, me esconderé en su casa… Se me ocurrirá algo. Pero la sacaré de aquí y la llevaré a Inglaterra.

—¿Y ella quiere irse?

—Ni lo piensa siquiera. Está de enfermera ayudando a salvar vidas y se siente totalmente comprometida con la resistencia. Pero el convencerla es un trabajo que debo hacer.

—¿No has calibrado la enormidad de lo que intentas?

—No más de lo que llevamos hecho hasta ahora desde que dejamos Newhaven, parece que hace un siglo —dijo Charles, incorporándose para ponerse la cazadora.

—Iré contigo. No puedo dejar solo al chico loco de la familia —dijo John. Oyó el golpe de algo al caer al suelo. Se volvió. Su hermano estaba tendido boca arriba. Se agachó rápido y le sujetó la cabeza. Vio sus ojos llenos de rabia y la sangre surgiendo a borbotones de su cuello. Sacó un pañuelo e intentó taponar la herida.

—¡Eh! —gritó Michael a los compañeros del fondo—. ¡Un enfermero, ambulancia! ¡Rápido, cojones!

Charles agarró la pechera de su hermano. Con la otra mano sacó una cartera, que dejó sobre su pecho extenuado. John la abrió, siguiendo lo que le indicaba su mirada. Debajo de la cartulina transparente una atractiva mujer de grandes ojos le sonrió. Charles incrementó la presión sobre la ropa de su hermano y lo atrajo hacia sí, acercando sus labios al oído.

—Búscala… protégela… Que pueda ver las rocas blancas de Dover.

John apartó la cabeza y miró los ojos de su hermano, que se volvieron opacos. Vinieron dos milicianos con presura portando una camilla. Cargaron el cuerpo. John caminó junto a ellos, apretando la mano de Charles mientras Michael le seguía con las armas. En ese momento oyeron el silbido. El obús estalló en el techo, que se derrumbó sobre el grupo. Bajo los cascotes, y antes de perder el sentido, John Sunshine oprimió contra sí la cartera de su hermano.