Febrero 2003
Olga no había exagerado en la descripción del despacho de Jesús. Un ala estaba ocupada totalmente por una vitrina llena de figuras de porcelana de entre las que destacaba en lugar preferente un Quijote de Lladró, serie numerada. Diseminadas, varias reproducciones en bronce en tamaños pequeños de esculturas famosas conferían al despacho un aire de museo. Le había llamado tres días antes para proponerle la entrevista, a lo que se negó. Tuve que emplear argumentos irrechazables. Llegamos a las nueve de la mañana porque a las doce él tenía un compromiso ineludible. Y ahí estábamos sentados alrededor de una mesa redonda situada en un extremo del enorme escritorio, esperando a que en el despacho de al lado el magnate terminara de tratar asuntos de trabajo con su secretaria. El ruido exterior estaba derrotado por los cerramientos de PVC y la atmósfera se rendía ante la inminencia de las posibles confesiones.
El hombre entró y su masa provocó un notorio desplazamiento de aire. Se sentó en un sillón a su medida con gesto mezclado de resignación y desaprobación.
—¿Cómo está la abuela? —inició, sin intentar modificar su gesto desabrido.
—Bien, bien. ¿Y Blas?
—No tan bien. Pero vamos a lo nuestro —dijo, mirándome sin cautela.
—Como sabes, María Marrón está en un tratamiento especial para ver si es posible eliminar su amnesia, lo que permitiría que explicara misterios que afectan no sólo a su propia persona. Por eso me solivianta lo que hiciste para evitar la investigación. —Me miró sin decir nada—. Tú enviaste a aquellos matones a desvalijar mi agencia y a golpear a la gente. Lo sospeché en su momento.
—¿Sospechaste de mí?
—Era fácil. La primera impresión me llevó a creer que las agresiones indicaban por dónde debía buscar. Casi caigo en el engaño. Cuando analicé este caso aprecié que es tan intrigante como los otros dos, más si cabe. Pero aquí no hubo agresión al cliente. ¿Por ser mujer? Los que obran con tal contundencia no hacen distingos. Por tanto, el inductor no quería dañar físicamente a Olga. Ahí estaba la clave. Sólo podía tratarse de alguien que la quisiera, que hubiera vivido el pasado de la familia y que tuviera solvencia económica. Tú encajabas en el personaje. Los datos obtenidos de los bravucones sólo confirmaron tu culpabilidad. Los otros dos casos fueron para despistar.
—Es verdad que quiero a Olga —añadió, mirándola—. Aunque ella no sienta lo mismo, y no sé por qué, en modo alguno le causaría dolor.
—Quiero una explicación plausible.
Vaciló durante unos momentos. Pareció estar haciendo acopio de energía como una batería recargándose.
—Decidí la irrupción en tu agencia cuando a Julio se le escapó la confidencia de Olga respecto a la nota recibida de Leonor y quise impedir que cierto secreto dejara de serlo. El encargo era el de robar los archivos. Sólo quería que se cancelara el proceso de investigación sobre el pasado de la familia. Luego, cuando examiné los contenidos de los últimos casos que investigas y vi la foto de María en el dossier de John Fisher, quedé helado; la reconocí a pesar del mal estado de la imagen. Era una coincidencia extraordinaria. Lo de la prostituta fue totalmente circunstancial, un caso perfecto para desviar las sospechas. Acertaste en tu diagnóstico aunque sólo en parte —aceptó, clavándome su apaciguada mirada—. Envié a esos individuos contra el hombre de Colmenar y el inglés con el solo propósito de amedrentarlos, no para agredirles, ignorando lo que ya habían hecho con tu ayudante. —Se tomó un respiro—. La violencia no entra en mi escala de valores. Esos tipos, que me recomendaron como especialistas, se propasaron. No tenía idea de cómo actuaban. Créeme que lo siento. ¿Sirve de algo expresarte mis disculpas? —Nos miramos sin titubeos. Sus ojos no mostraban temor. Era hombre determinado y parecía asumir los hechos como inevitables—. Comprendo que tengas sentimientos de venganza. Pero desearía que hayáis quedado satisfechos ese Fisher y tú con el recital que disteis en Barcelona a esos animales. Por supuesto que deseo lo mejor para tu ayudante. Y estoy para lo que necesites.
—Habida cuenta de que lo de John y el industrial madrileño fueron ejercicios de distracción y despiste, tanto interés en la ocultación presupone que tienes algo que ver con la desaparición del coronel.
—Una apreciación errónea. El coronel murió ahogado. Así consta en su expediente personal.
—¿A qué entonces tan contundente obstrucción?
—Lo he dicho. Mi deseo es impedir que salga a la luz algo tenebroso. No sabes el dolor que vas a causar con tu eficacia investigadora.
—Quiero saber, para bien o para mal —dijo Olga.
—En algunos casos es mejor permanecer en la ignorancia. La verdad muchas veces es agresiva con la felicidad. ¿Por qué a estas alturas ese interés en comprobar lo ocurrido al coronel?
—Fue la carta de Leonor lo que avivó la curiosidad, porque establece dudas sobre la versión oficial —dijo Olga—. En cualquier caso, ¿a quién no le interesaría descubrir un misterio tal en el pasado de la familia? ¿Tan grave era lo que ocurrió que crees necesario impedir que se sepa?
—Lo hice por Leonor, por María y por mi padre. Quise evitarles un sufrimiento innecesario en estos momentos de su vida. Ya sabes lo delicado que está Blas, su corazón, agravado ahora después de la muerte de Leonor. Y aunque no lo creas también lo hice por ti.
Olga quedó un momento absorta como el niño al que sorprenden saqueando la hucha.
—¿Lo hiciste por Leonor?
—Naturalmente. ¿Olvidas que era mi madre? ¿De qué te extrañas?
—Ella no te envió la nota porque sabía que te opondrías a sus propósitos. A la vista está. ¿Cómo puedes hacer creer que tu intervención era para evitarle un sufrimiento? ¿Qué sufrimiento? Es una incoherencia, porque ella estaba totalmente cuerda y sabía lo que hacía.
El hombre pareció haber sido cogido en un renuncio, pero sus ojos se mantuvieron firmes.
—Obró equivocadamente. Se dejó llevar por emociones que no vienen al caso.
—Claro que vienen al caso. Demostró que hay cosas escondidas que…
—Que no es necesario ni útil divulgar.
—¿Por qué no? Explícate.
—No tengo nada más que decir.
—Se dice en los informes que el coronel desapareció cuando regresaba de una celebración particular con antiguos compañeros del Tercio. He leído varios informes oficiales y ninguno se aparta de esa versión. Pero no es aventurado mantener la sospecha de que aquel viaje obedeció a una importante misión secreta para España. En cualquier caso se resalta su dignidad como soldado y persona. Lo tildan de ejemplo. Merece que se sepa más de él para refrendar su figura y saber la verdad. Deberías contarlo.
—No creo estar autorizado para decirlo todo.
—¿Quién debe dar esa autorización?
—Nadie. Es nuestra propia intrahistoria la que manda.
—¿No puedes hablar ni siquiera sobre aquella misión?
El hombre cerró los ojos como buscando argumentos. Luego miró a Olga.
—La misión. ¿Por qué no? A estas alturas no creo que el informar sobre este punto concreto perjudique a nadie. Aun así sólo hablaré si no hacéis divulgación de ello.
Obtenida nuestra aquiescencia se tomó un largo trago de agua y pidió a su secretaria por el interfono que sólo le avisara para algo importante.
—Debo empezar por recordar un poco de nuestro pasado, la hegemonía mundial que España detentó en un tiempo. Perdimos el Imperio, pero en la mayor parte de las tierras que descubrimos y conquistamos dejamos nuestra huella en forma de lengua, cultura y religión. Nuestras peleas con los seculares adversarios europeos, Inglaterra y Francia, no nos han hecho enemigos porque formamos parte de la cultura europea y son muchas las cosas que compartimos. Por el contrario, España siempre tuvo argumentos de discusión con el vecino de abajo. Primero con los Omeyas, que, en su afán de conquista del Mediterráneo sur, nos invadieron desde el califato de Damasco; después con los almohades y almorávides, y finalmente, hasta el momento actual, con los marroquíes, con quienes nunca hubo buena relación vecinal se diga lo que se diga. —Se tomó un respiro—. En la antigüedad, el norte de lo que ahora conocemos por Marruecos estuvo aislado del Magreb. Hace seiscientos años muchas partes de ese Magreb, conformado por Marruecos, Túnez y Argelia, eran terra nulis habitada por tribus nómadas.
—¿Nos vas a explicar la historia de Marruecos?
—Lo que quiero decir es que el norte del Marruecos actual no perteneció a ese país hasta hace poco. Incluso puede asegurarse que los marroquíes jamás tuvieron un concepto de Patria, tal y como se entendió siempre por el pensamiento occidental. Para la mayoría de ellos su patria era su cabila dentro de la extensa y nebulosa Berbería que siempre careció de límites territoriales concretos. El sentimiento nacionalista general lo desarrolló el Protectorado, que fijó unas fronteras que jamás existieron. Hasta entonces, aparte de las tribus, sólo estaban los cinco reinos tradicionales, independientes entre ellos: Mequinez, Fez, Tremecen, Marraquech y Tafilete, que se miraban al ombligo y que desconocían la Zona Norte. Ellos eran Blad el-Majzen, territorio gobernado por el sultán, mientras que en el Blas as-Siba o territorio disidente estaban los países del Rif, región pobre, montañosa y lejana a sus afectos. El Protectorado, al fijar los bordes de Marruecos, la integró en el sultanato nominalmente. De un plumazo surgió un país donde nunca lo hubo como tal, anexionándose la lejana tierra. Ningún sultán la visitó nunca hasta Mohamed V en 1958 y pocos se sentían súbditos de un monarca lejano y diferente en costumbres e incluso raza. Y no era un sentimiento desde un lado. Para el sultán los rifeños no eran exactamente marroquíes sino bereberes puros, o lo eran entonces. ¿Por qué extrañarse de que una parte del Magreb quisiera independizarse de la impuesta pertenencia a la autoridad jerifiana? Si Marruecos quería su independencia, ¿por qué no podía tenerla el Rif, o sea, la llamada zona española? ¿Qué derechos podrían esgrimir unos sobre otros cuando lo que manda es el deseo de la población? Incluso en 1925, en plena guerra con Abd el-Krim, los franceses llegaron a proponer un Estado rifeño usando la mayor parte de la zona española; territorio en el que el sultán sólo conservaría una soberanía religiosa parcial y el jalifa cedería toda autoridad.
Hablaba lentamente, con pulcritud, como pidiendo permiso a las palabras para que salieran de la forma debida.
—Ahí los franceses demostraron una gran generosidad al dar algo que no era suyo —dije.
—Bueno, en puridad habría que decir que actuaban bajo derecho. Sí, no te sorprendas. El tratado de Protectorado fue firmado entre el sultán y Francia, lo que confería a los franceses el monopolio de representación diplomática sobre el conjunto de Marruecos, quedando España como cesionaria de parte de ese tinglado. Es decir, el llamado Protectorado español era, legalmente, sólo zona de influencia de España del Protectorado francés.
—Desearía saber adónde quieres llegar.
—¿No me has pedido que te aclare el misterio? Para ello debo insistir en lo que la mayor parte de la gente del norte quiso siempre: un país propio, independiente de Marruecos, algo que ya intentó Abd el-Krim cuando combatía a los españoles en esa guerra tan dolorosa para España. Los rifeños no luchaban por el sultán ajeno, cuya autoridad negaban, sino por el nacimiento de la República del Rif proclamada en 1923, algo que España también deseó en 1956. En aquellas fechas, Abd el-Krim envió representantes a la mayoría de los países europeos y propuso su entrada como país independiente en la Sociedad de Naciones, además de enviar mensajes a los Estados Unidos por medio del Chicago Daily News comparando sus deseos de emancipación con los que tuvo el pueblo americano en su día. Incluso tenían una bandera: la media luna roja y la estrella verde de seis puntas de David sobre fondo rojo. Te daré un ejemplo más actual, el del Sahara Occidental, el antiguo Sahara español. Marruecos lo quiere suyo pero los saharauis rechazan esa idea porque sostienen que ellos no son marroquíes y que el Sahara nunca fue parte de Marruecos. Lo del Rif era igual. Como ves, había argumentos precedentes para que el plan español saliera adelante.
—Puedo creer en las ansias de los norteños por conseguir un país propio, pero si para España era importante, ¿por qué no lo pensó antes? Se hubiera ahorrado el guerrear, los miles de muertos, y Abd el-Krim hubiera conseguido su independencia.
—Aquello era un asunto de dignidad nacional. Había que dominar a la fiera para no quedar en ridículo en el mundo entero después de nuestros desastres de Cuba y Filipinas. De ahí lo de Alhucemas. Pero treinta años después las razones eran otras porque la política es el arte de comulgar con las realidades que van creándose. España nunca creyó que el Protectorado se cancelaría tan pronto. ¿Quién puede predecir el futuro?
—Vale, pero ¿qué beneficios podía tener para España ese Estado independiente?
—Muchos. En primer lugar, la razón económica. España llevaba gastados miles de millones de pesetas en el Protectorado. Lentamente se empezaban a recoger algunos frutos. Se necesitaba tiempo para rentabilizar el esfuerzo realizado en esa tierra pobre tan diferente a la rica zona que se asignaron los franceses en el reparto. Al ayudar a los rifeños a desarrollarse se crearían también nuevas industrias en nuestro país y habría una interdependencia beneficiosa para ambos. Y tendríamos todas las opciones. Nuestro Gobierno asumió que la independencia del Rif hacia Marruecos supondría la eliminación de nuestra influencia, porque Marruecos siempre tendería hacia Francia. En segundo lugar, la razón emocional. Sería como una extensión de nuestro país, con un pueblo que entendería nuestra cultura y lengua aunque con diferente religión; una reedición de la España musulmana o, yendo más lejos, la extensión de la Hispanidad americana en tierras africanas. Y en tercer lugar los motivos estratégicos. Desde esa parte de África siempre nos han invadido los musulmanes por diversas razones. Antes, armados y con la mística de su expansionismo religioso. Ahora, impulsados por el hambre. La creación de la República del Rif era una teoría de seguridad para España en el futuro porque, al integrar Ceuta y Melilla, esas dos ciudades no estarían en la adivinada reclamación del imperialismo marroquí sino en tierra fraterna. De esa forma, Marruecos nunca podría reclamar algo que jamás estuvo dentro de su entorno territorial y que ya nunca estaría.
—Pero ese país tapón también era o sería musulmán.
—Cierto, pero con diferencia. Los rifeños nunca tuvieron ansias expansionistas, contrariamente a quienes los sojuzgaron. Ellos sólo querían su tierra. El dársela supondría tener un país agradecido, por tanto amigo, justo enfrente de nuestras costas. Un país moderado, casi un trozo de España. La idea fue una previsión en clave de futuro con base en el pasado.
—Cabe pensar que el sultán, y más el FLM, procederían en consecuencia y habría luchas, actos de terror o incluso guerra. Además, el signo de los tiempos estaba cambiando por esa época y había en marcha un imparable sentimiento anticolonialista. Se quebrantaría el principio de autodeterminación de los pueblos y la Carta del Atlántico de 1941. Conozco bien ese tema. Ningún país estaría a nuestro lado. La comunidad internacional no iba a permitir la perduración de esa anomalía de tiempos pasados.
—¿Acaso no me explico? No habría colonialismo sino un país nuevo que pediría nuestra protección. Hay antecedentes. Cuando los Omeyas crean el Califato español, un Estado berberisco del Rif se coloca bajo su protección. Como Filipinas con los americanos cuando terminó la guerra del Pacífico. España reconocería a la República del Rif de inmediato, como Alemania hizo con Eslovenia cuando ésta se separó de Yugoslavia. Incluso, quién sabe, podría ocurrir que con el tiempo, cuando los lazos soñados se hubieran estrechado, el país del Rif pidiera integrarse en España como hizo la República Dominicana cuando solicitó su anexión a España en 1861 y permaneció en ese estatus hasta 1865. Es decir, no fue un plan perverso porque beneficiaba a un pueblo ansiado de libertad y sólo mutilaba las ideas imperiales de una monarquía indeseada. Y para España era una cuestión de alto interés, por lo que se puede concluir que a nuestros gobernantes les animaban las mejores intenciones para con la Patria.
—Parece una locura.
—¿Locura? ¿Qué me dices de quienes en España quieren crear naciones donde sólo hay una? Ésa sí es una locura, no la de los protagonistas de aquellos años.
—¿De quién fue tan brillante idea?
—Cuando el movimiento independentista marroquí fue tan evidente como imparable en la zona francesa, con cientos de muertos y atentados, Francia trasladó a Mohamed V a Niza desde su destierro en Madagascar en agosto de 1955 y empezaron las primeras reuniones para crear un Consejo del Trono. El general García Valiño, Alto Comisario de España, fue a ver con urgencia al Residente General francés, quien le dijo que, efectivamente, el Protectorado sería disuelto, con lo que España tendría que marcharse. Alguien de la delegación española filtró después que, cuando nuestro general quiso oponer razones, el francés le dijo: «¿A qué viene la queja cuando usted ha permitido que los terroristas del FLM tuvieran refugio y ayuda en su zona? ¿Sabe la destrucción que causaron? No hubieran podido hacer sus salvajadas sin la guarida que usted puso a su disposición. No tenían territorio donde esconderse. Pudo hacer causa común con nuestra política e hizo lo contrario. Se pasó de listo. Esta situación de precipitación y agobio no debió haberse producido. Esperábamos hacer un traspaso de poderes varios años más tarde y sin traumatismos ni improvisación. Ahora todo acabó. ¿Creía que la independencia iba sólo contra nosotros? Nunca vi a nadie tan estúpido. Quien más perderá será España, que dejará de existir en estas tierras». Ya veis. Años después esa misma política ciega tuvieron los franceses con respecto a los etarras, que mataban en España y se refugiaban en Francia, hasta que se dieron cuenta de que ETA es enemigo común.
—¿Cómo fue el desarrollo de la idea?
—García Valiño fue llamado a consulta a El Pardo y allí Franco le reprochó su equivocada política de colaboración con el FLM. En realidad, y aunque equivocadamente, García Valiño luchó con todas sus fuerzas para que no hubiera independencia de la zona española de Marruecos. Se comprometió al límite, incluso permitiendo que una hija suya se casara con un marroquí. Pero los hechos le desbordaron. El Caudillo insistía en que la independencia era demasiado pronta, que el Protectorado debería durar una generación más. Esa conjunción de deseos dio lugar al proyecto. Es posible que fuera Carrero Blanco quien sugiriera la idea de independizar el Rif bajo nuestra tutela.
—¿De qué forma se concretó el pacto?
—Hay una gran nebulosa sobre ello. Parece que por parte española fueron tomándose decisiones sobre la marcha a remolque de los acontecimientos. Fundamentalmente, después de que en noviembre del 55 Mohamed V se plantara en Rabat procedente de París y fuera recibido en olor de multitudes. Se habla de que el representante del Sultán, el jalifa Mulay Hassan ben Mehdí, hacía demora cuando no negligencia en seguir las instrucciones del equipo de Mohamed V, tendentes a conseguir compromisos de las autoridades españolas para la emancipación de su zona. Queda en los mentideros que el jalifa, instigado por García Valiño, deseaba retrasar la independencia del Protectorado español para, en su momento, hacerlo bajo su égida, ya que contaba con currículo suficiente para constituirse en sultán independiente. Era de sangre real, hijo del anterior jalifa Mulay el-Mehdí y bisnieto del sultán durante la campaña de 1860 contra España. Además, estaba casado con Fátima Zohra, hija de Mulay Abdelaziz, que fue sultán de Marruecos al terminar el siglo XIX.
—¿Él participó personalmente en el plan?
—Nunca se demostró. Los emisarios dijeron actuar en su nombre y como tales fueron aceptados. Tiempo después se especuló sobre si eran suplantadores en vez de representantes.
—Me pierdo. Vamos a ver, ¿era ésa la independencia soñada por los rifeños u otra paralela?
—En principio era la misma. Pero el jalifa se equivocó en dos cosas. Una, que era marroquí, y los rifeños no lo aceptarían. Y dos, que estaba muy vigilado en sus actos por gente adicta a Mohamed V. Sobre todo por el líder nacionalista Abdeljalek Torres, un verdadero agitador de masas y promotor de atentados y sabotajes en la zona española, y que por sus esfuerzos en integrar el Protectorado español en una sola corona fue recompensado irónicamente más tarde con la embajada en Madrid.
—Sería entonces una reunión poco propicia a acuerdos.
—En realidad fueron dos. García Valiño habló con el jalifa, con el bajá de Villa Sanjurjo, con los caídes de las tribus Beni Urriaguel, Bukoia, Temsaman y otros.
—Hablas con gran conocimiento de todo.
—Nací y viví en Melilla hasta los ocho años. Viajé mucho con mi padre por Marruecos y aprendí su geografía. Me sé de memoria todos los pueblos del norte, como las preposiciones. Ahora es imposible encontrar muchos de esos nombres en los mapas porque los cambiaron.
—Debió de haber sido una gran concentración de personas.
—Eran los bajás y notables más importantes del Gomara, el Rif y la Región oriental. Entre los contactados del Majzen, algunos formaron parte de la comisión jalifiana que visitó El Pardo en febrero del 54, aunque la propuesta era ahora notoriamente distinta.
—Llamarían la atención a la gente adicta a Mohamed V. ¿No hubo sospechas?
—No. Estaba la gente del jalifa y la sensación, en aquellos momentos de euforia desbordada, era que se trataba de una reunión para la independencia del Protectorado español a favor de Marruecos. Nadie podía imaginar una independencia fragmentada. Pero en aquella primera reunión quedó claro que no podía haber entendimiento. Eran posiciones antagónicas. Los rifeños no querían ser regidos por un marroquí, sino por sí mismos. En vez de Sultanato habría una República con un Consejo de Estado formado por los jefes de las tribus y familias, que actuarían como un Senado. Por el lado del jalifa quedó la amenaza de que, si no entraba en el juego, podría haber filtraciones a la fuerza armada que apoyaba la independencia conjunta, el FLM, embrión de las FAR creadas posteriormente.
—¿Qué solución se buscó?
—Siempre según fuentes orales, imposible de contrastar, parece que sólo había un medio para conciliar ambas posiciones: dinero. Dinero para la independencia rifeña y para el jalifa y allegados. Para los primeros, España haría mayores inversiones en infraestructuras con el fin de desarrollar aquellos yermos roquedales. A cambio, obtendría el compromiso de seguridad y de permanencia para las familias españolas, y sus bienes, allí instaladas. Había que formar un Gobierno, una Administración y una policía. Y aunque no un ejército, porque estaría el nuestro, sería necesaria una fuerza militar bien dotada para contrarrestar posibles incursiones del FLM. El armamento no lo facilitaría España sino que lo adquiriría el naciente Estado rifeño en el mercado internacional.
—El otro grupo, ¿qué haría con su parte?
—Guardársela. Era el pago de su silencio. Por tanto, se necesitaba mucho dinero en calidad de urgencia y al margen del presupuesto habitual.
—¿De cuánto estamos hablando?
—De cuatrocientos millones de pesetas, que al cambio de ahora podrían ser unos ciento sesenta mil millones; más o menos novecientos cuarenta millones de euros.
Se hizo un silencio espeso como cuando en el bosque los animales enmudecen presintiendo la tormenta. Olga cruzó una mirada asombrada conmigo.
—Eso parece una barbaridad de dinero.
—Lo era, pero una minucia al lado de lo ya gastado. Sólo en los ocho años que precedieron a la disolución del Protectorado, España fundió unos mil millones de pesetas de entonces por ejercicio. Inútilmente. Así que Franco llamó a reunión a los titulares de Ejército, Asuntos Exteriores y Hacienda. De allí salió una orden urgente para el Banco de España. Había que preparar el dinero en billetes. Ahora hacía falta encontrar al hombre adecuado para la misión de entrega, ya que el asunto era de alto secreto. El ministro del Ejército, entonces general Muñoz Grandes, eligió al primo de mi padre por su consolidada reputación de buen soldado. Era un experto en misiones arriesgadas, como el legendario Otto Skorzeny, el que liberó al Duce en el Gran Sasso. En su etapa de espionaje durante la Guerra Mundial, el coronel demostró su arrojo en los transportes de documentos secretos de y para la Abwehr y de dinero del Reich para Franco.
—¿Espionaje? —se sorprendió Olga—. ¿Quieres decir que fue un espía?
—Sí, eso ocurrió antes y ahora no viene al caso. Lo que importa es que por esos servicios consiguió el nombramiento de coronel. Y que para los mandatarios era el candidato perfecto. —Por un instante me pareció vislumbrar al personaje, deslumbrante en su intrépida juventud. Miré a Olga y noté que tenía la misma sensación. Jesús continuó—: El procedimiento fue sencillo. El dinero salió en una ambulancia, dentro de veinte maletas de veinte kilos cada una. Naturalmente, y aunque ello fuera de secreto extremo y absoluta la confianza en el enviado, se debían cumplir las normas de seguridad correspondientes. La ambulancia no podía ir precintada por razones evidentes de su condición, pero iba cerrada por dentro y las veinte maletas sí estaban precintadas. Además, iban enlazadas con una cadena cerrada con candado y cubiertas con una lona. Nadie fuera del secreto podía imaginar que allí se camuflaba esa fortuna. Un coche del ejército con un capitán, un sargento y dos soldados seguía a distancia a la ambulancia. Y más atrás, cuatro policías en un coche del PMM. En la ambulancia sólo iban el coronel y un sargento de conductor, ambos en bata blanca pero con sus distintivos. El viaje transcurrió sin contratiempos. La ambulancia embarcó en Málaga y los seguidores protectores se volvieron a Madrid. El dinero ya estaba a salvo viajando a Melilla, donde sería hecho el traspaso por el coronel al comandante general de la plaza.
—Intuyo que el cargamento no llegó a su destino —dije.
—Sí llegó… en parte. Pero eso no lo voy a contar.
—¿Cómo? —dijo Olga—. ¿Nos vas a dejar así?
—No puedo decir más. Es una de las partes negras de la historia.
—Hemos venido a buscar lo oculto —recordé—. Hasta el momento sólo has historiado. Debes estar a la altura.
Se resguardó en una posición de reto, con el entrecejo arrugado.
—Bien, por qué no —dijo, tras un rato de meditación—. ¿Por dónde iba?
—El cargamento —dijo Olga.
—Sí. Durante la noche dos hombres bajaron a la bodega del barco y abrieron la ambulancia. El sargento conductor estaba durmiendo en su camarote, al igual que el coronel, ya que a nadie se le permitía dormir dentro de los vehículos durante la travesía.
—No parece que fuera una vigilancia a la altura de tan importante carga.
—Resultaba suficiente. No había ningún peligro. ¿Qué iba a ocurrir en medio del mar, quién imaginaría que había una fortuna viajando?
—Puede tener sentido.
—Los dos hombres sacaron cinco maletas y las trasladaron a otra furgoneta con rótulos de Talleres Mecánicos del Ejército y matrícula ET, que ellos habían embarcado. En su lugar colocaron otras cinco maletas. Cuando el buque atracó, el coronel y el sargento conductor desembarcaron la ambulancia y la condujeron al cuartel de la Legión donde fue depositada. Por supuesto que no había órdenes por escrito pero el comandante de la plaza ya había sido informado personalmente del plan en visita previa que realizó a Madrid bajo llamada. El vehículo quedó albergado y custodiado en una estancia del cuartel en espera del día, lógicamente cercano, en que se realizaría el pacto con los notables magrebíes.
—¿Me estás diciendo que nadie descubrió que cinco de las maletas eran falsas y que faltaban cien millones? —se extrañó Olga, capitalizando el interrogatorio.
—Así es. La carga de la ambulancia era la misma que al embarcar porque las maletas cambiadas estaban rellenas de trapos y ajustadas al peso requerido. Actuaron expertamente. Desengancharon la lona, cortaron el candado y, una vez efectuado el cambio, pusieron nuevo candado y volvieron a enganchar la lona. La inspección sumaria no pasó de verificar que la lona estaba intacta, lo que aseguraba la inalterabilidad de la carga escondida debajo. Todo se había ejecutado exactamente según el plan secreto, con personas de confianza y sin riesgos previsibles. El coronel pasó el día con sus antiguos compañeros en el club de oficiales, y por la noche subió al barco de vuelta a casa. Su misión de transporte había terminado. Nadie volvió a verle.
—¿Tu padre estaba en el secreto?
—No en ese momento, aunque sospechó que algo extraordinario estaba ocurriendo pues no era normal que un coronel del Estado Mayor del Ejército llevara personalmente una ambulancia a Melilla.
—¿Quieres decir que, a pesar de tantos años juntos y de tan estrechos lazos, ni siquiera se lo insinuó a su primo y amigo?
—Así es. El coronel era del Servicio Secreto y mi padre no. Y aunque lo hubiera sido, cada misión era confidencial.
—¿Qué pasó en la segunda reunión del Protectorado?
—Era el 10 de febrero de 1956. Antes de partir para Villa Sanjurjo, lugar de la cita, se descubrió el cambiazo. Ya se había echado en falta al coronel porque la familia habíamos dado la alarma ante su desaparición. Hubo llamadas frenéticas de García Valiño a El Pardo, pidiendo instrucciones. La conmoción en el Gobierno fue enorme. Tuvieron que improvisar y dieron la orden de que se ejecutara el plan, que mandarían el dinero restante en unos días.
—Por tanto, el acuerdo podía suscribirse por ambas partes.
—Está claro que ignoras cómo son los acuerdos de alto secreto. Nada debe fallar y todas las partes deben cumplir escrupulosamente las condiciones pactadas. Lo convenido era la entrega de cuatrocientos millones, no de trescientos, cosa que rompía con lo esperado. Sin embargo, los rifeños estaban dispuestos, no así la parte jerifiana, que se acobardó de repente. Barruntaron por simple adivinación que había gato encerrado, lo que podía significar que el proyecto dejara de ser secreto antes de tiempo y que provocara una reacción anticipada, que devendría violenta, de aquellos a quienes deseaban dejar al otro lado de la ansiada frontera. Fue una reunión tensa, mal avenida. El pacto se diluyó como sal en el agua y la historia no pudo ser cambiada. El 2 de marzo de ese año se firmó el acuerdo de independencia franco-marroquí y el 7 de abril se firmó el hispano-marroquí. Un territorio de más de veinte mil kilómetros cuadrados perdió la oportunidad de ser independiente y el millón aproximado de habitantes fueron obligados a convertirse en súbditos de una jerarquía que rechazaban. El sueño de libertad quedó truncado.
—O sea, que si no hubiera habido robo, la historia podría haber sido cambiada.
—Exacto. Porque los rifeños, aun desarmados y sin medios, siguieron clamando por su identidad perdida. Dos años más tarde las recién creadas FAR, al mando del Príncipe Hassan, masacraron a los rifeños, produciendo más de diez mil muertos y miles de heridos y ensayando bombas de napalm. ¿Qué gobierno hace eso contra su pueblo, en ausencia de guerra civil? Aquello fue la acción de terror de un pueblo sobre otro distinto, de la ocupación de un país por otro diferente. Y un hecho más: durante su largo reinado, Hasan II nada hizo por desarrollar la Zona Norte ni por mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, a quienes consideraba rebeldes, lo que implicaba de facto la aceptación de que eran diferentes.
—No has dicho nada del sargento conductor.
—Fue sometido a interrogatorio. Quedó claro que no tenía idea de nada porque ignoraba la carga que transportó. Era un simple suboficial sin imaginación perteneciente al Tercio de Melilla, de donde le ordenaron presentarse en Madrid y ponerse a las órdenes del coronel. Una muestra más del sigilo de la operación. Nadie de los Ministerios ni relacionado con ellos.
—¿Dónde estuvisteis tú y tu padre durante todo ese tiempo?
—En Madrid. Él en su destino del Estado Mayor y yo en el estudio de arquitectos donde trabajaba desde que regresé de la universidad con el título. Consta en los archivos.
—¿Qué archivos, si todo está velado de secreto? —porfió Olga, añadiendo sin ambages—: Esos hombres fuisteis vosotros, Blas y tú. De ahí vuestra fortuna.
Jesús la miró y una sombra de pesar cruzó sus ojos.
—Sacas conclusiones muy apresuradas, señorita sabelotodo. Lamento que nos tengas en tan baja consideración para creer que somos capaces de idear una acción tan disparatada. Quizás algún día te duelas de ello.
Olga no se arredró por la amargura que trascendía de las palabras del magnate.
—¿Cómo si no ibas a saber con tanta exactitud todo eso y lo de los dos hombres si tu padre estaba al margen, lo mismo que en lógica estabas tú?
—Lo supimos después, como algunas otras cosas —dijo, dejando en libertad todo tipo de interpretaciones.
—No me cuadra. Sigo creyendo que estáis involucrados en el robo y que algo sabéis sobre la desaparición del pobre coronel.
Parecían haberse olvidado de mí relegándome al papel de una grabadora. Era una apariencia porque Olga manifestaba un atrevimiento que no tendría si yo no hubiera estado allí, y dudo que él hubiera tenido la paciencia de soportar a solas tales acusaciones.
—Te diré una cosa —insistió Olga—. Sabes que, cuando el coronel desapareció, mi padre estaba en una edad en la que se graban muchas cosas de forma indeleble. Está claro que, por el motivo que sea, él guarda silencio sobre algo que vivió en ese pasado tanto tiempo oculto. Pero en algunas conversaciones se deslizó que entre el coronel y vosotros dos, tú y tu padre, no hubo el aprecio que ha sido lo representado por la familia durante tantos años. En realidad, tengo la sospecha de que lo que hacéis por la abuela no es por el coronel sino por ella misma.
—Mira por dónde, tenemos a un detective en la familia. Podías haber prescindido de Corazón.
—A mi padre una vez se le escapó que le amenazaste, aunque luego mantuvo circunspección respecto a ello. Ahora podría ser un buen momento para que aclararas algunas cosas.
El hombretón se miró las manos y se sumió en un largo silencio durante el que pareció que su parte vital se desvanecía dejando el cuerpo como si fuera un enorme oso de peluche.