Enero 2003
John Fisher salió a la plaza de España, miró el tráfico y dudó un momento adonde dirigirse. Unos ojos se interpusieron en su visión.
—No nos han presentado arriba —dijo la mujer—. Soy Olga Melgar.
—John Fisher —se identificó él, dándole la mano.
—Lo sé, lo oí. Arriba no hemos tenido ocasión de charlar. ¿Podemos hacerlo ahora? ¿Un café quizá?
—Seguro.
—Allá hay un lugar. —Señaló el café Starbucks en la misma esquina de la Gran Vía. Ya sentados ella recurrió a su bolso y ofreció—. ¿Te apetece?
—No fumo.
—Vaya. ¿Qué puedo hacer? ¿Te importaría si…?
—No, pero fumar es absurdo.
—Un discurso que conozco. —Encendió un cigarrillo y le lanzó su mejor mirada—. ¿Qué te ha pasado en la cara?
—Tuve problemas en el cuarto de baño.
—Tienes una mancha en la corbata.
—Es un escudo —rio él mientras ella esforzaba la vista y hacía un gesto de disculpa.
—¿De dónde eres?
—De Londres.
Ella le miró de frente, sin disimulo, hasta que los ojos del hombre se llenaron de interrogación.
—Verás, creo haberte visto antes. Estoy segura. Por eso he propiciado este encuentro.
—Mis viajes anteriores a España fueron cortos. Mis relaciones con españoles… y españolas —sonrió— han sido eventuales. Insuficientes para dejar huella.
—Entonces te pareces mucho a alguien que no puedo precisar en este momento. Juraría que te conozco.
—¿Sabes? Yo tengo la misma impresión contigo, la de haberte visto alguna vez —aseguró él sintiendo que algo sutil había surgido entre ellos.
—¿Lo dices en serio? —dijo ella, estremeciéndose.
—Te diré una cosa. Salí de la agencia confiando en encontrarte. Me alegro de que me hayas esperado. En caso contrario habría pedido tu dirección a Corazón.
—¿Qué problema tienes? —dijo ella, buscando con urgencia dentro de sí su aplomo avasallado—. ¿Qué puede hacer Corazón Rodríguez por ti?
—Supongo que lo mismo que por ti. Buscar a una persona.
—¿Puedo saber a quién?
—A una mujer.
—Ah —dijo Olga, esmerándose para que no se notara su decepción.
—Puede que, en realidad, a quien busco es a una mujer como tú.