36

Después de registrar a fondo la catedral, a Milo se le ocurrió cruzar la puerta principal, que era lo que tendríamos que haber hecho de entrada. Jane estaba tendida en la escalera de acceso a la iglesia, temblando e inconsciente, pero todavía viva.

El parque de enfrente era un enjambre de policías y ambulancias como consecuencia del cuerpo mutilado que los licanos habían dejado a su paso. Milo llevaba una sudadera con capucha por encima de la camiseta y se la quitó para cubrir con ella a Jane. Realizó una llamada anónima al teléfono de urgencias informando de que en la escalinata de la iglesia había una chica herida.

Consideré que la mejor solución para ella, en aquellas circunstancias, era mantenerse alejada de cualquier vampiro. Necesitaba mucha más ayuda de la que nosotros podíamos ofrecerle.

Nos marchamos corriendo de allí. Olivia regresó a su local y Leif desapareció en la noche. No estoy muy segura de adónde fue, pero me aseguró que estaría bien y que volveríamos a vernos. Peter había venido con su Audi, y Milo y Bobby se ofrecieron voluntarios para acompañarlo. Era un coche biplaza, pero a Bobby no le importó sentarse sobre el regazo de Milo.

Como habíamos llegado hasta allí en el Lexus conducido por Jack, Ezra no había tenido otro remedio que coger el Lamborghini, que consideraba excesivamente llamativo para su gusto. Jack ocupó el asiento del acompañante y me acurruqué en su falda, descansando la cabeza contra su pecho.

Durante el recorrido de vuelta a casa, caí en la cuenta de que en la catedral tenía que haber un servicio de vigilancia durante las veinticuatro horas. Ezra me explicó que al llegar había camelado al personal para que se fuera. Con su carisma y su atractivo era capaz de convencer a los humanos de cualquier cosa. Sospechaba que, además, tras todo ello, podía haber también cierta magia vampírica, pero no se lo pregunté.

—Oh, Dios mío, nunca me había sentido tan feliz de volver a casa —dije con un suspiro en cuanto llegamos. Jack me sonrió y me apretó la mano. Había sido la noche más larga de mi vida. Y lo que más deseaba era dormir en la cama a su lado.

—Mañana nos espera también una larga jornada —dijo Ezra, que entraba justo detrás de nosotros—. Tendré que pasarme el día tratando de convencer a la policía de que no hemos tenido nada que ver con los sucesos. —Ezra fue directo a la nevera y cogió una bolsa de sangre del cajón inferior. Solíamos guardar la sangre en el sótano, pero Milo y yo éramos muy perezosos.

—¿Y por qué tendrían que sospechar de nosotros? —pregunté. Estaba de espaldas a Jack, que me pasó el brazo por los hombros. Me recosté en él y Jack me dio un beso en la cabeza.

—Porque el Lexus sigue allí. —Ezra abrió la bolsa de sangre y le dio un buen trago—. Lo habrán incautado y tendré que ir a recogerlo. Sólo espero que me dé tiempo de dormir un poco antes de que se presenten en casa. —Su expresión cambió y se volvió de perplejidad—. Resulta gracioso. He visto el coche de Mae en el garaje. Creí que estaría preguntándose dónde nos habíamos metido todos.

—A lo mejor está durmiendo —dije con un gesto de indiferencia. El cielo empezaba ya a clarear.

—A lo mejor —dijo Ezra, poco convencido. Apuró rápidamente la bolsa de sangre y ladeó la cabeza. Agucé el oído, pero no oí nada. Ni siquiera a Mae, pero la noche me había dejado tan agotada que tenía los sentidos embotados.

Oí la puerta del garaje y Peter entró en la cocina segundos después, restregándose los ojos. A continuación aparecieron Milo y Bobby. Gracias a su larga y agradable siesta, Bobby no mostraba los signos de debilidad que compartíamos todos los demás. Iba pegado a los talones de Peter, y le formulaba un millón de preguntas.

—¿Y le has cortado la cabeza con la cruz? —Bobby tenía los ojos como platos—. ¡Soy judío, e incluso así lo encuentro increíble!

Bobby se percató entonces de mi presencia y me miró de forma extraña. No era exactamente una mirada de adoración, pero yo lo miré también con un sentimiento especial. Me di cuenta de que el intercambio ponía nervioso a Milo, que rodeó posesivamente a Bobby con el brazo.

—Sólo necesito darme una ducha caliente y ponerle punto final a esta noche —refunfuñó Peter, saliendo de la cocina. No había cruzado ni una sola mirada con Jack ni conmigo desde que todo había terminado, y me pregunté si algún día volvería a hacerlo. Esta noche habían estado a punto de matarme por culpa del amor que Peter sentía por mí, aunque tampoco era que fuera la primera vez que aquello sucedía.

—Yo también —dijo Milo. Enlazó a Bobby por la cintura para marcharse con él de la cocina, pero Bobby se detuvo, confuso—. ¿Qué pasa?

—¿Dónde está la perra? —preguntó Bobby—. Siempre se me cruza entre las piernas para jugar cuando llegamos a casa.

—¿Dónde está la perra? —repetí, y Jack se puso tenso. Matilda siempre salía a recibirlo cuando volvía a casa; nunca había manera de despegarla de él.

—¿Matilda? —dijo Jack, y se separó de mí—. ¿Mattie? ¿Dónde estás, pequeñuela?

Matilda ladró a lo lejos, como si estuviera encerrada en la habitación de Mae y de Ezra. Empezó a rascar la puerta y Jack y Ezra intercambiaron una mirada. Mae la hizo callar y abrió la puerta del dormitorio, dejando que Matilda corriera a recibirnos con su habitual entusiasmo. Y luego cerró de inmediato la puerta.

—Es muy extraño —dije. Jack estaba agachado acariciando a Matilda, pero estaba tan sorprendido como el resto de nosotros.

—Algo pasa —dijo Ezra, más para sí mismo que dirigiéndose al resto de los presentes. Tiró la bolsa de sangre vacía a la basura y se encaminó a su habitación—. ¿Mae? —Quiso abrir la puerta, pero ella la empujó desde el interior para impedírselo—. ¿Mae? ¿Qué sucede?

—¡Nada! —gritó Mae—. ¡Vete!

—Mae, abre la puerta ahora mismo, o tendré que abrirla yo por ti —dijo Ezra. Cuando hablaba de aquella manera, su voz se transformaba en uno de los sonidos más intimidantes que había oído en mi vida.

La puerta se abrió muy lentamente y Ezra entró en la habitación. El silencio era absoluto y Bobby dio un paso al frente, para intentar ver qué pasaba. Milo lo detuvo para que no avanzara más.

Miré a Jack para comprobar si veía alguna cosa, pero negó con la cabeza. Nos quedamos esperando expectantes, pero Ezra seguía callado. Un minuto después, salió corriendo de la habitación.

—¡Saca eso de mi casa! —gruñó Ezra, alejándose por el pasillo.

—¡Ella no es eso! —gritó Mae, que había echado a correr tras él, casi suplicándole—. ¡Y no podemos irnos en este momento! No mientras ella esté así.

—¡Me da igual! —rugió Ezra, sin tan siquiera mirarla—. ¡La quiero fuera de aquí!

—¡Necesitamos solamente dos días, tres como máximo, y desapareceremos de tu vista para siempre! —insistió Mae con desesperación. Él le daba la espalda, estaba furioso—. ¡Ezra, por favor! ¡Si me amas, concédeme tres días! ¡Por favor!

—De acuerdo —dijo Ezra de mala gana—. Pero si después de eso te quedas aquí un solo día más, me encargaré personalmente de ella. —Echó a andar hacia el garaje—. Me voy a comisaría a solucionar lo del coche. No me esperéis levantados.

—¿Qué os ha pasado? —dijo Mae, jadeando, al fijarse por fin en nosotros. Estábamos harapientos y ensangrentados y Bobby estaba lleno de arañazos y moratones.

Milo se puso a explicarle los sucesos de la noche, pero yo eché a correr hacia su habitación. Creía saber qué había allí dentro, pero tenía que comprobarlo personalmente. Mae intentaba prestar atención al relato de Milo, pero noté sus ojos posados en mí. Abrí la puerta del dormitorio y encontré justo lo que me imaginaba.

Una niñita temblaba nerviosa sobre la mullida cama de Mae, con los rizos rubios pegados a la frente por el sudor. Estaba pálida y parecía muy enferma, pero aun así, resultaba adorable. Parecía una réplica en miniatura de Mae, con mofletes de angelito.

Estaba todavía en las primeras fases del cambio, y lo peor estaba aún por llegar. Matilda pasó corriendo por mi lado y saltó sobre la cama. Empezó a lamerle la carita y la pequeña sonrió débilmente. Matilda acabó instalándose junto a ella.

—Le gusta Matilda —dijo Mae, que estaba justo detrás de mí. Rodeó la cama para situarse junto a la niña. Jack apareció a mi lado. Estaba intentando asimilar aquello y permanecía en silencio—. Me gustaría presentaros a mi biznieta Daisy. A partir de ahora voy a ocuparme de ella.

—Oh, Mae —dije, mirándola con tristeza.

—No, no digas eso —dijo Mae, haciendo un gesto de negación. Se sentó en la cama junto a la niña y le retiró el pelo sudado de la frente—. He hecho lo correcto, estoy segura. Tenía que salvarla. Cuando Jane se marchó, me di cuenta de que mi malestar no se debía a ella. Tenía que salvar a Daisy.

—Jane está bien, por cierto —dije, suspirando—. Pero… has hecho lo que tenías que hacer.

—Sí. ¿No os parece preciosa? —Miró a la niña con adoración y comprendí que siempre lo había tenido muy claro. Aunque tuviera que abandonar a Ezra y a todos nosotros, aquella niña significaba muchísimo más para ella.

—Pero conste que no te llevarás a mi perra —dijo por fin Jack—. Ven, Matilda. —A regañadientes, Matilda bajó de la cama de un salto y siguió a Jack fuera de la habitación.

—¿Así que te marchas? —le pregunté.

—Eso parece —dijo Mae con cautela—. Pensaba que Ezra cambiaría de idea cuando la viera, pero… No pasa nada. Ya tengo un plan.

—¿Y cuál es?

—Australia —dijo Mae, sonriéndome—. No he estado nunca allí. A los vampiros no les gusta porque hace calor, pero es un lugar agradable y hay todavía muchas zonas deshabitadas en el interior donde podremos ocultarnos. Además, hay allí ciudades como Sydney, donde hay bancos de sangre de los nuestros, de modo que con un coche podremos abastecernos sin problemas.

—¿Así que vais a pasaros el resto de vuestra existencia escondidas en la región interior de Australia? —le pregunté, levantando una ceja. Siempre había querido ir allí, pero me parecía un escenario horroroso para vivir toda la eternidad.

—Sólo una temporada. —Mae volvió a mirar su tesoro—. Pero no estaremos solas, al menos de entrada. Peter va a venir con nosotras.

—¿Peter? —No sabía que la relación de Peter con Mae fuera tan estrecha, aunque había que tener en cuenta que quería mantenerse alejado de mí y que le gustaban las misiones suicidas, como cuidar de una niña vampira.

—Se ofreció a acompañarme hace unos días —me explicó Mae—. Todo irá bien, cariño. No te preocupes por nosotros.

Tal vez estuviera hablando conmigo, pero estaba mirando a Daisy, y creo que eso era lo único que le importaba. Todos nosotros habíamos dejado de existir desde el momento en que tuvo a Daisy con ella. Me quedé observándola un momento más, haciéndole carantoñas a la pequeña, y salí de la habitación para dirigirme al lugar donde realmente tenía que estar.

Cuando subí, Jack ya estaba disfrutando de una ducha caliente. Yo me moría de ganas de ducharme también, de modo que me desnudé y me metí en la ducha con él. Me sonrió al verme, pero se limitó a abrazarme por la cintura. Descansé la cabeza contra su pecho. El gesto carecía por completo de intención sexual. Me encantaba estar pegada a él, sentir su piel desnuda junto a la mía, escuchar el latido de su corazón.

Me besó la coronilla y me abrazó con fuerza. Después de la tensión de la noche, no pude evitar romper a llorar. De tristeza, de agotamiento y de alivio. Jamás había visto nada tan brutal como lo que acababa de presenciar aquella noche, y confiaba en no tener que volver a verlo nunca.

—Todo irá bien, Alice —me aseguró Jack, acariciándome la espalda.

—¿Cómo puedes decir eso después de todo lo que ha pasado esta noche? —Levanté la cabeza para mirarlo. Sus cálidos ojos azules no reflejaban otra cosa que no fuese amor y optimismo, y me sonrió.

—Porque estás aquí conmigo —dijo Jack—. Una noche que acabe así no puede ser demasiado mala.

—Desde luego, tu lógica es irrebatible —reconocí, y se echó a reír, lo que me provocó un hormigueo maravilloso. Me abracé a él con más fuerza, presioné la cabeza contra su pecho y me dejé llevar por la agradable sensación de sus brazos rodeando mi cuerpo. No había otro lugar donde deseara estar con más intensidad.