34

Deslizándome por la hierba, caí una y otra vez mientras intentaba correr. Comprendí que, pese a que Stellan había decidido darme ventaja, no conseguiría llegar muy lejos. Se quedaría terriblemente decepcionado cuando me atrapara, pero no sabía qué otra cosa podía hacer. Estaba corriendo al máximo de mis posibilidades. De no haberme dado aquel cabezazo tan fuerte, y de no estar el terreno tan resbaladizo, tal vez hubiera conseguido avanzar más de prisa.

Había recorrido poco más de cinco metros cuando se abalanzó sobre mí. Siempre me había imaginado que el ataque de un tigre sería una cosa así. Clavó sus zarpas en mi espalda y, cuando me derribó, me quedé sin aire. Aplastó mi cara contra el suelo, ahogándome casi en la nieve fangosa.

Cuando por fin me permitió levantar la cabeza, escupí briznas de hierba y tierra. Intenté incorporarme cargando con él sobre mi espalda, pero pesaba demasiado y el suelo estaba excesivamente resbaladizo.

Oí a lo lejos sirenas de coches de policía. Parecían venir de muy lejos, pero era simplemente porque mi nivel de consciencia se estaba alterando. La adrenalina y el pánico habían transformado mi sed hasta convertirla en una sensación distinta. No era que hubiera quedado inconsciente, pero me sentía como si estuviera peleando bajo el agua.

Stellan rio a carcajadas y sentí su peso separarse de mí. Deslizó la mano entre mis piernas y me revolví para gatear y tratar de alejarme de él, pero lo único que conseguí fue que escarbara aún más la cara interna del muslo con sus zarpas.

Y cuando digo «escarbar», me refiero a escarbar, en el sentido más literal de la palabra. Atravesó con las uñas el tejido de los vaqueros y mi carne y a continuación hundió los dedos en el músculo. Grité de dolor. Me volví, dispuesta a quitármelo de encima, y retiró la mano, llevándose con ella un buen pedazo de mi pierna. Se echó a reír, me mostró la carne, y desapareció.

Intenté sentarme y observar la herida de la pierna, y fue entonces cuando comprendí lo que acababa de hacerme. La arteria femoral recorre la cara interna del muslo y, en caso de sufrir un desgarro en ella, un humano se desangraría en poquísimo tiempo. Por desgracia, la gravedad de una herida así es casi similar para los vampiros.

En circunstancias normales, mi corazón habría aminorado su latido, lo que daría a mi cuerpo la oportunidad de curarse antes de que la situación se descontrolara. Pero estaba tan asustada que el corazón me latía en consecuencia. Mi sangre empezaba a derramarse por el suelo, y noté que me estaba desangrando.

Jamás me había sentido de aquella manera cuando, por alguna razón, había perdido sangre mientras aún era humana. Era una sensación de presión, de dolor, de debilitamiento. Era casi una sensación de vacío, como si estuvieran chupándome la vida a cada gota de sangre que perdía.

Jack apareció de repente a mi lado. Me habría dado cuenta de que se acercaba de no haber estado tan concentrada en la pérdida de sangre. Presioné el muslo con las manos, para intentar detener la hemorragia, pero el orificio era tremendo. Ni siquiera conseguía abarcarlo con la mano. La sangre salía a borbotones y a una velocidad tan elevada, que la cicatrización era imposible.

—Alice, Dios mío.

—¿Dónde está Milo? —pregunté con voz débil. Jack colocó la mano sobre la mía para intentar detener la hemorragia—. ¿Está bien?

—Sí, está con Bobby. Se encuentran bien. —Jack se mordió el labio y miró por encima del hombro—. Los licanos se han largado en cuanto ha aparecido la policía. Tenemos que salir de aquí antes de que den con nosotros.

La herida en sí no era mortal. O al menos no creía que lo fuese. Intenté recordar si los vampiros podían morir desangrados. Sabía que podían morir de hambre, pero tenía que ser como resultado de pasar muchísimo tiempo sin comer. De todos modos, por el aspecto del charco de sangre que tenía bajo mi cuerpo, había perdido casi toda mi sangre.

Las entrañas me ardían y parecía como si estuvieran marchitándose. Tenía esa extraña y dolorosa sensación de estar deshinchándome. Tenía la cabeza tan difusa que no entendía nada de lo que estaba diciendo Jack y todo lo veía envuelto en una neblina rojiza.

Estaba tan débil que no sentía ni ansia de sangre. Las fuerzas me habían abandonado por completo para ser sustituidas por la sensación de dolor más intensa que era capaz de recordar. Empecé a chillar y Jack me tapó la boca con la mano. Cuando olí y percibí el sabor de mi propia sangre en su mano, el estómago me dio un vuelco.

Noté que el suelo se movía, que desaparecía a mi alrededor. Sabía que soplaba un aire gélido, pero apenas lo notaba. No veía nada. El dolor lo superaba todo.

Olía a sangre, y la frenética parte de animal que había en mí irrumpió con fuerza. Intenté moverme, esforzarme para alcanzar la sangre, pero mis brazos se negaban a reaccionar. Temblaban con violencia y me pregunté aturdida si estaría sufriendo un ataque epiléptico.

El mundo se bamboleaba y combaba a mi alrededor y estaba prácticamente dispuesta a matar a Jack con tal de obtener su sangre. El dolor era tan atroz que habría matado a cualquiera para acabar con él.

—Bebe, Alice. —Escuché la voz de Jack en mi oído, pero no sabía de qué me hablaba.

Lo olía, pero no era su sangre. Era caliente y fresca y latía con rapidez. Deseaba beberla, pero no lograba localizarla. No podía ni hablar ni moverme.

Sentí la cálida piel junto a mis labios y el pulso de las venas palpitando en mi boca. Sin pensarlo un instante, clavé los dientes y bebí. Casi al instante, mi fuerza regresó a mí y me agarré con energía a quienquiera que estuviese chupando. Lo presioné más hacía mí y bebí sin hacer ruido.

Recordé por un instante la imagen de Milo mordiendo a Jane, su apariencia animal, y comprendí que en aquel momento bebía igual que él lo hizo en aquella ocasión, pero no me quedaba otra alternativa.

El dolor desapareció y un intenso placer se apoderó poco a poco de mí. La sensación de calor era deliciosa. Una explosión de gozo inundó mi cuerpo y bebí con más ansia. Quienquiera que fuese era bondadoso, lo percibía, así como el ácido regusto de la adrenalina. Quienquiera que fuese había pasado miedo, pero ahora ya no. Confiaba en mí, me apreciaba, aunque estuviera dejándolo seco.

Una parte de mí sabía que debía parar ya. Había bebido lo suficiente para reponerme, y aquella cantidad era casi más de la que un humano podía permitirse perder.

Pero otra parte de mí se negaba. No podía parar. Era demasiado fabuloso, era un sabor excesivamente maravilloso. Lo necesitaba, y no podía parar, hasta que lo hubiera agotado por completo.

—¡Alice! —gritó Jack. Noté un fuerte dolor en la nuca, pero me daba lo mismo, hasta que la sensación de dolor empezó a tirar de mí. Jack me tiraba del pelo para soltarme, pero yo no tenía ni la más mínima intención de hacerlo, y si seguía tirando, acabaría desgarrándole el cuello a él—. ¡Alice! ¡Suelta!

—¡Jack! —gimoteó Milo—. ¡Dile que pare!

Jack seguía tirando de mí y le gruñí, literalmente, como un perro con un hueso en la boca. Me agarró entonces por el cuello y me lo apretó. No podía respirar pero, lo que era más importante, tampoco podía tragar.

Me solté, con la sola intención de morder a Jack para que me dejara en paz de una vez, pero en cuanto me separé, empecé a pensar de nuevo con cordura. Estaba mareada y borracha, pero había dejado de sentir aquella locura animal.

Jack, sin embargo, no lo sabía, y me rodeó con sus brazos para impedir que me abalanzara de nuevo sobre la sangre. El cuello que había estado chupando ya no estaba allí. Había desaparecido en el mismo instante en que dejé de morderlo. Milo estaba llorando y acunaba a Bobby entre sus brazos y así fue como lo descubrí.

—¿Bobby? —murmuré. La sensación de cansancio y aturdimiento que seguía a la comida se apoderó de mí. Sentía hormigueo y picores en la cara interna del muslo, lo que significaba que ya estaba curándose.

—¡Has estado a punto de matarlo, Alice! —me gritó Milo.

—¡Tenía que hacerlo, o habría muerto! —gritó a su vez Jack. Seguía sujetándome, pero con más delicadeza. Sólo deseaba tenerme cerca.

Me limpié la sangre de Bobby que todavía manchaba mi boca e intenté sentarme. Estábamos sobre el asfalto junto a un edificio blanco, y cuando levanté la cabeza vi que se trataba de la gigantesca catedral que se alzaba en las proximidades del parque. Jack me había llevado hasta allí, lejos de la policía, y me había curado.

Tenía la sensación de que iba a desmayarme de un momento a otro, pero me resistí a ello. Aún no estábamos a salvo, pues los licanos seguían tras nosotros, y tenía que hacer algo.

Oía el latido del corazón de Bobby, y seguía siendo fuerte. No lo había matado, pero estaba completamente inconsciente. Por no mencionar el hecho de que Bobby pertenecía a Milo y a los vampiros no les gustaba nada compartir sus humanos con otros vampiros. Por mucho que me quisiera, Milo debía de estar volviéndose loco después de haberme permitido morderlo.

—Nunca debería haber dejado que nos acompañara —dijo Milo, acariciándole a Bobby el pelo.

—Fue por eso que lo dejé venir —dijo Jack.

—¿Qué? —Milo lanzó una mirada furiosa a Jack—. ¿Que lo trajiste para que le diera de comer a ella?

—Le ha salvado la vida a tu hermana, ¿no? —replicó Jack—. La hemorragia no la habría matado, pero la debilidad le habría impedido enfrentarse a los licanos. Necesita estar fuerte para combatir.

—Lo siento —dije con voz débil, disculpándome. Intenté incorporarme de nuevo, pero me fue imposible. Los brazos de Jack eran fuertes y cálidos, y finalmente cedí a la tentación. La oscuridad se apoderó de mí y quedé inconsciente.

Me desperté en el suelo. Después de todo lo que había pasado, me sentía asombrosamente bien. Cuando abrí los ojos vi los preciosos techos dorados y blancos de la catedral.

Bobby estaba tendido a mi lado, dormidísimo, y sentí en el corazón una extraña atracción hacia él. No era amor, ni enamoramiento, sino simplemente una conexión. Bobby había compartido su sangre conmigo y, a cambio, había recibido también algo de mí. Nunca antes había bebido directamente de un humano y me sorprendía descubrir que sintiera algo especial por él después de haberlo hecho.

Pero no tuve tiempo de seguir reflexionando sobre los detalles de nuestra relación, pues oí voces.

Me levanté, y descubrí que aún me sentía mareada y borracha. Estábamos en el coro de la iglesia, rodeados de bancos y cruces, y Jack, Milo, Peter, Ezra y Olivia estaban en el otro extremo. Habían intentado dejarnos dormir, lo que me parecía ridículo. Yo necesitaba estar despierta y fuerte. Hablaban sin levantar la voz e intenté acercarme sigilosamente hasta donde se encontraban, pero tropecé y choqué contra un banco.

—Oh, estupendo. Se ha despertado —murmuró Milo, que al parecer no estaba todavía dispuesto a perdonarme.

—¿Qué sucede? —pregunté cuando llegué junto a ellos. Estaban reunidos formando un círculo y me apretujé entre Jack y Ezra—. ¿Qué hacéis vosotros aquí?

—Los hemos llamado —dijo Jack, aunque me costaba creer que hubiera llamado a Peter. Podía entender que hubiera llamado a Ezra, pero estaba segura de que en estos momentos odiaba a Peter más que nunca—. No pudimos llegar al coche por la policía, y no queríamos que los licanos nos siguieran hasta casa.

—Y yo he llamado a Olivia porque es la única que realmente dispone de todos los medios necesarios para enfrentarse a ellos —dijo Ezra.

—Y yo haría cualquier cosa por ti, cariño —dijo Olivia, guiñándome un ojo.

Llevaba unos pantalones de cuero y un minúsculo chaleco, de cuero también, sin nada debajo. Y encima, cruzada sobre su pecho, una especie de ballesta. El estuche de cuero que cargaba a la espalda estaba lleno a rebosar de flechas metálicas.

—El titanio es lo bastante fuerte como para atravesar el esternón de un vampiro y llegarle al corazón —comentó con una sonrisa cuando me vio admirar su armamento—. Lo de la estaca de madera nunca ha funcionado, y ni siquiera esto es infalible, pero como mínimo servirá para restarles celeridad.

—Estupendo. —Suspiré y miré a mi alrededor. Caí entonces en la cuenta de que faltaba alguien—. ¿Dónde está Jane? —Jack hizo una mueca y nadie dijo nada—. ¿Jack? ¿Qué le ha pasado?

—Se la han llevado los licanos —me respondió Jack en voz baja.

—Dios mío —dije, pasándome las manos por el pelo—. Todo esto es una jodida pesadilla.

—La recuperaremos —me prometió Peter. Sus ojos verdes se clavaron en los míos y supe que a Jack se le ponían los pelos de punta, pero no hizo nada—. Haremos un intercambio, yo por ella. No podrán negarse.

—No vamos a sacrificarte —dijo Ezra con firmeza.

—¿Por qué no? —observó Jack empleando un tono sarcástico—. ¡Estamos metidos en este lío por su culpa! ¡Casi consigue que maten a Alice y ahora quién sabe lo que le habrá pasado a Jane!

—No vamos a entregarlo a nadie —dijo Ezra, mirando a Jack con seriedad—. Los detendremos.

—¿Y si no lo logramos? —preguntó Peter—. ¿Morir todos por culpa de mis errores? No. No pienso permitirlo. La culpa es mía. Esta es mi guerra.

—Ahora estamos todos involucrados —dijo Ezra—. ¿Piensas de verdad que nos dejarán marcharnos tan tranquilos por más que te entreguemos? Sería demasiado fácil para ellos.

—¡Deberías haberme dejado morir en Finlandia! —gritó Peter, con una expresión de puro dolor—. ¡Te dije que me dejaras allí! ¿Por qué no me hiciste caso?

—Estaría encantado de que hubieras muerto allí —observó Jack.

—¡Aquí no morirá nadie! —dije, levantando los brazos para acallarlos—. ¡Pensaremos algo! No sé qué puede ser pero… algo haremos.

—¿Veis? Con un par de narices —dijo Olivia, sonriéndome.

—Necesitamos un plan mejor que andar discutiendo constantemente entre nosotros —dijo Ezra—. Los licanos no tardarán en localizar nuestra pista.

—Y tal vez sea antes de lo que te imaginas —dijo Olivia, y cogió una de sus flechas.

Mientras preparaba la ballesta, asomé la cabeza por la barandilla del coro y vi a un licano sucio y desgreñado avanzar por el pasillo central de la iglesia. Oí el clic de la flecha al insertarse en el artilugio y entonces el licano levantó la vista hacia nosotros, con los ojos castaños grandes e inocentes. No podría explicarlo, pero en cuanto lo vi supe que no estaba con ellos.

—¡Para! —grité, y mi voz reverberó en el techo. Entonces coloqué la mano frente a la ballesta. Era Leif quien nos miraba desde la zona central de la iglesia, dispuesto a aceptar el destino que le hubiéramos preparado.

—¿Qué? ¿Por qué? —Jack me miró como si me hubiese vuelto loca.

—No, tiene razón —dijo Peter—. No es como los demás.

—¡Leif! —Me incliné por encima de la barandilla, como si creyera que ese gesto me ayudaría a dirigirme a él.

—¡No estoy con ellos! —gritó Leif desde abajo—. ¡He venido a avisaros! Les resultará más complicado encontraros sin mí. Soy el mejor rastreador que tienen, pero estáis muy cerca, y Stellan conoce el sabor de tu sangre. Les he sacado una ventaja de escasos minutos.

—¿Por qué quieres ayudarnos? —preguntó Ezra. Leif se quedó mirándolo un instante y me miró a continuación a mí.

—¿Será posible? —dijo Milo en tono burlón—. ¿Acaso todos los vampiros del mundo quieren tirarse a mi hermana?

No era eso, y lo sabía, pero no podía explicarlo. La forma de mirarme de Leif no escondía ninguna intención sexual, y yo no estaba en lo más mínimo interesada por él. Era algo completamente distinto.

—No, no pretendo… «tirarme» a nadie. —Leif se había sentido extraño al repetir aquella palabra—. Pero ya estoy harto. Son crueles y sádicos, y sé que los vampiros pueden vivir de otra manera. No quiero continuar con ellos. No deberían seguir con vida. Son verdaderas abominaciones.

—¿Y cómo propones que los detengamos? —preguntó Ezra.

—Si quieres que te sea sincero, no lo sé —dijo Leif con tristeza—. Pero os ayudaré como pueda. Incluso si queréis que actúe a modo de cebo. Si con eso puedo salvaros, lo haré.

—¿Confías en él? —me preguntó, muy serio, Jack.

—Sí —afirmé, y Peter asintió para demostrar que estaba de acuerdo conmigo.

—Parece sincero —dijo Milo.

—¿Y cómo localizasteis a Jane? —le pregunté a Leif. Comprendía que hubieran podido dar conmigo porque ya nos conocíamos, pero no entendía cómo habían llegado a relacionar a Jane con nosotros.

—Se paseaba por la ciudad vestida con tu ropa —dijo Leif, casi avergonzado—. Y te olí en su cuerpo. Os seguimos la pista hasta Minneapolis preguntando. Gunnar conocía a gente que conoce a Ezra. —Se sonrojó, sintiéndose culpable—. Nunca tendría que haber venido con ellos, pero de no haberlo hecho me habrían matado, y luego os habrían matado a vosotros. Pero en cuanto subimos a aquel barco, comprendí que tenía que encontrar la manera de ayudaros. Aquello fue una carnicería increíble.

—Dios mío. —Me quedé boquiabierta en cuanto relacioné los hechos—. ¿Fuisteis vosotros? ¿Los autores de lo del petrolero que se accidentó en Terranova?

—No me siento orgulloso de lo que hicieron, y pagaré por mis pecados —dijo Leif, levantando la barbilla y mirándome—. Te aseguró que repararé esos daños.

Un estrépito de cristales rotos resonó en la catedral, pero Leif permaneció inmóvil. Las vidrieras decorativas se hicieron añicos cuando los licanos entraron en el edificio a través de ellas, y una lluvia de cristales de colores envolvió a Leif. Los licanos avanzaron lentamente entre los bancos; Gunnar iba en cabeza.