33

—¡Jane! —Eché a correr hacia ella para salvarla, pero Jack me rodeó con el brazo y me detuvo.

—No, Alice —me dijo entre dientes al oído mientras me debatía para liberarme. Me sujetaba con la fuerza de una barra de hierro y me sentí frustrada al ver lo poco que podía hacer para superarlo. Era más débil incluso de lo que me imaginaba.

Habría seguido debatiéndome con él de todas maneras, pero entonces olí la sangre. Jane había levantado el brazo para intentar detener la hemorragia, pero su sangre continuaba fluyendo, dulce y caliente. La sensación de hambre se intensificó, se retorcía con un doloroso ardor por mis entrañas.

Cerré los ojos y tragué saliva. No quería morderla, y no lo haría. En pocos segundos había conseguido calmarme lo suficiente como para que Jack me soltara, pero no lo hizo.

—Presiona la herida —le dije a Jane, y me sorprendí a mí misma al escuchar la tranquilidad que transmitía mi voz—. Rasga el vestido y hazte un torniquete en el codo. De lo contrario, te desangrarás.

Jane siguió mis instrucciones con manos temblorosas, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Cuando estaba envolviéndose el brazo con el trozo de tela, Dodge se adelantó para impedírselo.

—No, deja que lo haga —dijo Gunnar, y Dodge se enderezó. Se quedó, sin embargo, a su lado, viendo como Jane seguía sollozando y se derrumbaba casi en la hierba—. Si se desangra y muere, esto perderá toda la gracia.

—No pienso morderla —dije, mirándolo—. No lo hará ninguno de nosotros.

—Veo que el reto es cada vez mayor —dijo Gunnar, sonriéndome y mostrándome la dentadura.

Oí pasos que se aproximaban y me volví en dirección al sendero. Ningún licano sería tan tonto como para acercarse haciendo ruido. Se trataba a buen seguro de un humano que había decidido dar un paseo por el parque a medianoche. Había que reconocer que era un humano estúpido, e inocente, por supuesto. Descubrí entonces que no era más que un veinteañero regordete con gafas oscuras.

Paseaba uno de esos ridículos perros carlinos de cara arrugada, que intuyó el peligro antes que él. El perro, que venía olisqueando por el sendero, levantó la cabeza de pronto y empezó a ladrarnos. En cuanto el chico nos vio, Stellan apareció como salido de la nada y se abalanzó sobre él.

Abrí la boca para gritar, pero no conseguí emitir sonido alguno. El chico ni siquiera tuvo oportunidad de defenderse antes de que Stellan le desgarrara la garganta. Jane chilló, la única capaz de emitir un sonido. El perrito ladró enfadado, pero en cuanto se dio cuenta del peligro que corría, se marchó por donde había venido.

Stellan empezó a devorarle con ansia el cuello y la sangre salpicó por todos lados, esparciendo su aroma. El cuerpo de la víctima se convulsionaba y temblaba, y se oyó incluso el sonido del hueso partiéndose cuando Stellan le arrancó el cuello por completo. El cuerpo del chico dejó entonces de moverse.

Me encogí al ver aquello, pero no podía dejar de mirar. Deseaba vomitar y me odiaba a mí misma por la sed que me incitaba el olor a sangre. Cuando sentí la mano de Milo, estuve a punto de dar un brinco. Mi hermano me había cogido la mano y me la apretaba.

Jamás en mi vida había visto algo tan horrible como Stellan descuartizando a un ser vivo, y cuando por fin conseguí dejar de mirar, vi que Milo tenía los ojos llenos de lágrimas. De pronto, parecía un niño asustado y se pegó a mí. Deseé abrazarlo, pero ante la incierta reacción de Gunnar, decidí simplemente seguir dándole la mano.

—Todo saldrá bien —mentí, mirando a Milo a los ojos—. Como mínimo, ha sido rápido. Estoy segura de que no ha sentido nada.

—Lo más probable es que no —reconoció Gunnar—. Aunque podría ser que sí. Stellan ha actuado con demasiada prisa, pero puede hacerlo mucho más lentamente. ¿Queréis que os lo demuestre?

—¡No! —dije en seguida, y Gunnar estalló en carcajadas. Jack se adelantó para protegernos a Milo y a mí de Gunnar y nos quedamos detrás de él, cogidos de la mano y temblando como dos niños asustados.

—¡Stellan! —gritó Gunnar sin mirarlo.

Stellan dejó de devorar al chico y levantó la cabeza. Tenía la cara y el pecho cubiertos de sangre y se limpió distraídamente con el dorso de la manga mientras se acercaba a nosotros.

—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó Jack. Estaba tan asustado y asqueado como nosotros, pero casi conseguía transmitir la imagen de hombre tranquilo y confiado.

—¿Qué te parecería… un juego? —dijo Gunnar, sonriendo.

Stellan regresó a su lado, abandonando el cadáver en medio del camino como si fuese un desecho, como una manzana a medio comer. Gunnar clavó entonces la vista en algo detrás de mí y, cuando me volví, ya era demasiado tarde.

Detrás de nosotros acababa de aparecer un gigantesco vampiro que había atrapado a Milo entre sus brazos. Mi hermano gritó sorprendido y se debatió para quitarse de encima al vampiro, pero era inútil. Era el ser más alto que había visto en mi vida, una altura, además, complementada con la fuerza de un vampiro. Milo no me había soltado aún la mano y tiré de él para tratar de liberarlo de aquellas tremendas zarpas.

—¡Alice! —Jack me cogió entre sus brazos, negándose a permitir que el vampiro me arrastrase junto con Milo, pero yo no quería soltarlo—. ¡Alice! ¡Suéltalo! ¡Alice!

—¡Milo! —chillé, pero mis dedos acabaron separándose de los suyos y no tuve más remedio que soltarlo.

Las lágrimas resbalaban sin cesar por sus mejillas y seguía con el brazo extendido hacia mí. Jamás había visto en sus enormes ojos castaños una expresión tan triste y asustada. Cosí a Jack a patadas, pero ni con esas me soltó.

—Como bien puedes ver, Alice, mi buen amigo Oso no está haciéndole ningún daño —dijo Gunnar.

Oso, el colosal vampiro, tenía a Milo preso entre sus brazos, pero ni siquiera parecía estar apretándolo. Milo continuaba chillando y tratando de resistirse, pero no daba la impresión de que estuviera haciéndole daño, sino que simplemente estaba aterrorizado.

—Milo… Te llamas así, ¿no? —preguntó Gunnar. Milo no dijo nada y continuó resistiéndose—. ¿Te duele algo, Milo? ¿Acaso te hace daño?

—No —refunfuñó Milo, y se tranquilizó un poco. Lo decía por mí, para que dejara de intentar escaparme del abrazo de Jack. Miró hacia mí y me dijo—: Estoy bien.

Dejé finalmente de resistirme a Jack aunque él, con mucha inteligencia, decidió no soltarme. Habría salido corriendo al rescate de Milo un segundo después de que me hubiera liberado.

—¡Suéltalo! —grité, y me dirigí entonces a Gunnar—: ¡Él no tiene nada que ver con todo esto! ¡Suéltalo! ¡Ni siquiera le cae bien a Peter!

Gunnar se rio con mi comentario, aunque yo no sabía muy bien qué tenía de gracioso. Jack no dijo nada, pero intuí que estaba calibrando la situación. Jack sabía que Gunnar había urdido un plan y estaba intentando descubrirlo. Pero yo, aun sabiéndolo, era incapaz de controlar mis emociones.

—Hum…, sí, seguro, pero es posible que Peter aún tarde un rato en llegar —dijo Gunnar con fingida tristeza—. Por eso he pensado que podríamos practicar un juego antes de que llegue. ¿Adivinas cuál? —Lo miré encolerizada—. Al pilla pilla…, pero al estilo vampiro.

»Se trata del pilla pilla de toda la vida pero con la variante de que debes matar al pillado. Como no lo habéis practicado nunca, lo haremos fácil y empezaremos con dos jugadores. ¿Qué os parece… tú —señaló a Jane— y tú? —Me señaló entonces a mí—. Y dado que tú eres vampira, Alice, serás la perseguidora.

—¡No! ¡Ya te he dicho que no pienso morderla jamás! —le grité, asqueada.

—Lo que pasa es que aún no conoces el premio —dijo Gunnar, sonriéndome con malicia—. Es ese tal Milo. Si ganas, te lo devuelvo. Si pierdes, se lo queda Stellan, y ya hemos visto todos cómo las gasta. —Gunnar indicó con un gesto el cadáver que yacía en el sendero—. De todos modos, como soy un tipo generoso, te daré un regalo de despedida. Después de que Stellan destripe a Milo, te entregaré personalmente su corazón.

Me quedé mirándolo boquiabierta un instante, incapaz de hacer otra cosa que reprimir mi vómito. Estaba obligada a asesinar a mi mejor amiga pues, de lo contrario, ellos asesinarían a mi hermano. Lo único bueno de todo aquello era que no viviría mucho tiempo para poder arrepentirme de mi decisión, fuera la que fuese.

—No —dijo Jack—. Deja que juegue yo. Soy mucho más rápido que Alice. —No estaba muy segura de si tenía un plan para salvar a Jane, o si simplemente intentaba evitarme el dolor de tener que matarla haciéndolo él mismo.

—La verdad es que no veo a Jane con muchas ganas de correr, por lo que no me parece que la velocidad represente un problema —dijo Gunnar, y tenía razón.

Jane había conseguido por fin atarse el torniquete, pero no sin antes haber perdido una buena cantidad de sangre. Su único consuelo era que su organismo estaba acostumbrado a funcionar con poca sangre y que había pasado los últimos días recuperando reservas. Pero apenas se tenía en pie, y ni siquiera había gritado ni protestado cuando Gunnar me había dicho que la matara. Estaba pálida y la sangre de su brazo empezaba a coagularse.

—¡Tiene que haber otra solución! —gritó Jack.

Me soltó para avanzar hacia Gunnar y desafiarlo. Stellan avanzó a su vez en dirección a Jack, dispuesto a defender a su líder, pero Gunnar alargó el brazo para detenerlo. Su mano fue lo único que impidió que Stellan le sacase el corazón a Jack allí mismo, y todos lo sabíamos.

—¡Tengo otras ideas, pero estoy seguro de que no te gustarían mucho más que esta! —rugió Gunnar.

Intercambié una mirada con Milo, que tenía los ojos abiertos de par en par y se mostraba indeciso. De tener que elegir, me decantaría por él. Sin duda alguna, lo quería tanto que haría cualquier cosa por él. Pero no quería matar a Jane. Mi amiga no había hecho nada para merecerse aquello. De todos modos, no me imaginaba acabando con la vida de nadie, y mucho menos con la de seres que tanto significaban para mí.

—Hazlo, Alice —murmuró Jane, con una voz apenas audible. El corazón le latía tan despacio que no comprendía cómo seguía consciente. Se incorporó apoyándose en el brazo bueno y levantó el brazo herido, tratando de mantener el corte por encima de la altura del corazón—. Estoy muriéndome de todos modos.

—No, no puedo —dije, negando con la cabeza y con los ojos llenos de lágrimas—. No puedo hacerlo.

—Pues que así sea. —Gunnar movió la cabeza hacia Milo con un gesto de indiferencia. Stellan se adelantó y empecé a gritar.

—¡No! ¡Espera! —chillé. Oso empezaba a estrujar a Milo y mi hermano le clavó las uñas—. ¡Milo! ¡No! ¡Para! ¡Suéltalo! ¡Lo haré! ¡Milo!

—Hazlo y lo soltaremos —dijo Gunnar, apretando los dientes.

—¡De acuerdo! ¡Deja ya de hacerle daño! —supliqué—. ¡Para! —Gunnar puso los ojos en blanco y volvió a dirigir un gesto a Oso. Este, al instante, dejó de estrujar a Milo, que respiró por fin.

Mis gritos de pánico habían llegado más lejos de lo que me imaginaba. Lo oí antes de verlo. Bobby corría por la hierba hacia nosotros. En aquel momento, cayó y resbaló por el suelo, y deseé gritarle. Pero recé para mis adentros para que, antes de que fuera demasiado tarde, se diese cuenta del peligro al que se enfrentaba.

—¡Milo! —gritó Bobby. Hice una mueca sólo de pensarlo. Su única esperanza de supervivencia habría sido pasar desapercibido, pero con aquel grito acababa de llamar la atención hacia su persona. Se puso de nuevo en pie—. ¡Milo!

—¡Corre! —gritó Milo con todas sus fuerzas, pero ya era demasiado tarde.

Stellan echó a correr hacia Bobby, pero justo una décima de segundo antes de que llegara a alcanzarlo, apareció otro licano y se lo arrebató. Bobby gritó sorprendido, pero el licano lo sujetó con fuerza. Stellan gruñó. De haber alcanzado a Bobby a tiempo, lo habría descuartizado.

El licano que sujetaba a Bobby se quedó mirándome. La expresión de sus ojos castaños era de tristeza y desilusión. Era Leif, el licano bondadoso que nos había ayudado a Ezra y a mí a encontrar a Peter. Y entonces comprendí su acción. Leif acababa de salvarle la vida a Bobby interceptándolo antes de que lo hiciera Stellan.

—Todo esto empieza a aburrirme —dijo Gunnar con voz cansina. Miró a Oso—. Ya me he cansado del juego. Mata al chico.

Sin que Jack pudiera impedírmelo, me abalancé sobre Oso. Salté sobre su espalda, le clavé las uñas y lo mordí. Dodge corrió hacia mí, pero Jack lo interceptó. Milo, entretanto, le mordió la muñeca a Oso y, en una osada iniciativa, empezó a chuparle la sangre. Oso aulló y, pese a que estaba debilitado, poco pude hacer contra él.

En seguida tuve a Stellan sobre mí para separarme de Oso. Me arrojó al suelo y se me sentó encima, retorciéndome las muñecas. Tenía la boca manchada de sangre y me enseñó los dientes, sus ensangrentados incisivos en los que aún había restos de carne.

—¡Stellan! ¡No mates a la chica! —gritó Gunnar—. ¡La necesitamos! ¡Limítate a impregnar el suelo con el olor de su sangre! —Con sus ojos sin vida clavados en mí, Stellan le respondió algo a Gunnar en finés.

Intenté quitarme a Stellan de encima a patadas, pero no se movía y seguía aplastándome las muñecas contra la gélida nieve del suelo. Dodge y Jack continuaban peleando, aunque por ahora Dodge le impedía a Jack alcanzar a Stellan. Milo, por su lado, había conseguido tumbar a Oso, aunque no había logrado liberarse de sus zarpas.

Gunnar no había participado en la lucha hasta el momento. Se limitaba a acecharnos a cierta distancia y a vigilar nuestros vanos intentos de huida. Bobby gritaba sin cesar, pero dudo que Leif estuviera haciéndole daño.

Stellan se inclinó y me arreó un cabezazo increíble. El dolor me taladró el cráneo y me quedé inconsciente un segundo. De haber sido humana, el golpe me habría matado. Oí que me decía algo en finés, pero ni lo veía ni lo entendía.

Cuando mi visión empezó a mejorar, sostuve la cabeza en alto, un reflejo natural. Con retraso me di cuenta de que aquello quería decir que me dejaba marchar. Estaba de pie a mi lado, repitiendo la misma palabra una y otra vez.

—Está diciéndote que eches a correr, Alice —me explicó Gunnar. Yo estaba acurrucada en el suelo y veía a Gunnar a través de las piernas abiertas de Stellan. Su expresión era vacía, y por ello resultaba extrañamente inquietante—. Te sugiero que le hagas caso. A Stellan le encanta cazar y, créeme, más te vale que esté contento cuando te pille.

Me daba igual cómo estuviera Stellan, pero si echaba a correr, acabaría pillándome. En realidad, era a mí a quien querían, y era evidente que acabarían persiguiéndome a dondequiera que fuera. De este modo, dejarían en paz a Jane y a Bobby, ya que para ellos sería una carga tener que llevarse a los humanos, e incluso también a Milo y a Jack. Y aun en el caso de que no fuera así, no había otro plan posible.

La cabeza dejó de dolerme, aunque seguía aturdida. Intenté ponerme en pie, pero resbalé y caí de rodillas. Stellan rompió a reír a carcajadas y volví a intentarlo. Esta vez, lo conseguí, y eché a correr.