32
Intenté llamar a Jane inmediatamente después de colgar el teléfono, pero me saltó el buzón de voz. Jack ya se había vestido con su característico conjunto de bermudas y camiseta y estaba peleándose con sus zapatillas deportivas. Mi estómago daba bandazos como consecuencia de una extraña combinación de pánico y hambre que me hacía sentir volátil y frágil.
—¿Alice? —preguntó Jack—. ¿Dónde está?
—En Loring Park —le respondí, completamente aletargada—. No tengo ni idea de con quién estaba, pero creo que tienen intención de matarla. Y quieren que vaya yo. La han utilizado de cebo para llegar a mí. —Jack hizo una mueca y me miró pensativo un instante.
—Tú te quedas aquí. Seré yo quien vaya a por ella —decidió Jack, dirigiéndose a la puerta.
—¡No! —dije, levantándome de un brinco y sin soltar la colcha—. Esto es cosa mía; no permitiré de ningún modo que vayas sin mí.
—No es seguro, Alice.
—¡Precisamente por eso! —Entré corriendo en el vestidor para ponerme algo encima antes de que Jack se fuera. Creo que jamás en mi vida me había vestido a tanta velocidad—. Ahora soy una vampira. Puedo cuidar de mí misma. —Y dije todo eso mientras luchaba por ponerme unos vaqueros, y estuve a punto de caerme al suelo con las prisas—. Ya conseguí derrotar a aquella especie de novio de Jane. Si tú puedes solucionarlo, también puedo yo.
—No, yo tengo mucha más experiencia que tú, y además acabas de perder sangre. —Se cruzó de brazos en un intento de demostrar que la decisión estaba tomada.
—Me da igual. —Me calcé y me acerqué a él—. Ahora estamos juntos, para siempre. Y eso significa que si tú corres peligro, yo también corro peligro. Jane necesita ayuda, y vamos a ir juntos.
—No me gusta la idea —dijo Jack, que estaba empezando a ceder.
—Me da igual. —Lo aparté de un empujón, a sabiendas de que teníamos que darnos prisa si pretendíamos salvarla y que tenía que apresurarme antes de que Jack cambiara de idea. Jack no me impediría ir, pero el tiempo que perdiéramos con discusiones innecesarias era un tiempo precioso.
—¿Alice? —Milo abrió la puerta de mi habitación antes incluso de que pudiera llegar yo a ella. Estaba perplejo y asustado—. ¿Va todo bien? —Abrió la puerta un poco más y entró finalmente—. ¿Qué pasa?
—Nada. ¿Por qué? ¿Y a ti qué te pasa? —le pregunté, entrecerrando los ojos.
—¡Nada! Sólo…, sólo he tenido la sensación de que pasaba algo —respondió Milo, vacilando.
Entonces comprendí lo que había sucedido. Del mismo modo que yo estaba sintonizada con su corazón, él estaba sintonizado con el mío. Y Milo estaba inquieto porque mi corazón había estado latiendo presa del pánico durante los últimos minutos. Seguramente habría venido antes a ver qué pasaba, pero al principio lo había malinterpretado imaginándose que Jack y yo estábamos simplemente tonteando.
—Jane está metida en problemas. —Me mordí el labio, mirándolo, y Jack me miró a su vez con extrañeza. Milo era mi hermano pequeño y haría cualquier cosa para protegerlo. Pero era también un vampiro, más poderoso que yo, y me había dado la impresión de que a Jane la retenía más de un agresor. Necesitábamos toda la ayuda que pudiéramos conseguir—. Está en el parque. No sé con quién, pero creo que pretenden matarla. Nos han pedido que nos presentemos allí lo antes posible.
—Pero ¿de qué estás hablando? —dijo Milo, poniéndose tenso, y vi incluso sus músculos flexionándose por debajo de la camiseta. Tenía la sensación de que, gracias a su autocontrol, llegaría un día en que sería más fuerte incluso que Jack.
—No lo sé. Y no hay tiempo para explicaciones. Si quieres venir, tenemos que irnos ahora mismo. —Lo miré con insistencia, consciente de que acababa de sorprender a Jack con mi invitación. Esperaba que le pidiese a Milo que se quedara en casa, y a lo mejor era lo que debería haber hecho. Pero la vida de Jane corría peligro, y consideré que no me quedaba otra alternativa.
—Contad conmigo —dijo Milo en seguida—. Vámonos.
Apenas habíamos salido de la habitación, cuando tropezamos con otro obstáculo. Bobby salía de su dormitorio pasándose un jersey por la cabeza. Nos vio con tantas prisas, que decidió seguirnos.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Nada. Vuelve a la habitación. —Milo intentó bajar la escalera, pero Bobby lo seguía. Jack y yo nos paramos al llegar abajo, pero no podíamos esperar mucho tiempo.
—¿Adónde vais? ¿Por qué estáis tan asustados? —Bobby se había despeinado al ponerse el jersey e intentó recomponer su peinado sin despegar en ningún momento los ojos de Milo—. ¿Qué ha pasado?
—Será mejor que te quedes arriba —dijo Milo—. ¡No puedes venir!
—¿Por qué? —Bobby estaba cada vez más asustado—. ¿Qué vais a hacer?
—Es demasiado peligroso para un humano. ¡Vete! —Milo señaló en dirección a la escalera como si Bobby fuese un perro desobediente.
—¿Peligroso? —Bobby se quedó blanco—. ¡No! ¡Si hay posibilidad de que sufras algún daño, quiero estar a tu lado!
—¡No podemos perder tiempo en discusiones! ¡Nos vamos! —Agité las manos para restarle importancia a la discusión, y me dirigí al garaje. Jack iba por delante de mí y Milo nos seguía, con Bobby pisándole los talones.
—¡Bobby! —explotó Milo en cuanto llegamos al garaje—. ¡No puedes venir!
—¡No! —Bobby agarró a Milo por el brazo y me dio la impresión de que iba a romper a llorar. Me pregunté si en mis tiempos de mortal habría puesto también esa cara—. No pienso quedarme aquí solo mientras tú no estés…
—Sube al coche —dijo Jack, mirando a Bobby por encima del techo del Lexus.
—¿Qué? ¡No! —exclamó Milo. Jack se negó a mirarme a los ojos y comprendí que estaba pensando algo, aunque no sabía qué.
—Haz lo que te digo —dijo Jack, ocupando el asiento del conductor.
Milo y Bobby subieron al coche, aunque eso no impidió que Milo siguiera comentando la tontería que cometía Bobby al insistir en acompañarnos. Yo estaba completamente de acuerdo con él, aunque mantuve la boca cerrada. Jack puso el coche en marcha y salimos del garaje a toda velocidad, de camino al parque.
No fue hasta que me encontré atrapada en el espacio cerrado del coche en compañía de Bobby que me di cuenta de lo hambrienta que estaba. El novio de mi hermano estaba asustado y, en consecuencia, su corazón latía más rápido. Empezó a hacérseme la boca agua. Tuve que sujetarme a la manilla de la puerta para impedir que me temblara la mano. Jack se dio cuenta de mi situación, me miró con el ceño fruncido y bajó la ventanilla. El aire fresco de la noche me vino bien, pero poca cosa más podíamos hacer.
Gracias a la estúpida climatología, las calles estaban resbaladizas, pero Jack no aminoró la marcha. Cuando nos detuvimos en la entrada del parque, el coche derrapó y Jack dio una sacudida al volante para enderezarlo. El Lexus subió al bordillo dando bandazos y patinó por la nieve fangosa que cubría el césped antes de detenerse a escasos centímetros del tronco de un árbol.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Jack, mirándonos. Bobby se había golpeado la cabeza contra la parte trasera de mi asiento pero, por lo demás, habíamos salido ilesos.
—Eres un conductor horroroso —murmuré. Abrí la puerta, me apeé del coche y resbalé al instante en la hierba. Me sujeté a la puerta justo antes de caer al suelo, un detalle que no presagiaba nada bueno de cara a una encarnizada pelea.
—Con cuidado —dijo Bobby al salir del coche.
—¡No! —gritó Jack. Había salido también y señalaba a Bobby—. Tú. Vuelve adentro.
—¿Qué? ¡No!
—Si nos acompañaras no harías otra cosa que estorbar —dijo Jack—. Quédate aquí para que no acaben matándonos por tu culpa. —Bobby abrió la boca dispuesto a discutir, pero comprendió que Jack tenía razón.
—Estaré de vuelta lo antes posible —prometió Milo. Bobby subió de nuevo al coche a regañadientes y Milo se inclinó para darle un fugaz beso de despedida.
—¡Te quiero! —dijo Bobby, pero Milo ya había salido corriendo detrás de Jack y de mí. Recorrimos un serpenteante camino que conducía a la zona central del parque. Habían echado sal y arena y era, por lo tanto, mucho menos traicionero que caminar por la hierba.
—¿Dónde está? —preguntó Milo en cuanto nos alcanzó.
—No lo sabemos —dijo Jack mirándome, confiando en que yo dispusiera de más información.
Vi que Milo estaba a punto de formular una pregunta lógica, sobre el modo en que pensábamos localizar a Jane, y le dije que callara. Estaba intentando captarla de alguna manera, pero resultaba complicado. Incluso a las tantas de la noche y con mal tiempo, la ciudad de Minneapolis seguía teniendo una actividad frenética y diferenciar los sonidos se hacía muy difícil.
Además, el hambre empezaba a obsesionarme. No hacía más que concentrarme en olores y sonidos erróneos que eran mucho más apetecibles que lo que estaba buscando.
—Uffff —dije, arrugando la nariz al captar algo. Olía a sucio y no precisamente bien.
—¿Qué? —Jack se detuvo en seco y me miró.
—No lo sé. Acabo de oler algo. —Se levantó en aquel momento un aire gélido que se llevó aquel olor e hice un gesto de negación—. Seguramente debía de ser la zona destinada a los perros. Lo que es evidente es que no era Jane.
Seguimos caminando por el sendero y percibí de nuevo aquel olor. No era olor a excrementos, aunque olía a terroso, como a tierra y árboles. Un matiz de pino y algo más, algo que me resultaba familiar. Me recordaba a cuando había feria en la ciudad y me pasaba el día dando de comer a las cabras del zoo infantil.
Continué andando. Había empezado a seguir aquella pista olfativa, y ninguno de mis acompañantes me cuestionaba al respecto. No me dijeron nada ni cuando nos apartamos del camino.
Finalmente, ubiqué aquel aroma en mi memoria, aunque demasiado tarde. Me detuve en seco y el corazón dejó de latir en mi pecho.
—¿Qué pasa? —preguntó Jack con un susurro nervioso.
—Renos. —Apenas podía decirlo en voz alta.
—¿Qué? —preguntó Milo con incredulidad, e incluso Jack me miró sin comprender nada.
Ninguno de los dos entendió a qué me refería. Empecé a observar frenéticamente entre los árboles. Sabía que eran rapidísimos. Lo más seguro era que estuvieran allí. Y era muy posible que nos hubieran rodeado ya. Giré en círculo y resbalé sobre la nieve fangosa. Jack me atrapó antes de que pudiera caer al suelo.
Se levantó de nuevo el viento y alejó aquel olor, la única pista que podía indicarme su paradero. La sensación de sed empezaba a combinarse con el pánico, y un matiz rojizo nubló mi visión. Me temblaban las manos, aunque no estaba segura de si era de hambre o de miedo.
Milo miró a su alrededor, tratando de entender qué era lo que me asustaba de aquella manera. Jack seguía sujetándome por el brazo y, de repente, el olor se hizo más intenso a mis espaldas. Me volví en redondo.
Vi a un vampiro sentado en un banco a treinta metros escasos de donde estábamos nosotros. Acababa de mirar en aquella dirección hacía unos segundos y no había visto a nadie, pero allí estaba. Llevaba la típica chaqueta de trabajo de color azul abierta que dejaba al descubierto un torso velludo, y unos vaqueros sucios y harapientos que debían de llevar meses sin ver una lavadora. A pesar de la gélida nieve embarrada que cubría el suelo, iba descalzo.
Y aunque el viento azotaba con fuerza y agitaba su pelo oscuro de tal manera que le cubría la cara, distinguí sus ojos negros mirándome fijamente, y aquello me produjo el mismo escalofrío que había sentido cuando lo vi por primera vez en Finlandia. Era Stellan, el licano que no hablaba inglés, y ya había detectado nuestra presencia.
—Jamás debería haberos traído aquí —dije, dirigiéndome tanto a Jack como a Milo. Dejarlos ir allí conmigo equivalía a una sentencia de muerte, pero no me di cuenta de ello hasta que ya era demasiado tarde.
—¿Qué sucede? —preguntó Milo.
—¿Quién es? —Jack siguió mi línea de visión hasta llegar a Stellan, y Milo se volvió también hacia él. Stellan estaba solo y no parecía amenazador, pero estaba segura de que había más licanos por los alrededores.
—Un licano. —No podía apartar la vista de Stellan porque sabía que se pondría en movimiento en cuanto yo lo hiciese, razón por la cual no vi la reacción de Jack, aunque sí percibí su tensión.
—Volved al coche —dijo Jack, apretando los dientes. Pensé en Bobby, solo en el coche y sin vigilancia, y reprimí las náuseas. Lo más seguro era que ya lo hubieran localizado.
—No. —Miré a Milo. El coche era una trampa mortal y no podía permitir que regresara allí—. Corre, Milo.
Miré de nuevo hacia Stellan y descubrí que había desaparecido. El corazón me dio un vuelco. No teníamos la más mínima oportunidad. Milo jamás conseguiría correr más que él.
—¡Salid de aquí! —gritó Jack. Acababa de presenciar la desaparición de Stellan y sabía a qué nos enfrentábamos—. ¡Alice, Milo, largaos de aquí!
—¡No pienso dejarte aquí! —Lo agarré por el brazo y me quedé mirándolo. Jack deseaba protegerme por encima de todas las cosas, pero nos habían tendido una emboscada—. ¡Y, de todos modos, es a mí a quien quieren!
—¡No, no te quieren a ti! —dijo Jack, negando con la cabeza—. ¡Quieren a Peter! ¡Tú eres lo más importante para él! Te están utilizando para intentar hacerlo salir de su escondite.
—Qué astutos. —La voz que había escuchado al teléfono interrumpió nuestra conversación.
El vampiro estaba justo delante de nosotros, con el pecho descubierto, era puro músculo. Tenía el pelo oscuro y lo llevaba peinado hacia atrás, sus ojos castaños eran tan fríos y su mirada tan vacía, que parecía un muñeco diabólico. Nada más verlo supe que era Gunnar, el líder de los licanos.
Avanzó un paso de modo que sus pies descalzos hicieron crujir la hierba, y Jack se situó en seguida delante de mí. Milo intentó colocarse a su lado, pero Jack levantó el brazo para impedirle el paso. Gunnar se echó a reír ante sus débiles intentos de protegernos. Estaba solo, lo que significaba que sus camaradas debían de estar escondidos entre los árboles de los alrededores.
—¿Dónde está Jane? —le pregunté, esforzándome por mantener la voz inalterable.
—Anda por aquí. —Gunnar miró a su alrededor con una sonrisa socarrona—. En la ciudad es muy fácil extraviar cosas. Por eso siempre he preferido la intimidad del campo.
—No sabemos dónde está Peter —le explicó Jack—. No sabe que estamos aquí.
—Estoy al corriente. Sé que él jamás haría un intento de saludo tan patético como el tuyo. —Su expresión cambió, y se tornó más sombría y rabiosa, horripilante—. Perseguirte a ti no tiene ninguna gracia, sin embargo Peter nunca aburriría a sus invitados.
—No es necesario que nos persigas —dije—. Entréganos a Jane y te dejaremos tranquilo.
—¿Sabéis lo que creo que sería divertido? —La sonrisa diabólica reapareció en su cara—. Que tengas que buscarla y traerla hasta nosotros.
—Pero ¿no está con vosotros? —pregunté, cada vez más confusa.
—Sí, por supuesto, porque sé que un buen invitado siempre trae alguna cosa para compartir con su anfitrión —dijo Gunnar; sus ojos centelleaban. El estómago me dio un vuelco, consciente de que cualquier cosa que a él lo hiciera feliz sería horrible para mí—. Tienes cara de hambre, Alice, y sé que tu amiga sería un bocado sabroso.
Dodge salió de detrás de un pino, a escasa distancia de donde estábamos. Su pelo rubio estaba alborotado y no parecía estar pasándoselo tan bien como la otra vez que había coincidido con él en el bosque. Llevaba a Jane en brazos y le tapaba la boca con la mano para que no gritara.
El corazón de Jane latía frenéticamente y lo habría oído antes de no haberme distraído Gunnar. Tenía los ojos desorbitados y atizaba a Dodge con todas sus fuerzas, pero era inútil. Él la controlaba sin el menor problema.
—¡No pienso tratar de cazarla! —dije, mirando fijamente a Gunnar—. ¡No lo conseguirás!
—Tal vez, pero puedo hacer que resulte más tentador. —Gunnar hizo un gesto en dirección a Dodge, que dejó caer a Jane sobre la hierba helada.
—¡Lo siento mucho, Alice! —dijo Jane, sollozando. Iba descalza y con aquel minivestido verde que me había tomado prestado del vestidor—. ¡Yo no quería llamarte, pero ellos me han obligado!
El vestido estaba rasgado y Jane tenía las rodillas y las mejillas llenas de arañazos y sucias. Se incorporó en el suelo hasta quedar de rodillas, con las manos en la gélida nieve fangosa. Por frío que pudiera estar el suelo, Jane se encontraba tan débil y asustada que ni siquiera podía levantarse.
—No pasa nada, Jane. No te preocupes por eso —dije, intentando consolarla. Me habría gustado acercarme a ella, pero sabía que Gunnar no me lo permitiría. Jack y Milo tampoco sabían qué hacer y permanecieron allí a mi lado, a la espera de que Gunnar nos dijera qué quería.
—Dodge, prepara la comida para que resulte más apetitosa —ordenó Gunnar. Dodge hurgó en el bolsillo de su pantalón y, antes de que me diera tiempo a asimilar lo que sucedía, se inclinó sobre Jane y le abrió el brazo desde el codo hasta la muñeca.