31
Cuando salí del vestidor iba cubierta con la ropa para que Jack no se diese cuenta, aunque seguramente no se habría dado cuenta ni aunque la hubiera ondeado como una bandera por delante de mí. Había puesto en el equipo de música un CD de mezclas que, según él, tenía un montón de «descargas optimistas» que ayudaban a crear el ambiente de mudanza.
En condiciones normales, habría discutido con él para entender por qué necesitaba un CD de mezclas para crear el ambiente necesario para hacer algo tan concreto y excepcional como preparar una mudanza, pero recordé que acababa de imponerme una misión. Cuando entré en el cuarto de baño, lo dejé disfrutando del ritmo de Robert Palmer y metiendo sus novelas gráficas en una caja de cartón.
Salí de la ducha y me puse un conjunto de lencería muy sexy. El mes anterior, Mae me había proporcionado una tarjeta de crédito y me había desmelenado comprando por Internet. Aquella monada la había localizado en una de las páginas. De color morado, con encaje y transparencias, era un salto de cama con braguitas a juego. Con un nudo en el estómago, excitada y nerviosa, abrí por fin la puerta del cuarto de baño.
La puerta secreta de la pared estaba abierta, dejando entrever el escondite donde Jack almacenaba miles de DVD. Estaba llenando una caja con ellos y se hallaba tan entretenido cantando y bailando al ritmo de la música que ni siquiera se percató de mi presencia. Me recosté contra el umbral de la puerta adoptando una postura sexy y esperé a que se fijara en mí.
—Seguramente acabaré comprándome un equipo gigante de cine en casa para ver todas estas películas —dijo Jack, contemplando sus DVD. La cantidad era abrumadora y, con un suspiro, se volvió por fin hacia mí. No tenía ni idea de qué pensaba decir, pero se quedó boquiabierto y con los ojos abiertos como platos—. Santo cielo.
—¿Te gusta este «santo cielo»? —dije, poniéndome colorada como un tomate. Jamás en toda mi vida me había sentido tan cohibida. Tal vez mi idea no fuera tan buena como me imaginaba.
—Sí —dijo, recuperándose un poco y sonriéndome—. ¿Para qué es todo esto?
—Ya lo sabes. —Me mordí el labio y me quedé mirándolo, confiando en que captara la indirecta tan descarada que acababa de lanzarle y no me obligara a decirlo en voz alta. Di un paso hacia él, pero una pegajosa balada de Savage Garden rompió el encanto del momento—. ¿Puedes cambiar de canción?
—Oh, sí, claro. —Cogió torpemente de encima de la cama el mando del equipo, que estuvo a punto de caerle de las manos, y pasó a la siguiente canción. Esta vez era un tema discotequero, y a pesar de que no estaba segura de que fuera precisamente una «descarga optimista», me gustaba mucho más—. ¿Mejor?
—Mucho mejor.
Jack se aproximó. Sentía tantas mariposas en el estómago que era complicado que sus emociones llegaran a dominarme, aunque al final lo lograron. La sensación de hambre irradiaba cálidamente de Jack, intensa y anhelante. Se situó delante de mí, y se apoderó de mi ser de tal manera que me resultó incluso incómodo, y soltó el aire con fuerza. Yo ya no podía más y me crucé de brazos para ocultar mi cuerpo, tratando de esconderme.
—¡No, no lo hagas! —dijo Jack, y el volumen de su voz sonó más potente de lo que pretendía. Bajé los brazos y me acarició la mejilla primero y a continuación su mano se deslizó hacia mi cabello—. Eres tan atractiva… ¿Qué estás haciendo conmigo?
—Te amo —susurré.
—Soy un hombre muy afortunado —murmuró Jack, y se inclinó para besarme.
En cuanto su boca encontró la mía, experimentó la oleada de pasión acostumbrada. Era Jack, y lo amaba por encima de todo. El miedo al sexo me había obsesionado de tal manera que había olvidado por qué quería hacerlo con él.
Sus besos, aquel sabor que tan bien conocía, la caricia de sus labios sobre los míos… Lo deseaba con desesperación. Lo atraje con fuerza hacia mí y caímos sobre la cama. Me quedé mirándolo.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —me preguntó Jack con voz ronca.
Mi respuesta fue quitarle la camiseta. Jack era impresionante. Besé su torso desnudo y lo miré con una sonrisa. Su piel abrasaba ya mis labios, y con eso fue suficiente.
El peso de su cuerpo ejerció presión sobre el mío. El corazón retumbaba en su pecho y latía al ritmo del mío. Por puro instinto, mi cuerpo se impulsó contra el suyo y tensé los dedos entre su cabello, atrayendo su boca hacia la mía. Me besó con entusiasmo y empecé a temblar al imaginarme lo que estaba a punto de suceder.
Me recorrió el cuello a besos y gemí. Y no fue hasta que sentí su boca pegada a mis venas que comprendí hasta qué punto ansiaba que me mordiera. Me deseaba con tal voracidad que eché la cabeza hacia atrás, dejando mi cuello completamente al descubierto.
La punzada de dolor del mordisco se esfumó incluso antes de sentirla y un cálido éxtasis se apoderó de mí. Empecé a percibir su corazón latiendo en mi propio pecho, por encima del mío, y aquel doble latido me hacía sentirme como si él estuviera dentro de mí.
Una compleja sensación de placer me permitía percibir en la boca el sabor meloso y picante de su sangre y, con ello, el ansia de su sangre se apoderó de mí. Desearlo con tanta desesperación mientras él bebía de mí era a la vez una agonía y una bendición. Sentía mi persona languideciendo, oscureciéndose. Mi cuerpo amenazaba con perder totalmente el control, con apagarse por completo y ceder a la sed.
Pero lo que me impedía claudicar era saber lo mucho que él me amaba. Era una sensación que fluía por mis venas. Venía de él, pero era como si viniera de dentro de mí misma. Yo lo era todo para él, y él era felicidad en su estado más puro. Nunca me había sentido tan próxima y tan enamorada de Jack.
Experimenté una minúscula sacudida y jadeé dolorosamente. De repente, cuando Jack dejó de morderme, la separación dejó mi cuerpo frío y abandonado. Y antes incluso de que pudiera explicar lo vacía que me sentía, su boca cubrió la mía. El sabor de mi propia sangre en sus labios me provocó extrañas sensaciones. Me presioné con más fuerza si cabía contra él, desesperada por el calor abrasador de su piel.
Noté su mano, firme y segura, en la cadera, cómo sus dedos se enlazaban con mis braguitas y las deslizaban hacia abajo. Me incorporé mínimamente para ayudarlo a despojarme del salto de cama. Me abrazó con fuerza, presionando su piel desnuda contra la mía. La intensidad abrumadora de sus gestos sólo servía para incitar aún más mi deseo. Me recosté de nuevo en la cama y él me miró a los ojos.
—Te amo de verdad —dijo Jack, casi sin aliento, retirándome el cabello de la frente.
Y entonces lo sentí, deslizándose dentro de mí, cortándome casi la respiración. Dolía más de lo previsto pero, en cuestión de segundos, la sensación de dolor no fue más que un recuerdo. Le clavé las uñas en la espalda y lo empujé contra mí. Me besó en la boca, en el cuello, en los hombros, en cualquier parte de mi cuerpo que quedara a su alcance, y gemí de placer.
Jamás en mi vida me había sentido tan entera o tan completa como en aquel momento. Tenía la impresión de estar hecha única y exclusivamente para él, única y exclusivamente para aquello. El placer explotó en mi interior y me mordí el labio para no gritar.
Haciendo esfuerzos por respirar, Jack se relajó, pero se incorporó un poco para no caer con todo su peso sobre mí. Descansó la frente sobre mi hombro e intentó recuperar la compostura. Cuando me besó con suma delicadeza la clavícula, mi piel tembló bajo sus labios.
Mi cuerpo entero resplandecía de felicidad y me sentía débil y mareada. Mi visión se había vuelto borrosa y sabía que mi estómago debía de estar rugiendo de hambre, pero era incapaz de notarlo.
—¿Te ha gustado? —me preguntó Jack, mirándome.
—Sí. Ha sido lo más increíble que he sentido en mi vida. —Le sonreí y le acaricié la cara. De pronto, Jack me parecía demasiado maravilloso para ser real—. ¿Has disfrutado?
—¿Qué? —Se echó a reír, sus carcajadas sonaban maravillosamente exhaustas. Lo había dejado agotado y su risa me produjo un hormigueo—. Dios mío, Alice. No sabía que podía llegar a ser tan estupendo. —Se derrumbó en la cama a mi lado y me atrajo entre sus brazos. Reposé la cabeza sobre su pecho—. Dios. No puedo creer que haya estado perdiéndome esto.
—Lo sé —dije con una risita; me sentía como una chiquilla emocionada. Me acurruqué todo lo posible contra él, disfrutando del contacto de su piel.
—Caray —dijo Jack, repitiendo su risa agotada—. Tal vez no lo sepas, pero eres la persona más asombrosa que he conocido en mi vida y estoy locamente enamorado de ti.
—Eso es maravilloso. —Le di un besito en el pecho y lo miré sonriendo—. Porque yo siento exactamente lo mismo por ti.
La pérdida de sangre y el agotamiento del placer me habían dejado exhausta. Mi visión empezaba a aclararse y noté una punzada de dolor en el estómago, pero estaba tan cansada que ni siquiera le presté atención. Lo único que deseaba en aquel momento era quedarme para siempre entre los brazos de Jack escuchando el sonido de su corazón. Nuestros cuerpos iban recuperando poco a poco su temperatura normal y Jack tiró de la colcha para taparnos y me envolvió con cuidado en ella.
Acababa de adormilarme cuando oí que sonaba mi móvil. Me pareció que lo había dejado en el cuarto de baño, y decidí que el sonido era tan débil que podía ignorarlo. Dejó de sonar y me acomodé de nuevo entre sus brazos. Cuando un segundo después empezó a sonar de nuevo, refunfuñé.
—¿Quieres que vaya a por él? —me preguntó Jack.
—No, ya parará —dije, abrazándome a él con más fuerza. Si se levantaba tendría que separarse de mí, y no estaba preparada para aquello.
Dejó de sonar, pero empezó nuevamente al cabo de un instante.
—Lo siento, pero tengo que cogerlo —dijo Jack. Se deshizo de mí y murmuré una protesta, pero le permití separarse. Se puso los calzoncillos y lo observé entrar en el baño, siguiendo el sonido del móvil.
Durante un segundo, maravillándome con su atractivo, mi corazón se llenó de orgullo al darme cuenta de que tenía que estar con él. Él me pertenecía y aquello era una sensación deliciosa.
El teléfono dejó otra vez de sonar y Jack suspiró.
—Lo cogeré igualmente, por si acaso vuelven a llamar. ¿Dónde está?
—No lo sé —dije, sentándome en la cama y tapándome con la colcha.
—Deja de sonar justo cuando me pongo a buscarlo. —Hurgó en el interior de la cesta de la ropa sucia, pues sabía que yo tenía la costumbre de dejar el teléfono en el bolsillo del pantalón, pero empezó a sonar otra vez. Jack se acercó al armario que usábamos de botiquín y lo abrió—. Alice, ¿qué hace tu móvil en el botiquín?
—Lo habré dejado ahí al coger el enjuague bucal —dije, encogiéndome de hombros—. Apágalo y vuelve a la cama.
—Vaya, vaya —dijo Jack, saliendo del cuarto de baño y tendiéndome el teléfono—. Es Jane.
—Pues creo que tendría que responder —dije, alargando el brazo para cogerlo. Respondí antes de que saltara el buzón de voz y Jack se sentó en la cama a mi lado—. ¿Sí?
—¿Alice? ¡Oh, menos mal que por fin lo coges! —dijo Jane aliviada, aunque con voz temblorosa—. Tengo problemas, y… Oh, Dios mío. Lo siento. No sé… —Parecía absolutamente aterrada y su actitud acalló por completo mi euforia anterior.
—¿De qué hablas? ¿Qué sucede? —le pregunté.
—¡No lo sé! ¡Me han obligado a llamarte! —dijo Jane, y entonces chilló y su voz se alejó del aparato.
—¿Jane? ¡Jane! —grité.
—No, no soy Jane —respondió una voz masculina, y de repente se me erizó el vello de la nuca. Era una voz fuerte y profunda con un acento que no lograba ubicar. Casi británico, o tal vez alemán, aunque más suave—. Supongo que tú eres Alice.
—¿Dónde está Jane? —pregunté, negándome a responder a su pregunta hasta que me explicara qué estaba pasando. Vi con el rabillo del ojo que Jack empezaba a vestirse. No estaba segura de si era capaz de oír la conversación o si simplemente se había percatado de mi pánico.
—Si quieres volver a verla, te sugiero que vengas a por ella —dijo la voz. Tenía un matiz siniestramente juguetón y a lo lejos se oían los chillidos de Jane—. ¿Que dónde estamos? Tienes que decírnoslo si quieres que tu amiga venga a rescatarte.
—¡Hijo de puta! —gruñí—. ¡Déjala en paz! ¡Cuando demos contigo, te mataremos!
—¿Hablas en plural? —dijo, riendo entre dientes—. Mucho mejor. —Jane seguía gritando.
—¡Loring Park! —sollozó Jane a lo lejos—. ¡Estamos en Loring Park! ¡Pero, Alice, no vengas! ¡Van a…! —Volvió a gritar, interrumpiendo con ello el resto de la frase.
—Como puedes apreciar, tenemos prisa, así que actúa en consecuencia —dijo. Y el teléfono se quedó en silencio.