30

Con el pánico ante la posibilidad de que Jane hubiera sido secuestrada, ni siquiera pensé en ponerme un pantalón como tampoco Jack pensó en ponerse una camiseta, y ambos recibimos una mirada de reprobación por parte de Milo, que había salido corriendo de la habitación al oír los gritos de Mae. Y le devolví la mirada de reprobación cuando vi aparecer a Bobby sin camiseta y con expresión de culpabilidad.

Nos apiñamos en la habitación de Peter para investigar la desaparición de Jane. Mae se había hartado de buscar el manual de la alarma y había subido para volver a charlar de sandeces con Jane, y al entrar en la habitación había descubierto que Jane había desaparecido. No había nada más que explicar.

—¿Han saqueado la habitación? —preguntó Bobby al observar el desorden que reinaba en la habitación de Peter. No sé cómo, pero la mitad de mi guardarropa había migrado allí y la ropa yacía esparcida por todas partes.

—No, siempre ha sido así —dije. Hacía tiempo que no entraba en la habitación de Jane, pero ella era así por naturaleza.

—No me gustaría parecer un ser sin corazón —dijo Jack—, pero ¿acabas de sacarnos de la cama para enseñarnos el desorden que hay en la habitación de Jane? Esto no es ninguna urgencia, Mae.

—¡Jane no está! —dijo Mae, abarcando con un gesto aquel lío—. Y eso sí que es una urgencia.

—Lo repito, no me gustaría parecer un desalmado, pero no considero que esto sea una urgencia —dijo Jack.

—¡Podría haberle pasado algo! —insistió Mae—. ¡Jane no nos habría abandonado de esta manera!

—O tal vez sí —dijo Milo—. Antes se ha pasado el rato quejándose de que somos unos aburridos.

—Pero no me ha dicho adónde ha ido. —Mae nos miró con incredulidad. Le había cogido cariño a Jane y no estaba dispuesta a dejarla marchar tan fácilmente.

—¿Sabéis qué? Estoy segura de que lleva el teléfono encima —dije—. La llamaré y así saldremos en seguida de dudas.

—Buena idea —dijo Mae, aliviada con la sugerencia.

—Pues yo me vuelvo a la cama —dijo Milo con un bostezo—. Estoy seguro de que aparecerá.

Corrí por el pasillo hasta mi habitación, con Jack pisándome los talones. Mae se quedó en el pasillo discutiendo con Milo sobre la ingenuidad de Jane mientras yo cogía el móvil que había dejado olvidado en el bolsillo de mi pantalón. Jack se rascó los brazos con inquietud y movió la cabeza de un lado a otro.

—No pensarás en serio que a Jane le haya podido pasar algo, ¿verdad? —preguntó Jack en voz baja.

—La verdad es que no lo sé, y creo que es mejor salir de dudas. —Busqué su número y pulsé la tecla de llamada.

Mientras el teléfono sonaba, vi que Milo y Bobby regresaban a su habitación. Mae me miró con expectación y justo estaba diciéndole que Jane no me respondía, cuando se puso al aparato.

—Sí, ¿qué pasa? —respondió Jane con voz de aburrimiento.

—¿Jane? —pregunté para tantearla—. ¿Dónde estás?

—Fuera. Tu casa es un rollo —dijo bostezando.

—¿En serio? ¿Estás diciendo que somos un «rollo»? —le pregunté. Mae me miró preocupada, pero Jack puso los ojos en blanco y se retiró hacia el otro extremo de la habitación.

—No, no lo sois —respondió Jane, y suspiró—. Mira, sé que os habéis portado muy bien conmigo, y aprecio mucho vuestra hospitalidad. Pero… la cuestión es… que necesito un bocado.

—En casa hay comida, Jane. No era necesario que…

—No, no me refiero a ese tipo de bocados —me interrumpió Jane—. Necesito que me den un bocado.

—Pero… No —dije, negando con la cabeza—. Acabamos de sacarte de allí. Esa vida es mala para ti, y lo sabes.

—Jonathan es malo para mí, y el día de Halloween iba un poco pasada de vueltas. —Jane lo expuso como si hubiera bebido algo más de la cuenta en una fiesta del trabajo, cuando la realidad era que había estado a punto de morir porque un vampiro le había estado chupando la sangre—. Pero la sensación me sigue encantando y me moría de ganas.

—¡Jane! —grité, sin poder creer lo que estaba escuchando—. ¡No! ¡Si sigues metida en eso, morirás!

—No lo creo, pero qué le vamos a hacer si es así. —Se oyó entonces un ruido de fondo y, cuando tomó de nuevo la palabra, me pareció que Jane tenía prisa—. Tengo que irme. Pero gracias por todo, Alice. Estoy segura de que volveremos a vernos.

—¡No, Jane! ¡Espera! —dije, pero ella ya había colgado.

—¿Qué sucede? ¿Dónde está? —preguntó Mae.

—No lo sé. —Intenté llamarla otra vez, pero saltó directamente el buzón de voz—. Maldita sea. Ha apagado el teléfono.

—¿Y qué te ha dicho? ¿Por qué se ha marchado? —preguntó Mae.

—Quería… —Me planteé decirle una mentira a Mae, pero ¿qué sentido tenía hacerlo?—. Quería que la mordiesen. Supongo que quiere volver a ser una prostituta de sangre.

—¡No! —Mae abrió los ojos de par en par, aterrorizada—. ¡No puede hacerlo! ¡Morirá!

—Lo sé. Ya se lo he dicho. —La intensidad de la respuesta de Mae me pilló desprevenida y miré a Jack en busca de ayuda.

—Es una yonqui, Mae —dijo Jack, sin perder su habitual amabilidad. Teniendo en cuenta la opinión que tenía en ese momento sobre Mae y Jane, llevaba el asunto bastante bien—. El efecto del último mordisco se ha esfumado y necesitaba un nuevo chute. No puedes tenerla aquí encerrada un par de días y esperar que con eso se cure su adicción.

—No. Pero estaba mejorando tanto… —Mae negó con fuerza con la cabeza—. Me niego a creer que haya regresado allí voluntariamente. Tengo que encontrarla.

—Está a punto de salir el sol, Mae —dije, señalando hacia las ventanas. La luz no se filtraba todavía entre las cortinas, pero podía percibir a la perfección tanto la salida como la puesta del sol. Era como un extraño reloj interno que todos los vampiros poseíamos—. Lo más seguro es que haya ido a dormir a algún lado. No podrá encontrar un vampiro hasta que anochezca de nuevo.

—¡Eso no lo sabes! —insistió Mae—. Pienso salir a buscarla. —Y se puso en marcha.

—¡Mae! —Iba a impedirle que saliera de la habitación, pero Jack me retuvo sujetándome por el brazo.

—Déjala ir —dijo—. No atiende a razones, igual que Jane.

Me pasé las manos por el pelo, mirando en dirección a la puerta. Mae había dejado abierta la puerta del dormitorio de Peter, al otro lado del pasillo, y el desorden de lo que había sido el espacio de Jane en la casa era inmenso.

—¿Crees que deberíamos ir en busca de Jane?

—¿Adónde? —dijo Jack, mirando al otro lado del pasillo, igual que yo—. ¿Sabes adónde ha podido ir?

—No. Pero me resulta raro resignarme a que Jane se haya ido y no hacer nada —dije, mordiéndome el labio.

—Si ella no quiere salvarse, tú no podrás hacerlo —dijo Jack, sonriéndome con tristeza.

Sabía que tenía razón, pero aquella sensación no me gustaba en absoluto. Nos había costado mucho llegar a aquel punto, y Bobby había arriesgado incluso su vida. Tenía la impresión de que Jane había comprendido que su conducta era equivocada, que simplemente necesitaba un lugar donde quedarse a dormir. Jack me acarició la espalda. Me recosté en él y apoyé la cabeza sobre su hombro.

—Tal vez esté repitiendo esto demasiadas veces, pero todo irá bien, Alice. De verdad.

—Lo sé. —No estaba muy segura de creérmelo, pero confiaba en que fuera cierto. Jack me dio un beso en la coronilla y se apartó de mí—. ¿Adónde vas ahora?

—Dejaremos lo de esta noche para otro día. —Entró en el vestidor para ponerse el pijama. Cuando volvió a salir, se estaba pasando la camiseta por la cabeza—. Digamos que el ambiente se ha esfumado.

—Volver a donde lo habíamos dejado no me costaría nada —apunté con una sonrisa, que me pareció falsa incluso a mí misma. Deseaba estar con él, pero mi corazón no estaba por la labor. Jack vino hacia mí y le puse la mano en el pecho, corrigiendo mis sentimientos—. Podría ser una distracción estupenda.

—Seguramente —reconoció Jack, sonriendo—. Pero me gustaría que fuese algo más que una distracción. —Me dio un beso en la frente antes de abandonar la habitación—. Estaré en el estudio por si me necesitas.

Permanecí despierta hasta mucho después de que Jack se hubiese marchado. Debería haberlo convencido de que se quedase conmigo, aunque no hubiéramos hecho nada. En una casa llena a rebosar de gente, me sentía extrañamente sola. Después de todo lo que había tratado de hacer por Jane, había fracasado.

Y aun en el caso de que ese día la hubiera salvado, ¿qué habría sucedido al día siguiente? ¿O al otro? Jane moriría de todos modos y mis esfuerzos se habrían reducido a un cuerpo en descomposición bajo tierra. De repente, nada tenía sentido, pero intenté dejar de pensar en aquello y dormir un poco.

Jack decidió iniciar de nuevo la jornada siguiente con su búsqueda de apartamento y yo, una vez más, decliné su invitación. Me había costado un mundo conciliar el sueño y no me veía con ánimos de acompañarlo. Ni siquiera tenía claro que quisiera cambiar de casa aunque, por el momento, sabía que no me quedaba otra elección.

Peter había dejado perfectamente claro que la cohabitación con él era imposible y, considerando que Jack tenía más de cuarenta años de vida, me parecía normal que hubiera llegado el momento de que se planteara vivir por su cuenta.

Cuando Jack regresó, llevaba poco rato levantada. Decidí darme una ducha, pero me fijé entonces en el estado de nuestro cuarto de baño. Mae seguía ausente, decidida a localizar a Jane, y pensé que estaría bien que se sorprendiera a su regreso con el detalle de que hubiéramos limpiado el baño y bajado las toallas.

Me recogí el pelo en un moño suelto, fui a buscar los productos de limpieza y me puse manos a la obra. Estaba enfrascada en frotar del lavabo los restos de dentífrico y de crema de afeitar, cuando oí a Jack subiendo a toda prisa por la escalera.

—¡Alice! —gritó Jack—. ¡Traigo noticias estupendas!

Salí del baño, consciente de mi terrible aspecto. Me había puesto unos guantes de goma amarillos para no ensuciarme las manos de porquería e iba armada con un estropajo. Tenía el pijama salpicado con agua y detergente y el moño prácticamente deshecho.

—¿Qué estás haciendo? —me preguntó Jack, que se había plantado ante mí y me miraba con perplejidad y encantado a la vez con la situación.

—Limpiar, pero no tiene importancia. —Dejé el estropajo en el lavabo, pues dudaba de que fuera a necesitarlo durante mi conversación con Jack—. ¿Cuál es esa noticia tan estupenda?

—¡He encontrado piso! —anunció Jack, radiante y refrenándose de empezar a dar saltos de alegría. Sonreí porque él también sonreía, pero empecé a percibir una fuerte tensión en el estómago.

—¿Tan pronto? —pregunté, consiguiendo que mi voz no reflejara mi inquietud.

—¡Sí! ¡Sé que no lo has visto, pero es perfecto! ¡Es absolutamente perfecto! ¡Te encantará! —Ya se había enamorado del lugar—. He tenido que dejar un depósito porque es complicadísimo encontrar un espacio que satisfaga todas nuestras necesidades y no quería correr el riesgo de que nos lo quitaran de las manos. Y he concertado una cita para que puedas visitarlo mañana y, si no te gusta, queda todo anulado. No pienso obligarte a mudarte a un sitio que no te guste, pero ese lugar es perfecto.

—No, seguro que es estupendo. Si a ti te gusta, estoy segura de que también me gustará a mí. —Y era cierto, razón por la cual no entendía por qué me sentía de aquella manera. Su felicidad empezaba a apoderarse de mí, aunque seguía corroída por las dudas.

—Nos dejan tener a Matilda, y es realmente complicado encontrar un lugar donde permitan tener perros grandes, y hay un parque para pasearla al lado mismo. Tiene tres habitaciones, una para nosotros, una para Milo y una para… no sé. ¿Por qué no? —dijo Jack encogiéndose de hombros—. ¡Y además tiene una terraza fantástica!

—¿Acaso salimos ahora a la terraza? —pregunté. Las tres habitaciones de la planta superior de la casa tenían terraza, pero estaba segura de que nunca había salido a ninguna de ellas, y la única persona a la que había visto que utilizara la de su dormitorio era Peter. Después de que nos besáramos. Lo que me recordó que tenía que mudarme—. Estoy segura de que la utilizaremos más que ahora, puesto que no tendremos jardín.

—Sé que renunciaremos al espacio que tenemos ahora y a algunas comodidades infantiles, pero tengo la intuición de que será estupendo. —Jack se había apaciguado un poco y me miró con franqueza—. Podremos tener nuestra propia vida, ¿sabes?

—Sí, claro que sí —dije, asintiendo.

—Mientras venía de vuelta a casa, me he parado a coger unas cuantas cajas para que podamos empezar a embalar nuestras cosas. —Echó a andar hacia la puerta—. En seguida vuelvo.

—De acuerdo. Me daré una ducha rápida para quitarme de encima esta sensación pegajosa de los productos de limpieza —dije. Jack no debió de oírme siquiera, pues ya había echado a correr escaleras abajo.

En cuanto se hubo ido y se llevó sus emociones con él, apareció la ansiedad. Me quité aquellos asquerosos guantes de goma y entré en el vestidor para coger la ropa. Necesitaba un momento para serenarme. Todo era tan repentino que no conseguía explicarme qué era lo que me aterraba de aquella manera.

Se trataba de un simple traslado, no muy lejos de mi actual domicilio, y tanto Milo como Ezra como todos los demás seguirían formando parte de nuestra vida. Jack se ganaba bien la vida trabajando con Ezra. Me daba corte preguntarle exactamente cuánto cobraba, pero estaba segura de que podría mantenernos a los dos. En realidad, no había nada que temer.

Excepto sentirme sola. Por mucho que deseara estar con Jack, estaba muerta de miedo. Además del problema vampírico que podía incluso llevarme a asesinarlo, seguía teniendo las inseguridades normales de cualquier adolescente. Jamás había estado antes con nadie, mientras que Jack sí. Y si algo iba mal, estaríamos solos. Milo no sabría cómo solucionarlo y Ezra no llegaría a tiempo.

Caí por fin en la cuenta mientras rebuscaba en el cajón de la ropa interior. No me cabía la menor duda de que quería pasar el resto de mi vida con Jack, y estaba clarísimo que deseaba mantener relaciones sexuales con él. Sucedería algún día, y seguramente ese día llegaría muy pronto si acabábamos yéndonos a vivir juntos. ¿Por qué no probarlo ahora?

Ezra estaba abajo en el estudio, y Milo, en la habitación contigua a la nuestra. Si sucedía alguna cosa, podrían acudir en mi ayuda. Y, la verdad, estaba harta de esperar. Estaba harta de interrupciones. Amaba a Jack y sentía que había llegado el momento.