29

Jack decidió dormir de nuevo en el estudio, pero me despertó mientras era todavía de día para preguntarme si me apetecía acompañarlo a mirar apartamentos. Sabía que debía ir con él, pero aún me costaba mucho tolerar la luz diurna.

Además, en realidad no me apetecía. La idea de mudarme de casa no me apasionaba, por más que fingiera lo contrario. Le dije que hiciera muchas fotos para enseñármelas luego y volví a quedarme dormida.

Soñé sin interrupción con el accidente de aquel petrolero en Canadá. Un monstruo desconocido cometía una masacre y descuartizaba a la tripulación. Todo estaba salpicado de sangre y vísceras. Eran escenas horrorosas. Tenía ganas de gritar y vomitar.

Los miembros de la tripulación gritaban y suplicaban por su vida, pero nadie oía sus lamentaciones. No podían hacer nada para salvarse. Cuando la tripulación entera hubo muerto, una negrura absoluta envolvió silenciosamente el barco. Y aquello fue transformándose en una imagen: la de unos ojos castaños enormes, como los de Milo.

A pesar de que aquella última visión no era en absoluto espeluznante, me desperté con deseos de gritar. Me había espantado, y de la peor manera posible.

Mientras intentaba recuperar el aliento y recordarme que no pasaba nada, pensé en lo extraño que era que los vampiros soñáramos. Desde luego, Jóvenes ocultos no me había preparado para aquello. De hecho, empezaba a pensar que quienquiera que hubiera escrito el guion de esa película no había conocido a un vampiro en su vida.

Como no podía quitarme de encima el recuerdo del sueño, decidí buscar ayuda. Pensé en Jane, pero mi amiga necesitaba descansar. Lo más seguro era que Mae estuviera haciéndole compañía, y la verdad era que tampoco me apetecía hablar con ella. Entré en la habitación de Milo, y lo hice sin llamar. De todas maneras, pegué antes la oreja a la puerta y, como deduje que Bobby no estaba, me pareció natural entrar.

—Hola, despierta —dije.

La habitación estaba algo más desordenada de lo que me esperaba, y me imaginé que era debido a Bobby. La ropa tirada parecía ser suya y vi también material artístico por el suelo. Milo estaba acostado en la cama, y su cuerpo formaba un ángulo extraño, con los pies colgando por el lateral.

—¿Por qué? —murmuró Milo, con la cara enterrada en la almohada.

—Porque sí. —Salté sobre la cama a su lado, con más fuerza de la que debía, y Milo saltó a su vez.

—¿Qué haces ya levantada? Si nunca te levantas antes que yo. —Se volvió para quedarse boca arriba y poder mirarme—. ¿Qué hora es?

—Las seis. Tampoco es tan temprano —dije—. ¿Dónde está Bobby?

—En su escuela. Tenía clase nocturna —me explicó Milo, bostezando—. ¿Y dónde está tu media naranja?

—Ha… ha salido —respondí con vaguedad. Milo ni siquiera se dio cuenta de que le escondía algo, pero decidí que no podía ocultarle lo que pasaba—. Oye, si te cuento una cosa, ¿me prometes que no se lo dirás a nadie?

—No. —Por lo visto, la idea de compartir un secreto conmigo no le resultaba atrayente, y lo odié por ello.

Y siempre había sido igual. Cada vez que había querido contarle un secreto, a él le había traído sin cuidado, por lo que nunca había tenido que acatar mis condiciones. Su apatía resultaba truculenta.

—La verdad es que te gustará saberlo, pero no se lo puedes contar a nadie. Todavía no. Aún no estoy preparada para que todo el mundo lo sepa —dije.

—Pienso contárselo a Bobby igualmente —dijo, reprimiendo un bostezo.

—¡De acuerdo! Cuéntaselo a Bobby —dije con un suspiro—. Pero vamos. Ahora tienes que fingir que te emociona la idea.

—¿Por qué? —Levantó una ceja—. No puedo imaginarme qué podrías contarme a mí que fuese emocionante. Mi habitación está pared con pared con la tuya y sé que has dormido sola. Por lo tanto… no puede ser nada demasiado estupendo.

—¡Aj! —refunfuñé—. La verdad es que me alegro de que nos marchemos de aquí. Estoy harta de tu actitud.

—¿Que qué? —Ahí lo sorprendí. Se sentó en la cama y se quedó mirándome—. ¿Qué has dicho?

—Jack quiere que nos mudemos a otro lugar. —Bajé la voz para que Mae no pudiera oírme por casualidad—. En este momento está viendo apartamentos.

—¿Y cuando dices «marchemos», te refieres a…? —Se quedó a la espera de que yo terminara la frase.

—Él y yo, y Bobby y tú si queréis. —Ladeé la cabeza—. ¿Crees que podría decirse que Bobby vive aquí? ¿O piensas que tiene su lugar de residencia en otra parte?

—Teóricamente vive en una residencia de estudiantes, pero no ha pasado ni una sola noche allí desde que nos conocimos.

—¿No crees que vais demasiado rápido? —le pregunté—. Eres muy joven para convivir con un novio.

—¿Hablas en serio? —replicó Milo, enarcando una ceja.

Pensé en tratar de argumentarle que su situación era bastante distinta a la mía, pero lo dejé correr. Si fuéramos chicos normales y corrientes, si llevásemos una vida normal, estudiásemos en el instituto y viviésemos con nuestra madre, sí, seguramente habría resultado extraño y equivocado. Pero no era nuestro caso.

—Da igual. Ese no era el tema que quería comentarte.

—¿Así que de verdad os vais a vivir a otra parte? —me preguntó Milo.

—No lo sé. Eso es lo que quiere Jack, y tiene buenos motivos para quererlo. La casa se nos está quedando pequeña, aunque parezca una locura, y ninguno de los dos debería vivir bajo el mismo techo que Peter.

—Sí, pero… ¿de verdad queréis que vayamos a vivir con vosotros? —preguntó Milo con cautela.

—Sí. Jack está buscando apartamentos por la zona que sean lo bastante grandes para todos nosotros.

—Pero… ¿y tú? —Me miró muy serio—. Sé que aún te cuesta controlar el ansia de sangre, que no confías todavía lo suficiente en ti misma como para acostarte con él. ¿Cómo os las apañaréis si vivís juntos? Sin la presencia de Ezra, que soluciona cualquier cosa cuando algo va mal…

—No lo sé. —Suspiré—. Yo también lo he pensado. Pero no sé qué otra cosa podemos hacer.

—Quedaros aquí —sugirió Milo.

—Tampoco veo cómo podría funcionar si nos quedamos aquí. —Me había resignado a ir a vivir a otro sitio aun sin estar segura de que fuera de verdad lo que prefería. Cualquier otra alternativa carecía de sentido, simplemente.

Milo se recostó de nuevo en la cama y se pasó un buen rato sin decir nada. Siempre había sido estupendo encontrando soluciones lógicas. Mis actos se basaban normalmente en las corazonadas y el momento, razón por la cual él controlaba mucho mejor que yo lo de ser vampiro.

Seguía sorprendiéndome que hubiera sido él, y no yo, quien hubiera estado a punto de matar a su novio. Que hubiera sucedido una cosa así, puesto que Milo controlaba mucho mejor que yo. Todo el mundo confiaba tremendamente en él. El hecho de que yo no controlara mis impulsos era en realidad lo que me impedía asesinar a Jack. Nadie confiaba en mí lo bastante como para dejarme a solas con él y, en consecuencia, no había tenido oportunidad de morderlo, a diferencia de lo que sucedía con Milo y Bobby.

—No, no necesito tu ayuda —dijo Peter con fatiga en el pasillo, y oí la puerta de su habitación cerrándose un instante después—. Jane, te sugiero que vuelvas a la habitación y descanses. —Miré de reojo a Milo y, por la cara que ponía, adiviné que también él los estaba oyendo.

—No necesito descansar más. Estoy aburrida —replicó Jane con aquella voz de niñita que fluctuaba entre el tono de una fulana y un gimoteo. Peter debía de haber ido a su habitación para buscar alguna cosa y, luego, ella debía de haber salido al pasillo con él.

—Pues lee alguno de los libros que tengo ahí —dijo Peter—. O si no te apetece leer, puedes ponerte una de las películas de Jack. O a lo mejor podrías darle la lata a cualquiera de las otras seis personas que viven en esta casa para que te entretengan un rato.

—Vamos, apuesto a que tú conoces un montón de maneras de entretenerme. —Jane estaba en el pasillo y no podía verla, pero la conocía lo bastante como para saber que estaba tocándolo por algún lado. Acariciándole el brazo o poniéndole la mano en el pecho.

—Te aseguro que no soy muy bueno entreteniendo a la gente —dijo Peter, sintiéndose de lo más incómodo, y Milo sonrió socarronamente.

—Pues a lo mejor yo sí puedo entretenerte. —La voz de Jane había bajado el volumen y adquirido un tono más sensual.

—Precisamente para eso había venido a coger un libro. Para entretenerme —dijo Peter, con palabras casi entrecortadas.

—¿Y no te cansas de entretenerte solo?

—Jane, vuelve a la habitación —le rogó Peter, suspirando. Si estaba tocándolo, en aquel momento retiró la mano.

—No a menos que me acompañes —dijo Jane, ignorando el rechazo.

—No, no pienso hacerlo —le espetó Peter—. El papel de niñita perversa tal vez te funcione con cierta gente, pero no conmigo. Estás tan sucia y mugrienta que no te mordería ni aunque estuviera muerto de hambre. El único motivo por el que te permito permanecer en mi habitación es por lo mucho que significas para Alice, aunque ni que me maten comprendo dónde te encuentra la gracia. Eres tan sosa y tan engreída que jamás me hubiera imaginado que un humano pudiera alcanzar tales niveles y te recomiendo que no te cruces más en mi camino.

—Por Dios —susurró Milo.

Jane no dijo nada, pero oí que se abría la puerta y que empezaba a llorar incluso antes de cerrarla a sus espaldas. Cuando Peter se puso en marcha, salí al pasillo dispuesta a darle mi opinión. Debería haber salido antes y defender a mi amiga.

—¡Peter! —dije en voz baja para que Jane no pudiera oírme. Peter se volvió hacia mí, suspirando—. ¿No te parece que eso ha sido un poco duro?

—No, la verdad es que no —dijo Peter sin mirarme a los ojos. Oí la ducha en el baño de Jane, su intento de apaciguar el llanto, por lo que decidí recuperar un tono de voz normal—. No pretendía que oyeras mi discurso.

—No me parece que eso solucione el asunto —dije, cruzándome de brazos y mirándolo furiosa—. Jane es una pesada, pero es inofensiva. Y está convaleciente. Se supone que tenemos que ayudarla y animarla, no machacarla.

—No pretendía machacarla. —Se restregó un ojo—. Pero es que no has visto cómo andaba detrás de mí. Era un acoso constante, era mucho peor que pesada.

—Que Dios coja confesada a la pobre que se enamore de ti, Peter —dije, poniendo los ojos en blanco—. Cuando me gustabas, también te comportaste conmigo como un cabrón. ¿Es que no eres capaz ni de aguantar que una chica te mire boquiabierta cinco segundos?

—Pues claro que soy capaz. Lo aguanto constantemente —dijo, poniéndose a la defensiva—. Todo el mundo se comporta así conmigo, y lo llevo bien.

—¡Oh, qué vida más dura la tuya! —exclamé en tono burlón—. ¿Sabes? Jane no es la única engreída y egoísta. —Fue Peter quien puso entonces los ojos en blanco—. ¿Pretendes hacerme creer que tu gran desgracia es que todo el mundo te encuentra irresistible?

—Si te respondiera que sí, tal vez te parecería que soy un gilipollas, pero es verdad. —Se rascó la sien y negó con la cabeza—. Siento mucho no aguantarla. Es que no para de mirarme, y… y tú ni siquiera me miras.

—¿Castigas a Jane porque estás enfadado conmigo? —le pregunté, levantando una ceja—. No me parece en absoluto justo.

—¡La vida no es justa, Alice! —Peter me miró con una intensidad tremenda con sus verdes ojos brillantes—. ¡Si la vida fuera justa, tú no estarías con Jack!

—¡No! ¡No tienes por qué enfadarte conmigo por eso! —dije, con un gesto de negación—. ¡Tuviste tu oportunidad! ¡Yo te quise a ti primero, y tú no quisiste saber nada de mí!

—¡Jamás tuve la más mínima oportunidad! —gritó Peter—. ¡Siempre lo quisiste a él! ¡Te vi en el jacuzzi con Jack!

—Pero ¿de qué hablas?

—La noche que nos conocimos, subiste a mi habitación y no quise ni saludarte. No quería amarte, pero en el instante en que te vi… —Apartó la vista—. Incluso antes de verte. Te percibí en el instante en que entraste en casa, y fue una sensación abrumadora.

»Cuando nos conocimos reaccioné muy mal y por eso Mae se te llevó, al jacuzzi de fuera, con ella y con Jack. Estuve observándote cuando no mirabas. Estabas sentada a su lado, riendo, y lo mirabas de una manera… A mí nunca me miraste así.

—¿Y cómo te miraba? —le pregunté con una voz turbia.

—Como tenías que hacerlo, como si yo fuese un imán hacia el que te sentías atraída. No tenías otra elección —dijo—. Y cuando miras a Jack, es porque cuando él está no necesitas mirar a nadie más. Jamás podrías quererme a mí de la misma manera que lo quieres a él.

Tragué saliva, consciente de que Peter estaba diciendo la verdad. Y a pesar de que debería sentirme reconfortada, todo aquello me dolía mucho. Tenía la sensación de haberle hecho daño a Peter por no haberle siquiera dado una oportunidad.

—En cambio, yo te quiero como él nunca podrá quererte.

—No, Peter, tú no me quieres —dije, haciendo un gesto de negación.

—Alice, podré ser muchas cosas, pero no soy un ingenuo —dijo Peter, casi sin aliento. Su voz había adquirido un matiz que no había oído jamás en él, desesperado y ansioso, y levanté la vista para mirarlo—. Te amo, mucho más de lo que jamás pueda haber amado a otra mujer, ni siquiera a Elise. Y por mucho que acabe matándome con ello, no puedo impedirlo.

—Yo no puedo estar contigo —dije con voz temblorosa.

Sus ojos eran maravillosos, suplicantes. En parte deseaba estar con él, pero sabía que no podía volver a hacerle daño a Jack. Me negaba. Y Peter tenía razón. Por mucho que pudiera sentir por él, seguía amando más a Jack.

—Jamás te lo pediría —susurró Peter.

—Pero te encantaría si me ofreciera a ello —dije, sonriéndole con tristeza.

—Sí, me encantaría. —Se quedó mirándome un largo momento y soltó el aire, tembloroso—. Pero no puedes. —Bajó por fin la mirada y se pasó la mano por el pelo—. Y yo tampoco puedo volver a hacer esto. Creo que voy a empezar a recoger mis cosas.

—No, no tienes por qué marcharte. —Extendí la mano con la intención de tocarle el brazo y consolarlo, pero en cuanto caí en la cuenta de lo peligroso que era tocarlo, la retiré—. Esta es tu casa. No tenemos ningún derecho a echarte de aquí.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Jack y yo nos mudamos. Puedes quedarte en casa. —Le sonreí, intentando con ello demostrarle que estaba esperanzada, pero su expresión cambió de repente y se tornó lúgubre, sin comprender nada. Confiaba en que lo hubiera tomado como una buena noticia, pero no fue así.

—Claro —dijo Peter, mirando en dirección a la habitación de Jack, nuestra habitación, con celos y repugnancia—. Lo teníais todo planeado. Os marcharéis y viviréis felices para siempre, y yo me quedaré aquí. Con ellos. Eternamente.

—¡Esto no pretende ser un castigo! —dije, sorprendida al ver que estaba haciéndole daño cuando lo que deseaba era ayudarlo.

—Tampoco pretendía serlo mi existencia, pero lo es. —Negó con la cabeza y dio un paso hacia la escalera—. Tengo que irme. Ni siquiera deberíamos estar hablando. Si Jack nos sorprende, sería desastroso, y no quiero ser un obstáculo para vuestra luna de miel.

—¡Peter! —grité, pero él siguió andando. Me quedé paralizada en el pasillo, intentando recuperar el aliento y aclarar mis ideas.

—Y bien… —Milo asomó la cabeza detrás de la puerta de su habitación. Me ruboricé, pues había olvidado por completo que mi hermano estaba allí y que lo habría oído todo—. Por lo que veo, no te queda otro remedio que mudarte.

—¿Tú crees? —dije, y solté una carcajada hueca.

Después de aquella conversación, Peter se esfumó, y lo agradecí. Otra disputa con él hubiera resultado insoportable, sobre todo con Jack rondando por la casa. Me instalé en el salón con Milo y Jane y estuvimos viendo películas románticas malas hasta que Jack y Bobby nos obligaron a dejarlo.

Cuando me quedé un momento a solas con Jack, le pregunté qué tal le había ido su búsqueda de apartamento y me dijo que no había encontrado aún nada que le entusiasmara, aunque para el día siguiente tenía programadas algunas visitas que parecían prometedoras. Me dijo que cruzara los dedos, aunque yo no estaba segura del todo de querer hacerlo.

Jane no hizo la más mínima mención de su pelea con Peter, pero estaba rara. Inquieta y desasosegada. Se quejó más de lo habitual de tener calor o frío, y añadió a ello quejas sin sentido. Como que el tejido del sofá era demasiado áspero para su piel, o que la atmósfera de la casa le producía picores.

Sus cambios de humor eran también pronunciados. Podía estar riéndose a carcajadas y al instante siguiente amenazar con asfixiar a Bobby con un cojín.

Bobby había puesto Sid y Nancy en la televisión del salón porque afirmaba que era una historia de amor con connotaciones para todos nosotros. Como encuentro que Gary Oldman está buenísimo en esta película, no protesté y me acurruqué junto a Jack en el sofá para verla.

Milo extendió una manta en el suelo y Matilda intentó apoderarse de ella, pero Jack la convenció para que se recostara a sus pies. Milo no mostró en ningún momento el más mínimo interés por la película y se tumbó atravesado en la manta, mientras Bobby descansaba la cabeza en su regazo, de cara a la tele.

Jane se estiró en el sillón reclinable, lamentándose ahora de que sus pulseras le apretaban demasiado. Y Mae no quiso saber nada de la película y optó por un baño de espuma.

—¿Están todas las puertas cerradas? —Ezra apareció de repente en el salón. No se lo veía ansioso, pero algo no iba del todo bien.

—Pues no lo sé —dijo Jack, encogiéndose de hombros y mirándolo—. ¿Acaso cerramos con llave las puertas?

—¡Tenéis que cerrar las puertas con llave! —gritó Jane, tremendamente preocupada—. ¡Os lo robarán todo! —Imagino que todo lo que teníamos en casa debía de ser mucho para ella.

—Tal vez, pero en casa siempre hay alguien, y además somos vampiros, y por lo tanto… —Jack se interrumpió.

—Yo he cerrado la puerta de la cocina al jardín cuando he sacado a pasear a Matilda —dijo Milo.

—¿Por qué? Son de cristal. Si alguien quisiera entrar, le bastaría con romperlas —observó Bobby.

—No obstante, quiero que empecéis a adquirir la costumbre de cerrarlo todo —dijo Ezra.

—Entendido. ¿No teníamos una alarma? —preguntó Jack—. Hiciste instalar una cuando construimos la casa, ¿no?

—Sí, así es —dijo Ezra, rascándose la cabeza—. Y la desconecté en cuanto vinimos a vivir aquí. Soy incapaz de recordar la contraseña. Tendré que reiniciarla y daros a todos los nuevos códigos.

—Lo veo muy complicado. —Noté cierta tensión en el brazo de Jack que me rodeaba por el hombro—. ¿Ha pasado algo? ¿Qué sucede?

—No, seguramente no sea nada —dijo Ezra, moviendo negativamente la cabeza—. Sólo que se han producido varios robos en el vecindario. —No sé cómo, pero adiviné que nos estaba mintiendo.

—Oh, Dios mío —dijo Jane, casi sofocando un grito, y se llevó las manos a la boca.

—Seguimos siendo vampiros —dijo Jack, señalándose a sí mismo, a Milo y a mí—. Estoy seguro de que pillaríamos a cualquiera que se atreviese a entrar aquí.

Jane estaba desmesuradamente aterrorizada, pero Bobby seguía como si nada. Cuando eres humano, los vampiros te parecen invencibles. Pero como vampiro, sabía que no era mucho más fuerte o fabulosa que los demás.

—Siempre es mejor pecar de precavido que tener que lamentarlo después —dijo Ezra, como si quisiera con ello cerrar el tema—. Voy a buscar el manual de la alarma y cuando haya codificado la nueva contraseña, os la comunicaré.

—De acuerdo. —Jack me miró extrañado, tan escéptico como yo con respecto a las verdaderas intenciones de Ezra.

—¡No sé cómo podéis seguir ahí sentados tan tranquilos! —exclamó Jane, levantándose en cuanto Ezra salió del salón.

—Relájate, Jane. No te pasará nada —dijo Milo, tratando de calmarla.

—¡No! ¡No me refiero a esto! ¡Sino a que la vida aquí es aburridísima! —Tiró de una de las esclavas que me había cogido y miró furiosa a todos los presentes—. ¡Os pasáis el día aquí sentados!

—Jane, son las cuatro de la mañana. ¿Qué sugieres que hagamos? —le preguntó Jack con total sinceridad.

—Y no nos pasamos el día aquí sentados —interfirió Bobby—. Yo he ido a clase, Jack ha salido, estoy seguro de que Milo también va por ahí. Si tú no lo has podido hacer es porque aún no te encuentras bien.

—¡Me encuentro bien! —Jane pataleó e intentó sacarse las pulseras—. ¡Si no fuera por estas malditas pulseras! ¡Parecen esposas!

—¡Jane! Cálmate y continúa viendo la película —dije—. Mañana por la noche saldremos un rato. ¿Te parece bien? Pero ahora ya es muy tarde. Así que relájate.

—Lo que tú digas. —Consiguió librarse de las pulseras y las lanzó al otro lado de la sala. Matilda se asustó y empezó a ladrar.

—¡¿Va todo bien por ahí?! —gritó Ezra desde su estudio, que estaba en el extremo opuesto del pasillo.

—En serio. ¿Qué sucede? —dije, mirando a Jack—. ¿Hay una fuga de monóxido de carbono o qué? Me parece que hoy todo el mundo se comporta como un bicho raro.

—¡Yo no soy ningún bicho raro! —protestó Jane, y se dejó caer de nuevo con fuerza sobre el sillón reclinable—. Estoy bien. De acuerdo, veamos la película. Quiero ver qué le sucede a ese imbécil de Sid.

Pero antes de que aparecieran los títulos de crédito, Jane se había quedado dormida, con un sueño muy inquieto. De hecho, mirarla producía escalofríos. Nos quedamos todos contemplándola embobados hasta que Mae salió del baño y nos pegó la bronca por mirarla de aquella manera. Subió a Jane en brazos a la habitación de Peter y luego volvió a bajar, pues Ezra la había reclutado para seguir buscando el manual desaparecido de la alarma. Era la primera vez en muchos días que tenían algún tipo de interacción y me dio la impresión de que ella le guardaba rencor por todo lo sucedido.

El resto seguimos viendo películas un rato más, hasta que Ezra intentó convencernos también de que lo ayudáramos a buscar un manual que no habíamos visto en la vida. Y nos fuimos cada uno a nuestra habitación para eludirlo.

—Ya sabes que Ezra está en el estudio —le dije a Jack cuando llegamos a nuestra habitación. Él se había quitado la camiseta para ponerse el pijama, pero cuando se volvió para mirarme, empecé a despojarme de los vaqueros del modo más seductor del que fui capaz—. Así que no puedes dormir aquí.

—Mira tú qué gracia —dijo Jack sonriendo y aproximándose a mí. Había entrado en la habitación y había ido directo al vestidor para cambiarse, pero yo tenía otros planes para esa noche, de modo que permanecí junto a la cama—. Ya no estoy en absoluto cansado.

—¿De verdad? —Retrocedí un poco, pero choqué contra la cama—. En ese caso, no querrás meterte en la cama.

—Oh, no, claro que quiero meterme en la cama —replicó Jack, sonriendo con malicia. Dio un nuevo paso hasta situarse justo delante de mí y posó sus manos sobre mis muslos desnudos. Ascendió lentamente hasta adentrarse por debajo de mi camiseta y se detuvo al llegar a la cintura—. ¡Dios, qué preciosa eres!

Enlacé las manos por detrás de su cuello y me puse de puntillas para darle un beso. Me besó con pasión, agarrándome por el trasero y presionándome contra él. Me empujó con delicadeza sobre la cama. Uní las piernas por detrás de su cuerpo para atraerlo hacia mí. Se impulsó entonces él y yo gemí. Noté sus labios recorriéndome el cuello y entonces, de repente, lo deseé.

—Muérdeme —dije, jadeando, enterrando los dedos entre su cabello.

—¿Qué? —Jack interrumpió sus besos para mirarme. Intentaba hacerse el frío, pero su excitación era inequívoca—. ¿En serio?

—Sí. —Me quedé mirándolo. La sensación del mordisco era asombrosa y Jack controlaba lo bastante como para que no resultase peligroso. Yo quedaría debilitada, pero acababa de comer y no me sentiría famélica.

—¿Cuándo has comido por última vez?

—¡Jack! —exclamé—. No rompas el romanticismo con tu lógica. Estoy bien, ¿entendido?

Se mordió el labio y me miró. Quería asegurarse de que todo iría bien, aunque era evidente que deseaba hacerlo. El hambre, caliente y ansiosa, inundaba mi cuerpo. El corazón le latía con fuerza y lo tenía justo encima del mío, lo percibía. Sus ojos se volvieron casi transparentes, como sucedía siempre que me deseaba de verdad. Cuanta más pasión, más claros se volvían sus ojos.

Cuando sus labios ejercieron presión sobre mis venas, gemí sin poder evitarlo y arqueé la espalda, pegándome a él.

—¡Alice! —gritó Mae, abriendo de golpe la puerta de la habitación.

—¡Debes de estar de cachondeo, ¿no?! —gritó Jack con incredulidad, sentándose. Se volvió y la miró con rabia—. ¡No estábamos haciendo nada malo!

—Me trae sin cuidado lo que hagáis —dijo Mae. Estaba acongojada, de modo que me senté también en la cama y aparté a Jack—. ¡Jane ha desaparecido! ¡Creo que le ha pasado algo!