28
No podía ni respirar. Jack estaba pensativo y mantenía la boca cerrada con fuerza.
A medida que fui despertándome, sus emociones se apoderaron de mí, y no eran precisamente agradables. Estaba nervioso y dolido, y lo comprendía. Después de disculparse por haberme despertado, Jack se limitó a quedarse inmóvil donde estaba, cruzado de brazos y mirándome. Me incorporé un poco más e intenté pensar en algo que decir, pero mi boca se negaba a entrar en acción.
—Tengo que reconocer que me ha sorprendido un poco no encontrarte en la habitación de Peter —dijo Jack por fin.
Sus palabras eran hirientes, y mucho más por venir de él. No solía decir jamás cosas que pudieran hacer daño a nadie, pero en aquel momento quería hacerme daño a mí.
—Nunca he estado con él. —Mi boca estaba entumecida y el corazón me aporreaba el pecho—. Lo que sucedió fue un error estúpido. No significó nada.
—¿Qué pasó exactamente? —Los ojos azules de Jack, habitualmente tan cálidos, parecían de hielo y me taladraban con fuerza.
—No lo sé. —Todos los discursos que había ensayado para explicar aquel beso se esfumaron de repente. Me había quedado en blanco.
—¿Que no sabes qué pasó? —Apretó los dientes y respiró hondo—. ¿Cómo es que no sabes qué pasó cuando besaste a Peter? ¡Besarse no es tan complicado! Estoy seguro de que empezaste acercando tu boca a la de él…
—¡No, sí sé lo que pasó! —Levanté la mano. Me rasqué la frente y solté el aire, temblorosa—. Lo que no sé es por qué pasó.
—Muy bien, quizá si empezaras contándome qué fue lo que pasó exactamente podría ayudarte con el porqué —sugirió con frialdad.
—¡Nos besamos! —chillé, exasperada por completo. Lo único que deseaba era llegar a la parte en la que yo lloraba y le pedía perdón y, al final, él me perdonaba.
—¿Quién besó a quién?
—No-no lo sé —tartamudeé, bajando la vista. Doblé las rodillas contra mi pecho, deseosa de ocultar la cara entre mis manos.
—¿De verdad? ¿No tienes ni idea? ¿Pretendes decirme que estabas tan tranquila y de repente te encontraste montándotelo con él? Me parece de lo más espontáneo.
—Nadie se lo montó con nadie. —No podía ni mirarlo. Estaba siendo mucho más duro de lo que me imaginaba.
—Y bien, ¿quién besó a quién? —repitió Jack, y viendo que yo seguía sin responder, subió el tono de voz—. ¿Alice?
—Creo… que… que tal vez fui yo —murmuré, y tragué saliva.
Podría haberle mentido, pero sabía que lo hubiera notado, y que eso sólo serviría para empeorar la situación. Apoyé la frente en la mano y doblé las rodillas. Jack necesitaba un momento para procesar lo que acababa de contarle y su dolor era incluso más vivo ahora.
—¿Estás enamorada de él? —Me habló tan bajo que apenas distinguí lo que me decía.
—¡Dios mío, no! —grité con fuerza, mirándolo fijamente—. ¡No! ¡Te quiero a ti, Jack! ¡Y eso es todo! —Una lágrima caprichosa resbaló por mi mejilla. Deseaba abalanzarme sobre él y besarlo, pero sabía que me rechazaría.
—¿Y por qué lo besaste? ¡Después de todo lo que hemos pasado! —Estaba casi suplicándome, y rompí a llorar.
—¡No lo sé! ¡Te soy sincera, Jack! ¡Ojalá lo supiera! —Me sequé las mejillas—. Tenía mucha sed y estaba intentando no comer para aprender a controlarme mejor. Y entré en su habitación con la simple intención de charlar, de distraerme y… no sé. Estábamos hablando y… y le besé. Fue sólo un segundo, y entonces paré y dije que no podíamos hacer aquello. ¡Y lo siento mucho, Jack! ¡Lo siento muchísimo! ¡Si pudiera dar marcha atrás, lo haría! ¡Jamás pretendí hacerte daño!
—He estado dándole vueltas y más vueltas. —Jack se rascó las sienes y bajó la vista. Tenía los ojos húmedos, pero no lloraba—. No dejo de pensar si podría perdonarte por haberlo besado. Y si podría perdonarte por acostarte con él.
—¡Jamás me he acostado con él! —insistí, sentándome sobre mis rodillas.
—No, sólo estaba contándote lo que he pensado. —Negó con la cabeza—. ¿Y sabes de qué me he dado cuenta? ¡De que te perdonaría cualquier cosa! —Lo que estaba diciéndome era bueno, pero él no se sentía bien, ni mucho menos. Sufría una verdadera agonía y yo era la causante de todos sus males.
»No entiendas que te doy permiso con esto, pero podrías hacer cualquier cosa y siempre te perdonaría. No podría no hacerlo. —Jack se quedó con la mirada perdida, pensativo—. No sé si entiendes lo que trato de decirte. Aunque lo que hicieras pudiera matarme, yo te… —Me quedé mirándolo con ansiedad.
»Podrías matarme, Alice —dijo muy serio—. Con eso te digo todo lo que significas para mí. ¡Por idiota y masoquista que pueda parecer, significas tanto para mí que estaré contigo aunque eso signifique mi destrucción!
»Y me trae sin cuidado por qué lo besaste o lo que hiciste. En realidad, ni siquiera quiero saberlo. Pero te suplico, por favor, que nunca vuelvas a hacer algo así. ¡Porque te quiero mucho, porque confío demasiado en ti y porque no sé ser de otra manera! Pero… pero no lo hagas nunca más, ¿de acuerdo? ¡Por favor!
—¡Te lo prometo! ¡Jamás volveré a hacerlo! —Salté de la cama y corrí hacia él, incapaz de reprimirme más. Le cogí la cara entre las manos y observé sus dolidos ojos azules—. Lo siento mucho. Nunca quise hacer lo que hice, y nunca, jamás, volveré a hacerlo. Te lo prometo. Te quiero muchísimo, Jack.
—Más te vale —susurró.
Y me besó por fin. Había creído por un momento que lo había perdido de verdad y el beso tuvo una insistencia lindante al pánico. Entrelacé las manos por detrás de su cuello y lo atraje hacia mí. Su boca era cálida y maravillosa y supe que nada en el mundo era más sabroso que él.
Con aquel pensamiento, mi sed alcanzó su punto culminante y el corazón empezó a latir de hambre, pero lo ignoré. Sólo deseaba estar con él, físicamente, y vivir aquel momento.
—Huye de aquí conmigo. —Apoyó la frente contra la mía y enredó los dedos entre mi pelo.
—¿Qué? —pregunté, pensando que no lo había oído bien.
—Huye de aquí conmigo —repitió, y se retiró un poco para poder mirarme a los ojos—. No quiero seguir aquí. Todo el mundo me ha mentido. Peter continúa acosándote y Mae intentó matarme. No hay nada que me retenga aquí. Huyamos juntos.
—¿Y Milo? —Mi cabeza estaba hecha un lío. La idea de huir con él me resultaba excitante, pero no podía coger mis bártulos y largarme de allí sin más—. ¿Y Jane?
—¿Jane? —Jack frunció el ceño—. ¿Qué pasa con Jane?
—Está aquí, en la habitación de Peter. —Había olvidado por completo que Jack no estaba al corriente de aquello—. Milo la vio la noche de Halloween, y estaba fatal. De modo que estamos ayudándola, supongo.
—¿En la habitación de Peter? —Jack estaba horrorizado.
—Sí, él duerme en el estudio. Es como el juego de las sillas musicales, pero con camas —dije, restándole importancia al asunto con un gesto.
—Esta casa es demasiado pequeña para tanta gente —observó Jack—. Un motivo más para que nos vayamos de aquí.
Huir me sonaba muy extravagante. Yo no trabajaba y Jack lo hacía con Ezra y con Peter. No quería abandonar a Milo, pero tampoco creía que Jack pudiera mantenernos a los cuatro, ya que probablemente debería incluir a Bobby en la ecuación. Tal vez sí que podría hacerlo, pero si lo que pretendía era alejarse de Peter y de Ezra, no sabía muy bien si eso significaría además renunciar a su actual trabajo.
Eso sin mencionar que yo aún no controlaba debidamente mi ansia de sangre, un hecho que podía acabar siendo fatal para todo el mundo.
—¿En qué piensas? —dijo, retirándome un mechón de pelo de la frente.
—En que alejarme de Peter me da lo mismo, pero no sé si estoy preparada para separarme de todos los demás —dije por fin.
—No puedo seguir viviendo con Peter, y creo que tú tampoco deberías hacerlo —dijo Jack—. Y tampoco quiero estar cerca de Mae.
Me mordí el labio, mirándolo. Acababa de volver y no me apetecía perderlo de nuevo, pero no estaba preparada para sacrificarlo todo sólo por estar con él.
—Entendido —dijo—. ¿Y qué te parecería esto? Sigo trabajando con Ezra y empezamos a buscar algo para nosotros en el centro, con espacio suficiente para que Milo y Bobby se queden con nosotros siempre que les apetezca. Seguiremos estando cerca de todos, Milo puede ir y venir como le plazca y nosotros tendremos por fin un poco de intimidad.
—De acuerdo —dije, asintiendo, aunque la idea me ponía nerviosa.
Después de ver lo que Milo le había hecho a Bobby y lo que Jonathan le había hecho a Jane, la idea de disfrutar de intimidad con Jack ya no me atraía tanto. Sí, deseaba con todas mis fuerzas hacer cosas con él, pero lo quería demasiado como para matarlo.
—Llevo casi tres días sin apenas dormir —dijo Jack, bostezando—. Y ni siquiera es mediodía. ¿Qué te parece si dormimos un poco?
Se despojó de la camiseta y las bermudas para dormir en calzoncillos, una idea que a mí ya me parecía bien. Pocos hombres había en el mundo capaces de superar a Jack en ropa interior. Me acomodé en la cama y Jack se acostó a mi lado, boca arriba, para que pudiese acurrucarme entre sus brazos y descansar la cabeza sobre su pecho.
—Te he echado mucho de menos —dijo, acariciándome el cabello.
—Y yo a ti —repliqué, apretujándome contra él—. ¿Dónde has dormido estos tres días?
—En un hotel —dijo Jack, riendo entre dientes—. Cogí una habitación en un hotel del centro y no he salido de allí hasta hace una hora. No soportaba estar más tiempo lejos de ti y por eso he vuelto a casa.
—Tendrías que haber vuelto a casa el primer día.
—Lo sé, pero necesitaba pensar. —Suspiró—. Y ha salido bien. Me refiero a que ahora estoy aquí contigo, ¿no?
—Sí, claro. —Le di un beso en el pecho y volví a recostar la cabeza.
Jack no debía de estar de broma al comentar que no había dormido, pues cayó en un sueño profundo en cuestión de segundos. Yo permanecí despierta más rato que él, pensando en todo lo que me había dicho e intentando encontrar una solución.
Le había prometido que jamás volvería a hacerle daño, y sabía que seguir viviendo con Peter era una tentación demasiado grande para mí. Era una sensación inexplicable, y eso precisamente la hacía más peligrosa si cabía. Si Jack consideraba que lo mejor era irse de aquella casa, tal vez estuviera en lo cierto. Y aunque no lo estuviera, era lo que Jack quería y, teniendo en cuenta lo que yo le había hecho pasar, eso era lo mínimo que podía hacer.
Nadie pareció sorprendido de ver a Jack cuando nos levantamos. A diferencia de lo que yo pensaba, todos sabían que iba a volver. Jane saludó a Jack con una indiferencia escandalosa, y Jack trató a Mae de la misma manera. Ella se apresuró a pedirle perdón, pero él la rechazó sin miramientos. Por mucho que ella se viniera abajo, yo no podía hacer nada para animar a Jack a que la perdonara. Todo llegaría a su debido tiempo.
Peter había salido ya a pasar la noche fuera y nadie sabía muy bien adónde había ido. Sospeché que se había enterado del regreso de Jack y había decidido desaparecer antes de que las cosas se pusieran feas.
Jack, envuelto en un halo de misterio, se encerró con Ezra en el estudio para «discutir» sus asuntos. Seguramente hablarían de negocios y del cambio de domicilio pero, por lo visto, Jack no quería que nadie estuviera de momento al corriente de sus intenciones.
Mae superó el desaire de Jack gracias a que tenía a Jane para distraerse. Había extendido una toalla gigante en el suelo del comedor y lo había convertido en una improvisada peluquería. Mae era la encargada de cortarle el pelo a todo el mundo.
Jane estaba sentada en una silla, con la cabeza envuelta en papel de aluminio y cubierta de tinte, hojeando lánguidamente un número de Cosmo. Mientras esperaba a que le subiera el tinte, Mae estaba cortándole el pelo a Milo. Parecía feliz por primera vez en muchas semanas. Una discusión sobre distintos tipos de brillos de labios había conseguido lo que entre todos no habíamos logrado en semanas.
—¿Te apetece que te corte el pelo, cariño? —dijo Mae, sonriendo por encima de la cabeza de Milo. También ella se había lavado el pelo y se lo había peinado en un pulcro recogido. Jane hizo algún comentario sobre zapatos y Mae se echó a reír, con una mirada luminosa—. ¿Qué me dices, Alice?
—Hum… no, ya estoy bien así —dije.
—El calzado de chica es mucho mejor que el de chico —se lamentó Milo. Levantó la cabeza para echarle un vistazo a la revista de Jane, pero Mae lo empujó hacia atrás con delicadeza para poder seguir cortándole el pelo.
—Al menos vosotros no tenéis que llevar tacones —dijo Jane—. Me refiero a que los tacones quedan estupendos, pero son criminales. Son como cámaras de tortura en miniatura para los pies. —Mae rio de nuevo, la segunda vez que lo hacía en tan sólo dos minutos.
Cuando asimilé la escena que se desplegaba delante de mí, comprendí qué sucedía: Mae tenía una hija, y una nieta, y una nieta enferma, pero siempre se había ocupado de chicos. Peter y Ezra no la necesitaban para nada.
Mi aparición la llenó de ilusión porque pensó que por fin tenía la chica con la que poder charlar y compartir cosas, pero yo me pasaba el día en vaqueros. Jack estaba de vuelta y mi intención era estar más atractiva de lo normal, pero con todo y con eso, me había decantado por unos vaqueros y una elegante camiseta verde de tirantes.
Tal vez fuera por eso que Mae estaba más unida a Milo que a mí. Él era más femenino que yo, a buen seguro, y curiosamente, parecía más necesitado que yo, aunque fuera mucho más autosuficiente.
Pero entonces había hecho su aparición Jane, la muñeca Barbie andante. Ella sólo hablaba de ropa, de chicos, de moda, y reclamaba una constante atención, justo lo que Mae necesitaba. No sabía muy bien si sería la solución para la crisis que sufría Mae como consecuencia de la enfermedad terminal de su biznieta, pero al menos estaba sirviéndole para levantarle un poco los ánimos.
Por su parte, también Mae estaba a su vez colaborando de forma impresionante en la mejora de Jane. Había conseguido que engordara ya un poco, no lo bastante como para que Jane empezara a quejarse por ello, pero sí lo suficiente para que empezase a no parecer anoréxica.
La herida del cuello se había curado, dejándole una fea cicatriz. Los mordiscos de vampiro no suelen dejar cicatrices ni marcas de ningún tipo, pero si el tejido está muy castigado, acaba dejando señal. Era probable que su padre tuviera que acabar pagando una intervención de cirugía estética para solventar el tema aunque, por el momento, Jane ni siquiera se quejaba al respecto.
Me sentía extraña viéndolos a los tres con sus carcajadas y sus risitas hablando de chicos y de ropa. Podía entender que Mae y Jane congeniaran, pero jamás me habría imaginado que Milo y Jane pudieran pasárselo tan bien juntos.
Uno de los aspectos positivos que tenía el hecho de que Jane hubiera pasado tanto tiempo en compañía de vampiros era que se había vuelto inmune a los encantos de nuestras feromonas. No la veía bebiendo los vientos por estar con Milo, con Jack o con Ezra, como habría hecho antes, aunque me daba la impresión de que estaba encaprichándose de Peter.
Decidí instalarme en el salón y esperar allí a que Jack finalizara su discusión con Ezra. Bobby estaba sentado en el suelo con un bloc de dibujo en el regazo y viendo la televisión sin perder detalle. Era la primera vez que encontraba a alguien que no fuera la perra prestando atención a la nueva pantalla plana. Pero en lugar de entretenerse viendo una de esas películas de acción que destacan al máximo las características de la pantalla de alta definición, Bobby estaba viendo las noticias de la CNN.
Me imaginé que quería hacerse el interesante. Llevaba unas gruesas gafas negras que nunca le había visto. Observándolo con más detalle, me fijé en que la pelea del otro día le había dejado como recuerdo un desagradable ojo morado que intentaba camuflar con aquellas gafas modernas y con el flequillo peinado de lado. En la barbilla tenía otra magulladura, de menor importancia, pero lo peor de todo quedaba oculto bajo la camiseta, en el pecho y el abdomen.
—¿Qué estás viendo? —le dije, dejándome caer en el sofá. Los noticiarios no eran mis programas favoritos, pero siempre eran mejores que la reposición de Magnolias de acero de la televisión del comedor.
—Es el noticiario «Anderson 360» —respondió Bobby, distraído—. Es para la escuela.
—¿Cómo que es para la escuela? —pregunté, levantando una ceja—. Creía que ya no estudiabas.
—Acudo a clase durante el día, mientras vosotros dormís. Durante el día suceden muchas cosas de las que ni os enteráis —dijo Bobby. Dibujó algo en la libreta sin dejar de mirar la pantalla. Vi en el suelo, a su lado, una caja con carboncillos, y como se había subido las mangas de la camiseta, observé que tenía los tatuajes de los brazos emborronados de negro—. Tengo que ver una hora las noticias y luego dibujar lo que siento.
—¿Y qué sientes? —le pregunté.
—Que el mundo llega a su fin. —No me pareció que la idea le inquietara demasiado. Me enderecé en el sofá para ver sus dibujos, pero desde aquel ángulo me resultaba imposible visualizar el bloc, así que decidí tumbarme de nuevo.
Lo que sí podía ver era la televisión, de modo que decidí verla para comprender qué era lo que tanto preocupaba a Bobby. La pantalla aparecía dividida en dos. En el cuadradito más pequeño aparecía el reportero Anderson Cooper explicando la noticia, que se desarrollaba en el cuadrado más grande. Se veía un barco gigantesco, un trasatlántico o un petrolero, que al parecer había colisionado contra la costa. El barco estaba escorado hacia un lado y había un montón de helicópteros y barcos más pequeños pululando a su alrededor. En la parte inferior de la pantalla se leía: «Cabo Spear, Terranova», pero, aparte de esto, no entendía nada.
—¿Y qué ha pasado? —le pregunté a Bobby.
—Un petrolero ha sufrido un accidente en Canadá —dijo Bobby, haciendo un ademán en dirección a la pantalla—. El casco tiene fisuras pero, según cuentan, el vertido de petróleo es mínimo. Dicen que es un milagro, porque de haberse producido habría sido cuatro veces peor que el provocado por el naufragio del Exxon Valdez, ya que este petrolero es mucho mayor.
—No sé de qué me hablas. —El nombre me sonaba y, teniendo en cuenta el contexto de la conversación, debería haberlo captado.
—Era un petrolero que se accidentó frente a las costas de Alaska en 1989 —me explicó Bobby, mirándome—. No es que yo lo supiera. Pero han estado hablando mucho sobre el tema.
—Pero dices que no se ha producido vertido, ¿no es eso? ¿Verdad? —Forcé la vista para ver mejor la pantalla, intentando vislumbrar un brillo extraño sobre la superficie del agua que rodeaba el petrolero—. ¿Y por qué estás entonces tan horrorizado? ¿Por qué tienes la sensación de que es el fin del mundo?
—Por la causa del accidente. —Dejó de dibujar y se quedó con la mirada fija en la pantalla, ensimismado—. Ha muerto toda la tripulación.
—¿A qué te refieres? —Me enderecé un poco más—. ¿Al chocar contra tierra?
—No, ya estaban muertos antes. No había nadie al timón, y de ahí el accidente. Las transmisiones de radio no eran las adecuadas y enviaron barcos a ver qué pasaba, pero nadie sabe qué sucedió. Finalmente, hará cosas de dos días, perdieron el contacto por completo y entonces, ¡bum!, el barco se estampó contra la isla. —Bobby movió la cabeza en dirección a la pantalla—. Es lo más espeluznante y extraño que he oído en mi vida, como cuando en Alien rescatan aquel barco en pleno desierto. Pero real.
—Pero ¿qué dices? ¿Cómo murió la tripulación? ¿Se quedaron sin comida, o sin oxígeno, o algo por el estilo?
—No se quedaron sin oxígeno. Están en la Tierra. Aquí no te quedas sin oxígeno —dijo Bobby, poniendo los ojos en blanco—. Nadie sabe cómo murieron. Parte de la tripulación sigue desaparecida, pero los botes salvavidas continúan en su sitio, por lo que no se explican cómo pudieron salir de allí.
»Por lo que parece, están intentando mantener el tema en secreto, pero corren rumores de que fueron mutilados. Como en una sangrienta película de terror. Las gargantas destrozadas y cosas así. Anderson estaba entrevistando a un tipo que había estado en el lugar de los hechos y ha estado a punto de vomitar mientras lo explicaba.
—Santo Dios. ¿De verdad? —Me incliné hacia delante para ver mejor la tele—. Es imposible. Estas cosas no suceden en la vida real. ¿Creen que la tripulación tuvo algo que ver con el asunto?
—Tal vez, pero no cuentan con encontrar supervivientes a estas alturas —dijo Bobby—. La tripulación constaba de treinta hombres, pero sólo han localizado veinticuatro cuerpos.
—Vaya lío. —Noté un escalofrío recorriéndome la espalda y sacudí la cabeza—. Es espeluznante.
—Sí, lo sé —concedió Bobby sombríamente.
—¿De dónde provenía el petrolero?
—No tengo ni idea —dijo Bobby, encogiéndose de hombros—. Creo que de Europa, de Rusia.
—Decidme la verdad —dijo Milo, haciendo su entrada en el salón e interrumpiendo nuestra intensa fascinación por la pantalla—. ¿Qué os parece mi pelo? —Se pasó la mano por su cabello castaño y realizó un pequeño giro. No le veía mucha diferencia. Mae se lo había recortado un poco, simplemente.
—Sexy, como siempre —dijo Bobby, sonriéndole. Dejó a un lado su bloc de dibujo, olvidando por un momento sus deberes. Milo se sentó en el suelo a su lado y, entre besos y coqueteos, empezaron a comentar el accidente del petrolero, del que continuaban hablando en el informativo.
Personalmente, la noticia me ponía los pelos de punta, así que decidí salir al jardín a jugar con Matilda. Tuve que sobornarla con tres golosinas para perro para conseguir que se separara de Jack. Ya empezaba a pensar que tal vez la perra lo quisiera incluso más que yo.
La nieve fangosa que caía estaba dejando resbaladizo el suelo enlosado del patio de la parte trasera de la casa. Estábamos en noviembre y era la primera nieve de la temporada, por lo que sabía que no duraría mucho. Matilda patinaba, pero le daba lo mismo. La verdad es que, con la evidente excepción de la ausencia de Jack, todo en la vida le sonreía.
No podía quitarme de la cabeza la noticia del petrolero. Miré a través de los ventanales y vi a Mae y a Jane charlando y riendo en el interior, y se me ocurrió que estar allí sentada con ellas debía de resultar casi tan espeluznante como seguir oyendo novedades sobre la muerte de la tripulación. Dejé que los copos de nieve se fundieran en mi pelo e intenté olvidarme de todo aquello.