27

El aspecto de Jane seguía siendo terrible y no me dio la impresión de que estuviera del todo despierta. Mae la había incorporado un poco con la ayuda de un par de almohadas. Sus ojos tenían un tono azul apagado, casi vidrioso, y su expresión era completamente ausente. No se la veía ni feliz ni enfadada por seguir con vida, pero me miraba con una fascinación contenida. Creo que le costaba hacerse a la idea de que yo, incluso recién levantada, fuera ahora más guapa que ella.

—Hola —le dije. Me situé incómoda a un lado de la cama y me retiré el pelo por detrás de las orejas—. ¿Qué tal te encuentras?

—¿A ti qué te parece? —preguntó Jane.

—Oh, ha mejorado mucho —dijo Mae antes de que me diera tiempo a responder. En la mesita de noche había un vaso de agua y Mae se lo acercó. Jane la miró con cara de aburrimiento, pero lo aceptó de todos modos y bebió un buen trago—. Últimamente lo ha pasado muy mal.

—Sí, lo sé —dije. Mae le apartó el pelo de la frente y no comprendí que se mostrara tan solícita con ella. Jane necesitaba muchos cuidados, pero no me gustaba que Mae me hiciese quedar como una incompetente.

—Tú no sabes nada. Hace meses que no hablamos —espetó Jane, mirándome con rabia.

—Pero no por mi culpa —dije con indignación—. Te he llamado y te he enviado mensajes infinidad de veces. ¡Eres tú la que no quería hablar conmigo!

—¡Pues claro! ¡Te has convertido en vampira! —Jane se incorporó un poco más en la cama y percibí la inquietud de Mae.

—No es necesario que te alteres así —dijo Mae, cogiéndole el vaso de agua antes de que lo derramara encima de la cama.

—¿Y qué, si soy una vampira? —le pregunté, ignorando por completo a Mae—. ¡Por lo que he visto, disfrutas tanto con su compañía que casi acaban matándote!

—Sí, porque son divertidos y tienen algo que ofrecerme. Tú eres la inmortal más aburrida de todo el planeta. ¡No hay más que verte! —Jane agitó hacia mí su flaco brazo—. ¡Con una camiseta de Blink 182 y pantalón de chándal! —Bajé la vista hacia mi vestimenta y sacudí una bola de pelo de Matilda que tenía en la camiseta donde aparecía el nombre de un grupo musical.

—¡Es un pijama! —Me crucé de brazos a la defensiva y señalé luego a Jane—. ¿Y has visto tú cómo ibas vestida anoche? ¡Llevabas el vestido sucio y lleno de manchas!

—No tuve tiempo de cambiarme —dijo Jane, bajando la vista.

—¡Chicas! —dijo Mae—. ¡Tenéis que calmaros! A Jane no le conviene tanta excitación.

—Da igual —dijo Jane, restregándose los ojos—. ¿Puedo coger mi ropa y largarme de aquí?

—No puedes irte, cariño —le dijo Mae con delicadeza—. Estás enferma. Primero necesitas ponerte bien.

—¿Y no puedo ponerme bien en mi casa? —dijo Jane, tratando de mostrarse enfadada, aunque en realidad empezaba ya a ceder y se recostaba de nuevo en la cama—. ¿Sabe Jonathan que estoy aquí?

—Hum… más o menos. —Intercambié una mirada con Mae—. ¿Le has explicado cómo ha llegado hasta aquí?

—Le he explicado que la encontrasteis en la discoteca y que estaba muy mal —dijo Mae, evitando la verdad hábilmente una vez más, lo que me llevó a preguntarme con qué frecuencia nos mentiría a nosotros.

—No parará hasta que descubra que estoy aquí. —Jane no nos amenazaba, y por la mirada que le lanzó a Mae, diría que lo que en realidad pretendía era protegernos. Su «novio» tenía un problema de gestión del malhumor, era evidente.

—Lo sabemos, pero queremos que estés segura —dije.

En realidad no comprendía la animosidad que reinaba entre nosotras. Jane había llevado una vida peligrosa y de desenfreno y yo quería ayudarla a cambiar y, tal vez con ello, conseguir que volviéramos a ser amigas. Sería fantástico mantener amistad con alguien que no viviera en aquella casa. Aunque lo más probable era que Jane se instalara allí, al menos por una temporada.

—Lo comprendo. —Jane empezó a rascar el esmalte de una uña y se quedó mirándolo fijamente durante un minuto—. Estás guapa de verdad. Te ha crecido el pelo.

—Sí, el pelo nos crece muy rápido —dije, jugueteando con un mechón. Le sonreí—. Y tú estás…, bueno, no puedo mentirte. En estos momentos estás fatal.

—Lo sé —dijo, encogiendo sus huesudos hombros—. Pero ahora estoy aquí. Y supongo que eso ya es algo, ¿no?

Estuvimos hablando un rato más, pero Jane estaba agotada. Mae me ordenó que saliese de la habitación porque Jane necesitaba descansar. A pesar de que hacía ya tiempo que me habían mordido, recordaba haber estado muy cansada durante los días posteriores. Jane debía de ser más fuerte que yo, pues era capaz incluso de permanecer sentada y hablar.

En cuanto se puso el sol, convencí a Milo para que me acompañase al supermercado. Quería comprar comida para Jane, sobre todo productos ricos en grasas y carne roja, además de bebidas energéticas y vitaminas. Antes de irnos fuimos a preguntarle si le apetecía alguna cosa en especial, y nos dijo que no, aunque nos pidió que le compráramos tinte para el pelo.

Milo le preparó la comida al volver a casa y Jane bajó a comer. Bobby se sumó a ella, y Jane se mostró medianamente interesada por él hasta que descubrió que era gay y salía con Milo. A partir de aquel momento, pasó a convertirse en un cero a la izquierda. En el fondo, me encantaba ver de nuevo en acción a la vieja Jane.

Peter decidió aparecer mientras Jane comía su bistec (que me pareció excesivamente poco hecho, incluso para mi gusto, pero como Milo era el chef, no había que llevarle la contraria). No lo hizo expresamente. Había estado en el estudio trabajando con Ezra y quería subir a su habitación para ducharse.

Jane le clavó el láser en cuanto lo vio. Naturalmente, él no le hizo ni caso, pero ella estuvo a punto de caerse de bruces por intentar levantarse y correr tras él. Milo se apresuró a explicarle que Peter estaba completamente fuera de su alcance, lo que sólo sirvió, a buen seguro, para que ella lo deseara aún más. Pero en cuanto se dio cuenta de que no estaba todavía en condiciones de encontrar un nuevo novio, lo dejó marchar sin acosarlo.

Jane engulló unas diez latas de refresco energético y subió de nuevo a la habitación. Había conseguido convencer a Mae de que, a pesar de que me sentía algo sedienta, Jane estaría a salvo en mis manos. Jane no me resultaba apetitosa porque su sangre no era sana y porque estaba impregnada con el olor de otro vampiro. Pero sabía, de todos modos, que tendría que comer algo antes de acostarme.

—Mira, no lo entiendo, de verdad —dijo Jane. Estaba removiendo en mi vestidor, buscando ropa que pudiera prestarle, ya que no se me había ocurrido pasar por su casa para cogerle algo que ponerse. Mi vestuario era nuevo y mejorado y, por primera vez desde que nos conocíamos, tenía ropa de su gusto.

—¿Qué es lo que no entiendes de la ropa? —Me senté en el banquito que tenía junto a la estantería de los zapatos.

Estar en el vestidor, rodeada de las cosas de Jack, era abrumador. Me veía obligada a entrar allí cada día para coger mi ropa, pero lo hacía a toda velocidad. Me tumbé en el banco para mirar el techo y evitar tener que ver las prendas de Jack.

—La mitad de este vestidor está ocupado con cosas de Jack —dijo Jane, tocando una de sus camisas—. Pero nadie lo ha mencionado desde que estoy aquí. ¿Dónde está?

—No lo sé. —Tenía el teléfono en la mano y miré la pantalla, rogándole que me llamara… Ese día no había intentado aún llamarlo ni le había enviado un solo mensaje, pues confiaba en que dejarle un poco de espacio lo ayudara a volver a casa. La ausencia hace el cariño, y esas cosas.

—¿A qué te refieres con eso de que no lo sabes? —Jane dejó de husmear entre mi ropa y me miró fijamente—. ¿No estabais enamorados o alguna ridiculez de ese estilo?

—Algo así —murmuré, y dejé el teléfono boca abajo sobre mi vientre, para no sentir más tentaciones—. Tuvimos una pelea y se marchó.

—¿Y por qué os peleasteis? ¿Quién fue el que dejó el dentífrico sin cerrar? —preguntó Jane secamente.

Cuando encontró lo que le gustaba, se quitó la camiseta que llevaba puesta. Los pantalones los había despedido hacía un buen rato. Alisó el vestido antes de ponérselo cubierta sólo con unas braguitas verde lima, que al menos eran de tipo biquini, y no un tanga. Los huesos de la columna sobresalían de forma evidente, y aparté la vista antes de darle más vueltas al tema.

—No, fue algo un poco más grave —dije con un suspiro. Me imaginé el destello de los ojos verde esmeralda de Peter y moví la cabeza de un lado a otro.

—No te imagino haciendo nada grave —dijo Jane, sin darle importancia.

Estaba concentrada en observar su imagen reflejada en el espejo, luciendo el vestido de cóctel sin tirantes que acababa de ponerse. A pesar de que me había estilizado, también ella había perdido peso y mi ropa seguía yéndole grande. Y diría que también corta, pues Jane era cinco centímetros más alta que yo y el bajo le quedaba muy por encima de la rodilla, aunque seguramente a ella ya le iba bien así.

—¿Qué opinas del vestido?

—Te queda estupendo —mentí. Por una vez, me quedaba a mí mejor que a ella. Los omóplatos le sobresalían como alas y la parte superior era para un pecho más voluminoso, lo que hacía que la parte delantera le cayera de una forma extraña.

—¿Tienes unos tacones para acompañarlo? —Jane se volvió para admirarse en el espejo desde otro ángulo—. Todo buen vestido necesita un buen calzado.

—Seguramente. Busca por ahí —dije, indicándole las estanterías de los zapatos.

—¿Y qué hiciste para que tu príncipe encantador saliera huyendo? —Jane no estaba aún demasiado preparada para ponerse tacones y decidió continuar con su robo de ropa.

—Besar a Peter. —Cerré los ojos e hice una mueca de dolor.

Al instante de decírselo me pregunté por qué le había contado la verdad. No me sentía orgullosa de ello y, desde que sucedió, no lo había hablado con nadie.

Milo apenas había comentado el tema, en parte porque había estado absorto con el drama que había vivido con Bobby, y Mae y Ezra no lo habían mencionado. Además, Jane era en realidad mi única amiga. Todos los demás eran mi familia. Excepto Bobby.

—¿Qué? —Jane se volvió en redondo para mirarme con los ojos abiertos de par en par—. ¿Que besaste a Peter? ¿A ese tío tan increíblemente bueno que he visto antes? ¿Que lo besaste? ¡Ni siquiera me lo había planteado como una posibilidad!

—Y no lo es —dije, negando con la cabeza—. Fue un error estúpido. Ni siquiera sé por qué lo hice.

—Yo sí. Es irresistible. —Jane pensó en él con nostalgia—. Yo, de ser tú, enviaría a Jack a paseo y lo cambiaría por Peter.

—¡No quiero cambiarlo! —Y me di cuenta demasiado tarde de que contarle todo aquello a Jane no había sido buena idea. Me senté y negué de nuevo con la cabeza—. Quiero a Jack, y deseo estar con él. Lo de Peter fue un accidente.

—De acuerdo. Entendido, te creo —dijo Jane, dubitativa. Pero continuó mirándome, mordiéndose el labio—. ¿Eso significa… que está soltero?

—¡Jane! —refunfuñé—. ¡Peter es un mal rollo! Y debes mantenerte alejada de cualquier vampiro durante una temporada. Mira lo que te han hecho.

—Sí —dijo Jane con un gesto de indiferencia—, pero mira lo que te han hecho a ti.

Tenía bastante razón. Los vampiros le estaban chupando la vida, literalmente, pero a mí me habían dado inmortalidad, belleza, poder y dinero. Aunque, en honor a la verdad, Jane ya tenía todo eso, excepto lo referente a la inmortalidad.

—Pero sigo siendo una desdichada. Para que veas. —Le saqué la lengua y ella hizo un gesto de negación.

—Oh, Alice, siempre serás desdichada, tengas lo que tengas. —Jane volvió a concentrarse en mi guardarropa y eligió un exiguo modelito rosa fucsia que yo no me había puesto jamás—. Es lo que te ha tocado en esta vida.

—Tal vez —dije, con resignación—. ¿Y qué te ha tocado a ti?

—A mí me ha tocado estar guapa. —Sujetó el vestido pegado a su cuerpo y se miró al espejo—. ¿Tienes algún accesorio?

Jane era pesada y egoísta, pero era curiosamente reconfortante tenerla allí conmigo. Con ella, siempre sabía qué esperar. Aunque no quisiera reconocerlo, me gustaba su compañía.

Durante toda la hora que pasé con ella, ni siquiera miré el teléfono para ver si tenía alguna llamada perdida de Jack. No era que me hubiera olvidado de él. El dolor continuado que sentía en el pecho me lo impedía, pero no estaba tan obsesionada como antes.

Cuando Jane se acostó, bajé a comer algo. La lenta sensación de ardor había empezado a extenderse lentamente por mi cuerpo desde el estómago y pronto se convertiría en un auténtico tormento. Jane no me incitaba en absoluto, pero Bobby sí, lo que significaba que era hora de comer. Engullí una bolsa de sangre, regresé a mi habitación y me acurruqué en la cama.

Soñé que un calor increíble se apoderaba de mí. No era abrasador, como el fuego, sino algo distinto y más maravilloso. Como una luz blanca y brillante que se cernía sobre mí, hasta que se tornó tan potente que no pude soportarla más y abrí los ojos.

Cuando me desperté, lo hice con la respiración entrecortada, pero la sensación del sueño no se había disipado. Me senté y sofoqué un grito. Había alguien a los pies de la cama, pero cuando vi de quién se trataba, me quedé sin habla.

—No era mi intención despertarte —dijo Jack en voz baja.