26

Milo salió corriendo tras ellos al pasillo, donde no se veía nada. Pensé en dejar de nuevo a Jane en la cama, pero si estaba muriéndose, no quería ser yo quien le diera de ese modo la puntilla. Sólo se oían gruñidos, golpes, puñetazos y los gritos de Bobby.

Finalmente, llegué a la conclusión de que salvarle la vida a Jane no merecía la pena si a cambio de ello Bobby o mi hermano acababan muriendo, de modo que la dejé con cuidado en la cama.

—Lo siento, Jane. —Le aparté el pelo de la frente y noté que estaba completamente fría.

Llegué al pasillo al mismo tiempo que Ezra. No estaba segura de hacia qué lado estaba decantándose la pelea entre Milo y Jonathan, pero la primera intervención de Ezra consistió en agarrar a Jonathan por el cuello y empotrarlo contra la pared de hormigón.

Milo tenía su disfraz hecho jirones y le costaba respirar. Se había plantado enfrente de Jonathan y lo miraba rabioso. Jonathan empezó a pelear con Ezra pero entonces apareció Olivia y la acción se detuvo de repente.

—Ya basta —resonó la voz de Ezra. Y lo soltó. Jonathan se relamió la sangre de los labios y alisó su vestimenta.

Yo también tenía la boca manchada de sangre de mi anterior mordisco y me la limpié con el dorso de la mano. A pesar de que podía haberla saboreado, me negué a hacerlo. Era la sangre de Jane y no deseaba probarla.

—No quiero verte nunca más por aquí —dijo Olivia, y su voz sonó sorprendentemente imperativa—. ¿Queda claro?

Jonathan no dijo nada. Bajó la vista y desapareció por el pasillo cojeando. Su tendón no se había recuperado aún. No comprendía en absoluto por qué había obedecido a Olivia de aquella manera, pero no tenía tiempo para darle más vueltas al asunto.

—¿Estás bien? —Milo se había arrodillado en el suelo junto a Bobby.

Bobby se había dejado caer contra la pared y estaba sangrando, aunque no sé por qué parte de su cuerpo. Asintió a modo de respuesta y vi que contenía las lágrimas. Por lo demás, estaba bien.

Me habría gustado quedarme con ellos para asegurarme de que ambos estaban bien, pero tenía que ocuparme de Jane. Entré corriendo de nuevo en la habitación y la cogí en brazos. Era como una muñeca de trapo. Su minúsculo vestido brillante dejaba entrever las costillas y podía palparle todos los huesos de la columna. La herida del cuello empezaba a coagular, lo que significaba que algo de vida debía de quedarle, aunque el único indicio de ello fuera ese.

—¿Es tu amiga? —Ezra acababa de entrar en la habitación y se quedó mirando a Jane con expresión consternada.

—Sí. ¿Puedes hacer algo para ayudarla? —Extendí los brazos hacia él, como si yo fuera una niña y Jane un juguete roto que esperaba que Ezra me arreglase.

—La llevaremos a casa —respondió Ezra simplemente. La cogió con cautela y, sólo con saber que Jane estaba en manos de Ezra, empecé a sentirme mejor. Desde mi punto de vista, Ezra era capaz de solucionar cualquier cosa.

—Salid por detrás —sugirió Olivia al ver a Jane—. ¿Os acordáis de cómo llegar hasta allí?

—Sí. Y gracias por toda tu ayuda —dijo Ezra.

—Siempre a vuestro servicio —dijo Olivia sonriéndome—. Cuídate. Y mantente alejada de los problemas, ¿entendido?

—Lo intentaré —dije, echando a correr ya por el pasillo tras Ezra. Milo y Bobby nos seguían más despacio. Milo intentó coger a Bobby en brazos, pero él insistió en que no era necesario, aunque creo que le habría ido bien.

Salimos del club y el callejón estaba desierto. Ezra había previsto de antemano que saldríamos por allí, pues había aparcado cerca. Ordenó a Milo y a Bobby que fueran directamente a casa y quedamos en que ya nos encontraríamos allí.

Depositó a Jane en el asiento trasero del Lexus y yo me instalé a su lado. Le sujeté la cabeza para descansarla en mi regazo. La herida del cuello cicatrizaba muy despacio y noté que respiraba débilmente. Aún seguía con vida.

—¿Por qué la habrá mordido en el cuello de esta manera? —pregunté, más para mí misma que dirigiéndome a Ezra. Le retiré el pelo de la cara, intentando limpiarle la sangre, y contuve las lágrimas—. ¿Qué era lo que pretendía, matarla?

—No exactamente —dijo Ezra, y me miró por el retrovisor—. Intentaba obtener más sangre, pues empieza a tener muy poca. —Sorbí por la nariz y me quedé mirando a Jane—. ¿Estás bien, Alice? ¿Te ha hecho daño ese vampiro?

—No, estoy bien. —Observé de reojo la herida del hombro, que había cicatrizado casi por completo—. ¿Y tú? ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. —Ezra no tenía ni un rasguño, a pesar de haber intervenido en el último minuto de la pelea. Y no pude evitar preguntarme si la lucha se habría prolongado por más tiempo de no haber aparecido Olivia.

—¿Por qué le tenía ese vampiro tanto miedo a Olivia? A mí no me parece tan intimidante como para eso —dije. La mayoría del tiempo, Olivia estaba tan borracha y confusa que parecía inofensiva. Sin embargo, esta era ya la segunda vez que me salvaba la vida.

—Veamos, para empezar la discoteca es suya y, en segundo lugar, en su día fue una cazavampiros —dijo Ezra—. Aunque intenta mantener ambas cosas en secreto.

—Espera un momento. ¿Cómo? —dije, mirándolo con incredulidad—. ¿Que es la propietaria del local y que además es una cazavampiros? ¡Pero si ella misma es vampira! ¡Eso que dices no tiene ningún sentido!

—Normalmente, un humano no puede matar a un vampiro, ni siquiera con una estaca de madera o con un Uzi —dijo Ezra—. Y también nos cuesta matarnos entre nosotros. De modo que los únicos que pueden mantener el orden y actuar a modo de policías son otros vampiros. Carecemos de un sistema legal, pero de vez en cuando aparecen vampiros renegados y alguien tiene que llamarlos al orden. Ese alguien solía ser Olivia, pero hace ya años que se jubiló y fue entonces cuando adquirió el local.

—¿Por qué tengo la sensación de que te lo estás inventando? —le pregunté.

—Porque subestimar a Olivia es muy fácil, y ahí radica en parte su poder —dijo Ezra—. Es una de las vampiras más fuertes y más antiguas que conozco. Debe de tener… casi seiscientos años. —Me miró por el retrovisor—. Y me parece que se ha encaprichado de ti.

El comentario debería haberme hecho gracia, pero en aquel preciso momento Jane emitió un gemido. Ezra aceleró, comprendiendo tal vez que aún había esperanzas para ella. Al llegar a casa, la cogió en seguida en brazos para entrar y llamó a Mae a gritos en cuanto cruzamos la puerta. Por segunda vez en cuestión de pocos días, se hacía imprescindible la experiencia de Ezra con el manejo de la sangre.

Para consternación de Peter, Ezra lo echó de su habitación. Mae y Ezra se ocuparon rápidamente de acomodar a Jane. Yo intenté ayudarlos, pero estaba tan trastornada que comprendí que no sería de ninguna utilidad y decidí dejarlos solos. Vi entonces que Milo estaba en el baño principal, ocupándose de las magulladuras de Bobby, y entré con el pretexto de ayudarlo aunque, en realidad, lo único que quería era distraerme con algo.

Tomé asiento en el borde de la bañera y los observé. Bobby tenía algún que otro arañazo en el pecho y los hombros, además de un mordisco en la nuca. La herida provocada por el mordisco estaba ya en vías de cicatrización gracias a las propiedades sanadoras de la saliva de los vampiros, aunque la lesión no era grave. Pero, con todo y con eso, era la herida que más preocupaba a Milo. Le lavó con agua y jabón todas las heridas, pero la del cuello la desinfectó además con agua oxigenada.

Bobby hizo una mueca de dolor. Estaba sentado en la encimera del lavabo con la cabeza inclinada sobre el lavamanos y Milo restregaba sin piedad la inflamada marca del mordisco. El agua oxigenada burbujeó y Milo la frotó con una gasa.

—¡Eso escuece de verdad!

—Hay que limpiarlo —dijo Milo, apretando los dientes.

—Pues a mí no me parece que tenga el cuello sucio —dijo Bobby con una mueca—. Tú siempre me muerdes y nunca lo limpias después. —Milo no hizo ningún comentario al respecto y Bobby, harto ya de tanta desinfección, se apartó—. Creo que ya está bastante limpio.

—¡No, a mí me parece que no! —Milo se abalanzó de nuevo sobre el cuello de Bobby, pero Bobby lo agarró por la muñeca y se lo impidió. Milo podía doblegarlo sin el más mínimo esfuerzo, y me dio la impresión de que se lo estaba planteando—. Por favor. Deja que te lo limpie un poquito más.

—¡Milo! ¡No! ¡Duele, y no me dolía hasta que tú has empezado a hurgar en la herida! —Bobby seguía sujetando a Milo por la muñeca pues sabía que, si lo soltaba, Milo empezaría a frotar de nuevo.

—¡Quiero limpiar del todo la saliva! —dijo Milo, retirando la mano de Bobby, pero este se deslizó hasta el rincón y se apoyó con fuerza contra el espejo para que Milo no pudiera alcanzarlo—. ¡Bobby! ¡Déjame limpiarlo! —Si empezaba a ponerse agresivo, tendría que intervenir—. ¡Sigues oliendo a él y tengo que eliminar ese olor!

—¡No! —chilló Bobby—. ¡Tendrás que aguantarlo! ¡Acaba de atacarme un vampiro y ya me encuentro bastante mal sin necesidad de que tú me claves tus zarpas en la nuca!

—De acuerdo. —Milo suspiró y tiró la gasa ensangrentada al lavabo; había cambiado de idea—. Tienes razón. Lo siento. Has pasado una noche terrible y me alegro de que estés vivo y quieras seguir conmigo. —Avergonzado por su conducta, Milo bajó la vista.

—Siempre querré estar contigo —dijo Bobby sonriéndole y acariciándole la cara.

Milo levantó la cabeza y se besaron, un beso lo bastante largo como para que yo me sintiera incómoda encerrada allí con ellos. Tosí para aclararme la garganta y Milo se separó de Bobby, ruborizado.

—Lo siento. —Milo secó los cortes que tenía Bobby en el pecho y el hombro para poder aplicarle unas tiritas.

—Y todos esos arañazos ¿te los ha hecho Jonathan con las uñas? —dije, moviendo la cabeza para indicar el pecho de Bobby.

—Sí, creo que sí —respondió Bobby, observando como Milo se ocupaba de un arañazo especialmente desagradable que le recorría toda la clavícula. Por suerte, no le quedaría ninguna cicatriz que pudiera estropear sus tatuajes.

—Es extraño. Defenderse a arañazos me parece cosa de chicas —dije, arrugando la nariz. Por supuesto, era el arma que yo había utilizado contra Jonathan, pero yo era una chica y, evidentemente, como luchadora era nefasta.

—Tal vez tengas razón, pero piensa que nuestras uñas son como garras —dijo Milo sin darle importancia—. Es una arma más de la que disponemos, ¿por qué no utilizarla?

No fue hasta que dijo aquello que me miré las uñas. Antes de sufrir mi transformación, me las mordía continuamente, pero aquella manía había desaparecido. Ahora las tenía más largas que antes, pero no me había detenido a pensar que fueran además más fuertes. Me clavé una en el brazo para experimentar y no pude evitar una mueca de dolor.

Milo y Bobby siguieron hablando, cada vez con más romanticismo y coqueteos, de modo que decidí desconectar. Milo se había asustado un montón y había mostrado su lado más posesivo porque Jonathan había mordido a Bobby, y eso que ni siquiera le había chupado la sangre. Me sorprendía, porque Milo nunca había sido posesivo, aunque me imaginaba que eso no tenía nada que ver con su personalidad humana. Todo aquello formaba parte del hecho de ser vampiro, aunque yo nunca lo había experimentado porque nadie había mordido a Jack desde que estábamos juntos.

Al menos, que yo supiera. Tal vez alguien estaría mordiéndolo en aquel momento. Podrían hacerlo muchos, de igual manera que él podría estar mordiendo a mucha gente. Jack podía estar haciendo cualquier cosa, y yo no tenía ni idea de cuándo regresaría o de si algún día lo haría.

Cuando Milo terminó con la limpieza y desinfección de Bobby, se marcharon los dos a su habitación para quitarse los disfraces y para que Milo se desmaquillara. Ezra y Mae seguían todavía arriba en la habitación de Peter ocupándose de Jane, así que decidí sentarme en la escalera y esperar allí a que alguien me pusiera al corriente de los acontecimientos. La noche se me estaba haciendo eterna, pero al final apareció Ezra y vino a verme.

—¿Qué tal está? —Me levanté pero me apoyé en la pared, preparándome para recibir la mala noticia.

—No lo sé —dijo Ezra, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Lleva mucho tiempo metida en esto. El aspecto tan nefasto de ese mordisco se explica en parte porque era tejido cicatrizado y él ha tenido que roerlo para alcanzarle la vena.

—¡Oh, qué horror! —grité, asqueada.

—Pero lo bueno es que no ha perdido tanta sangre como yo creía en un principio. —Esbozó una débil sonrisa—. No le he realizado ninguna transfusión de sangre, pero le hemos administrado líquidos por vía intravenosa.

—¿Tenéis también líquidos para administrar por vía intravenosa? —pregunté, enarcando una ceja.

—En una casa llena de vampiros, y con algún que otro humano de vez en cuando, siempre hay alguien que acaba perdiendo demasiada sangre y es mejor estar preparado para cualquier eventualidad —dijo—. Tu amiga está descansando, pero sólo el tiempo nos dirá si sale de esta. Mae está administrándole vitaminas y mucha agua. Es todo lo que podemos hacer.

—¿Por qué no le has hecho una transfusión? ¿No se habría recuperado con eso? —le pregunté.

—No. Como te he dicho, lleva demasiado tiempo metida en esto —dijo—. Su sangre no se combinaría ni coagularía correctamente con sangre fresca. Tiene un exceso de saliva de vampiro en el cuerpo, lo que interfiere con el funcionamiento de su organismo. Aunque, de hecho, eso podría beneficiarla. Nuestra saliva puede resultar muy útil durante el proceso de curación, y lo único que la ha mantenido con vida estos últimos días ha sido la cantidad de esa saliva que tiene en su organismo.

—¿Estás tratando de decirme que el hecho de que haya sufrido tantos mordiscos es lo que está matándola y, a la vez, es también lo que está salvándole la vida? —le pregunté, mirándolo dubitativa.

—Es posible —dijo suspirando—. Puedes subir a verla si quieres, pero está inconsciente.

—¿Inconsciente como si estuviera dormida, o inconsciente como si estuviera en coma?

—Sólo el tiempo lo dirá —dijo Ezra.

—¿De verdad? —Lo había preguntado más bien para restarle importancia al asunto, pero si existía una posibilidad de que pudiese estar en coma, no me parecía bien mantenerla simplemente en una habitación, sin más ayuda—. ¿No deberíamos llevarla a un hospital?

—Si creyera que allí pueden hacer por ella algo más de lo que estamos haciendo nosotros, ya la habría llevado. Pero tan sólo necesita descansar y regenerar su propia sangre.

—Sin ánimo de ofender, pero tú no eres médico. ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? Si se está muriendo, podrían mantenerla con vida artificialmente —dije.

—No se está muriendo, todavía no, pero si crees que estaría mejor atendida en un hospital, o que se sentiría más feliz viviendo el resto de su existencia conectada artificialmente a una máquina, la llevaremos allí —dijo, con amabilidad—. Pero mira, llevo casi trescientos años intentando mantener con vida a las víctimas humanas de los vampiros. Dudo mucho que alguien en un hospital pueda reivindicar lo mismo, pero sí, es verdad que sus aparatos son más avanzados que cualquier cosa de la que yo disponga.

—Lo entiendo —dije, bajando la vista—. Supongo que, mientras se mantenga estable, es mejor que la dejemos aquí. Pero me reservo el derecho a ingresarla en el hospital si su condición empeora.

—Siempre tendrás ese derecho, empeore o no —dijo Ezra acariciándome el hombro, intentando consolarme y aliviar mi pudor—. ¿Por qué no subes a verla?

Si estaba discutiendo con él era sólo, precisamente, para no subir a verla. Ezra siempre procuraba lo mejor para todo el mundo, y yo lo sabía de sobras. De no haber podido atender a Jane en casa, no la habría llevado allí.

Pero no quería verla, consciente de lo frágil y enfermizo que era su aspecto. Jane se comportaba a menudo de un modo superficial e inmoral, pero siempre había sido una persona fuerte. Se comportaba con determinación, y lo último que querría sería que la viesen débil y empequeñecida.

Abrí con cuidado la puerta de la habitación de Peter. Jane parecía aún más pequeña acostada en aquella gigantesca cama. Mae estaba sentada a su lado, controlándole las pulsaciones y la presión arterial valiéndose simplemente del oído y el tacto. Jane se veía menuda y delicada en el centro de la cama. Tenía los brazos extendidos por encima de las sábanas, y no eran más que piel y huesos.

Sus uñas, habitualmente con una manicura perfecta, estaban rotas y desconchadas. La herida del cuello quedaba oculta por un vendaje, así que al menos no tenía que verla de nuevo. Seguía llevando el pelo cortito, pero se le veían las raíces sin teñir. Jane ya ni siquiera encontraba tiempo para ir a la peluquería.

Mae le había puesto un pijama cómodo y había dejado el vestido de diseño que Jane llevaba puesto cuando la encontramos a los pies de la cama. Estaba sucio y descolorido. Lo único que había tenido siempre importancia para Jane había sido su aspecto, e incluso esto lo había descuidado.

Mae me dirigió unas palabras de consuelo, pero era inútil. Tendría que haberme llevado a Jane de la discoteca la primera vez que la vi por allí, aunque hubiera sido a rastras y a la fuerza.

O mejor aún, no tendría que haberle contado nada sobre los vampiros, ni haberle dejado ver a Milo después de su transformación. Si Milo no la hubiese mordido, si ella no hubiese conocido esa sensación, si nunca me hubiera conocido… Comprendía que no era yo quien la había obligado a frecuentar aquella discoteca una noche tras otra en busca de una dosis que calmara su mono, pero sí que era yo quien había puesto en marcha todo aquel asunto. De haber tomado una decisión distinta en repetidas ocasiones, mi amiga no estaría ahora en ese estado, llamando a las puertas de la muerte.

Permanecí erguida a los pies de la cama, observando el subir y bajar de su pecho al ritmo de la respiración. Cada vez que soltaba el aire tardaba una eternidad en volver a aspirar, y entre latido y latido el tiempo se hacía interminable. Cada segundo de más que vivía parecía que fuera a ser el último. Apenas me di cuenta de que Peter entraba en la habitación. Estaba absolutamente concentrada en Jane.

—Lo siento. Sólo venía a recoger un par de cosas —dijo, y se dirigió rápidamente al baño. Dado que Jane ocupaba su habitación, aquella noche se vería obligado a dormir en el sofá y, puesto que se estaba preparando para acostarse, imaginé que debía de ser tarde.

—Tú también tendrías que descansar —me dijo Mae—. Yo me quedaré con Jane y vigilaré que todo vaya bien. No le hará ningún bien que te pases el día levantada y cansándote.

—¿Me avisarás si sucede algo? —le dije, mordiéndome el labio. No sabía por qué, pero pensaba que en cuanto dejara de mirarla, ella dejaría de respirar.

—Estoy justo al otro lado del pasillo —dijo Mae, sonriéndome—. Se pondrá bien, cariño. Lo presiento.

Salí al pasillo a regañadientes y cerré la puerta de la habitación a mis espaldas. Me quedé un minuto escuchando y cuando comprobé que el corazón de Jane seguía latiendo, empecé a creer que tal vez no fuera a morirse si yo me marchaba de su lado.

Solté un suspiro de alivio sospechosamente parecido a un sollozo, y volví a respirar hondo para contener las lágrimas. Peter salió de su habitación en aquel preciso momento y casi tropieza conmigo, ya que yo ni siquiera me había tomado la molestia de apartarme de la puerta.

—¡Oh, Alice, lo siento! —Me puso la mano en la espalda, como si yo estuviera tambaleándome y necesitara que alguien me estabilizara.

—No, no pasa nada —dije, moviendo la cabeza y tragando saliva.

—¿Estás bien? —Bajó la cabeza para tratar de mirarme a los ojos, pero aparté la vista.

—Sí, no, todo va estupendamente. —Forcé una sonrisa y las lágrimas me nublaron la vista—. ¿Por qué no debería estarlo? Han estado a punto de matar a mi mejor amiga y a mi hermano. Eso por no mencionar que no tengo ni idea de dónde está mi novio, que se ha marchado por mi culpa. ¡Pero sí, todo va fabulosamente! —Las lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas y me las sequé con la mano.

—Lo que le ha sucedido a Jane no es culpa tuya —dijo Peter en voz baja.

—¡Sí que lo es! ¡Soy yo quien la metí en el mundo de los vampiros! —Hice un gesto abarcando la casa—. ¡Destruyo todo lo que toco! ¡Tú tenías una familia estable pero llegué yo y lo destrocé todo! ¡Jack y tú, y ahora Mae y Ezra, y ya sé que no es directamente culpa mía, pero sí que lo es! ¡Es culpa mía por asociación! ¡Soy la precursora de todos los males!

Esperaba que Peter me dijera que estaba siendo excesivamente melodramática y que con condescendencia me confirmara que nada de aquello era culpa mía. Incluso yo misma reconocía que asumir que todo lo malo que sucedía en la vida se debía a mí era ser bastante egocéntrica.

Pero lo que hizo, en cambio, fue quedarse mirándome con compasión y cariño. Jamás lo había visto con una expresión tan tierna como aquella y me resultó cegadoramente atractivo.

Cuando extendió los brazos para acogerme, supe que debía apartarme, pero no tenía fuerzas para hacerlo. Me atrajo hacia él y enterré la cara en su pecho. Lo único que quería era llorar y deseaba sentirme abrazada. Los brazos de Peter eran maravillosamente fuertes y la sensación de seguridad que me proporcionaban era tan deliciosa que casi me perdí entre ellos.

—De verdad, Alice, todo irá bien —murmuró entre mi cabello.

—Ojalá pudiera creerte —musité. Las lágrimas empezaban a apaciguarse, pero seguí descansando la cabeza contra su pecho, escuchando su latido.

—¡Peter! —De repente, la voz de Ezra resonó como un trueno desde el pie de la escalera.

Aquel instante con Peter se rompió con brusquedad y en seguida me di cuenta de lo terriblemente inadecuado y peligroso que había sido dejar que me abrazara, por mucho que yo necesitara un abrazo. Me aparté de él y bajé la vista. Peter dio media vuelta para bajar a ver qué quería Ezra y yo, avergonzada, entré en la habitación de Jack.

Matilda estaba acostada en la cama de Jack, con expresión de apabullada tristeza. Me tumbé a su lado, apoyé la cabeza sobre su lomo y empecé a acariciarla. La perra gimoteó y comprendí que también ella echaba de menos a Jack. Pero no podía hacer nada para solucionarlo.

Por otra parte, empezaba a pensar que tal vez fuera mejor que se hubiera ido. Era evidente que yo no era lo suficiente buena para él.

Mae me despertó unas horas más tarde. Me senté sobresaltada en la cama, pero distinguí su sonrisa en la oscuridad.

—Jane se ha despertado.