24
Salir corriendo detrás de Jack no tenía sentido. En cuanto desapareció, comprendí hasta qué punto le había hecho daño y que no quería saber nada de mí. Era incluso posible que nunca más quisiera volver a saber de mí, pero tenía que darle tiempo. De modo que me quedé en su habitación, recordándome que debía seguir respirando.
—Lo siento mucho, Alice —dijo Peter con sinceridad—. No era mi intención explicárselo. Nunca fue mi intención contarle nada de lo ocurrido, pero…
—¡Calla! —le grité—. ¡Cierra la boca!
Peter se marchó también y me senté en la cama. Tenía unos temblores horrorosos, pero conseguí no llorar ni vomitar, lo que consideré casi una victoria. No cesaba de repetirme que Jack no me abandonaría para siempre. No por culpa de aquello.
Anteriormente había besado también a Peter, y Jack lo había superado. Aunque la verdad era que cuando había sucedido yo no salía todavía con Jack. Y aun así, le había hecho mucho daño. Pero si le hacía daño era porque me quería, y no había sido más que un único beso estúpido.
Intenté pensar cómo explicarle todo aquello a Jack. Cuando volviera querría saber por qué, y sería mejor que fuera preparando una buena excusa. Pero, por desgracia, no la tenía. Lo que había hecho con Peter no tenía excusa. Ni siquiera yo misma le encontraba explicación, y eso que llevaba desde entonces intentando encontrarla. Lo que sentía por Peter no se parecía en nada a lo que sentía por Jack…, aunque me resultaba imposible negar que sentía algo por Peter.
Por mucho que hubiera estado minimizándolas, la conexión y la atracción hacia él seguían existiendo. Y tal vez seguiría siendo así siempre. De todos modos, si reaccionaba era única y exclusivamente porque controlaba muy mal mis impulsos.
Pero eso no se lo podía decir a Jack. Nunca lo comprendería. Y menos ahora que estaba tratando de reiniciar su relación con Peter. ¿Por qué siempre tenía yo que estropearlo todo?
Viendo que pasaban las horas y Jack no regresaba, lo llamé y le envié un mensaje. Y repetí la misma operación varias veces. Pero él no respondía. Oí que Bobby se despertaba en la habitación contigua y decidí que ayudarlo siempre sería mejor que sentir lástima de mí misma y seguir preocupándome por Jack. Bobby quería comer, así que le preparé un bocadillo y le llevé un refresco de cola.
Milo estaba apalancado en el salón, abatido, y yo ya me había hartado del tema. Lo agarré por el brazo y lo arrastré arriba. No paró de quejarse, pero no opuso demasiada resistencia. Conseguí entrar con él y la comida en la habitación donde estaba Bobby sin que nadie sufriera daños.
Milo rompió a llorar en cuanto vio a Bobby sentado en la cama. Se le echó encima y lo abrazó. Le pidió perdón un millón de veces y Bobby lo perdonó todas y cada una de aquel millón de veces. Y así, como si tal cosa, volvieron a la normalidad. Eran odiosos.
Cuando Matilda y yo caímos finalmente dormidas, Jack no había vuelto aún a casa, un hecho que no me preocupaba en exceso. Pero cuando me desperté y vi que seguía sin aparecer, empecé a preocuparme un poco más. Después de que ignorase otras treinta llamadas, decidí intentar una táctica diferente.
Jack estaba cabreado con prácticamente todos los habitantes de la casa, con la excepción de Milo y de Bobby. De hecho, les tenía un cariño que lindaba lo ridículo. Desperté a Milo y le pedí que le enviara un mensaje a Jack, simplemente para asegurarnos de que estaba bien.
Jack le respondió dos minutos más tarde con un «Sí, estoy bien». Le pedí a Milo que le respondiera preguntándole cuándo volvería a casa, y él lo hizo, pero ese mensaje quedó sin respuesta.
Me tumbé en la cama con la seguridad de que Jack nunca más volvería a casa. Se había marchado con el Lamborghini y con un montón de tarjetas de crédito sin límite de gasto. Se sentía traicionado por casi todos los habitantes de la casa. De encontrarme en su lugar, lo más probable era que yo también me hubiera largado para siempre.
¿Qué sentido tenía que quisiese saber de mí? Yo sólo le complicaba la vida y le hacía daño. Estaba mucho mejor sin mí, pero, egoístamente, yo aún lo quería.
El dolor de sentirme lejos de él era cada vez mayor. Jack debía de estar alejándose cada vez más, o… no tenía ni idea. Tal vez fuera que sus sentimientos hacia mí estaban esfumándose y yo lo percibía como si estuvieran cortándome por la mitad.
Deseaba llorar pero no podía. Y seguí tumbada en la cama mirando al techo y dejando que el dolor me consumiera. Me lo merecía, al fin y al cabo. Todo había sucedido por mi culpa.
—¿Alice? —Peter llamó a la puerta de la habitación, que yo había dejado abierta. Ni siquiera me volví para mirarlo. Me negaba a hacer cualquier cosa que no fuera permanecer inmóvil y sufriendo.
—Vete.
—Estás cabreada conmigo, y lo entiendo —dijo Peter—. No tendría que haber dicho lo que dije.
—Por una vez, no hiciste nada mal —dije con un suspiro—. Soy yo la que no debería haberte besado o la que al menos, después de haberlo hecho, debería habérselo contado a Jack. La cagué.
—Aquella noche no debería haber permitido que entraras en mi habitación. O a lo mejor debería… —Se interrumpió—. Para empezar, nunca tendría que haber regresado.
—No, esta es tu casa. Soy yo la que lo ha echado todo a perder, como siempre.
—No, Alice, tú no has echado a perder nada. —Peter avanzó un poco, pero extendí la mano para indicarle que no siguiera.
—Necesito estar sola, ¿me entiendes? —Lo veía con el rabillo del ojo. Comprendí que mantenía un debate interno sobre si debía o no hacerme caso, pero al final se marchó.
Si quería tener un futuro con Jack, tendría que pasar el resto de mi vida evitando la presencia de Peter. Por primera vez comprendía de verdad por qué Peter se ausentaba continuamente. Era imposible que pudiéramos estar juntos. Y por eso me resultaba tan extraño que esta vez fuera Jack el que se hubiera ido y no Peter. Me estremecí, confiando en que aquello no significara nada.
A mi alrededor, la casa se desmoronaba. Bobby estaba en claro proceso de recuperación, pero Milo seguía muy afectado. Peter deambulaba por la casa, e intentó hablar conmigo en varias ocasiones, pero se lo impedí todas y cada una de las veces.
Mae y Ezra estaban continuamente a la greña. Los oía gritarse sin cesar, por Jack, por Daisy, por cualquier cosa. Matilda permanecía constantemente pegada a mi lado gimoteando, y yo permanecía tendida en la cama y con la cabeza enterrada bajo la almohada. No sabía cuánto tiempo podría aguantar aquella situación.
—¿Alice? —Milo llamó con delicadeza a la puerta, despertándome. Era la segunda noche sin Jack y apenas había conseguido conciliar el sueño—. Despierta, Alice.
—¿Qué quieres? —refunfuñé, asomando la cabeza. Cuando vi a Milo pestañeé, imaginándome que estaba soñando. Llevaba una especie de salto de cama con alitas de ángel de color negro, y sus ojos estaban maquillados con abundante perfilador y sombra brillante—. ¿Qué demonios es eso que llevas puesto?
—¡Es Halloween! —dijo Milo con una sonrisa, mientras se acercaba a la cama. Matilda le gruñó, y pensé que tenía toda la razón del mundo para hacerlo.
—¿De qué se supone que vas disfrazado? ¿De hada oscura? —Me incorporé para estudiar con más detalle su disfraz, pero seguía sin encontrarle ni pies ni cabeza. Aparte de ser completamente negro, no tenía ningún sentido.
—No —respondió Milo entre risas—. Simplemente me apetecía lo de las alas, y el negro se debe a que es Halloween y… y porque adelgaza.
—Dios mío, no puedo creer que no me hubiera dado cuenta de que siempre fuiste gay —dije, derrumbándome de nuevo en la cama. Desde pequeño, cualquier festejo le había servido a Milo como excusa para disfrazarse. Los signos eran ridículamente evidentes, ahora que lo pensaba bien.
—A veces eres un poco lenta —reconoció—. Y ahora, vamos. Sal de la cama y prepárate. ¡Vamos a salir!
—Yo no puedo salir —dije—. Jack no está en casa.
—Estoy seguro de que alguna vez habrás salido sin que esté Jack en casa. —Se sentó en el borde de la cama, a mi lado—. Y hoy es un día festivo. No puedes pasarte la vida encerrada en la habitación.
—Tal vez no, pero no puedo salir mientras Jack esté fuera. No me parece correcto.
—Pronto volverá —dijo Milo con poca convicción—. O tal vez no. La verdad es que no lo sé. Pero, sea como sea, no puedes quedarte aquí encerrada hasta que regrese.
—¡No puedo salir! Es como… no sé. Sería como un sacrilegio, o algo por el estilo. —Me quedé mirándolo—. Date cuenta, Milo, de que me ha dejado aquí para castigarme. Porque merezco un castigo.
—Jack no castiga a nadie. Él no es así —dijo, descartando esa idea—. Simplemente necesita tiempo para aclararse las ideas, y está dándote tiempo para que tú también te aclares las tuyas. Ya que, por lo que se ve, no puedes dejar de besar a su hermano, seguro que piensa que necesitas tiempo para decidir qué es lo que realmente quieres.
—¡Yo ya sé lo que quiero!
—¡Estupendo! ¡En ese caso ya dispones de tiempo para salir con nosotros! —dijo Milo alegremente—. ¡Vamos! ¡Levántate! ¡Vístete! ¡Nos vamos a bailar!
—No, de verdad, no puedo —repetí—. No puedo salir hasta que Jack vuelva. Tengo que quedarme aquí a esperarlo.
—¿Y si no vuelve nunca? —dijo Milo, y lo taladré con la mirada—. Lo siento. Pero piénsalo: ¿y si está ausente durante mucho tiempo?
—Esperaré toda la eternidad si es necesario —decidí—. Seré como Blancanieves: puedes encerrarme en una urna de cristal hasta que Jack regrese y me dé un beso de amor.
—Oh, el de Blancanieves, sería un disfraz ideal para ti. —Me acarició el pelo—. Con la palidez de tu piel y tu pelo negro, podría funcionar estupendamente.
—¡Milo! —rugí.
—¿Viene con nosotros? —preguntó Bobby, que había aparecido en el umbral de la puerta. Llevaba una camisa blanca, desabrochada, que dejaba su pecho a la vista, chaleco negro y pantalones ceñidos. Pensé que pretendía ir disfrazado de pirata hasta que vi la espada láser en el cinto.
—¿Vas de Han Solo? —le pregunté, enarcando una ceja.
—Sí, he intentado convencer a Milo de que se vistiese de princesa Leia, pero no ha habido manera. —Bobby miró a Milo casi haciendo pucheros y por un momento pensé que era un alivio que Jack no estuviese allí para que no insistiera en que yo me disfrazara. Pero entonces caí en la cuenta de que Jack no estaba y la tristeza se apoderó de nuevo de mí.
—No querrás que me ponga un biquini dorado —dijo Milo—. ¡No soy lo bastante gay para una cosa así!
—¿Y lo tuyo qué es, un medio disfraz? —le pregunté a Bobby.
—Sí, pensaba vestirme como Andy Warhol, pero con la peluca blanca estaba horroroso. Mi color no le pega para nada —dijo Bobby, señalando su piel. Pero justo en aquel momento se le ocurrió alguna cosa y me sonrió con picardía—. ¡Si no tienes disfraz, siempre puedes vestirte de Leia!
—¡Oh, no! ¡De ninguna manera! —exclamé, negando con la cabeza—. No me convencerás de esto ni matándome. De ningún modo pienso vestirme con un biquini dorado y moñitos en forma de ensaimada.
—Lo que tú quieras. Pero con disfraz o sin él, deberías salir con nosotros —dijo Milo, que me miraba con preocupación—. No es bueno que te pases el día tumbada en la cama. Ni siquiera ves la tele o te pones música. No haces más que pasar el rato aquí acostada a oscuras. Y eso no es sano.
—Me da igual —dije, dirigiéndole una fría sonrisa a mi hermano—. Pero estoy bien. De verdad. Esta noche me levantaré y haré alguna cosa. Sólo que… que no puedo salir. Pero gracias de todos modos por la invitación. Os la agradezco sinceramente.
—De acuerdo —dijo Milo, cediendo por fin—. Pero más te vale que cuando regrese no te encuentre en la cama. O ya verás.
Milo me sonrió con tristeza antes de marcharse con Bobby. Y dejó en la cama un rastro de plumas negras y brillantes.
No me apetecía levantarme, pero tampoco quería que si Jack regresaba me encontrase hecha un asco, de modo que decidí que, como mínimo, tenía que seguir manteniendo mi higiene para que no cortase conmigo por ese motivo. Me duché, me peiné, me maquillé un poco y me vestí. E incluso me pinté las uñas de color verde en honor a la festividad de Halloween. La verdad es que no sabía por qué me tomaba tantas molestias, pero al menos sirvió para mantenerme entretenida un rato.
Matilda necesitaba hacer sus necesidades, así que bajé y la saqué a pasear. Era mi único consuelo. Por mucho que Jack estuviese enfadado conmigo y con todo el mundo, jamás abandonaría a la perra. Al menos para siempre.
Mientras estaba fuera con Matilda, miré en dirección al pasillo. La puerta del estudio estaba abierta y vi a Ezra sentado delante del ordenador; la luz azulada de la pantalla iluminaba su cara. Seguramente seguía durmiendo en el sofá, y me pregunté si Mae y él acabarían arreglando las cosas. Y en el caso de que no lo consiguieran, por qué ninguno de los dos abandonaba la casa.
Sonó mi móvil, y el corazón empezó a latir de manera irregular hasta que me di cuenta de que era el tono de llamada de Milo, no el Time Warp de Jack. Me planteé por un instante no responder. Seguramente querría convencerme para que fuera con ellos. Aunque también cabía la posibilidad de que se hubiera metido en algún problema, por lo que finalmente decidí cogerlo.
—¿Hola? —dije, y al instante, el estrépito de la música de fondo me obligó a alejar el aparato de la oreja.
—¡¿Hola?! —gritó Milo, por encima del sonido de la música—. ¡¿Hola?!
—¡¿Milo?! —le grité también para que pudiera oírme—. ¿Milo? ¿Dónde estás?
—¡Estoy en V! —dijo chillando, y oí que Bobby comentaba algo sobre una chica—. ¡Tienes que venir!
—No, ya te he dicho que no pienso ir. —Suspiré. Matilda había empezado a ladrar en el jardín y le abrí la puerta de la cocina para que entrase—. Gracias, de todos modos.
—¡No, lo que quiero decir es que tienes que venir quieras o no! —dijo Milo.
—¡Va a entrar en una habitación con él! —gritó Bobby quejumbrosamente—. ¡Dile que venga corriendo! ¡Tenemos que hacer algo!
—No pienso dejarte aquí solo para ir a ocuparme de ella —le dijo Milo a Bobby. Deseaba comprender qué pasaba, o que la música estuviera a un volumen más aceptable para entenderlos.
—¿Qué sucede? —pregunté.
—¡Jane está aquí, y parece un cadáver! ¡En serio! No es que vaya vestida de zombi porque sea Halloween ni nada por el estilo —dijo Milo—. Tiene un aspecto horroroso y acaba de entrar en una de aquellas habitaciones con ese tal Jonathan. No puedo ir a por ella y dejar a Bobby aquí solo, así que tienes que venir. Si Jane no sale esta noche de aquí, lo más probable es que no salga nunca.
—¡Más te vale que no sea un truco para hacerme salir de casa! —dije, aunque en el fondo sabía que no lo era. Por un lado, tanto Milo como Bobby parecían apabullados de verdad y, por el otro, sabía que no había hecho lo suficiente para impedir que Jane dejara de ser una prostituta de sangre.
—¡Jamás te mentiría sobre una cosa así! —gritó Milo, y yo sabía que no lo haría. Creo que nunca me había mentido en nada.
—¡De acuerdo! ¡Llegaré en cuanto pueda! ¡Esperadme junto a la pista! —le dije, y colgué el teléfono. Pero de inmediato comprendí que mi plan tenía un punto débil insalvable: no sabía conducir.