20
Pero justo antes de clavarle los dientes, algo en mi interior recuperó la cordura por un instante y gritó la palabra «Jack».
Me gustaría poder decir que en aquel mismo instante acabé con aquello, pero no fue así. Pensar en Jack me hizo dudar antes de morder a Peter, pero no alteró la intensidad de mi deseo.
Todo en Peter estaba concebido para que lo deseara. Su sangre, su forma de tocarme, su olor, todo estaba pensado para mí. Amaba a Jack, pero el caparazón físico de Peter era todo lo que mi cuerpo estaba destinado a desear.
No sé cómo conseguí liberar mi boca de la suya, pero permanecí entre sus brazos, atrayéndolo hacia mí. Peter empezó entonces a besarme el cuello y, por muy maravillosa que pudiera ser la sensación de su mordisco, no quería que me mordiese. Me moría de hambre, y perder sangre no habría hecho más que empeorar las cosas.
Al final, lo que me salvó fue el hambre.
—No —gemí, e intenté separarme de su abrazo. No sé muy bien si es que no me oyó o si no quiso oírme, pues siguió pegado a mí, con los labios recorriendo la sensible piel de mi cuello—. ¡Peter! ¡No!
Tuve que empujarlo para que me soltara. Pero apenas me sostenía en pie y caí hacia atrás. Con los besos, se me había deshecho por completo el moño suelto que llevaba y el pelo me caía por la cara, lo que dificultaba aún más mi ya borrosa visión.
El hambre y la intensidad de los besos me habían dejado mareada y con una sensación extraña. Era casi como si estuviera borracha. El ansia de sangre me llevaba a verlo todo como si estuviera envuelto en una neblina rojiza.
—No puedo hacerlo —dije con voz débil y negando con la cabeza.
—Lo siento. —Peter intentaba recuperar el aliento, sin mirarme.
Luché contra la necesidad de abalanzarme de nuevo sobre él, y creo que él hacía lo mismo. Para evitar la tentación, Peter dio media vuelta y salió al balcón.
Cuando hubo salido, me agarré a la cama para no caerme. La pasión del momento empezaba a desvanecerse, pero el ansia de sangre se negaba a hacerlo. Si no comía pronto, me volvería loca y acabaría matando a alguien. Amenazaba con asomar a la superficie una parte de mí tremendamente oscura y animal que necesitaba reprimir.
—¡Milo! —grité, una vez salí al pasillo. No podía solucionar aquello por mí misma. El estómago me daba bandazos y gruñía, el cuerpo me ardía—. ¡Milo!
—¿Qué pasa? —Milo salió de su habitación y me entraron ganas de morderlo. Fue una suerte que Bobby no apareciera tras él, porque no estaba segura de haber podido rechazarlo—. ¡Oh, Dios mío! ¡Alice!
—¡Necesito comer! ¡Ahora! —Caí de rodillas al suelo, sujetándome el vientre. Mi visión era cada vez más borrosa y olía a Bobby y a Milo. Se me hacía la boca agua. Estaba al borde de perder el conocimiento y terriblemente asustada.
—¡Joder! ¡De acuerdo! ¡Espera un momento, Alice! —Milo me rodeó por la cintura, un gesto que no era precisamente el más sabio del mundo en aquellas circunstancias, pues dejaba su cuello a mi alcance y me planteé muy en serio desgarrárselo.
Cerré los ojos e, intentando no pensar en nada, dejé que me guiara hasta abajo. El dolor era abrumador y me movía con rigidez, como una zombi. El trayecto se me hizo eterno y, de hecho, ni siquiera recuerdo que camináramos. Lo siguiente que recuerdo es que estaba delante de la nevera y Milo me entregaba una bolsa y me prometía que todo iría bien.
La sangre se deslizó fría por mi garganta y aquel delicioso calor abrasador se apoderó de mí. Beber era estupendo, pero no fue igual que siempre. En lugar de ser un placer, fue más bien como si estuviera mitigando el dolor. Engullí varias bolsas en un período de tiempo muy breve, y después de aquello recuerdo muy poco. Perdí la consciencia prácticamente en el mismo instante en que sacié mi sed.
Para empeorar las cosas, cuando me desperté en la cama de Jack lo encontré sentado a mi lado, mirándome con una mezcla de preocupación y adoración. Acababa de besar a su hermano y a él sólo le importaba que yo me encontrara bien. Claro está que Jack no sabía que había besado a Peter, pero aquel detalle empeoraba incluso más si cabía la situación.
Y la mejoraba, también. Porque de haberlo sabido, era más que probable que nunca volviera a dirigirme la palabra, y no estaba muy segura de que pudiera resistir eso.
En cuanto le garanticé a Jack que todo iba bien, insistió en que me diera una ducha caliente. Intentó besarme, pero conseguí evitarlo sin despertar excesivas sospechas. De haberlo hecho, habría percibido el sabor de Peter, y eso era lo último que quería: que Jack lo descubriera.
La ducha caliente no me sirvió para solucionar nada, pero me concedió tiempo para pensar. ¿Por qué había besado a Peter? El hambre me había sumido en un estado débil y vulnerable, pero incluso si ahora pensaba en lo sucedido, en la sensación de su boca sobre la mía, el deseo de besarlo seguía ahí. Me invadió una repentina oleada de calor y manipulé los mandos para bajar la temperatura del agua.
Era evidente que no debía volver a besar a Peter jamás. Nadie se enteraría de lo sucedido. Amaba a Jack, y lo amaba de verdad y con sinceridad. Lo que pudiera sentir por Peter tenía que ser algún tipo de residuo del vínculo que nos había unido, y nada más.
Era como cuando el ansia de sangre empujaba a mi cuerpo a desear cosas que yo en realidad no deseaba, como cuando antes me volví loca y deseé beber la sangre de Milo o la de Bobby. No era lo mismo que desear de verdad a Peter o que Peter me gustara de verdad. En realidad, no albergaba ese tipo de sentimientos hacia él… ¿no? No podía. Era imposible, porque quería a Jack y había hecho todo lo posible por liberarme de Peter.
Y eso era lo que quería, ¿verdad?
Cuando salí del baño, el televisor estaba encendido y Jack había elegido un programa sobre tiburones en Discovery Channel. No sé si Jack pretendía ser irónico con aquello. Los tiburones se volvían locos cuando olían sangre y, por lo visto, a mí me sucedía lo mismo.
De todos modos, Jack no le prestaba atención. Estaba de pie delante del espejo que había en una pared de la habitación, vestido con sus habituales bermudas, calcetines de patinador, camisa blanca de vestir y corbata negra. Tenía toda su atención volcada en la corbata mientras trataba de anudársela correctamente, aunque echaba un vistazo a la pantalla cada vez que la música del programa adquiría un matiz dramático.
—¿Qué? ¿Qué tal te encuentras? —Jack no se volvió del todo cuando salí del baño, pero me miró con preocupación y esbozando una sonrisa torcida.
—Mucho mejor. —Me obligué a regalarle una radiante sonrisa y me aproximé a él.
Me había vestido con un pantalón de pijama y una de sus camisetas, mi uniforme habitual para meterme en la cama. Pronto empezaría a clarear, lo que significaba que me había pasado casi toda la noche durmiendo. Volvería a sentirme cansada en seguida.
—Tienes mucho mejor aspecto. Las duchas son la respuesta ideal para todo —dijo con una nueva sonrisa, y volvió a mirarse al espejo.
—¿Qué haces? —le pregunté.
—Intento anudarme la corbata. —Estaba muy concentrado, aunque sabía que tenía también un oído pegado a la tele. Jamás se perdería el ataque de un tiburón—. Suele ser Ezra quien me las anuda, pero ya está empezando a hartarse del tema.
—¿Y crees que lo conseguirás?
—Imposible. —Miró con expresión agotada su figura reflejada en el espejo—. Se supone que los vampiros son los más listos de todos, los que más talento tienen y todas esas cosas. ¿Te imaginas lo mal que me anudaría esta cosa de seguir siendo mortal? —Reprimí una carcajada al comprobar su falta de destreza y me miró esperanzado—. Tú no sabrás hacerlo, ¿verdad?
—Ni idea —dije, acompañando mis palabras con un gesto de negación—. Jamás he tenido la necesidad de anudar una corbata, porque Milo sabe hacerlo. Podrías pedírselo a él. Seguro que te ayudará encantado.
—Tal vez. Pero pienso que la gracia está en que aprenda a hacerlo de una vez. —Deshizo el lío que había creado, dispuesto a empezar desde el comienzo de nuevo, pero la música del televisor subió de volumen y se tornó siniestra, y Jack se volvió para mirar.
En la pantalla, un tiburón estaba destrozando un cadáver que el equipo de filmación había lanzado al agua. El narrador no paraba de hablar sobre lo perfectamente bien que estaba concebida la dentadura del tiburón para destripar carne y arrancar huesos.
—¡La hostia! ¿Has visto eso?
—Sí, muy intenso —dije.
A pesar de que no me gustaba nada ver a tiburones atacando a otros animales como focas o ballenas (y aunque, curiosamente, no me importaba ver ataques de tiburones contra personas), la potencia y la elegancia de los tiburones me parecían bellas y sobrecogedoramente inspiradoras.
—Ya sabrás que los tiburones son los únicos enemigos naturales que tenemos los vampiros —dijo Jack, con los ojos clavados en la pantalla.
—Sí, me lo comentó Ezra —dije—. Pero no sé si en realidad son un enemigo «natural». Porque me pregunto cuántos vampiros vivirán en el agua.
—Eso es verdad. —Cuando terminó la escena del ataque y volvieron a aparecer en la imagen tiburones nadando tranquilamente, Jack dejó de prestar atención a la pantalla—. Pero piensa que nosotros seríamos algo similar a eso si nos arrancaran cualquier rasgo de humanidad o de conciencia. Son puro músculo, además de ser máquinas de matar perfectamente diseñadas. Claro que tienen más dientes que nosotros, y por eso son mejores en ese aspecto. —El programa pasó a publicidad y Jack me dedicó una sonrisa antes de volcar de nuevo toda su concentración en la corbata.
—¿De verdad te gustan los tiburones? —le pregunté, aun conociendo de antemano la respuesta. El verano anterior habíamos visto Tiburón cuatro veces, e incluso me había obligado a ver la secuela que supuestamente era en 3-D, además de Tiburón: la venganza, porque (y cito aquí sus palabras textuales) «esta vez es un tema personal».
—Sí, ¿por qué?
—Mañana podríamos ir al zoo —sugerí—. En el acuario hay tiburones y si entramos allí no tendríamos que preocuparnos del sol. No será superexcitante, pero estaría bien salir un poco de casa.
—Sí, claro. Me parece bien —dijo con una sonrisa.
Su sonrisa era tan maravillosa que sentí una punzada interna de dolor. Me acerqué a él por detrás y lo abracé, descansando la cabeza sobre su espalda, entre los omóplatos. Lo único que deseaba era estar pegada a él.
—¿Qué te sucede? —Dejó correr la corbata y posó las manos sobre mis brazos. Su voz denotaba preocupación—. ¿Estás bien?
—Sí, claro. Sólo que te echo de menos, eso es todo. —Lo echaba de menos, mucho, y además me sentía un poco culpable, pero eso él no podía saberlo—. Tengo la impresión de que últimamente hemos pasado juntos muy poco tiempo.
—Anoche vimos juntos toda la temporada de «Futurama» —dijo Jack riendo, y noté la vibración de su risa a través de la espalda. Sentí escalofríos de placer y lo apretujé con fuerza. Se deshizo de mi abrazo y se volvió para mirarme—. Pero me imagino que por mucho tiempo que estemos juntos, nunca será suficiente.
Me besó con ternura y mi corazón se hinchó de pura felicidad. Era evidente que no podía disfrutar por completo de aquel momento, porque me resultaba imposible no pensar en los besos de Peter y en lo distintos que eran a los de Jack. Y él debió de notarlo, pues se apartó y se quedó mirándome, con los ojos azules llenos de preocupación.
—¿Estás segura de que te encuentras bien?
—Sí, claro. —Bajé la vista—. Tan sólo estoy un poco conmocionada por lo de hoy.
—Le cogerás el tranquillo. Es sólo cuestión de tiempo —me garantizó. Verlo tan preocupado servía sólo para sentirme todavía más culpable, de modo que me alejé de él y me senté en la cama. La distancia me iría bien.
—¿Y por qué Milo se adaptó tan de prisa? —le pregunté.
—Me imagino que depende de la persona —dijo Jack, y se encogió de hombros antes de volver a mirarse al espejo—. A mí me costó mucho, muchísimo más tiempo que a él, aunque, por lo que se ve, me cuesta aprender en general.
Jack continuó practicando sus nudos y, pese a que al final consiguió algo que tenía un aspecto bastante profesional, no logró lo que a él le habría gustado. Yo continué sentada en la cama, mirando el programa de los tiburones y charlando con él. La noche, sin embargo, llegó rápidamente a su fin. Cuando Jack empezó a bostezar yo no estaba todavía preparada para su marcha, pero él insistió en que en seguida volveríamos a estar juntos.
Acababa de comer, pero comí de nuevo antes de acostarme. Si mi intención era pasar la tarde del día siguiente rodeada de gente, quería estar preparada. La idea de visitar el zoo me entusiasmaba, y por eso me levanté temprano y me preparé. Jack entró justo cuando ya me estaba calzando.
—¿Lista? —dijo sonriéndome.
—Siempre. ¿Y tú estás seguro de estarlo? —Observé su modelito, que no era otro que su uniforme habitual: bermudas, zapatillas deportivas en dos tonos fluorescentes y una camiseta con algún personaje de La guerra de las galaxias.
—¿Qué tiene de malo mi atuendo? —dijo, mirándose la ropa.
—Nada, excepto que estamos a finales de octubre, la temperatura debe de rondar los diez grados y estaremos al aire libre. Además, hace sol. —Yo había elegido vaqueros, camiseta de manga larga y un fular precioso para anudarme al cuello. Por mucho que a nosotros nos gustara el frío, a los humanos no, y supuestamente teníamos que parecer humanos.
—Estaré bien, y tampoco es que haga tanto frío —replicó con un gesto de indiferencia—. Anda, vámonos. Quiero ver las nutrias antes de que oscurezca.
La luz del sol no se prolongaría mucho tiempo más y, de todas maneras, tampoco podíamos estar tanto rato expuestos. Si íbamos al zoo, Jack quería aprovechar para ver unos animales en particular mientras tuviéramos oportunidad de hacerlo. Al bajar la escalera empezó a decirme que se negaba a transigir en cuanto a ver los perros de la pradera, pero entonces nos tropezamos con Peter y desconecté por completo.