19
Cuando Milo y Jack estuvieron por fin de vuelta de solucionar la emergencia de sangre, les expliqué la discusión que había presenciado. Milo decidió ir a hablar con Mae para ver si conseguía hacerla entrar en razón, y le dejamos que lo intentara. Jack siguió adelante con la idea de invitar a Peter a ver una película con nosotros, pero después de aquel drama, nos decantamos por ver algo más ligero que la épica miniserie británica. Así que decidimos ver algo completamente opuesto: pusimos «Futurama».
Avanzada la noche, decidí irme a la cama, y pensé en invitar a Jack a subir conmigo. La pelea entre Mae y Ezra me había conmocionado y deseaba aferrarme a alguna cosa que supiese a ciencia cierta que estaría allí para siempre. Pero con Peter presente, mirándome además de una manera extraña, no me pareció adecuado pedírselo.
A la mañana siguiente Jack intentó despertarme temprano para que fuera con él y con Matilda al parque donde solía coincidir con otros perros, pero a mí sólo me apetecía dormir, así que rechacé la invitación. Pero me salió rana. En cuanto Jack se marchó, no conseguí conciliar de nuevo el sueño, aunque lo achaqué a que estaba hambrienta.
Desde el día anterior notaba en la boca del estómago un dolor que iba en aumento. Y mientras veíamos la televisión junto a Bobby, me había fascinado más observar el pulso de su yugular que las imágenes que aparecían en pantalla.
Y ese día era todavía peor. Tenía las venas y la garganta seca. Me crujían los huesos cuando movía las extremidades. No tenía energía, pero me sentía curiosamente frenética. Sabía que necesitaba comer pronto así que, por el momento, decidí evitar a Bobby.
Milo y Bobby tendrían que regresar muy pronto a la discoteca para ver cómo seguía Jane, pero yo no me sentía con ánimos para estar rodeada de humanos. De hecho, apenas si resistía estar junto a Bobby. Su latido resonaba en mis oídos y su débil aroma se filtraba a través de las paredes. Tenía que distraerme con algo si no quería volverme loca.
Fui a arreglarme, pero ni siquiera tenía energías para ducharme. Me limité a cepillarme los dientes, vestirme y recogerme el pelo en un moño suelto. Intenté de nuevo hablar con Jane, pero seguía sin responderme.
Me imaginé que tenía que plantearme comer alguna cosa, pero quería controlarme en serio. Porque deseaba de verdad estar a solas con Jack, y aquella era la única forma de conseguir confiar en mí misma. Llamé a la puerta de la habitación de Peter y me mordí el labio. Tenía menos probabilidades de morderlo a él que a Bobby y, si acababa mordiendo a Peter, él tenía más probabilidades de supervivencia.
—¿Qué pasa? —dijo Peter, malhumorado, al abrir la puerta—. ¿Hay fuego en la casa?
—No. ¿Puedo pasar? —Me recogí un mechón de pelo detrás de la oreja. Los ojos verdes de Peter transmitían perplejidad, pero cedió y se apartó para dejarme entrar.
Aspiré profundamente al pasar por su lado. Casi había olvidado lo bien que olía. Antes de que comprendiera bien de qué iba todo aquello, su sangre había llegado a ser para mí el mejor aroma del mundo. Cuando era humana, ese olor penetrante que Peter dejaba a su paso me resultaba embriagador y no me había dado cuenta de que, en realidad, lo que anhelaba era su sangre. Ahora que lo comprendía, su olor era más fuerte y delicioso si cabía.
—Creo que estás hambrienta —dijo Peter, antes de cerrar la puerta del dormitorio una vez hube entrado, un hecho que me habría preocupado de haber tenido la cabeza más despejada.
—Sí, bueno… —Intenté restarle importancia. Si Peter se había dado cuenta era que empezaba a vérseme mal. Estaba pálida y el corazón me latía excesivamente rápido.
La habitación estaba todo lo desordenada que Peter se permitía, lo que se traducía en que estaba mucho más limpia que la mía y que la habitación donde dormía Jack. La gigantesca cama con dosel estaba por hacer. Las ventanas que daban al balcón estaban ligeramente entreabiertas y una gélida brisa levantaba las cortinas.
Las paredes estaban cubiertas de estanterías repletas de libros. Por lo visto, y a tenor de los diversos libros que había esparcidos encima de la cama, Peter había decidido pasarse el día leyendo. Me fijé también en otro libro, con una cinta roja a modo de marcapáginas, abierto sobre el sillón blanco que había junto a la librería.
Deambulé por la habitación, tratando de ignorar el doloroso rugido de mi interior, y me detuve en seco cuando vi una mancha roja sobre la alfombra blanca.
—Tal vez deberías comer —dijo Peter, con un matiz de inquietud en sus palabras. Me había sorprendido mirando la mancha. Era sangre, mi sangre, de cuando estuvo a punto de matarme.
—¿Por qué no te deshaces de la alfombra? —Empecé a retorcer el extremo de mi camiseta, desasosegada, y me volví para enfrentarme a él.
—Como muy bien puedes adivinar, no estoy de humor para perder el tiempo —dijo, haciendo caso omiso a mi pregunta.
Evitó mi mirada e hizo un gesto que abarcaba su habitación, como si el estado en que se encontraba la estancia significara algo para mí. Veía las venas latiendo con delicadeza bajo su piel suave y bronceada y me di cuenta de que el pulso se le aceleraba de un modo apenas perceptible. Lo ponía nervioso, y me alegraba de que así fuera, por poco que sirviera para aliviar los dolores que me provocaba el hambre.
—Has cerrado la puerta —dije, señalándola—. Creo que sí que puedes hablar. Lo que pasa es que siempre quieres ser tú quien imponga las condiciones.
—¿Y qué tiene eso de malo? ¿Acaso no tratas también tú de imponer siempre tus condiciones? —Se pasó la mano por el pelo. No se lo había cortado desde que habíamos vuelto de viaje y, pese a que nunca había sido muy aficionada a los chicos con pelo largo, tenía que reconocer que a él le sentaba de maravilla.
Aunque, para ser justos, a Peter todo le sentaba de maravilla. Con unos vaqueros ceñidos y un jersey blanco que se adhería con delicadeza a su musculatura, continuaba siendo el vampiro más atractivo que había visto en mi vida, y eso era decir mucho. Lo odiaba por ello. Odiaba que pudiera pasarse el día encerrado en la habitación y que, sin hacer nada, consiguiera estar tan atractivo. Más que eso, odiaba seguir sintiéndome atraída hacia él, cuando sabía muy bien que no existían motivos para ello.
—Trato de que las cosas sean como a mí me gusta que sean, pero no obligo a nadie a regirse según mis reglas —dije.
—Tampoco yo. ¿Acaso te obligo a algo? —Peter me miró fijamente, y me atravesó con sus brillantes ojos de color esmeralda. Seguían deslumbrándome, aunque no como lo habían hecho antiguamente; sin embargo, quizá debido al hambre, su mirada me afectaba todavía más. Peter me resultaba mucho más seductor que nunca.
—No, pero… no sé. —Negué con la cabeza y me aparté de él para empezar de nuevo a deambular de un lado a otro de la habitación. Peter se apoyó en uno de los postes de la cama y se cruzó de brazos.
—¿Por qué no comes algo en lugar de venir a incordiarme? —me preguntó.
—No, no, no puedo —dije, desestimando su sugerencia—. Estoy bien.
—Muy convincente. —Suspiró—. ¿Es eso lo que has venido a hacer? ¿Has venido a distraerte un rato para no tener que pensar en comida? Estoy seguro de que has tenido fantasías con ese juguetito de tu hermano, ¿a que sí?
—¡No seas repugnante! —le amonesté, aunque no andaba del todo desencaminado y eso me hizo ruborizar.
—No es repugnante. Es algo de lo más normal. —Entrecerró los ojos como si acabara de pasársele una idea por la cabeza—. Aún no has mordido a nadie, ¿verdad? ¿Sigues siendo virgen desde el punto de vista de los vampiros?
—Soy virgen desde todos los puntos de vista —murmuré casi para mis adentros sin que me diera tiempo a contenerme.
—¿Qué acabas de decir? —preguntó Peter, abriendo los ojos como platos.
—Oh, no tiene importancia —dije, con un gesto de negación, y me ruboricé todavía más—. Mi transformación es muy reciente. Necesito tiempo para tenerlo todo bajo control.
—Ya entiendo. —Sonrió afectadamente y yo suspiré con fuerza.
—¡Para! ¡No me mires así! —le espeté, y lo único que conseguí fue que riera entre dientes. Refunfuñando, eché un vistazo a la habitación, desesperada por encontrar otra cosa de la que hablar.
Sobre la cama, medio cubierto con la colcha en un vano intento de ocultarlo, había un libro. Pero no se trataba de un libro cualquiera. Aquel libro contaba con más de un siglo de antigüedad, con las cubiertas gastadas y las hojas sobadas que yo había pasado mucho tiempo leyendo hacía ya varios meses. Se titulaba Breve historia de los vampiros y Jack me había convencido de que lo había escrito el propio Peter en persona. Lo robé en su día de la habitación de Peter, y lo tuve conmigo hasta que de pronto me desapareció misteriosamente.
Me acerqué a la cama dispuesta a coger el libro, pero Peter se percató de lo que iba a hacer y se dispuso a cortarme el paso. Era mucho más rápido que yo pero, viendo que había adivinado sus intenciones, su intento fue poco entusiasta.
Me agarró por la muñeca justo cuando mi mano rozaba la colcha y casi en el mismo instante en que su piel rozó la mía, empezó a subir de temperatura. Fingí no darme cuenta y aparté la mano antes de que notara que el pulso se me aceleraba con el contacto.
—¡Te lo llevaste tú! —Cogí el libro y lo agité delante de su cara, como si él no supiera de qué le estaba hablando—. ¡Sabía que lo habías cogido tú!
—¡El libro es mío! ¡Tú me lo robaste! —Peter intentó ponerse a la altura de mis quejas, pero fracasó. De no conocerlo como lo conocía, habría dicho que estaba abochornado porque lo hubieran pillado prácticamente con las manos en la masa.
—¿Y? —Dudé un momento, ya que en realidad tenía razón—. Tú no estabas leyéndolo por aquel entonces y yo no te lo «robé». Lo cogí prestado.
—Y yo decidí recuperarlo. —Extendió la mano para cogerlo, pero retiré el brazo antes de que él lo alcanzara. Me dio la impresión de que todo aquello no le hacía ninguna gracia y me tendió la mano, a la espera de que le entregara el libro—. ¿Puedes devolvérmelo, por favor?
—Estaba leyéndolo. Me gustaría saber cómo termina. —Lo abrí, lo hojeé e intenté leerlo por encima.
Peter me miraba iracundo, por lo que me resultaba imposible prestar mucha atención al contenido. En realidad, el libro no se leía como una novela, sino que era en parte como un diario y en parte como un manual de consejos prácticos.
—«Rosebud» es el nombre del trineo —replicó Peter con impertinencia, apuntando la frase final de Ciudadano Kane.
—¿Por qué no quieres que lo lea? —le pregunté, levantando la vista.
—No es que no quiera que lo leas —dijo sin mirarme a los ojos, por lo que me dio la impresión de que no estaba siendo del todo sincero.
—Y entonces ¿por qué te lo llevaste de mi habitación?
—Porque… —Dudó un instante, algo muy excepcional en él, y se restregó los ojos—. Porque no quería que siguieses teniéndolo contigo. —Nunca había logrado inquietarlo ni enojarlo de aquella manera, y estaba disfrutándolo. Normalmente era él quien me hacía subirme por las paredes—. ¿Recuerdas cuándo te lo cogí?
—Sí, fue la noche que entraste furtivamente en mi habitación —dije. Aunque aquella noche hizo algo más que limitarse a entrar furtivamente en mi habitación.
—Y la noche en que te mordí. —Su mirada cambió, se alteró su latido. Aquel mordisco había dejado en él emociones profundas, aunque no lograba adivinar de qué se trataba—. Tu sangre sabía a Jack, y… por eso no quise que el libro continuara en tu poder.
—Es tu libro, ¿verdad? —Dejé de provocarle—. Me refiero a que lo escribiste tú, ¿no es eso?
—Sí —respondió en voz baja—. Y espero que comprendas por qué no quería que lo tuvieses después de lo que había sucedido con Jack.
—Lo comprendo. —Extendí la mano con el libro para que lo cogiera, pero él se quedó mirándolo un instante y levantó la vista a continuación.
—¿Aún quieres leerlo?
—Sólo si no te importa que lo haga.
—No creo que lo que a mí me importe sea relevante para ti. —Su voz era apenas audible y se apartó de mí, apoyando la espalda en la cama.
—¡Esto no es justo, Peter! ¡Estoy haciendo todo lo posible para hacer las paces contigo!
—Lo sé —dijo, suspirando—. Coge el libro. Léelo. Así te olvidarás por un rato de lo hambrienta que estás y podrás follar por fin con Jack.
Me quedé boquiabierta. Eso era precisamente lo que intentaba lograr, pero no era necesario que Peter me lo echase en cara de aquella manera, como si fuese una cosa sucia y mala. Me dolió y me cabreó hasta tal punto que le lancé el libro y decidí largarme de allí.
—¡Espera, Alice! —gimió Peter, y me agarró del brazo para impedir que saliera de la habitación—. Lo siento. Eso no venía a cuento.
—Tienes que poner también de tu parte. —Estaba casi suplicándole—. Yo no paro de intentarlo. E incluso Jack lo intenta también. Pero tienes que ayudarme a salir de esta. Tienes que… —Me interrumpí y aparté la vista.
—¿Por qué es tan importante que te perdone? —me preguntó Peter.
Esa era la pregunta que latía en el fondo de todo lo que sucedía. ¿Por qué me importaba tanto lo que Peter pensara de mí? No se trataba tan sólo de conseguir que Jack y él restauraran su relación o repararan los daños causados a la familia. Era algo más, algo que no conseguía explicar.
—¿Por qué volviste? —susurré, incapaz de mirarlo. Notaba su mano ardiendo sobre mi brazo y sabía que debía apartarme, pero no lo hice.
—Tú me pediste que lo hiciera.
—No, no me refiero a Finlandia. Me refiero a la noche que te llevaste el libro. Llevabas meses ausente y de repente, una noche, apareciste en mi habitación y bebiste de mi sangre. —Me mordí el labio, sin saber por qué estaba preguntándole aquello. Ni por qué seguía preocupándome lo sucedido aquella noche—. ¿De verdad deseabas tanto mi sangre?
—Tu sangre es divina —reconoció con tristeza—. Pero yo siempre quise más que eso. —Soltó el aire bruscamente—. ¿Qué tienes? Tú no eras más que una humana, e incluso ahora que ya no estoy vinculado contigo… —Se interrumpió, y finalmente levanté la vista para mirarlo a los ojos—. ¿Por qué eres irresistible para mí?
Cogí aire e inspiré su aroma, cuando lo que debería haber hecho era salir corriendo de allí. Su piel abrasaba y sentía cómo mi cuerpo se apresuraba por alcanzar una temperatura pareja. Sus ojos verdes ardían con tanta intensidad que me resultaba imposible dejar de mirarlos. El latido de su corazón desgranaba mi cuerpo.
Su aroma y su carisma impregnaban hasta tal punto el ambiente que podía casi saborearlo, y era lo único que deseaba. Lo deseaba de un modo visceral.
De repente noté su boca en la mía y no sé si fui yo la que me acerqué a él, o él quien se acercó a mí, pero lo que tengo claro es que no opuse resistencia. Sus besos eran bruscos y tiernos a la vez. Enterré los dedos entre su pelo grueso y sedoso y me pegué a él al máximo. Sus músculos eran como granito dando forma a mi cuerpo y me abrazó con fuerza, aplastándome contra él. Su boca tenía un sabor increíblemente dulce, y yo deseaba aún más.
Una sensación cegadora de hambre se apoderó de mí, una combinación entre ansia de sangre y pasión. Mis sentidos empezaban a fundirse en uno solo. Estaba saboreando lo que sentía en aquel momento y no veía nada. Mi pulso latía al ritmo del de él, con fuerza y calidez.
Su olor era tan delicioso que me resultaba incluso insoportable. Mi cuerpo abrasaba por él, tenía la sensación de que mi piel ardía en llamas y que sólo morderlo me proporcionaría consuelo.
Me besó con fiereza y, casi jugando, presioné los dientes sobre sus labios. No pretendía morderlo, pero tanteé el terreno para ver si podía hacerlo.
Peter gimió, y el sonido de su voz se expandió por mis entrañas. Me permitía morderlo de buena gana, me permitía beber el maravilloso elixir que fluía por su cuerpo, y mi deseo por él era tal, que incluso resultaba doloroso.