18
En cuanto salí de la ducha comprendí que Mae no corría ningún peligro inminente y que Ezra estaba intentando tranquilizarla. Pero algo pasaba, y aquella situación no me gustaba ni un pelo. Me vestí rápidamente con un pantalón de chándal y una camiseta gigantesca de Jack y abandoné a toda prisa la habitación.
—Yo de ti no bajaría —me aconsejó Bobby. Estaba plantado delante de la puerta de la habitación de Milo envuelto en una sudadera con capucha—. No suena nada bien.
—¡Ni siquiera me estás escuchando, Ezra! ¡Nunca me escuchas! —gritaba Mae abajo.
—¿Qué pasa? —le pregunté a Bobby, con la esperanza de comprender un poco la situación antes de bajar.
—La verdad es que no lo sé. Milo y Jack se han largado por una emergencia de sangre hará cosa de un cuarto de hora y Mae y Ezra se han puesto a pelearse poco después —explicó Bobby, encogiéndose de hombros.
Una «emergencia de sangre» significaba que la reserva de bolsas de sangre que teníamos en casa estaba en las últimas, por lo que habían ido a un banco de sangre a buscar provisiones. El estómago empezó a rugirme sólo de pensar en sangre, pero Mae continuaba gritando tan fuerte que no le hice ni caso.
—¡No me digas que me tranquilice! ¡No pienso tranquilizarme! —prosiguió Mae después de que, por equivocación, Ezra le sugiriese que se relajase un poco—. ¡En este tema no podemos ser razonables! ¡Se trata de la vida y de la muerte, Ezra!
—¡Lo sé, Mae! ¡Y es precisamente por eso por lo que debemos hablarlo! —dijo Ezra, levantando la voz, aunque no estaba enfadado. Simplemente intentaba hablar más alto que ella para que pudiera oírlo—. No es necesario que toda la casa nos oiga gritar.
—¡Me da lo mismo que me oigan! —chilló Mae, un grito que fue seguido por el sonido de un objeto haciéndose añicos, tal vez un jarrón. Matilda ladró a modo de respuesta y Mae le dijo que cerrase la boca.
—¿Lo ves? —susurró Bobby, pero lo que a él lo acobardaba era precisamente el motivo por el que supe que debía intervenir. Peter seguía en su habitación, intentando dormir, por lo que me daba a entender el leve latido de su corazón, lo que me dejaba a mí como la única persona capaz de remediar la situación.
Bajé y vi que Matilda estaba todo lo preocupada que un perro puede llegar a estarlo. Mae se encontraba de pie en el salón, con un aspecto peor incluso que el día anterior. Llevaba el pelo alborotado y tenía la piel manchada de tanto gritar y llorar. Hacía días que la veía con el mismo pijama.
El suelo estaba lleno de cristales. En la repisa de la chimenea faltaba la pesada escultura de cristal que representaba un cisne. Tenía que haberla golpeado muy fuerte para destrozarla de aquella manera.
—Has despertado a Alice —dijo Ezra, agotado. Estaba en el otro extremo del salón, de cara a ella, con un pantalón de pijama de seda y una camiseta. Por lo visto, llevaban peleándose desde que se habían levantado.
—No, ya estaba despierta. Acabo de salir de la ducha. —Me sacudí el pelo para demostrárselo. Me chorreaba por la espalda, pues no me había dado tiempo de secármelo.
—¡Me da igual si la he despertado! ¡Me da igual si despierto a todo el mundo! —Mae levantó la cabeza para mirar al techo, como si con ello pudiese despertar a todo aquel que aún siguiera durmiendo.
—¿Piensas calmarte? Esto no tiene nada que ver con ellos. No es culpa suya —dijo Ezra.
—¿Cómo que no tiene nada que ver con ellos? —Me señaló, aunque se negó a mirarme—. ¡Tiene que ver precisamente con ellos! ¡Ellos son la causa por la que no quieres hacerlo!
—No, eso no es verdad. No tienen nada que ver —dijo Ezra con un gesto de negación.
—¿Cómo que no? ¡Tienen todo que ver! ¡No quisiste convertir a Alice porque su hermano acababa de realizar el cambio, y sé que querías convertirla! —Mae le lanzó una mirada llena de intención que no comprendí, y él negó con la cabeza—. ¡No seas tan condenadamente condescendiente, Ezra! ¡Sé que convertiste a su hermano por ella! ¿Por qué no haces, entonces, esto por mí?
—Es una situación completamente distinta, y no pienso hacerlo. Rotundamente no. —Habló en voz baja, pero su voz sonó firme y definitiva.
—¡Maldita sea, Ezra! —gimoteó Mae, con las lágrimas rodando por sus mejillas—. ¡No puedes negarme esto! ¡No tienes derecho! ¡Ningún derecho!
—No puedo permitirlo, Mae, y lo siento. —Apretó los labios pero se mantuvo en sus trece.
Daba la impresión de que Mae iba a desmayarse de un momento a otro, pero Ezra no hizo el más mínimo ademán de acercarse a ella. Deseaba ayudar, pero me daba miedo cómo pudiera reaccionar Mae. Si Ezra no pensaba ocuparse de ella, mejor sería que tampoco lo hiciese yo.
—¡No lo sientes! ¡Eres frío y cruel y no puedo pasar toda mi vida a tu lado! —Lloraba con tanta fuerza que se vio obligada a agarrarse al respaldo del sillón para no caer—. ¡No permitiré que tomes esta decisión por mí! ¡No puedes!
—Tienes razón. No puedo tomar esta decisión por ti, pero tampoco pienso tolerarla. Haz lo que te plazca, pero no permitiré que entres en mi casa con esa abominación —dijo Ezra con frialdad.
—¿Abominación? —dijo Mae mientras se le quebraba la voz—. ¡La abominación somos nosotros! ¡Ella no es más que una niña, y quiero salvarla!
—¡No puedes salvarla, Mae! ¡Lo único que puedes hacer es convertirla en un monstruo!
—¿Un monstruo como nosotros? —Mae se apartó un mechón del pelo de los ojos y bajó la vista—. Tal vez lo seamos, y tal vez lo fuera también, pero tendría una vida. Y no sería una vida mala. Podría tener todo lo que nosotros podemos ofrecerle.
—No tenemos nada que ofrecerle —replicó Ezra.
—¿Cómo puedes decir eso? —dijo Mae, mirándolo boquiabierta, y entonces me miró a mí con odio por vez primera y me encogí de miedo—. ¿Es por ella? ¿Es por Alice? ¿Es ella quien recibe todo lo que tú puedes ofrecer? Permitiste que Jack la transformara y para él no hubo represalias, a pesar de que tú acababas de transformar a su hermano. Por ella.
»¡Pues ella no es la única en esta vida que te necesita, Ezra! ¡De hecho, creo que ni siquiera te necesita! ¡No eres tan indispensable para ella! —Le temblaban los labios y miró con rabia a Ezra—. ¡Como tampoco lo eres para mí!
—Si supongo una carga para alguien, puedo marcharme. No quiero causar problemas entre vosotros dos —dije en voz baja. Aún no había comprendido del todo de qué iba aquella pelea, pero tenía claro que no quería ser su causa.
—No eres ninguna carga —dijo Ezra, mirándome con aire de disculpa—. No te preocupes por esto. Puedes subir a tu habitación.
—¿Y si se va? —dijo Mae, aferrándose a mi sugerencia, y su conducta cambió entonces por completo. Se acercó rápidamente a Ezra, sorteando con habilidad los cristales esparcidos por el suelo—. Jack y ella podrían irse a vivir a otro lugar. Él puede cuidar de ella y Milo ya es autosuficiente. Peter está casi siempre fuera. Tenemos espacio, y tenemos tiempo.
—Alice y Milo no están preparados todavía para volar por su cuenta —aseguró Ezra—. ¡Y todo esto no tiene nada que ver con ellos! Estás intentando solucionar algo que no es el problema. Aun en el caso de que todo el mundo se fuera y nos quedáramos solos tú y yo, seguiría negándome a ello. No es viable, Mae, independientemente de lo que los demás hagan o dejen de hacer.
—¡Tiene que haber algo que podamos hacer! —Se arrodilló en el suelo a sus pies. Estaba suplicándole, literalmente, y cuando le cogió la mano a Ezra, él no la retiró, aunque tampoco le dirigió la mirada—. ¡Ezra! ¡Por favor! ¡Jamás te había pedido nada como esto!
—Me has pedido ya muchas cosas como esta y te he consentido demasiado —dijo Ezra con un suspiro—. Pero esto no puedo hacerlo. Y no lo haré.
Mae le soltó la mano y se sentó sobre sus talones. Cerró los ojos y se rascó la frente, como si con ello fuera a ocurrírsele algo.
—¿Y si ella lo quisiera? —Mae levantó la vista hacia él, pero estaba hablando de mí. Cada vez me sentía más incómoda por cómo Mae hablaba de mí, como si ni siquiera estuviera presente.
—No sé de dónde has sacado la idea de que yo tengo una relación especial con Alice —dijo Ezra, con un tono que daba a entender que ya estaba cansado de aquella insinuación. Pero no miró en dirección a mí.
—¡Porque transformaste a su hermano por ella! ¡Sé que eras contrario a la idea de sumar más vampiros a la casa y lo hiciste por ella de todos modos!
—Sí, e hice lo mismo con Jack por ti —replicó Ezra, mirando muy seriamente a Mae. El rostro de ella se ensombreció avergonzado y bajó la vista.
No tenía ni idea de qué significaba lo que acababa de decir Ezra. Según me habían dicho, Peter había transformado a Jack para salvarle la vida. La historia que todo el mundo me había explicado no mencionaba para nada a Mae ni a Ezra. Había sido un acto de compasión. Por algún motivo que desconocía, sin embargo, Mae se sentía incómoda por ello.
—Eso fue distinto —dijo Mae en voz baja.
—Sí, lo fue. Porque Alice quería de verdad a su hermano. No era un chiquillo escogido al azar. —Ezra se quedó con la mirada fija en la pared, más allá de Mae—. Y Milo es joven, pero no es un niño.
—¡Pero ella es inocente! ¡Se merece una vida! —Mae retorció entre sus manos un pañuelo de papel y se volvió hacia mí, suplicante—. ¡Díselo, Alice! ¡Da lo mismo lo que Ezra diga! ¡A ti te escuchará! ¡Si le dices que tiene que hacerlo, lo hará!
—La…, la verdad es que no sé de qué estáis hablando. —Me volví hacia Ezra en busca de ayuda, pero él se limitó a responderme con una sombría mirada—. No puedo decirle nada si no sé lo que estás pidiéndome.
—Mi biznieta, Daisy —dijo Mae, mientras unas lágrimas silenciosas rodaban por sus mejillas—. Sólo tiene cinco años y va a morir. No ha tenido siquiera oportunidad de vivir la vida. Pero si la transformamos, vivirá eternamente. ¡Podrá hacer cualquier cosa!
—Excepto hacerse mayor —le recordó Ezra—. Nunca podrá enamorarse ni casarse. Nunca podrá vivir de forma independiente, ni conducir, ni siquiera entrar en un bar. Dependerá de ti para todo, para toda la eternidad, y eso quizá te guste a ti, pero ella te odiará por haberla condenado a ser eso toda la vida.
»Habrá vampiros que nunca la aceptarán, ni tampoco a ti —prosiguió—. Intentarán matarla porque es una abominación contraria a todo lo que nosotros somos. Y eso por no hablar de los más perversos y rastreros de los nuestros, que disfrutan creando vampiros niños para convertirlos en sus esclavos o venderlos a pedófilos humanos a cambio de sangre. ¿Es ese el tipo de vida que quieres para ella? ¿Crees que sus esperanzas y sus sueños se reducen a eso?
—No será así —insistió Mae—. La protegeremos y la querremos, y tendrá todo lo que una niña podría desear.
—¡Pero no querrá ser eternamente una niña! Será una mujer atrapada en el cuerpo de una niña y con el temperamento de una niña durante toda la eternidad. Sería horrible hacerle eso a alguien a quien dices querer tanto —dijo Ezra.
—¡No lo entiendes! —Mae lo miró con desesperación y él la miró a los ojos—. ¡No puedo permitir que suceda! ¡Juré que nunca vería morir a otro de mis niños! —Ezra soltó el aire y respondió a la intensidad de ella con una expresión impasible.
—Pues entonces deja de mirar —dijo.
—¡Ezra! —grité, incapaz de creer que pudiera haberle respondido a Mae con aquella frialdad.
—¡Sé que le duele, pero no puedo hacer lo que me pide! —Su fachada serena se derrumbó por un instante para mostrarse, simplemente, exasperado y preocupado. Mae volvía a tener la mirada clavada en el suelo y estaba llorando y, por un segundo, me dio la impresión de que Ezra no tenía ni idea de cómo salir de aquello—. No puedo hacer nada para remediar esta situación.
—¡Pues consuélala en lugar de gritarle! —le dije, conmocionada aún por la frialdad que había demostrado.
—No, no pasa nada, Alice —dijo Mae débilmente, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Ya sabía que esto era lo único que conseguiría de él. Ezra puede ser muchas cosas pero, por encima de todo, es predecible. —Se incorporó con un suspiro. Se secó las lágrimas e intentó arreglarse un poco el pelo. Y cuando se hubo recuperado mínimamente, se volvió hacia él—. Haré lo que tenga que hacer.
—Ya lo he entendido, pero no lo harás en mi casa —dijo Ezra.
—Lo sé. —Asintió una sola vez, dio media vuelta y se encaminó a su habitación.
En cuanto desapareció, permanecí un rato tratando de recobrar el aliento. Jamás los había visto pelearse por nada, y mucho menos con aquella intensidad.
Sabía que Ezra tenía razón, que convertir a una niña en vampira era una idea imposible, pero sabía también que Mae estaba desesperada por hacer cualquier cosa para proteger a su familia.
Ezra se puso por fin en movimiento y empezó a recoger los cristales rotos. Decidí ayudarlo.
—Te has mostrado excesivamente frío con ella —dije, mientras recogía un fragmento grande de cristal.
Continuaba con el pelo mojado y el agua fría me resbalaba por la espalda. Me lo recogí detrás de las orejas. En parte estaba nerviosa por llevarle la contraria a Ezra en un asunto como aquel, pero a mi entender no tenía motivos para actuar con tanta crueldad.
—No habría escuchado nada. Lleva suplicándomelo desde que descubrió que la niña está enferma y he decidido que lo mejor para ella era que fuera lo más directo posible. —Veía a Ezra increíblemente agotado, lo que me llevó a pensar que lo que le habían hecho los licanos quizá no estuviera aún solucionado del todo.
—¿Por qué te suplicaba así? —le pregunté—. Si está convencida de hacerlo, ¿por qué no lo hace y ya está? ¿Por qué necesita tu permiso?
—Nunca ha transformado a nadie, y le da miedo, sobre todo tratándose de una niña tan pequeña. Cree que podría hacerlo mal, aunque en realidad no hay manera de equivocarse.
Recogió los fragmentos de cristal de mayor tamaño, los que podían recogerse sin necesidad de una escoba, se incorporó y arrojó el cristal a la chimenea. Cuando hubo terminado, seguí su ejemplo y arrojé yo también lo que había recogido.
—¿Y crees que lo hará ella si no lo haces tú? —le pregunté.
—Si quieres que te sea franco, no lo sé. —Su habitual voz de trueno sonó derrotada—. En realidad, tampoco es que estuviera pidiéndome permiso. Conoce muy bien mi postura al respecto. Si transforma a esa niña, no seguiré con ella. No pienso padecer esa congoja. Ninguna de las dos sobreviviría mucho tiempo. Los niños vampiros nunca consiguen salir adelante.
—¿A qué te refieres? —le pregunté.
El vampiro más joven al que conocía era Violet, y tenía catorce años. Me costaba imaginarme a un vampiro más joven aún. ¿Parecería también mayor, del mismo modo que tanto Milo como Violet tenían el aspecto de jóvenes de diecinueve años?
—Se vuelven locos, o acaban matándolos —respondió simplemente Ezra—. Aprenden, pero nunca consiguen madurar. Se hacen mayores pero no crecen. Tienen impulsos que no pueden controlar. Son volátiles y fuertes y jamás llegan a comprender las consecuencias de sus actos. A los demás vampiros les desagrada su presencia y ni siquiera les gusta verlos con vida.
»Nunca termina bien. —Se pasó la mano por su mata de pelo rubio y respiró hondo—. Y si Mae acabara transformándola, y estuviera más unida a esa niña de lo que ya lo está, terminaría muriendo en su intento de protegerla, o suicidándose cuando la niña muriera. Y no tengo ningún interés en formar parte de eso.
—¿Y Mae no lo ve? —le pregunté, aunque conocía de antemano la respuesta. El amor hacia su familia la cegaba de tal manera que le imposibilitaba pensar racionalmente. Su única preocupación era mantener con vida a la niña un día más, costara lo que costase.
—No —dijo, sonriéndome con tristeza—. Cree equivocadamente que soy capaz de conseguir cualquier cosa. Pero esta vez no es así. —Tenía la mirada perdida—. No puedo salvar a esa niña. No es más que sustituir un tipo de muerte por otro. La niña sufrirá y morirá de cualquiera de las dos maneras. Pero Mae no lo acepta.
—¿Piensas hablar con ella? A lo mejor puedes ayudarla a aceptar la realidad. Está pasando por las siete fases del duelo y me da la impresión de que está en la de negociación —dije.
—Tal vez, pero por desgracia tiene algo con lo que poder negociar. La mayoría de la gente no dispone de otro recurso, pero Mae sí. ¿Crees que alguien iría más allá de la negociación si Dios le hablara y escuchara sus súplicas?
—¿Te estás comparando con Dios? —le pregunté, enarcando una ceja.
—Sin querer —reconoció, incómodo por haber elegido aquel ejemplo—. Lo siento. No era mi intención. Pero creo que no tengo nada más que decir que pueda ayudar a Mae en su situación. —Suspiró con fuerza—. Pero… tengo la ropa en la habitación, y debo vestirme.
—¿Vais a separaros? —El nerviosismo de mi voz me sorprendió incluso a mí misma pues, en realidad, eran la única pareja estable que había conocido en mi vida. ¿Qué esperanza nos quedaba a los demás si ellos se separaban?
—Permaneceré a su lado mientras ella quiera, y siempre y cuando no transforme a la niña —dijo, pero era la típica respuesta que dan las parejas cuando están preparándose para comunicar a sus hijos su separación.
Empezaba a pensar que era simple cuestión de tiempo que todo terminara entre ellos, y aquello me resultaba aterrador. Los quería mucho a los dos y no me imaginaba una vida sin ambos.
Ezra entró en su habitación. Me costaba creer lo rígido de su comportamiento con Mae siendo como era un hombre completamente obsesionado por la idea de la familia. Estaba segura de que tenía razón en lo referente a la transformación de la niña, pero se había mostrado tremendamente inflexible con Mae. Por un lado había estado dispuesto a dar su vida por Peter, pero por el otro no permitía en ella una pasión irracional similar.
Tal vez esa fuera su manera de proteger a la familia. Si Mae daba aquel paso, destruiría el mundo a su alrededor, Ezra incluido. No sabía qué pasaría con nuestra unidad familiar. Si nos dividiríamos entre ellos, como los hijos de una pareja divorciada, o si… no tenía ni idea.
Resultaba extraño, pues aun sabiendo que iba a vivir mucho tiempo, esperaba también que todo permaneciera igual eternamente. Ezra me había comentado en una ocasión que todos los seres humanos que conocía acabarían muriendo y que yo los sobreviviría a todos. Pero jamás se me habría pasado por la cabeza que sobreviviría a esa familia.