17
Los oí discutir en cuanto salí de la habitación. No gritaban, pero tampoco se esforzaban por no subir la voz. Deseaba bajar corriendo para dar la bienvenida a Jack, pero decidí esperar en lo alto de la escalera, escuchando furtivamente lo que decían.
—¡Oh, vamos, Jack! —decía Peter, frustrado—. ¡Yo no te he robado la almohada!
—¡Y tanto que sí! —insistió Jack—. Has estado ligando con la azafata y la has embaucado para que te diera la última almohada de todo el avión, que por casualidad era la mía.
—Aun en el caso de que eso fuera cierto, yo no sabía que era la última almohada. Y ella no debería habérmela dado si era tu almohada —dijo Peter—. Y creo que prefiero el término «tripulante de cabina».
—O quizá, sólo quizá, podría habérsete ocurrido darme esa almohada cuando te diste cuenta de lo que la azafata había hecho —dijo Jack, ignorando a Peter—. Quizá fuera una azafata malísima, pero ya has visto lo que ha pasado. Por una vez en la vida, podrías haber actuado correctamente.
—¿Por qué? Yo quería una almohada, y tuve mi almohada. No vi que llevara tu nombre escrito por ningún lado. ¿Por qué habría tenido que dártela? —preguntó Peter—. ¿O acaso eres el único que puede coger cosas?
—¡Yo no cogí nada! —le espetó Jack—. Tenía una manta pero no tenía almohada. ¿Qué querías que cogiese?
—No lo sé, Jack. ¿Qué crees tú que has cogido que no te pertenecía? —respondió Peter con frialdad, y oí como los corazones de ambos se aceleraban.
—¿Queréis parar ya de una vez, pareja? —pidió Ezra con cautela. Por el sonido me pareció que estaban al pie de la escalera, en la cocina tal vez, y que Ezra pasaba por su lado de camino a su habitación—. Los demás duermen y estoy harto de oíros discutir por la maldita almohada.
—No discutimos por la maldita almohada —dijo Peter.
—¿Y por qué no me cuentas de qué va en realidad todo esto? —preguntó Jack, por más que lo sabía perfectamente. Yo lo había intuido también, y empezaba a ponerme nerviosa.
—Entiendo que andáis metidos en algún tipo de… riña, pero tened muy claro que si alguno de los dos despierta a Mae o la perturba de alguna manera, lo sentirá. ¿Ha quedado claro? —los avisó Ezra.
Se produjo un instante de silencio y entonces oí los pasos de Ezra, que avanzaba por el pasillo camino de su habitación. Jack y Peter esperaron a que cerrara la puerta antes de ponerse a hablar de nuevo.
—Eres un cabrón —dijo Jack cuando Ezra se hubo ido.
—¡El cabrón eres tú! —susurró Peter con virulencia.
—¡Yo sólo quería una almohada!
—¡Y yo sólo quería que la dejaras tranquila! —gritó Peter.
El silencio podía cortarse con un cuchillo y mi corazón apenas latía, lo cual era perfecto, pues no quería que se enterasen de que estaba escuchándolos. Pensé que quizá hiciera bien en interrumpirlos e impidiendo que hicieran lo que fueran a hacer, pero me pareció que tenían que acabar de una vez por todas con aquel lío. En realidad, no habían hablado aún de todo lo ocurrido y debían de tener un montón de cosas reprimidas.
—Pero no lo hice. Y ahora ¿qué quieres que le haga? —Me di cuenta de que, a pesar de que Jack intentaba mantener su tono de voz inalterable, estaba nervioso—. ¿No estamos en paz desde que me robaste esa jodida almohada?
—¡Maldita sea, Jack! ¿Dejarás de hablar de esa jodida almohada de una puñetera vez?
—¿Qué quieres que haga? ¡Lo hecho, hecho está! —Jack empezó a gritar, pero recordó la advertencia de Ezra y bajó la voz—. En serio. No sé qué esperas que haga a estas alturas. No puedo alterar lo sucedido y, francamente, tampoco querría hacerlo. De modo que… eso es lo que hay.
—No quiero nada de ti —dijo Peter suspirando derrotado—. Ya da lo mismo. La próxima vez que volemos me aseguraré de que tengas tu maldita almohada.
Esperaba que continuasen hablando, pero me equivoqué. Peter se volvió y empezó a andar escaleras arriba con la bolsa colgada al hombro, por lo que no me dio tiempo a esconderme. Cuando me vio, su expresión permaneció inmutable. Lo miré, avergonzada, pero él se limitó a resoplar y acabó de subir.
—Buenos días, Alice —dijo Peter, en un tono más elevado de lo necesario para que Jack se enterase de que había estado espiándolos—. Tendrías que haber bajado a saludar.
—Acabo de levantarme.
—Hum… sí, seguro que sí. —Abrió la puerta de su habitación, pero no le permití entrar.
—Peter, lo siento mucho —dije.
—No eres tú la que tiene que disculparse. —Se quedó mirándome durante un minuto, con los ojos excepcionalmente vulnerables, y luego miró escaleras abajo. Las puertas que daban acceso al jardín desde la cocina acababan de cerrarse de golpe después de que Jack las cruzara en compañía de Matilda—. Si me perdonas, necesito descansar. Ha sido un vuelo muy largo.
—Eso parece. —Intenté bromear, pero Peter se limitó a dar media vuelta y entró en su habitación, cerrando con cuidado la puerta a sus espaldas.
Suspiré y bajé. El enfado de Jack ya no tenía a Peter como único blanco. El hecho de que me hubiera disculpado con él era, en cierto modo, un desaire para Jack. No me gustaba para nada la idea de que fueran como dos equipos y que tuviera que decantarme por un bando y convertirme en enemiga del otro.
Antes de salir al jardín, Jack había subido las persianas que cubrían las puertas correderas y los rayos de sol inundaban la cocina. Había dormido poco y nada más ver el sol me entraron ganas de acurrucarme de nuevo en la cama.
Fuera, Jack ignoraba su cansancio. Lo vi de pie en el centro del patio enlosado, con las manos hundidas en los bolsillos, mientras Matilda escarbaba en la tierra en busca de algún bicho. Cuando salí hacía un frío maravilloso que contrastaba con el cálido día otoñal que se adivinaba desde el interior.
—¿Ha sido un vuelo largo? —pregunté, acercándome a él y envolviéndome el cuerpo con los brazos.
—Sí, pero estoy seguro de que Peter se siente mucho mejor ahora que le has pedido disculpas.
—Se merecía una disculpa —dije, mosqueada.
—¿Cómo puedes decir eso? —dijo Jack, volviéndose en redondo hacia mí, con el rostro contorsionado de dolor y confusión—. Después de todo lo que has pasado…
—Ambos sabemos lo que sucedió. No es necesario que lo saques de nuevo a relucir cada vez que menciono el nombre de Peter. —Empezó a soplar una gélida brisa que me despeinó. Retiré el pelo de la cara y lo recogí detrás de las orejas.
—¡Esto es ridículo! —dijo, con un gesto de negación—. Lo que ha pasado es una mierda, son cosas sobre las que, por lo visto, no puedo hablar, pero que pasaron. Y aun así, quisiste luego ir y poner tu vida en peligro para rescatarlo, y yo dije que de acuerdo. No sé por qué motivo estúpido, pero te permití ir.
—Tú no me «permites» hacer las cosas, y lo sabes —dije, mirándolo furiosa.
—Da lo mismo. Pero no protesté. Dijiste que querías ir porque… Dios, ¿por qué, Alice? ¿Por qué quisiste hacer eso? ¿Por qué siempre lo defiendes? ¡No se merecía tus disculpas! ¡Ni siquiera se merece seguir con vida! ¿Y tú lo traes de vuelta a casa como si no hubiera pasado nada? ¿Y se supone que yo tengo que pedirle a él disculpas por eso? —Jack me miraba con incredulidad—. ¡Esto es un error! ¡Te quiero! ¿Por qué tengo que decirle que lo siento cuando no es así?
—¡Porque él también me quería y porque yo no era tuya! —grité, y Jack casi se encogió de miedo.
Apartó la vista y entornó los ojos para mirar el sol. No estaba muy segura de si lo que acababa de decir era lo más adecuado. Jack permaneció un minuto en silencio, rascándose la nuca.
—Yo te vi primero —murmuró.
—Ese argumento carece de validez —dije, poniendo los ojos en blanco—. No soy como el último trozo de pizza que queda por repartir. Soy una persona y te elegí a ti. Me tienes. Y él no. Peter no tiene nada, y es tu hermano. Y sé que antes de todo esto, tú también le querías. Ahora, Peter nos ha perdido, a los dos. No estoy apesadumbrada por quererte, sino porque Peter haya salido tan mal parado de todo esto.
—Sé que tienes razón —dijo Jack con voz poco clara—. Pero no puedo perdonarlo. Puedo comprender que luchara por ti. Y también que intentara matarme. Pero cuando intentó matarte… Jamás lo perdonaré por eso, y no tendría que hacerlo.
Le acaricié el brazo y, cuando me miró, vi sus ojos azules inundados de lágrimas. Me mordí el labio, tratando de decidir si debería o no decírselo. En caso de hacerlo, estaría traicionando la confianza de Peter, pero si con ello conseguía que dejaran de odiarse, tal vez mereciera la pena.
—Peter nunca intentó matarme.
—¡Yo estaba allí! —Jack hablaba lleno de furia—. No me vengas ahora con que eso no pasó.
—Sí, sí que pasó, pero no exactamente como tú crees que sucedió. Cuando Peter me mordió, sabía que tú estabas en casa. Habíais peleado antes, cuando pensaste que iba a hacerme daño. Peter sabía que jamás permitirías que me sucediera algo así —le expliqué muy despacio—. Contaba con que tú vinieras corriendo a salvarme, y pensó que estarías tan furioso que acabarías con él. Peter no pretendía matarme, sino acabar con su propia vida.
—No… —Jack negó con la cabeza, con expresión desencajada—. No. Eso no es… Porque si en realidad hizo eso, significaría que…
Cuando cayó en la cuenta de lo que en realidad había sucedido, Jack empezó a verlo todo desde una nueva perspectiva. Cada vez que Peter se había comportado de un modo aparentemente tan frío y cruel lo había hecho en realidad por mí, e incluso por el propio Jack. Peter había intentado dejarme libre desde el mismo día en que nos conocimos porque siempre había creído que yo sería mucho más feliz sin él.
Jack nunca se permitió creer que Peter me amaba porque él quería a Peter. Lo respetaba y no deseaba oponerse a él. Pero entonces aparecí yo, y la única manera que tuvo Jack de reconciliar sus sentimientos hacia mí fue dando por sentado que Peter jamás podría sentir lo mismo que sentía él.
Jack creía sinceramente que era él quien estaba destinado a mí, y no Peter, y eso le servía para justificar todos sus actos y su conducta. Pero si Peter me amaba tantísimo, Jack se convertía de repente en el villano de la historia, y no en el héroe.
—Jack, sabes que te quiero mucho.
Extendí el brazo para darle la mano y él se apartó. Espiró tembloroso e intenté darle la mano de nuevo; esta vez sí me lo permitió. Pero no levantó la vista para mirarme, de modo que me desplacé hasta quedar enfrente de él.
—Te quiero de verdad, y creo que esta es la elección correcta. No hicimos nada mal, de verdad que no. No sé… ¿Qué más tenemos que hacer?
—No lo sé —reconoció Jack en voz baja. Seguía sin levantar la vista para no mirarme a los ojos. Le acaricié la mejilla.
—Lo siento. No pretendía hacerte daño. Sólo… —Me interrumpí. Estaba tan triste y se sentía tan culpable que odiaba verlo de aquella manera—. Te lo he explicado porque lo único que deseo es que tu relación con Peter mejore. Deberíais ser capaces de llevaros bien.
—No, si tienes razón. —Se obligó a sonreírme, pero el gesto fue mínimo. Le solté la mano—. Lo intentaré.
—¿Por qué no entras conmigo? —le pregunté. Me habría apetecido pasar todo el día con él, pero el sol empezaba a afectarme. Notaba esa debilidad pesada que se cernía sobre mí como una manta mojada.
—No. Me gustaría quedarme aquí fuera un poco más. Matilda se lo está pasando en grande —dijo Jack. Matilda, de hecho, se había tumbado en el patio y estaba tomando el sol, pero no quise discutir con él.
—¿Seguro que estás bien? —le pregunté, deseando simplemente una mirada suya.
—Sí, estoy bien —dijo con un gesto afirmativo, aunque en realidad mentía.
—Te quiero —susurré, confiando en que mis palabras sirvieran para animarlo.
—Lo sé, y yo también te quiero. —Sin mirarme, me dio un fugaz beso en la frente y se apartó de mí. Nunca me había besado con aquella brusquedad—. ¡Vamos, Mattie! ¿Dónde has metido la pelota? —Matilda se levantó de un salto para ponerse a buscarla y Jack corrió a ayudarla.
Miré el sol una última vez antes de entrar en la casa. De no ser por aquella luz estúpida, me habría quedado allí fuera con él. Pero el sol del mediodía era agotador y no me había quedado otro remedio que entrar. El ambiente del oscuro santuario de la cocina fue un alivio para mí, y suspiré. No tenía ni idea de si había hecho lo correcto, aunque cualquier cosa que perturbara a Jack era mala con toda probabilidad.
Pasé la tarde fingiendo dormir más que durmiendo. Para pasar el tiempo, le envié mensajes a Jane, pero no pude parar de dar vueltas y más vueltas en la cama. Presté atención por si oía entrar a Jack en la casa, pero no se oyó nada. Bobby se levantó para comer, pero el resto dormían profundamente. Excepto Jack, que se había marchado.
Al final, renuncié a la idea de intentar descansar y me levanté. Le envié un mensaje a Jack para preguntarle dónde estaba, pero no me respondió. Empezaba a pensar que me había convertido en una indeseable, ya que nadie respondía a mis llamadas ni a mis mensajes.
Cuando Bobby pasó por delante de mi habitación de camino a la suya, olisqueé su delicioso aroma. Mi puerta continuaba cerrada, pero el perfume de su sangre caliente se filtró de todos modos. Llevaba varios días sin comer, pero sabía que los vampiros podíamos resistir mucho más tiempo aún. Y si mi objetivo era conseguir compartir mi intimidad con Jack, debía aprender a mantener el hambre a raya.
Por lo tanto, por mucho que el olor de Bobby incitara mi hambre, tragué saliva y decidí despejarme un poco con una buena y prolongada ducha. Justo acababa de preparar la ropa que me iba a poner, cuando experimenté una oleada de calor en el pecho, lo que significaba que Jack había llegado. Efectivamente, al cabo de un instante lo oí subir por la escalera.
—Hola —dijo Jack asomando la cabeza por la puerta—. ¿Estás despierta?
—Sí, iba a ducharme —le respondí, enseñándole la muda que había preparado—. A menos que quieras alguna cosa.
—No, ve a ducharte. ¿Te apetece ver luego una película?
—Sí, claro —dije, encogiéndome de hombros—. ¿Has dormido? —Eran más de las seis y, que yo supiera, Jack no había dormido todavía.
—No, pero estoy bien —dijo—. Hablamos cuando salgas de la ducha.
—Vale.
Y salió cerrando la puerta del dormitorio a sus espaldas. Me quedé en medio de la habitación, con la ropa en la mano, intentando comprender qué pasaba. Lo oí entonces llamar a la puerta del otro lado del pasillo. Noté que estaba nervioso, y eso me intranquilizó, de manera que decidí esperar y ver cómo acababa todo aquello antes de meterme en la ducha.
—¿Sí? —Peter abrió la puerta de su habitación, malhumorado, aunque aquel era su estado natural.
—He ido al videoclub y he alquilado Retorno a Brideshead. Sé que te gusta mucho y he pensado que igual te apetecía verla con nosotros. Con Alice y conmigo —dijo Jack.
—Hum…, por supuesto —dijo Peter, pillado por sorpresa, igual que yo.
—Alice se está duchando, de modo que será de aquí un rato —dijo Jack.
—De acuerdo.
—Pues muy bien. —Se produjo un silencio incómodo y entendí que Jack debía de haberse despedido al final de alguna manera, pues Peter cerró la puerta y oí que Jack volvía a bajar.
En la ducha me dediqué a cantar a pleno pulmón (esta vez tocaba la sintonía de «Las chicas de oro»), pero, incluso a pesar del sonido de mi propia voz y del ruido del agua, oí los gritos de Mae. Lo que sería como un regalo caído del cielo, ya que Peter me explicó luego que Retorno a Brideshead es una obra de once horas de duración que se televisó en la BBC en los años ochenta.
En aquel momento, sin embargo, los chillidos desesperados de Mae me dieron un susto de muerte.