16
—Iba en busca de algo de comer —dijo Bobby, subiéndose la cremallera de la sudadera. No llegó hasta arriba y, por lo que dejaba entrever su afición a las camisetas con cuello en uve, era evidente que le encantaba mostrar sus tatuajes.
Y no es que quiera echárselo en cara. La verdad es que Bobby era muy atractivo. De haber sido aún humana, de no tener a Jack y de no saber que se tiraba a mi hermano, seguramente pensaría que estaba muy bueno.
—Yo no, y eso seguramente es lo mejor para ti. —Lo dije medio en broma, aunque también para resultar un poco amenazadora. Básicamente, para recordarle que si le hacía algún daño a mi hermano, podía matarlo.
—Sí, claro. —Rio y bajó la escalera. Fui con él porque, en realidad, no tenía nada mejor que hacer—. Y… ¿nunca echas de menos la comida?
—La verdad es que no —dije con indiferencia, y entré en la cocina con él—. Es difícil de explicar. Recuerdo el sabor de la comida, y a veces tengo antojos. Pero cuando pienso en comerla de verdad, siento náuseas. Además, la sangre sabe un millón de veces mejor que la comida más exquisita.
—Si tú lo dices. —Bobby arrugó la nariz al pensar en la posibilidad de beber sangre, un gesto que encontré de mal gusto. Sabía que dejaba que Milo bebiera de su sangre y que le gustaba. Me pareció una actitud hipócrita.
—Pues lo digo. —Acerqué un taburete a la isla de la cocina y tomé asiento mientras Bobby curioseaba en la nevera.
—Siempre he sentido debilidad por las rosquillas tostadas y untadas con queso cremoso. —Cogió el queso de la nevera e introdujo una rosquilla en la tostadora—. Creo que no podría vivir sin ellas, por lo que me imagino que lo de convertirme en vampiro queda descartado por completo.
Intentaba ser gracioso, estoy segura, pero me pareció una estupidez que antepusiera aquello a la inmortalidad, sobre todo teniendo en cuenta que la eternidad significaba estar con Milo.
Bobby se apoyó en la encimera, a la espera de que la rosquilla saltara de la tostadora, y un incómodo silencio se cernió sobre nosotros. Empezaba a pensar que preferiría mil veces pasarme el día encerrada en la habitación de Jack viendo los DVD con los nuevos capítulos de la serie «Dexter». Por culpa de Jack, que no paraba de despotricar de la serie, nunca tenía tiempo para verlos.
—Y bien…, creo que no te gusto demasiado —dijo Bobby cuando la rosquilla saltó por fin. Untó una gruesa capa de queso cremoso sin levantar la vista—. No te culpo por ello.
—¿Por qué? ¿Tienes la autoestima baja? —dije con impertinencia.
—Más o menos, pero no lo decía por eso. —Le dio un mordisco a la rosquilla y se volvió para mirarme. Tragó antes de seguir hablando—. Te entiendo. Milo es tu hermano pequeño, y es joven e inexperto. Y yo soy mayor que él y transmito las vibraciones de un mal tío, aunque en realidad no lo soy.
Con sus tatuajes y sus sombrías facciones, Bobby tenía el aspecto de un rebelde sin causa, pero después de haberlo visto la noche anterior en la discoteca, agazapado de miedo detrás de Milo, estaba completamente segura de que Bobby no era un mal tipo en el sentido más estricto del término.
—Todo eso que dices es cierto —dije con cautela.
—Y soy humano, lo cual, en cierto sentido, es peligroso para los vampiros —dijo Bobby—. Me refiero con ello a que Milo es más fuerte y más poderoso que yo, pero yo le complico la vida en muchos aspectos, y lo sé.
—¿Y por qué estás con él si lo sabes? —le pregunté de manera poco amable.
—Buena pregunta. —Era una pregunta tan buena que se vio obligado a terminar la rosquilla entera para, entretanto, reflexionar sobre su respuesta. Tragó por fin el último bocado y se apoyó en la encimera—. No quiero decírtelo.
—No me gusta nada eso que acabas de decir —lo alerté gélidamente.
—No, no es eso… —Negó con la cabeza—. Seguro que piensas que estoy simplemente bajo el hechizo, ese hechizo que los vampiros proyectan sobre los humanos, pero no es eso. —Hizo una breve pausa—. Te parecerá una excusa barata y fácil, y todo lo que tú quieras… pero estamos enamorados.
—¡Si tiene dieciséis años! ¿Qué sabrá él del amor? —No sé por qué esgrimí aquel motivo, ahora debía de ser Bobby quien pensase que yo era una hipócrita—. De acuerdo, sí, ya sé que yo no soy mucho mayor que Milo, pero…
—Comprendes lo nuestro —dijo Bobby con una sonrisa tímida, y negué con la cabeza, reacia a reconocer mi derrota—. La situación es complicada, pero el corazón quiere lo que quiere.
—Eso que acabas de decir es una estupidez —me mofé—. Mi estómago también quiere lo que quiere, pero ya ves que no me lanzo a tu cuello para conseguirlo, Bobby. —Se encogió de hombros, impertérrito ante mi velada amenaza, y me quedé sin saber muy bien si su actitud me llevaba a odiarlo más o menos—. ¿De qué va todo esto?
—¿El qué?
—Debes de rondar los veintiuno y la gente te llama «Bobby». ¿No te parece un nombre de niño pequeño? —Arrugué la nariz y él se echó a reír.
—La gente llamó «Bobby» a Robert Kennedy durante toda su vida.
—Y mira cómo acabó —dije, refiriéndome a su inoportuno asesinato.
—Tal vez. Pero mi nombre es Bobby. Ni Robert, ni Bob, ni nada por el estilo —dijo, encogiéndose de hombros—. Y así voy por la vida, con mi nombre legal.
—¿Acaso tu madre era hippy o algo así? —le pregunté.
—Más o menos.
—Muy bien, entendido, así que mi hermano y tú estáis locamente enamorados —dije. Jugar a ser el abogado del diablo me dejaba un mal sabor de boca—. Supongamos que me lo trago. ¿Cómo os conocisteis? ¿Y cómo te enteraste de nuestro especial estilo de vida?
«Estilo de vida» no era exactamente el término más adecuado, pues implicaba cierta capacidad de elección. Yo había elegido convertirme en vampira, pero nunca podría elegir dejar de serlo, a menos que muriera. E incluso en ese caso, no sería más que una vampira muerta.
—Mmm… bueno… —Bobby empezó a toquetear la cremallera de su sudadera—. Solía frecuentar discotecas de gays, sobre todo después de cumplir los dieciocho. No es que fuera un prostituto… pero tampoco puede decirse que no lo fuera.
»Dio la casualidad de que uno de los hombres con los que me veía era un vampiro. Salimos durante un tiempo, aunque cuando digo “salir” lo hago utilizando el término muy libremente. Tonteábamos, más bien, y me mordió. Tardé un tiempo en comprender de qué iba aquello. Me refiero a que incluso después de que empezara a morderme, se me hizo muy difícil creer que fuera un vampiro.
—Sí, ya entiendo a qué te refieres —dije. Lo sobrenatural era una píldora muy difícil de tragar. A veces, incluso a mí seguía costándome creer en los vampiros, y eso que yo me había convertido en uno de ellos.
—Nunca fui un prostituto de sangre —añadió Bobby rápidamente—. Lo hacía por lo que sentía al ser mordido. —Se quedó mirándome—. A ti también te mordieron, ¿verdad?
—Sólo dos veces.
—Es maravilloso —dijo con una sonrisa—. Te inundan todos sus sentimientos. Pero cuando estás enamorado es todavía mejor. Lo malo es que cuando el tipo que te muerde es un cabrón, puede resultar a la vez asqueroso y terrible, aun sin dejar de ser estupendo.
Ese era precisamente el motivo por el cual Ezra lo había pasado tan mal en Finlandia, pero no tenía ganas de pensar en aquello y dirigí un gesto de asentimiento a Bobby para que continuara.
—El caso es que empecé a frecuentar la discoteca V, en busca de vampiros, y entonces conocí a Milo. —Bobby bajó la vista—. Fue un amor a primera vista. Parece tonto, pero es la verdad.
—¿Así que en cuanto lo viste ya estuvo todo hecho?
—Más o menos. Vino hacia mí y empezamos a bailar, y a besarnos, y a charlar, y estamos juntos desde entonces. —La sonrisa de Bobby se agrandó—. Milo es un tipo estupendo.
Se pasó las manos por el pelo para tratar de enderezar su flequillo. Sus ojos oscuros habían adquirido un siniestro brillo nostálgico y sus mejillas cobraron un leve rubor, y comprendí que estaba pensando en Milo. No dudaba de que quisiese de verdad a mi hermano, pero era imposible que aquel chico llegara a gustarme jamás.
Bueno, ni siquiera era exactamente eso. De hecho, Bobby me gustaba en cierto modo, o empezaba a gustarme. Lo examiné con detalle para tratar de averiguar qué era lo que tanto me inquietaba. ¿Sería simplemente porque era el novio de Milo y jamás habría un novio de Milo que fuera de mi agrado?
Y en ese momento fue cuando por fin caí en la cuenta. Bobby no me gustaba porque había algo en él que no me convencía. Mi primera reacción al verlo había sido de desconfianza. Y se había debido simplemente a que me había sorprendido que fuese humano y a que quería proteger a Milo. Que no me gustara era razonable, pero no debería sentirme así, y mucho menos si al final resultaba que Milo y Bobby estaban destinados a seguir juntos, de un modo muy similar a lo que mi sangre había llegado a significar para Peter.
La razón por la que todo se había complicado tanto con Jack y con Peter era por lo fluido del vínculo. Jack, Peter, Ezra, y ahora también Milo y yo, estábamos unidos por un vínculo de sangre similar.
Milo y yo teníamos además un vínculo especial porque éramos hermanos, tanto en la vida real como en nuestra nueva vida como vampiros. Eso significaba que yo debería haber sentido una afinidad mayor con quienquiera que estuviese vinculado con él. Debería haberme resultado imposible odiar a la persona destinada a mi hermano y, aun así, Bobby me había desagradado desde el primer instante.
En todo aquello había una transferencia. Yo había roto mi vínculo con Peter y sabía que el amor podía ser más fuerte que la sangre. Y probablemente ese no era el caso con Bobby. No era más que un chico mono que estaría una temporada con Milo, pero no para siempre.
Y, de repente, Bobby me dio lástima porque comprendí que Milo acabaría partiéndole el corazón. No podía ser de otra manera.
—Y no te preocupes por nosotros —estaba diciendo Bobby, devolviéndome a la realidad. Se había cansado de intentar poner en orden su pelo y decidió cubrirse con la capucha de la sudadera. En realidad, no había estado escuchándolo y lo miré con la esperanza de que se explicara con más detalle—. No te preocupes por Milo, quiero decir. No es como ese tipo que estaba con Jane, y yo tampoco soy como ella. No vamos de ese palo.
—No, si eso ya lo he visto —dije asintiendo. Tal vez al principio se me hubiera pasado esa idea por la cabeza, pero ahora ya no, era evidente.
—Pero puedo comprender el atractivo del estilo de vida de Jane. Es muy fácil caer en él. —Bobby tiró del cordoncillo de su capucha y bajó la vista.
Intuí que, por mucho que dijera, Bobby había estado tremendamente cerca de caer en aquel estilo de vida y que, cuando su relación con Milo llegara a su fin, había muchas posibilidades de que acabara metido en eso. Gracias a Milo, estaría tremendamente enganchado a la sensación de ser mordido.
—Tú lo sabes muy bien, seguramente mejor que cualquier otro habitante de esta casa. —Me incliné sobre la isla y lo miré fijamente—. Sabes lo que siente Jane. Si la situación fuera al contrario, si tú fueras un prostituto de sangre, ¿qué tendrían que decirte para que lo dejaras correr?
—Buena pregunta. —Soltó el aire y se quedó con la mirada perdida, pensativo—. La verdad es que no lo sé. Mientras las sensaciones sigan siendo buenas, debe de ser muy difícil convencer a alguien para que lo deje. Imagino que debe de estar empezando a hacerle daño, así que habría que recordarle constantemente ese daño.
—¿Y cómo crees que le está haciendo daño? —pregunté—. Sé que eso está matándola, pero Jane no es consciente de ello. Cuando se siente fatal, se deja morder y se vuelve a encontrar mejor, ¿no es eso?
—No exactamente —dijo Bobby, negando con la cabeza—. Al principio, un instante después, te sientes realmente bien. Pero al poco rato te sientes terriblemente mal. La pérdida de sangre perjudica gravemente al organismo y empiezas a notar lo que te está sucediendo. Y además están los residuos del vampiro con el que hayas estado. Si Jane va con cualquiera de esos tipos que frecuentan la discoteca, lo más probable es que se tropiece con muchos cabrones. Y eso significa que lo que le queda al final no es una sensación de euforia, sino las emociones de los vampiros y lo que ellos sienten por ti, que normalmente es una mierda.
»Es después, cuando los malos sentimientos se desvanecen y has recuperado las fuerzas, cuando regresas a esa discoteca —prosiguió—. Te olvidas de lo mal que te han hecho sentir, de lo increíblemente débil que has estado y, no sé por qué razón, sólo recuerdas el placer que te ha proporcionado el mordisco.
—Caramba —dije, mirándolo fijamente, y Bobby se encogió de hombros abochornado—. No es que toda esa información no vaya a resultarme útil, pero estoy empezando a pensar que has ligado con muchos más vampiros de lo que pretendes darme a entender.
—Con Milo es distinto —insistió Bobby, con expresión herida—. Te lo digo sinceramente. No tienes por qué creerme, pero lo mío con él es algo más que mordiscos y tonteo. De modo que… Pero no se lo digas, por favor. Sabe que no es el primer vampiro con el que he estado, pero no sabe cuántos hubo antes que él. No quiero que piense que esto es más de lo mismo, porque no lo es.
—No se lo diré a menos que piense que es importante que lo sepa. Por lo tanto, apáñatelas para que no tenga que ser importante —dije, mirándolo fijamente y sin alterarme. Bobby asintió, comprendiendo que eso sería lo máximo que obtendría de mí.
—Esta casa es maravillosa —dijo Bobby, cambiando de tema. Empezó a prepararse un café y me di cuenta entonces de que la cafetera era nueva. Lo más seguro era que Mae la hubiera comprado expresamente para él, lo que me daba a entender que no debía de ser tan mal chico si ella le daba su aprobación—. Y Mae es asombrosa. ¿Qué tal se encuentra hoy?
—No la he visto. —Miré por encima del hombro en dirección a su habitación y forcé el oído para ver si captaba algo por encima del borboteo de la cafetera—. ¿Y tú?
—No, pero si Ezra se ha marchado, imagino que ya no estará tan mal —dijo Bobby.
El aroma a café inundaba la cocina y sentí una extraña punzada al pensar que nunca más podría volver a tomarlo. En realidad, el café nunca me había gustado, pero me encantaba su olor. Sentí un doloroso calambre en el estómago que me recordó que el café no me apetecía en absoluto.
De pronto, empecé a percibir con más fuerza el olor de Bobby e intenté ignorarlo. No eran más que los intentos de mi cuerpo por convencerme de que estaba hambrienta. Sin embargo, no debía sentir hambre todavía, y aun en el caso de que la sintiera, tenía que aprender a controlar esa sensación en lugar de dejar que fuera ella la que me controlara a mí.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó Bobby.
—Sí, sí, estoy bien. —Meneé la cabeza para despejarme—. Creo que voy a darme una ducha. Pero… me ha gustado hablar contigo; nos vemos luego.
—Sí, de acuerdo —dijo Bobby, aunque seguía mostrando un aspecto de preocupación.
Matilda me siguió escaleras arriba. Se imaginaba que cada vez que yo me desplazaba, Jack estaría esperándome. Y tal vez eso significara que pasaba demasiado tiempo con él.
Aunque últimamente lo que tenía era la sensación de no pasar ni pizca de tiempo con él. Yo acababa de llegar de viaje y él se había marchado. Cuando entré en su habitación y me vi rodeada de todas sus cosas, el corazón empezó a palpitarme con fuerza. Matilda saltó sobre la cama, ocupando la colcha con su blanco pelaje y olisqueando por todos lados, como si Jack estuviera escondido en alguna parte.
Suspiré y revolví la habitación en busca de una muda. Lo más probable era que me pasara el día entero viendo la televisión o leyendo. No valía la pena emperifollarse mucho. Tal vez, con un poco de suerte, conseguía convencer a Milo y a Bobby para que me acompañaran a dar una vuelta, siempre que no estuvieran muy ocupados el uno con el otro.
Qué cruel era este mundo: mi hermano podía disfrutar del sexo y de la compañía de su novio cada vez que le apetecía, mientras que mi novio tenía que dormir cada noche solo en el estudio. Claro que yo carecía todavía de autocontrol y Milo siempre lo había dominado a sus anchas… ¡Anda ya!
Aprovechando la ausencia de Jack, me juré a mí misma aprender a controlarme para que cuando él estuviera de regreso, pudiéramos avanzar hacia la siguiente fase de nuestra relación. O sea, a lo verdaderamente divertido.
Pero en lugar de divertirme, me pasé el día acurrucada en la cama de Mae haciéndole compañía. Ella estaba excepcionalmente callada, de manera que pasamos casi todo el tiempo en silencio. Milo subió a vernos más tarde, y nos vino bien. En situaciones de crisis siempre se comportaba mucho mejor que yo y, no sé por qué motivo, estaba muy apegado a ella. Creo que tal vez fuera el favorito de Mae, un hecho que, la verdad, no me preocupaba demasiado. Yo era la favorita de Jack y eso era lo único que me importaba.
Bobby no se sentía cómodo con Mae mientras ella estaba en aquel estado, y tenía sentido. Mae era prácticamente inconsolable y Bobby la conocía desde hacía poco tiempo. Acabé por escapar de allí cuando Milo la obligó a incorporarse.
Le puso una película antigua de Rachel Welch en la televisión de la habitación y la entretuvo hablándole de sus planes de comprarse algún día una casa flotante como la que aparecía en la película en cuestión. Mae tenía las mejillas hinchadas de tanto llorar, aunque hacía horas que no le había visto caer una sola lágrima. Con la presencia de Milo, esbozó incluso algún que otro amago de sonrisa.
Aproveché para trabajar un poco más mi relación con Bobby. Jugamos a un juego de guerra en la Xbox que se me daba fatal, pero él no me gritó ni una sola vez. Cuando jugaba con Jack, como mucho pasaban veinte minutos antes de que me sugiriera que jugara mi turno o dejara jugar a Milo en mi lugar. Resultaba muy agradable que alguien me tolerase y pudiera matar nazis.
Antes de acostarme, llamé a Jane varias veces y le envié diversos mensajes. No me respondió, aunque la verdad es que no esperaba que lo hiciese. Estaba segura de que seguía cabreada conmigo, pero no sabía por qué.
Tal vez me odiara por haberla introducido en el mundo de los vampiros, o tal vez por no haberlo hecho antes. No lo sé. Normalmente, me resultaba sencillo saber qué pensaba. Su vida giraba alrededor de los chicos, la ropa y emborracharse o colocarse. Yo jamás, hasta la fecha, había interferido en ninguna de estas cosas y, en consecuencia, Jane no había tenido nunca nada que echarme en cara.
Jack me envió un mensaje diciéndome que me quería y que estaban a punto de subir a un avión. Pensé en quedarme levantada esperándolo, pero después me imaginé que si dormía el tiempo pasaría más rápido. Me acurruqué en su cama, esperando con ganas su regreso.
Noté su presencia en el mismo instante en que entró en la casa. El corazón empezó a latirme con fuerza de pura felicidad y abrí los ojos.