15
Ezra apareció tras ella, con mejor aspecto que el de hacía unos días. No parecía tan enfadado como Mae, pero estaba serio. Cuando extendió el brazo para tocarla, ella lo rechazó.
—¿Dónde estabais? —preguntó Mae, y su cálida voz pareció más chillona de lo habitual. Bobby, que estaba masticando, engulló el bocado de golpe y corrió junto a Milo.
—¿Por qué? ¿Ha pasado algo? —preguntó Jack con cautela.
—¡Limitaos a responder la maldita pregunta! —gritó Mae, sobresaltándonos a todos. Tenía los brazos colgando a los lados del cuerpo, los puños cerrados, los rizos pegados a las mejillas manchadas de lágrimas—. Aquí todos os creéis que podéis entrar y salir como os venga en gana. Pero esto no es un hotel. ¡Somos una familia y este es nuestro hogar!
—¿Perdón? —dije, disculpándome sin saber muy bien de qué. Miré a Ezra en busca de ayuda, pero estaba demasiado ocupado tratando de no ofrecernos ninguna pista sobre lo que sucedía.
—Sí, lo sentimos de verdad —dijo Milo, disculpándose con más sinceridad que yo.
—En ningún momento ha sido nuestra intención no decírtelo —dijo Jack—. Lo que pasa es que hemos salido con mucha prisa.
—¿Y adónde habéis ido que era tan importante que ni siquiera os ha dado tiempo a comentármelo? —Mae fijó la mirada en Jack porque era el que más había revelado, pero él se desdijo, cruzándose de brazos. Cambió el peso de su cuerpo a la otra pierna y me miró, pero yo le respondí negando con la cabeza. No quería tomar parte en aquella histeria.
—Sólo… sólo hemos ido a la discoteca a buscar… —En cuanto pronunció la palabra «discoteca», Mae abrió los ojos como platos y lo interrumpió.
—¿A la discoteca? ¿No será a la discoteca de vampiros? Me imagino que ninguno de vosotros sería tan estúpido como para hacer algo peligroso y arriesgado como eso sin ni siquiera comentármelo antes. —Mae estaba aterrada y, viendo que Jack bajaba la vista, se dirigió al resto—. ¿En qué estabais pensando? ¿Tenéis ganas de morir? ¡Que podáis vivir eternamente no significa que vayáis a hacerlo!
—Fuimos a buscar a Jane —dije en voz baja con la esperanza de apaciguarla un poco.
—¡Si lo que queréis es morir todos, no os podré salvar! —exclamó, levantando las manos—. ¡No puedo salvar a todo el mundo!
Una lágrima resbaló entonces por su mejilla y pensé en abrazarla o consolarla de algún modo, pero no sabía cómo. Temía que cualquier cosa que hiciera pudiera provocarla aún más.
—Lo sentimos mucho, de verdad —dijo Milo.
—¡No puedo salvar a todo el mundo! —gimoteó Mae, mientras su voz se iba quebrando.
—Mae —susurró Ezra. Mae empezó a sollozar, inclinándose hacia delante y abrazándose a sí misma. Ezra la rodeó con el brazo y la sujetó—. Mae, cariño, no pasa nada.
—¡Claro que pasa! —Mae intentó apartarlo, pero él se mantuvo firme—. ¡Esto no tenía que ser así! —Lloró con más fuerza, y sus palabras se perdieron entre las lágrimas. Finalmente, apoyó la cabeza en el pecho de Ezra.
Permanecieron un minuto sin moverse, mientras nosotros los mirábamos. La verdad es que no sabíamos si irnos de allí, si quedarnos, si hablar, o qué hacer, por lo que nos limitamos a seguir mirándolos.
—No pretendo ser maleducada —dije con cautela cuando me pareció que Mae empezaba a serenarse—. Pero… ¿qué sucede?
—Mae ha ido a visitar a su familia humana —nos explicó Ezra.
A pesar de que sus palabras albergaban la intención de ser balsámicas, capté en ellas un tono de desaprobación. No consideraba adecuado que Mae se relacionara con los humanos que dejó atrás cuando se convirtió, pero ella insistía en acercarse de vez en cuando a ver cómo seguían, aun sin interactuar con ellos.
—Esta noche ha descubierto que su biznieta sufre una enfermedad terminal y que sólo le quedan unos meses de vida —dijo Ezra, y la abrazó con más fuerza. Oírle explicar los hechos la destrozaba.
Cuando Mae se convirtió en vampira tenía veintiocho años y una hija pequeña. Su cambio no fue del todo resultado de una libre elección y no tuvo más remedio que abandonar a su familia, que lo era todo para ella. Se había visto obligada a ver crecer a su hija desde la distancia, y después a su nieta, y ahora a su biznieta.
Ezra toleraba el cariño que sentía por ellas porque la quería mucho, pero le había puesto una fecha tope. Pronto tendrían que mudarse lejos de allí, pues Mae no podía pasarse toda su existencia viendo a las futuras generaciones envejecer y morir.
Lo más duro para Mae había sido tener un hijo que había muerto siendo un bebé antes incluso de que naciera su hija. La desdicha había estado a punto de acabar con ella y se había jurado que no sobreviviría a los demás hijos que pudiera tener. Pero, por desgracia, se había convertido en inmortal y no le quedaba otra elección que desdecirse de su juramento.
Nada, sin embargo, la había preparado para la prematura muerte de su biznieta de cinco años. Difícilmente llegaría algún día a hacerse a la idea de haber perdido a su hija adulta, así que mucho menos a la muerte de una niña pequeña.
Me acerqué a ella y Mae se apartó de Ezra para poder abrazarme. Por mucho que lo amase, lo que deseaba en aquel momento era un hijo, y yo me había convertido para ella en la sustituta de su hija. Me abrazó con tanta fuerza que me hizo daño, pero no dije nada.
Al final se tranquilizó y se disculpó por su conducta. Milo y Bobby habían subido ya a su habitación, para mi fastidio. Ezra permaneció junto a Mae, por si lo necesitaba, y Jack había salido al jardín de atrás con Matilda para que estuviésemos más cómodos.
Cuando Mae fue capaz de volver a hablar con claridad, explicó que Daisy, su biznieta, no se encontraba muy bien últimamente, pero que no había sido hasta la noche anterior que había oído por casualidad una conversación y descubierto lo que sucedía.
Ezra estaba convencido de que el descanso era la mejor solución para el estado de salud de la niña, y se lo veía también agotado. Acompañó de nuevo a Mae a su habitación, lanzándome una mirada de disculpa al salir del salón. La quería mucho, pero no le gustaba que siguiera manteniendo contacto con ellos. Conservar la familia humana no podía aportarle nada positivo.
Pensé en Jane metida en aquella discoteca, en Bobby encerrado en la habitación con mi hermano, y moví la cabeza con preocupación. Al final, todos morirían, excepto nosotros, y no sabía muy bien si aquella perspectiva era un consuelo o resultaba aterradora.
Jack seguía en el jardín, jugando con Matilda sobre las hojas caídas y el suelo helado. Era noche de luna llena, pero una fina capa de nubes la ocultaba. Abrí las puertas correderas y me deleité con la sensación del aire gélido en la cara. Respiré hondo con la intención de que el frescor del exterior limpiase las malas sensaciones: las lágrimas de Mae y las horrorosas imágenes de Jane en las oscuras habitaciones de V.
Jack me sonrió al verme y se incorporó del montón de hojas que habían desbaratado entre la perra y él. Matilda tenía ramitas y hojas enredadas entre el pelaje y correteaba por el césped con un palo enorme en la boca. Jack se pasó la mano por el pelo para sacudirse también las hojas y caminó hacia mí.
—¿Cómo lo llevas? —me preguntó.
—Estupendamente —respondí exagerando, aunque fuera se estaba mucho mejor.
—¿Estás segura? —Me miró muy serio y le sacudí unas hojas secas que se le habían quedado adheridas a la camiseta. Tenía los brazos sucios de tierra y fríos, pero dudaba que fuera consciente de ello.
—Sí. La que está pasando mala noche es Mae, no yo.
—¿Y qué tal está ella? —Miró hacia la casa con preocupación.
—La verdad es que no lo sé —reconocí—. Ezra la ha subido de nuevo a su habitación para que descanse un poco, pero… —Me interrumpí y me encogí de hombros. Resultaba complicado estar segura de cómo lo llevaba.
—Siento no haber podido ayudar más a Jane —dijo, volcando en mí el motivo de su preocupación.
—Yo también lo siento. Tiene que querer ayudarse a sí misma, y lo más probable es que no lo consiga. —Suspiré y me friccioné los brazos, aunque la verdad es que no los tenía fríos.
—Has tenido una noche muy larga. Seguramente deberías irte también a descansar.
—Tienes razón. —Era pronto aún para acostarme, pero desde mi llegada de Finlandia no había descansado mucho. Bostecé y pensé con anhelo en acurrucarme en la cama.
—¿Quieres compañía? —me preguntó Jack, que acompañó sus palabras con un movimiento de cejas.
—Ya sabes que sí —le respondí, mordiéndome el labio. Me habría encantado que Jack durmiese siempre a mi lado, y sobre todo esa noche, después de lo que habíamos empezado, pero en aquel momento mi corazón no estaba precisamente por la labor—. Aunque creo que no deberíamos. Me parece que no tendría el control necesario para gestionar como es debido lo que pudieras hacerme.
—Tienes razón. —Sonrió con cierta tristeza—. Pasa y ve acostándote. En seguida subiré para coger algo de ropa, pero antes de darme una ducha y dejarme caer en el sofá, tengo que adecentar un poco a la perra.
—Me siento fatal por haberte echado de tu cama —dije por millonésima vez desde que me había instalado en su habitación.
—Oye, soy un caballero, y no podría dormir sin saber que tú estás perfectamente cómoda. —Se inclinó y me dio un beso. La noche había enfriado sus labios, pero el beso fue breve, terminó en seguida. Aun así, cuando Jack se enderezó, mi piel estaba cálida y sonrosada—. Anda, vete a la cama. Luego subo a verte.
A regañadientes, di media vuelta y eché a andar hacia la casa. Matilda correteó tras de mí con la intención de colarse y entrar conmigo, pero Jack la detuvo. Tenía las patas cubiertas de barro de haber estado corriendo por los alrededores del lago y el pelaje sucio de haberse revolcado por el suelo. No tenía ni idea de lo que pensaba hacer Jack para limpiarla antes de entrar en la casa, pero lo dejé con la tarea.
Me quedé un ratito observándolos antes de subir a la habitación. Matilda seguía saltando feliz sobre los montones de hojas secas y Jack la perseguía, provocándola. Jack se había ensuciado y se estaba destrozando la ropa, pero se lo estaba pasando tan bien con la perra que le daba lo mismo.
Resultaba extraño que fueran precisamente cosas como estas las que me hacían quererlo tanto. Mi corazón se llenaba de amor sólo de verlo. Así que di media vuelta y subí la escalera antes de que cambiara de idea en lo referente a invitarlo a venir conmigo.
Cuando Jack entró finalmente en la habitación y me dio un beso, me sorprendió en medio de un horrible sueño en el que un montón de cocodrilos se dedicaban a perseguir gatitos. Me removí un poco en la cama y lo invité a acostarse a mi lado, pero Jack denegó mi invitación por motivos que se me olvidaron en seguida. Estoy segura de que me dio una explicación del porqué, pero caí dormida al instante de oír su voz y, por suerte, conseguí salvar a todos los gatitos de las garras de los cocodrilos.
Cuando por fin me desperté, caí en la cuenta de que una de las cosas que Jack me había dicho había sido adiós. No «buenas noches» ni «hasta mañana», sino «adiós», un término demasiado absoluto para mi gusto.
Bajé corriendo al estudio, que se había convertido en el dormitorio de Jack, y lo encontré completamente desierto. Las sábanas estaban perfectamente dobladas, y yo sabía que él jamás doblaba perfectamente las sábanas ni hacía la cama. Pensé en comentárselo a Mae, pero no quería inquietarla.
Corrí de nuevo escaleras arriba con la intención de hablar con Peter por si, por casualidad, estaba al corriente de lo que pasaba. Matilda siguió mis pasos, un signo más que confirmaba que Jack se había marchado. Peter tampoco estaba, aunque ni siquiera sabía con certeza que el día anterior hubiese regresado a casa.
La verdad es que, en el mismo instante en que abrí los ojos, supe que Jack se había ido. Cuando no estaba cerca de mí lo percibía, era como si el hilo que nos unía se volviese dolorosamente fino. No sabía dónde estaba, ni por qué se había ido; lo único que sabía era que no estaba cerca de mí.
Antes de llamar a la habitación de mi hermano, acerqué la oreja a la puerta para escuchar. Después de lo que había oído el día anterior, no me apetecía entrar y sorprenderlos en plena faena. Pero, a tenor de lo que se oía, Milo seguía durmiendo. Ni siquiera eran las seis de la tarde, lo cual, en horario de vampiro, era tempranísimo. Normalmente, nunca me levantaba antes de las ocho.
—¿Milo? —Llamé flojito a la puerta, pero no me atreví a abrirla. Era una actitud extraña por mi parte, pues Milo y yo solíamos entrar sin llamar en nuestras respectivas habitaciones. Antes de que ese tal Bobby apareciera en nuestras vidas, nunca habíamos tenido motivos que nos obligaran a comportarnos con aquel tipo de decoro.
A punto estaba de volver a llamar, cuando Bobby abrió la puerta. Llevaba sólo un pantalón de pijama, lo que dejaba al descubierto un torso profusamente tatuado. En el pecho tenía un tatuaje escrito en latín y otro de color marfil justo encima del pubis, por no mencionar un millón de dibujos más que no tuve oportunidad de estudiar con mayor detalle. No se había planchado el pelo y lo tenía enmarañado, pero parecía llevar ya un buen rato despierto.
—Todavía duerme —susurró. Salió sigilosamente de la habitación y cerró con cuidado la puerta para no despertar a Milo—. ¿Puedo ayudarte en algo?
—Bueno… quizá sí, supongo —dije. Bobby se cruzó de brazos en un intento de proteger su piel desnuda del frío de la casa y me pregunté por qué no se habría puesto una camiseta—. ¿Sabes dónde está Jack?
—Más o menos —respondió Bobby, con un gesto de asentimiento, encantado de poder ayudarme—. Surgió algún tipo de urgencia. No lo entendí muy bien, pero se ve que la Bolsa se ha vuelto loca y tenían que solucionar el tema. Ezra y Jack se han marchado hace ya unas horas, y creo que Peter iba con ellos. Estarán fuera sólo un par de días.
—¿Y cómo sabes tú todo eso?
—Oh, porque sufro insomnio —dijo Bobby, sonriendo con timidez—. Se soluciona un poco teniendo un novio vampiro pero, ya ves, él continúa durmiendo y yo no. —Se encogió de hombros ante la gracia de su explicación, aunque a mí aquel chico seguía sin resultarme gracioso o encantador.
—Entiendo.
Matilda decidió finalmente que ninguno de los dos era un buen sustituto de Jack y se marchó tranquilamente por el pasillo. Me quedé mirándola un instante y luego fijé de nuevo mi atención en el novio medio desnudo de Milo.
A pesar de que su aroma era delicioso, no me apetecía alimentarme de él. Consideré aquello una buena señal, aunque era un chico que no me gustaba. Pero, con todo y con eso, no tenía ganas de volver a encerrarme en mi habitación.
—¿Así que ya te has levantado? —me preguntó Bobby.
—Pues sí, y creo que ya no volveré a acostarme.
—Estupendo. Espera un momento, que voy a por una camiseta —dijo, como si yo acabara de invitarlo a hacer algo. Asentí y me quedé esperándolo, como si en realidad lo hubiese invitado.
Bobby entró un momento en la habitación y reapareció con una sudadera ceñida con capucha y cremallera, que había dejado sin subir. Intenté asomar la nariz por la puerta para ver el aspecto de la habitación de Milo ahora que la compartía con otra persona, pero Bobby la abrió lo justo para poder salir. No estoy segura de si intentaba esconder alguna cosa o si simplemente trataba de salvaguardar el sueño de Milo. Fuera como fuese, decidí que aquel chico no era de fiar.