14
No tuve oportunidad de reaccionar y Jack se interpuso delante de mí para protegerme del vampiro que se abalanzaba sobre mi cuello.
Jack lo empujó hasta que chocó contra la pared y lo sujetó con fuerza mientras el vampiro hacía rechinar los dientes de rabia. Jack había conseguido contenerlo, pero Milo pasó corriendo por mi lado para ayudarlo a inmovilizar al cabreadísimo vampiro.
Jane estaba tendida en una cama manchada de sangre oscura. Iba vestida con una diminuta prenda que supuestamente era un vestido y que dejaba al descubierto su pálida piel. A pesar de que siempre había sido una chica delgada, ahora tenía los brazos huesudos y la cara demacrada. Apenas se oía ningún latido de su pecho.
La habitación estaba inundada de aroma a sangre fresca, un perfume que era imposible ignorar. Jane gemía y se agitaba en la cama, y eso hizo que mi necesidad de protegerla superara el deseo de alimentarme de ella.
—¡Jane! —Corrí hacia ella, dejando que Milo y Jack se ocuparan de darle una paliza al vampiro.
Me encaramé a la cama, haciendo caso omiso de lo asqueroso y tentador que resultaba a la vez el colchón manchado de sangre, y empecé a abofetearle las mejillas. Hubiera querido ser delicada, pero entre el pánico que sentía y el escaso dominio que aún tenía de mis energías, le di algo más fuerte de lo que pretendía y, con todo y con eso, ni se enteró ni tampoco conseguí despertarla.
—¿Está bien todo el mundo? ¿Qué está pasando? —preguntó Bobby. La oscuridad le impedía ver nada, sólo oía los sonidos de la pelea.
—¡Todo está controlado! —gritó Milo mientras el vampiro intentaba morderle el cuello.
—¿Qué demonios os pasa? —gruñó el vampiro, y cuando vio que estaba ocupándome de Jane, dejó de resistirse—. ¿Buscabais a la prostituta? —Lo habíamos interrumpido mientras se estaba alimentando, la situación en la que los vampiros muestran su lado más animal, y dio la impresión de que empezaba a volver a la realidad.
—¡Se llama Jane! —espeté, intentando espabilarla inútilmente. Estaba completamente inconsciente y yo sabía muy bien que despertarse de una pérdida de sangre como aquella era casi imposible.
—¡Ya sé cómo se llama! —gritó el vampiro—. ¡Lo que me gustaría es saber qué queréis de ella!
—¿Y a ti qué más te da? —contraatacó Jack, esforzándose por hacerse el duro. Hubiera resultado cómico de no ser porque estaba intentando evitar que un vampiro acabara con todos nosotros.
—Jonathan —murmuró Jane, completamente adormilada.
—No, soy yo, Alice —dije. Jane volvió la cabeza hacia mí, intentando fijar la mirada en mí—. Despierta, Jane. Tenemos que sacarte de aquí.
—¡Está hablando de mí, gilipollas! ¡Jonathan soy yo! —El vampiro arremetió contra Jack—. ¿Piensas soltarme? ¡No tengo intención de pelear contigo! No tengo ninguna necesidad. Ella no se irá con vosotros.
Jack aflojó un poco la presión y cuando vio que Jonathan no lo atacaba, dio un paso atrás. Milo siguió su ejemplo, aunque con cierto recelo. Jonathan se alisó la camisa y los miró furioso.
—Jane, cariño, despierta —dije, zarandeándola.
—No, Jonathan, déjame dormir —dijo Jane, dándome un manotazo.
—No se irá con vosotros —repitió Jonathan. Vino hacia mí y Milo gruñó y se interpuso entre él y la cama—. No tengo necesidad de impedíroslo. Aunque ¿qué me importa a mí si os lleváis a esta ramera?
—Creo que sería mejor que cerrases el pico —dijo Jack.
—Vamos, Jane. —La cogí por los hombros y tiré de ella para incorporarla. La cabeza le colgó hacia atrás, dejando al descubierto las heridas abiertas del cuello. Jane abrió entonces los ojos y levantó la cabeza—. Vamos, Jane. Vámonos de aquí.
—¿Alice? —dijo Jane, entrecerrando los ojos—. ¿Qué haces aquí?
—He venido a buscarte. —La rodeé con el brazo para levantarla, pero ella me empujó. Era mucho más débil que yo, pero no quería forzarla—. Jane, tienes que venir conmigo.
—¡No! ¡No! ¿Por qué tendría que querer irme contigo? —Jane se apartó de mí para acostarse de nuevo sobre el mugriento colchón—. Aléjate de mí. Me quedo con Jonathan.
—Ya os lo he dicho —dijo Jonathan, cruzándose de brazos.
Llevaba el pelo cortísimo, la cabeza casi rasurada, y tenía la típica barba de dos días. Era innegablemente atractivo, como lo son todos los vampiros, y juraría que lo había visto en alguna valla publicitaria anunciando ropa interior.
—¿Qué haces aquí? —dijo Jane, increíblemente furiosa porque estaba echándole a perder el asunto. Estaba despierta, pero aún no del todo en estado de alerta. Se pasó la mano por el pelo en un gesto improvisadamente sexy. Incluso sus reflejos eran seductores.
—Hemos venido a buscarte. Estábamos preocupados por ti —le dije con la máxima sinceridad posible. Le puse la mano en el brazo, pero ella me la apartó.
—¿Estábamos? —Jane forzó la vista en la oscuridad para intentar vislumbrar quién estaba conmigo y tomó impulso para incorporarse. Extendió sus esqueléticos brazos detrás de ella, sujetándose con precariedad para no derrumbarse de nuevo en la cama.
—¡Ahora resulta que al que vi meneándose delante de un tío en la pista de baile no era otro que tu hermano pequeño! Ya me lo había parecido, pero me imaginaba que aún no lo dejarías salir a ligar. —Lanzó una risotada y Milo la miró con el ceño fruncido—. Muy típico de él lo de dar el chivatazo. Estoy segura de que nada más verme corrió a contártelo, ¿a que sí?
—No es el tipo de vida que deberías llevar —dijo Milo, sonrojándose.
—Eso díselo a tu novio. —Jane soltó una nueva carcajada, un sonido hueco y cansado.
—Vamos, Jane. Ya basta. Vámonos a casa. —Me levanté de la cama y me dispuse a cogerla, aunque tuviera que llevarla en brazos.
—¡No! ¡No pienso ir contigo! —gritó Jane—. Apenas si me has dirigido la palabra desde que estás con Jack, ¿y ahora tienes las narices de condenarme por hacer exactamente lo mismo que hiciste tú?
—¡Yo jamás hice esto! —grité entonces yo—. Y si te evité al principio fue para protegerte, y después fuiste tú la que me evitaste. ¡Te llamé un millón de veces y nunca me respondiste!
—¿Y eso no te dice nada? —preguntó Jane, con una tenebrosa sonrisa—. ¡Ya no quiero ser tu amiga, Alice! ¡No es necesario que me salves de mí misma! ¡Estoy estupendamente sin ti!
—¡Tú no estás estupendamente! ¡Y no estoy salvándote de ti misma! ¡Estoy salvándote de los vampiros! —Sabía que lo que acababa de decir podía parecer una locura, pues mi intención era llevármela a una casa llena de vampiros. Jane se echó a reír ante la estupidez de mis argumentos.
Me incliné y la cogí en brazos. Jane se puso a gañir a modo de protesta, pero me la cargué sin problemas sobre el hombro. Ahora era mucho más fuerte que antes y me resultó tremendamente sencillo. Jane empezó a gritarme y a aporrearme la espalda.
—¡Suéltame, bruja imbécil! —gritaba Jane, golpeándome con todas sus fuerzas con sus diminutos puños. No me hacía ningún daño, claro está, pero no por ello cesó en su empeño.
—¿No veis que no quiere ir con vosotros? —dijo Jonathan, dando un paso hacia mí.
Jack y Milo dieron a su vez un paso hacia él y Jonathan levantó las manos en son de paz, aunque su rostro ardía de rabia. Me imagino que un lobo hambriento adoptaría una expresión similar si alguien se llevara su comida.
—¿Qué pasa? —preguntó Bobby, aterrado.
—Todo va bien —le dijo Milo con muy poco convencimiento.
—No podéis secuestrarla —dijo Jonathan.
Yo seguía sin avanzar hacia la puerta porque esperaba que Jane se apaciguara un poco, pero Jonathan tenía razón. No podía pasearme por la ciudad cargada con ella a cuestas y sin que parase de gritar y darme patadas.
—¡Suéltame! —gritó Jane. Suspiré y la dejé en el suelo. Para colmo, me arreó entonces un bofetón que me obligó a hacer un esfuerzo por recordar que era mi mejor amiga—. ¡Eres una obsesa del control! ¡Que tú seas una mojigata no significa que lo que yo haga esté mal!
—No quiero problemas, pero esta chica es mía —dijo Jonathan, intercambiando una mirada con Jack, y Jane se infló entonces como un pavo real.
Jane interpretaba equivocadamente el uso de la palabra «mía». Lo veía como algo parecido al amor, como si el vampiro la quisiese tanto que la considerara suya. Cuando lo único que implicaban sus palabras era que él había sido el primero en morderla y podía reivindicar su derecho sobre Jane hasta que se hartara de ella.
Palpó la oscuridad, buscando con el tacto a Jonathan para que la protegiese. Milo se movió para permitir que Jonathan se acercase a ella. El vampiro la rodeó con el brazo, una actitud que ella percibió como cariñosa pero que tan sólo era una demostración de propiedad.
—Hablaremos más tarde —dije por fin.
—Lo llevas claro —dijo Jane en tono sarcástico.
Milo consolaba a Bobby, que se aferraba a la puerta para resistir las ganas de salir de allí. Jack me rodeó con el brazo y salimos de la habitación.
Al irnos, miré a Jane por encima del hombro. Delgada y frágil, se sujetaba a Jonathan para no caerse. Y antes incluso de que saliéramos de allí, el vampiro le echó la cabeza hacia atrás y le hincó los dientes en el cuello. Jane gimió y el perfume de la sangre inundó acto seguido el ambiente.
Jack me abrazó con más fuerza para impedir que echara a correr hacia Jonathan y el vampiro acabara matándome. Cerró la puerta a nuestras espaldas y me arrastró por el pasillo, ante las habitaciones donde otros vampiros se alimentaban de las mejores amistades de muchas otras personas.
Pasé todo el trayecto de vuelta a casa malhumorada y mirando por la ventanilla del coche. Jack estuvo conversando conmigo para tratar de animarme, pero yo no quería saber nada de nada. No era culpa suya que Jane no hubiera querido venir a casa con nosotros, ni que los vampiros fueran unas criaturas tan horripilantes, pero era el único con quien podía ensañarme.
Cuando aparcamos en el garaje, salí del coche, cerré de un portazo y entré corriendo en la casa, no sin antes fijarme en que Milo y Bobby no habían llegado todavía.
—¡Alice! —dijo Jack, siguiéndome, aunque no por ello aminoré el paso.
Matilda nos esperaba en la puerta, pero pasé de largo ignorando su saludo. Jack se entretuvo un poco más con ella, pero sus mimos fueron rápidos para poder alcanzarme.
—Vamos, Alice. Sé que estás enfadada, pero imagino que no pensarías que ibas a plantarte allí como Batman y solventarías la situación en un abrir y cerrar de ojos, ¿no?
—No tengo ni idea de lo que pensaba —murmuré.
Me detuve al llegar a la cocina. Quería comer algo. No era que tuviera hambre, ni que me apeteciera comida humana, pero antiguamente, cuando me sentía frustrada, Milo siempre lo solucionaba preparándome alguno de sus platos. Haberme transformado en vampira era, seguramente, lo mejor que podría haberme ocurrido pues, de lo contrario, habría acabado convertida en una obesa comedora compulsiva. Olvidé mis costumbres y abrí la nevera, donde, gracias a Bobby, volvía a haber comida.
—¿Qué haces? —me preguntó Jack.
—Preparar algo de picar para Bobby.
Como en realidad nunca había mantenido una conversación con aquel niño, no tenía ni idea de sus preferencias culinarias, pero teniendo en cuenta que Mae había llenado la nevera pensando en él, cualquier cosa que hubiera sería una apuesta segura. De hecho, no había pensado prepararle nada complicado, y todo el mundo sabía que cocinar no se me daba bien, pero al menos me serviría para estar ocupada con algo.
El cajón de la verdura estaba lleno de fruta. La cogí toda, pensando que dedicarme a cortarla para preparar una macedonia me cundiría y me ayudaría a apaciguar mi rabia.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Jack, al ver que depositaba en la encimera todo aquel montón de fruta.
Negué con la cabeza e inspeccioné los cajones hasta encontrar un enorme cuchillo de carne. Como era imposible saber cuándo había sido utilizado por última vez, decidí aclararlo un poco. Después caí en la cuenta de que no había lavado previamente la fruta, de manera que la trasladé al fregadero para hacerlo.
—¿Estás enfadada conmigo? —preguntó Jack, apoyándose en la isla de la cocina. Matilda se restregó contra él para que le rascase la cabeza.
—No —dije, aunque no era del todo cierto—. Entre tú y Milo podríais haberos ocupado de ese idiota de Jonathan. Y estoy segura de que Jane habría salido del local con vosotros. Podríais haberlo conseguido de haberlo intentado.
—Tal vez —reconoció Jack.
Cogí la fruta del fregadero, pero estaba húmeda y resbaladiza y tanto las uvas como las fresas se escabullían de mis manos. Jack llegó corriendo, cogió la fruta al vuelo y me ayudó a transportarla de nuevo hasta la encimera.
—Gracias —murmuré, poco dispuesta aún a ceder en mi enfado.
—¿Qué habríamos conseguido de haber secuestrado a Jane? —dijo Jack, mirándome—. Ya viste aquel documental de la serie «Intervención» en el que hablaban de los yonquis. ¿Qué es lo que suelen decir? Que no puedes obligar al que está enganchado a que cambie, que no puede dejarlo porque otro se lo pida. Es Jane la que tiene que decidir que quiere dejarlo.
—Y entonces, ¿para qué hemos ido a la discoteca? —Empecé a cortar una pera y me di cuenta de que me temblaban las manos, pero lo ignoré. Me resultaba imposible olvidar la imagen enfermiza de Jane, lo complacida que parecía con ella.
—Pensé que a lo mejor podrías hacerla entrar en razón —dijo, encogiéndose de hombros—. Pero ahora que sabe que sigues queriéndola, hablará contigo si acaba cambiando de parecer.
—Jane nunca me hizo caso en nada, y lo sabes.
—Tal vez, pero es ella quien ha decidido llevar esa vida, y tienes que permitírselo. —Desde el otro lado de la isla, se apoyó sobre la encimera para continuar hablándome.
Por mucho que intentara fingir que las peras y los albaricoques me interesaban mucho más, mi cuerpo sentía la habitual atracción hacia Jack. Por desgracia, como humana nunca había contado con una gran coordinación, y como vampira no había mejorado mucho en ese aspecto. La presencia de Jack y mis pensamientos relacionados con Jane me distrajeron hasta tal punto, que sólo fue cuestión de tiempo que acabara cortándome.
Grité y retiré la mano. Era mi primera herida desde que me había convertido en vampira. El dolor era mucho más agudo e intenso que el que podría haber sentido como humana, pero se desvaneció al instante. El corte era profundo, me llegaba hasta el hueso del dedo índice. De no haber sido tan fuertes mis huesos, seguramente me habría rebanado el dedo por completo.
Me quedé mirándolo, viendo asombrada la sangre brotar de la herida. Era mi propia sangre, y podía olerla, caliente y curiosamente exótica.
—Hueles muy bien —dijo Jack con voz ronca.
Los extremos rosados del corte empezaban a cicatrizar delante de mis propias narices y levanté la vista hacia Jack. Sus ojos se habían vuelto traslúcidos y el latido de su corazón se aceleró. No había nada para él en el mundo más cautivador que el aroma de mi sangre, y eso no había cambiado desde que me convirtiera en inmortal.
—¿Quieres probar? —Le ofrecí la mano, consciente de lo maravilloso que era sentir que me saboreaba y de que él también se volvía loco. Me lo imaginé tirando de golpe al suelo toda la fruta de la encimera y empujándome sobre ella, besándome con pasión hasta que su boca alcanzaba mi cuello…
—¿En la cocina? —Levantó una ceja; su respiración era superficial.
Con gran esfuerzo, Jack consiguió apartar los ojos de mí y echar un vistazo a la estancia con la intención de hacerme comprender que cualquiera podría vernos. Milo y Bobby llegarían a casa en cualquier momento, y Mae y Ezra tenían que rondar por algún lado.
—Sírvete tú mismo —dije, encogiéndome de hombros, como si me diera igual y aun sabiendo que él podía escuchar perfectamente mi desbocado latido. El corte se había curado por completo y la sangre se había secado. Me llevé el dedo a la boca para limpiarlo.
—Eres horrible —dijo Jack, haciendo un gesto negativo con la cabeza y apartándose de la isla para ahuyentarme de sus pensamientos.
Milo y Bobby entraron en la cocina procedentes del garaje tan sólo unos segundos después. Se quedaron mirando la exposición de fruta de la isla, pero el rostro de Milo se contrajo en una mueca. Olisqueó el aire y me lanzó una mirada maliciosa y a la vez hambrienta.
—¿Por qué huele a sangre tuya? —preguntó Milo, lanzándole a continuación una mirada a Jack.
—Me he cortado el dedo —dije con un suspiro, y le enseñé el cuchillo todavía manchado de sangre. La encimera estaba también ligeramente salpicada, así que la limpié con un trapo.
—Alice, cómo eres —dijo Milo, poniendo los ojos en blanco y caminando hacia donde yo estaba—. ¿Quieres que lo haga yo? Además, ¿qué pretendías hacer?
—Tenía entendido que no comíais —dijo Bobby. Le cayó un mechón de pelo negro en los ojos y lo retiró en seguida. Se acercó también a la isla para inspeccionar lo que hacíamos.
—He pensado que igual tendrías hambre —dije. Milo se había puesto ya a cortar la fruta y me miró de reojo, sorprendido.
—Gracias —dijo Bobby, ruborizándose levemente. Todo el mundo daba por sentado que odiaba a Bobby, y la verdad era que no iban muy desencaminados, pero me apetecía distraerme con algo.
—Milo siempre solía prepararme platos exquisitos cuando yo llegaba a casa —dije de manera poco convincente.
Me recogí el pelo por detrás de las orejas y sorprendí a Jack sonriéndome. Él sabía muy bien que lo de preparar aquel tentempié era para estar ocupada con algo, pero se alegraba de que me mostrara amable con Bobby. A Jack le gustaba Bobby y, sin saber muy bien por qué, pensar en ello reavivó mi enfado y, con un suspiro, me apoyé en la encimera de la cocina.
—Milo es muy buen cocinero —dijo Bobby sonriéndome antes de mirar a mi hermano con adoración.
—Tenía pensado ser chef —dije.
—Y todavía puedo serlo —dijo Milo, mirándome de soslayo—. No estoy muerto. —Jack se rio ante tanta sensiblería y Milo puso los ojos en blanco—. Tengo mucho tiempo por delante para dedicarme a lo que me apetezca.
Terminó de cortar la fruta y abrió un armario para coger una bandeja. La dejó en la encimera y dispuso la fruta en ella. Bobby sonrió y cogió con delicadeza una uva, temeroso de estropear la obra maestra que acababa de crear Milo.
En aquel momento se oyó un portazo en la habitación de Mae y de Ezra, seguido de pasos rápidos y de la voz de Mae pronunciando repetidamente la palabra «no». Apareció en la cocina, estaba ojerosa. Tenía las mejillas y los ojos enrojecidos de haber llorado y llevaba sus rizos de color miel recogidos en un moño deshecho. Apretaba en la mano un pañuelo de papel y se quedó mirándonos.