11

Cuando aterrizamos en Minneapolis, Ezra había recuperado más o menos su aspecto habitual. Una versión muy apagada de él, claro está, pero como mínimo hablaba y caminaba sin mostrar ninguna mueca de dolor. Había estado tan preocupada por él, que se me había pasado por completo enviar un mensaje para anunciar que habíamos regresado. Cogimos un taxi y decidimos que, a aquellas alturas, lo mejor era darles a todos una sorpresa con nuestra llegada a casa.

Sentí el corazón tenso en cuanto el avión aterrizó. Después de días y días de padecer una sensación amortiguada de dolor provocada por la distancia, mi corazón gritaba de placer, consciente de la proximidad de Jack. Salté del taxi en cuanto se detuvo enfrente de casa.

Corrí hacia la puerta y allí apareció Jack doblando la esquina de la entrada, con los ojos azules abiertos de par en par. Estalló en una gigantesca sonrisa, me lancé a sus brazos y enlacé las manos por detrás de su cuello.

Sentí su corazón latiendo a través de mi pecho y establecí la conexión que tan dolorosamente había echado de menos. Por vez primera en lo que me parecía una eternidad volvía a sentirme completa y feliz. Cerré los ojos para contener mis lágrimas de felicidad, deseosa de poder permanecer así para siempre.

De pronto noté una tensión en la musculatura de Jack y comprendí que Peter acababa de entrar en casa. Oía como hablaban Mae y Ezra, pero Peter no decía una sola palabra.

Ni siquiera la proximidad de Peter era suficiente. Quería llenar a Jack de besos y… y, bueno, mucho más que eso. Pero no me quedaba otro remedio que soltarlo y comportarme delante de la gente. Abrí los ojos y, al mirar por encima del hombro de Jack, descubrí un nuevo problema. De pie, detrás de Jack, estaba mi hermano Milo junto a un niño al que no había visto jamás y que nos observaba con curiosidad.

Y he utilizado el término «niño» sin excesivo rigor. Parecía mayor que yo, su pelo negro le cubría la frente y su piel tenía un tono oliváceo. Era más bajito incluso que Milo cuando aún era humano, y tenía los brazos completamente tatuados; además, también se le vislumbraban tatuajes en la zona del pecho, visibles gracias a su camiseta con cuello de pico. Si la emoción del reencuentro con Jack no me hubiera distraído, me habría percatado antes de su presencia.

Sus venas latían con sangre caliente, sangre «humana». Con demora caí en la cuenta de que hacía mucho que no comía. El tiempo que había pasado últimamente rodeada de gente me había permitido mejorar mi autocontrol, pero no estaba acostumbrada a tenerlo en mi propia casa.

—¿Y ese quién es? —pregunté, soltando por fin a Jack y permitiendo que me depositara en el suelo. Milo se colocó de manera protectora delante de aquel niño, un gesto que prendió una mecha en mi interior.

—Es Bobby. —Jack me dejó en el suelo pero siguió enlazándome por la cintura, y dudo que lo hiciera simplemente porque me echaba de menos. La tensión que emanaba Peter, junto mi confusa reacción ante el tal Bobby, desestabilizaron el ambiente de la estancia—. Te hablé de él por teléfono. ¿No lo recuerdas?

—No me dijiste que era humano —dije, aspirando hondo y cruzándome de brazos.

—Tú también eras humana hace unas semanas —dijo Milo, poniendo los ojos en blanco.

Bobby asomó la cabeza por el lado de Milo y comprendí que lo que me ofendía de tal manera no era el hecho de que fuese de otra especie. Era la primera vez que Milo traía un chico a casa. Y, además, lo había hecho durante mi ausencia, era mayor que él y estaba lleno de tatuajes.

—La verdad es que poco he podido contarte, ya que no respondías ni a mis llamadas ni a mis mensajes —observó Jack con frialdad, mirando de reojo a Peter.

Peter no había soltado nuestro equipaje y permanecía en la puerta de entrada, incómodo. Matilda lo olisqueó, meneando la cola, pero no lo saludó nadie más.

El aspecto de Ezra había mejorado considerablemente, pero era evidente que todavía no se encontraba del todo bien. Mae había percibido ya el olor de los otros vampiros. Incluso yo podía olerlo, un olor malsano, rancio y desagradable. Mae le acariciaba la cara con cautela, con lágrimas en los ojos, ajena por completo al malestar creciente de su entorno.

—Pasad —dijo Milo, indicando el salón—. Ha sido un viaje muy largo. Estoy seguro de que os apetecerá relajaros un poco y contarnos los detalles más jugosos.

Milo echó a andar hacia el salón, interponiéndose con toda la intención entre Bobby y yo. Me resultaba extraño considerarme a mí misma una posible amenaza.

Jack seguía rodeándome con el brazo y recordé, encantada, que estaba con él. Le sonreí, pero él tardó en corresponderme. Su corazón latía con mucha fuerza, y eso significaba que algo había que lo inquietaba.

—Me encantaría que me pusierais al corriente de todo. Os he echado mucho de menos —dijo Mae en cuanto llegamos al salón. Me sonrió y me apretujó cariñosamente el brazo. Ezra estaba detrás de ella, con la cara ojerosa—. Pero Ezra y yo os rogamos que nos disculpéis. Ezra necesita descansar.

—Lo entiendo —dije.

Sentí los ojos de Jack clavados en mí mientras los veía marchar. La angustia de Ezra había puesto en estado de alerta a Jack por lo que pudiera haber sucedido en Finlandia. Evité su mirada, pues aún no estaba preparada para explicárselo, sobre todo delante de Milo y de su nuevo amigo.

Mi hermano se dejó caer en un mullido sillón. Bobby continuó pegado a su lado y medio se sentó en el brazo, casi en el regazo de Milo. La situación me provocó una oleada de desasosiego. Y cuando vi que Bobby le ponía la mano en el muslo, me entraron ganas de apartársela de allí de un bofetón.

—Y bien —dijo Milo—, ¿qué tal el viaje?

—Ha estado bien —dije, encogiéndome de hombros. No estaba dispuesta a soltar ni una palabra más por el momento.

Peter entró en el salón y se quedó apoyado contra la pared. Jack pasó por mi lado y se interpuso entre Peter y yo. Sabía que la situación se repetiría durante un tiempo y que era demasiado pronto para empezar a enfadarme con ellos, así que tomé asiento en el sofá.

—Ya que habéis traído de vuelta a Peter, habrá que dar por supuesto que la misión ha sido un éxito apabullante —dijo Milo, mirando a Peter con el rabillo del ojo. Sólo había coincidido con Peter en una ocasión, y el encuentro no había sido precisamente magnífico.

—Podría decirse que sí —dije.

Jack se sentó a mi lado y Peter echó un comedido vistazo a su alrededor, consiguiendo que su aspecto no demostrara felicidad ni enfado. Doblé las piernas y acerqué las rodillas a mi pecho para recostarme bajo el brazo de Jack, pero noté que él estaba excepcionalmente tenso.

Me habría encantado apaciguar sus temores, pero aquel tal Bobby que estaba sentado tan tranquilamente en el regazo de mi hermano pequeño me tenía preocupada.

—Por lo visto, has estado muy ocupado durante nuestra ausencia —dije, con la máxima indiferencia que me fue posible.

—Podría decirse así —dijo Milo riendo.

Milo compartió con el chico una de aquellas miradas tan asquerosamente dulces. Bobby se inclinó y le dio un beso en los labios. Oí como mi corazón se aceleraba y noté un nudo en el estómago, de repugnancia y de hambre, una combinación que no era nada agradable.

Lo que me resultaba tan perturbador no era el hecho de que Milo estuviera besándose con un tío. Sino el hecho de que estuviera besándose con alguien.

—Creo que me voy a la cama —dijo Peter. Miró entonces a Jack, que tensó el brazo aún más, como si esperara que Peter tratara de arrancarme de su lado—. ¿Sigue mi habitación donde estaba?

—Está exactamente igual que la dejaste —dijo Jack, tratando de no alterarse.

—Entendido —dijo Peter, que se volvió en redondo y subió a su habitación.

—Este tipo emite unas vibraciones muy siniestras —dijo Bobby, al que oía hablar por primera vez desde que lo había conocido.

Miraba fijamente el espacio vacío que había dejado Peter y sacudió la cabeza para apartarse el flequillo de los ojos. Para consolarlo, Milo le acarició la espalda y Bobby sonrió y se acomodó en el sillón a su lado. Aún es demasiado pronto para decir que ya odiaba a Bobby, ¿verdad?

—Y bien, Bobby —dije, y me sonrió con poca gracia—. ¿Eres gay? —Jack se echó a reír, lo que llenó mi cuerpo con aquella alegría que tan bien conocía. Se había relajado un poco tras la marcha de Peter.

—¡Alice! —espetó Milo, incomodísimo.

—¿Qué pasa? —le dije.

Bobby no tenía nada que pudiera dar a entender que era gay, excepto el hecho de que había besado a mi hermano. Iba vestido como el típico integrante de la tribu urbana de los scene, con vaqueros ceñidos y zapatillas deportivas. Me pareció que llevaba los ojos perfilados con delineador, aunque también era posible que simplemente tuviera las pestañas muy oscuras.

—No, no pasa nada —dijo Bobby entre risas—. Sí, soy gay.

—¿Cuántos años tienes? —pregunté con intención.

—Veinte —me respondió, y se me pusieron los pelos de punta.

Milo era un vampiro, y gracias a la rápida maduración de los de nuestra especie, aparentaba unos diecinueve. Pero en realidad tenía dieciséis recién cumplidos…, y salía con un chico de veinte. No molaba. Aunque, de hecho, lo que menos molaba es que estuviera pensando en ponerme como una moto con Jack por haber permitido que todo esto sucediera en mi ausencia. (En aquel momento, ni me había planteado que Jack había nacido unos cuarenta años atrás y yo no había cumplido siquiera los dieciocho).

—¡Has estado varios días en Finlandia, Alice! —dijo Milo exagerando al ver que mi enfado iba en aumento—. Estoy seguro de que tienes cosas mucho más apasionantes que hacer que interrogar a mi novio.

¿«Novio»? ¿Ya lo llamaba así? Yo había tardado meses en empezar a referirme a Jack como mi novio. De hecho, creo que ni siquiera ahora utilizaría esa palabra en una conversación. Me sonaría muy extraño relacionarla con Jack. Cuando has superado los veinticinco, o cuando has dejado de ser humano, la palabra «novio» ya no encaja en absoluto.

—Sí. ¿Qué pasó en Finlandia? —dijo Jack, volviéndose hacia mí.

—Demasiadas cosas como para explicarlas ahora —dije, evitando el tema.

—¿En serio? —Jack enarcó una ceja—. ¿Es eso lo que me das? ¿Después de todas estos días? ¿Te parece normal llegar a casa y decir que han sido demasiadas cosas como para empezar a contármelas ahora?

—Es que no quiero preocuparte sin necesidad.

—¡Has estado en Finlandia con Peter! ¡Y no respondías a mis llamadas! —Jack estaba gritando—. ¡Me has tenido preocupado todo este tiempo y no parecía importarte!

—Por supuesto que me importaba —dije, apartándome de él—. No he dejado de pensar en ti ni un minuto. Pero sabía que, si te contaba cualquier cosa, vendrías corriendo y te matarían.

—¿Que me matarían? —Se volvió hacia mí para mirarme a la cara y su expresión se volvió más seria si cabía—. ¿En qué demonios has estado metida, Alice? ¿Qué le pasó a Ezra?

—Eso, ¿a qué se debe su aspecto? —dijo Milo, una pregunta que sólo servía para echar más leña al fuego.

—Es demasiado complicado —dije, negando con la cabeza, temerosa de que si le explicaba a Jack todo lo sucedido pudiera… no sé… gritarme mucho y enfrentarse a Peter y a Ezra.

—Sé que estuvisteis con licanos. Imagino que ellos tenían a Peter. —Jack se mordió el labio, sin dejar de mirarme—. Habría ido en cuanto me lo hubieras pedido, pero… —De haber estado Jack allí, la situación habría sido mucho peor, y creo que era consciente de ello.

—¿Licanos? —Milo se enderezó repentinamente en el sillón y Bobby estuvo a punto de caer al suelo—. ¿Te refieres a hombres lobo?

—No exactamente —dije, con un suspiro—. Nada que ver con hombres lobo, en realidad. No son más que vampiros que viven en el bosque. Iban a por Peter, pero Ezra realizó un intercambio con ellos y luego volvimos a casa. Fin de la historia. Hemos pasado la mayor parte del viaje buscando a Peter.

—¿En qué consistió ese intercambio? —preguntó Milo, pero por la expresión de Jack me di cuenta de que él ya lo había captado.

—¿Y Peter permitió que lo hiciese? —musitó Jack.

—No tuvo otra elección. Ezra… hizo lo que tenía que hacer —dije, tratando de explicarme lo mejor posible.

—¿De qué estáis hablando? ¿Qué pasó? —preguntó Milo.

—Nada. No tiene importancia —dije. Jack me miraba fijamente; sus ojos azules rebosaban de angustia—. A mí no me pasó nada, ¿entendido? Apenas salí de la habitación del hotel. Nadie intentó hacerme daño y no me metí en ninguna pelea. Todo fue bien. De verdad.

Jack no estaba convencido del todo, pero me abrazó de nuevo y me acurruqué contra él. Milo estaba perplejo, pero dejó pasar el tema.

Milo tampoco había salido nunca de la región y me presionó para que le diera más detalles sobre mi experiencia como viajera. Le conté lo poco que había podido ver y el miedo que había pasado en el avión.

Cuando Bobby empezó a quedarse dormido, Milo decidió que había llegado la hora de disculparse e irse a la cama. Cogió a Bobby en brazos y lo subió a la habitación de los dos. Me quedé boquiabierta. Teníamos que mantener una larguísima conversación sobre todo aquel asunto en cuanto se presentara la oportunidad.

Me habría encantado pasar un rato con Jack poniéndonos al día, pero el viaje me había dejado agotada. Estar lejos de casa era mucho más duro de lo que me imaginaba. Jack quería irse a la cama conmigo y, aun a pesar de lo exhausta que estaba, habría accedido gustosa.

Excepto que sabía que el único motivo de su insistencia era que Peter había dormido a mi lado, y por ello me negué a que su paranoia pasara a controlar nuestra relación. Tenía que acostumbrarse a la presencia de Peter y yo necesitaba descansar un poco antes de intentar estar a solas con Jack.

Jack me acompañó hasta su habitación y me dio un beso en la frente antes de volver a bajar para dormir en el estudio. Me acurruqué en su cama y me quedé dormida casi de inmediato sobre aquel amasijo de sábanas. Estar de nuevo en casa era maravilloso.

Cuando me desperté, tuve una sensación instantánea de alivio al encontrarme en mi propia cama. No había nada mejor que aquello después de un largo viaje. Bueno, casi nada.

Me desperecé para desentumecer mis miembros. El encuentro con Jack había sido desilusionante. Había permitido que el novio de mi hermano y la preocupación de Jack por lo que pudiera haber sucedido en Finlandia distrajeran mi atención. Debía tener una larga conversación con Milo acerca del tal Bobby, aunque en aquel momento había necesidades más apremiantes.

Junto a aquella sensación de sed tan familiar que ardía en mi interior, sentía un deseo desesperado de Jack. La combinación de jet lag y estrés me habían generado un sabor agridulce y no le había demostrado lo suficiente cuánto me alegraba de volver a estar a su lado. Tenía que rectificar aquello en seguida.

Al salir al pasillo olí a Bobby. O mejor: el aroma dulce y delicioso de la sangre caliente que corría por sus venas. Su corazón latía acelerado, como el de un conejo asustado.

Me puse tensa, pensando que corría algún tipo de peligro, pero en seguida caí en la cuenta de que simplemente debía de estar excitado. Un gemido de placer y una carcajada gutural de Milo confirmaron mi intuición. Noté el estómago tenso, embargado por una mezcla de náusea y ansiedad sólo de pensar lo que estaría haciendo Milo en la habitación contigua a la mía.

Era del todo imperdonable que hubiera iniciado su vida sexual antes que yo. La «conversación» empezaba a hacerse inminente, pero no quería entrar e interrumpir lo que fuera que estuvieran haciendo para echarles el sermón.

Justo en aquel momento se abrió la puerta de la habitación de Peter y di un brinco, sobresaltada. Había colaborado en su regreso a casa, pero seguía sorprendiéndome ver su habitación ocupada. Llevaba mucho tiempo cerrada, como si fuera el santuario de un ser querido que hubiera fallecido, aunque la situación fuese exactamente la contraria.

—Oh, hola —dijo Peter, saludándome con un ademán.

—Hola —respondí. Nos quedamos el uno frente al otro, mirándonos incómodos, por lo que di por sentado que debía iniciar una conversación—. ¿Has dormido bien? Reencontrarse con tu propia cama es estupendo.

—Sí que lo es. —Peter movió de nuevo la cabeza y cambió de posición.

—¡Vaya, ya os habéis levantado! —anunció clamorosamente Jack desde la planta baja, echando a correr por la escalera hacia nosotros. Se alegraba de verme, pero el brazo que me pasó por encima del hombro estaba demasiado tenso como para ser algo más que una demostración de posesividad—. ¡Creía que pensabais pasaros el día durmiendo!

—Lo siento. Supongo que tenía sueño que recuperar —dije, sonriéndole. Me estaba haciendo daño en el hombro.

—Bueno, creo que… me voy —dijo Peter. Dio media vuelta y bajó la escalera, ignorando la mirada de Jack.

En cuanto Peter se perdió de vista, me deshice del abrazo de Jack. Me resultaba raro despegarme de él, pero sus celos no me gustaban. Jack se dio cuenta entonces de lo que estaba haciendo y su expresión cambió para convertirse en la de un niño sorprendido hurgando en la caja de las galletas. Hundió las manos en los bolsillos y me miró con aire de disculpa.

—Lo siento —dijo, encogiéndose de hombros—. Tengo que acostumbrarme a todo esto. Tú ya has tenido tiempo para volver a adaptarte a Peter, pero ten en cuenta que la última vez que lo vi… —Se estremeció y apartó la vista. No estoy muy segura de lo que pensaba, pero sin lugar a dudas en sus pensamientos aparecía Peter besándome o intentando matarlo.

—No pasa nada —dije, posando mi mano en su pecho. Su musculatura era cálida y fuerte, y su corazón latía muy despacio. Me incliné hacia él, dispuesta a darle el beso que desde hacía tanto tiempo deseaba darle, pero un nuevo olor distrajo por completo mi atención.

Sabía que, en el otro extremo del pasillo, Milo acababa de alimentarse de Bobby, y el aroma de aquella sangre resultaba tan potente y embriagador que la boca se me hizo agua al instante. No era que me rugiese el estómago, pero de repente estaba muerta de hambre. El latido del corazón de Bobby se aceleró todavía más y la asociación de aquel sonido con el olor se hizo irresistible. Estaba acalorada y sólo podía percibir, escuchar y pensar en sangre, y en lo desesperadamente que la necesitaba.

El deseo de sangre se había apoderado por completo de mí.