9
Había dejado el móvil sobre la mesita de noche y empezó a sonar en aquel preciso momento. Los dos conocíamos el tono y Peter miró de reojo el teléfono con cara de asco. Era Jack, y no me apetecía responder porque en realidad no tenía nada que contarle que pudiera tranquilizarlo.
—¿No piensas responder? —me preguntó Peter.
—Ahora no. Estoy ocupada.
—¿No te controla como si fueses su marioneta? —preguntó maliciosamente en cuanto el teléfono dejó de sonar.
—¿Te refieres a como lo hacías tú? —Le lancé una mirada asesina, pero él me miró a los ojos, sin alterarse.
—Sí, a eso me refiero —dijo, asintiendo—. Antes, si hubiera sido yo quien hubiera llamado, habrías respondido, independientemente de lo que estuvieras haciendo. No sé, me parece extraño que estando vinculados…
—¿Que aún sea capaz de pensar por mí misma? —Levanté una ceja—. Sí, puedo hacerlo. Y también podía mientras estuve ligada a ti, si no nunca habría podido estar con Jack. —Me lanzó una nueva mirada abrasadora—. Aunque creía que habías dicho que en realidad nunca estuvimos vinculados.
—No sé qué pensar.
—¿Por qué viniste aquí? —pregunté con delicadeza, intentando hablar en serio con él—. Si no fue por lo que sucedió…
—Por supuesto que fue por lo que sucedió —dijo con un suspiro—. Por supuesto que fue por ti. —Se quedó mirándome, con la mirada insegura y completamente transparente—. ¿Es eso lo que querías oír?
—No quiero nada de ti excepto la verdad.
—Contigo todo ha sido siempre muy complicado. —Peter se pasó la mano por el pelo, que tenía un aspecto asombrosamente sedoso después de la ducha.
Se mordió el labio y miró mi cama vacía. Habría seguido hablando de no ser porque el teléfono volvió a sonar y decidí que tenía que hacer algo al respecto. Si Jack me llamaba con tanta insistencia significaba que necesitaba alguna cosa. O que algo iba mal. Fuera lo que fuese, no me sentía bien dejándolo sonar y sin responder.
—Tendría que cogerlo.
—No permitas que yo te lo impida —dijo Peter, aunque su expresión se había vuelto glacial.
Oí los gritos de ansiedad de Jack tan sólo rozar la tecla para responder al teléfono.
—¡¿Qué demonios hacías, Alice?! ¡¿Qué pasa?! ¡Llevo días intentando localizarte!
—He estado ocupada, Jack —dije, intentando parecer enfadada. Mi corazón se moría por él, pero con Peter sentado detrás de mí no quería demostrarlo—. Hemos estado buscando a Peter. ¿Lo recuerdas?
—¿Y por qué no podías llamar? ¿O responder a mis mensajes? ¿O hacerme saber de algún modo que sigues viva? —preguntó Jack.
—Lo siento —dije, reprimiendo las lágrimas, y Peter se levantó de la cama—. ¿Adónde vas?
—¿Qué? No voy a ningún lado —dijo Jack, perplejo.
—No, tú no —le dije, haciéndole un ademán a Peter—. ¿Qué haces?
—Ir al baño. ¿Te parece bien? —Peter intentaba hacer una gracia, pero sabía que estaba consternado.
—Sí. Pero no salgas de la habitación, ¿de acuerdo? —No me fiaba de que pudiera escaparse.
—Lo que tú digas. —Peter me dijo adiós con la mano y entró en el baño. Al cabo de unos segundos, oí el agua correr, un sonido que no le permitiría seguir oyendo mi conversación con Jack.
—¿Quién es? —La voz de Jack se había vuelto gélida, pues sabía perfectamente de quién se trataba.
—Peter. —Me senté en la cama, agradecida por aquellos momentos de privacidad.
—¡¿Lo habéis encontrado?! —gritó Jack con incredulidad—. ¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Por qué seguís ahí? ¿Cuándo volvéis a casa? ¿Estás bien? ¿Has sufrido algún daño?
—Estoy bien, y él también está bien. —Estuve tentada de decirle que Ezra estaba bien, pero no sabía si en aquel momento eso sería cierto—. Lo encontramos justo anoche. Necesitaba descansar, y ahora estamos acabando de zanjar algunos temas. Pronto nos iremos de aquí.
—¿A qué temas te refieres? —preguntó Jack—. ¿Por qué no cogéis el próximo vuelo?
—Peter está en baja forma todavía. Necesita más tiempo para recuperarse. Lo ha pasado mal.
—Tenía entendido que esa era precisamente la idea. Que por eso fue allí. —Jack intentaba mantener su voz bajo control, pero me di cuenta de que le fallaba un poco. Por muy enfadado que estuviera con Peter, no era de los que suelen odiar a nadie.
—Pronto estaremos en casa. Ya no tienes por qué seguir preocupándote. —Me dolió decirle eso. Sabía que había bastantes probabilidades de que no saliéramos de allí con vida, pero no podía decírselo a Jack. De modo que le mentí y se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Más te vale que sea así —dijo Jack—. Esto de aquí es de locos.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—A tu hermano y a Bobby.
—¿Quién es Bobby?
—Es… no lo sé. Ya te lo explicará Milo cuando vuelvas a casa —respondió Jack con vaguedad—. Lo único que sé con certeza es que anda siempre rondando por aquí.
—¿Siempre? —pregunté—. ¡Si sólo llevo diez días fuera!
—Pues aquí han sido diez días de auténtica locura —dijo Jack—. Bobby apareció justo el día después de que os marcharais. De modo que sí: la cosa está movidita.
—No entiendo nada.
—Ya lo verás cuando vuelvas a casa —dijo Jack—. Así tendrás un incentivo para regresar antes. Por si yo no era incentivo suficiente.
—Sí, claro, como si no supieras que no lo eres —dije riendo con tristeza. Reír de sus chistes tontos me provocaba ganas de llorar.
En cuanto colgué, llamé a la puerta del baño para que Peter supiera que la conversación había terminado. Salió un minuto más tarde. Estaba mucho más apagado, de modo que casi no nos dijimos nada más.
Me duché y me vestí y, una vez terminado eso, poco más podía hacer. Peter se había tendido en la cama con las manos entrelazadas por detrás de la cabeza y miraba al techo. Yo deambulaba de un lado a otro de la habitación y, de vez en cuando, asomaba la nariz entre las cortinas para mirar al exterior.
Esperábamos el regreso de Ezra.
El sol se filtraba entre las cortinas y eso me daba pánico. Los licanos eran más estrictos incluso que nosotros en lo que a las costumbres nocturnas se refería, por lo que parecía poco probable que la discusión continuase a plena luz del día. Si Ezra no aparecía pronto, era probable que no volviéramos a verlo jamás.
—Todavía no ha vuelto —dije, mirando por entre la cortina. Un rayo de cálida luz solar entró en la habitación, abrasando mi extremadamente sensible retina, así que volví a cerrarla. Miré a mis espaldas. Peter seguía acostado en la cama, inmóvil, en la misma postura en la que había pasado toda la noche—. ¿Peter?
—Ya sé que todavía no ha vuelto, Alice.
—¿No crees que deberíamos hacer algo? —le dije, casi echando chispas por los ojos. Quedarse acostado en la cama no me parecía la respuesta adecuada para la situación en la que nos encontrábamos.
—Estoy pensando. —Cerró los ojos, como si con ello pudiera aislarse de mi voz.
—¡Llevas todo el día pensando! Sabíamos que cabía la posibilidad de que Ezra no regresara, y es evidente que no va a…
—¡He estado pensando, Alice!
—¡Pues…, pues deberías compartir tus pensamientos conmigo! —Me crucé de brazos—. Podría ayudarte.
—¿Te refieres a ayudarme subrayando lo evidente y mirando a través de la cortina? —Se incorporó hasta quedar sentado y dejó colgar las piernas por el lateral de la cama.
—¡No sé qué más hacer! —Me sentía impotente y a punto de romper a llorar, y aquella sensación no me gustaba en absoluto. Respiré hondo, me retiré el pelo por detrás de las orejas y decidí volver a empezar—. ¿A qué conclusión has llegado?
—A nada útil. No le veo salida a nada. —Suspiró y murmuró a continuación para sus adentros—: Supongo que fue por eso por lo que te trajo.
—Pero ¿de qué hablas? —Me puse tensa, como si acabara de insultarme.
—Ezra te ha traído con él porque sabía lo tremendamente inútil que serías —se explicó Peter—. Y llevo el día entero dándole vueltas, preguntándome qué hacer cuando finalmente llegue el momento.
—¿Qué? —dije, inundada por una dolorosa sensación de inutilidad.
—Si salgo a buscar a Ezra y te llevo conmigo, te matarán. Si te dejo aquí, seguirán luego la pista de mi olor y te matarán. Si te llevo al aeropuerto para que te largues de aquí, lo más seguro es que acabes haciendo algo terrible por culpa de tu ansia de sangre y que acaben matándote. ¡No puedo hacer otra cosa que quedarme aquí y hacerte de niñera! —refunfuñó Peter.
—Yo no… —empecé a murmurar mi protesta, dispuesta a decirle que yo no necesitaba ninguna niñera, pero me di cuenta de que todo lo que acababa de decir era cierto. Después de que aquella punzada inicial de dolor se amortiguara, se me ocurrió algo más extraño si cabía, sobre todo teniendo en cuenta cómo acababa de hablarme Peter—. ¿Y a ti qué más te da si yo muero? ¿Qué importa? Salgamos de aquí y machaquémoslos.
—Como si tú pudieras machacarlos —dijo, con una carcajada hueca—. Lo único que conseguirías sería entorpecerme.
—Tal vez —reconocí—. Pero eso que dices… o que piensas… Si Ezra no vuelve y vienen a por nosotros… ¿Por qué no eres tú quien va? Yo no quiero entorpecer tu lucha. Y será mejor eso que quedarnos aquí los dos esperando la muerte.
Su expresión cambió instantáneamente y cobró un aspecto desconocido para mí. Tardé un rato en darme cuenta de que estaba preocupado por mí. Jamás me había mirado de aquella manera, ni siquiera mientras estábamos vinculados.
—Ese plan es imbécil —dijo, negando con la cabeza.
—Es más o menos tu plan —dije.
—No pienso dejarte aquí.
—Pero si estás diciendo que me matarán de todos modos. De esta manera, como mínimo, tendrás la oportunidad de dar algún que otro buen puñetazo, de eliminar a alguno de los cabrones que… —Me interrumpí antes de mencionar la posibilidad de que Ezra estuviera muerto. Decirlo en voz alta era horroroso.
—Estarías completamente desprotegida. No tendrías ni la más mínima posibilidad. —Volvió a realizar un gesto negativo con la cabeza, como si estuviera harto ya de aquella conversación, y se levantó.
—¿Y qué? Si mal no recuerdo, estuviste a punto de matarme en una ocasión… ¿Y ahora pretendes convertirte de repente en mi guardaespaldas? —Arrugué la nariz ante tanta hipocresía.
—¡Oh, maldita sea! —Peter puso los ojos en blanco—. ¡Estoy harto de que me eches eso en cara! ¡Lo hice porque te amaba, Alice! —Y de inmediato se arrepintió de lo que había dicho y apartó la vista.
—Sí, claro, ¡una forma muy sana de expresar el amor! ¡Matando a otra persona! —Lo dije expresamente para provocar su reacción. Si la única posibilidad de poner en marcha una misión de rescate consistía en que Peter se fuera sin mi compañía, tendría que cabrearlo lo bastante como para me dejara allí sola.
—¡Yo nunca intenté matarte! ¡Estaba intentando matarme a mí mismo! —Se frotó los ojos. Me dio la impresión de que había hablado demasiado y ya no sabía cómo dar marcha atrás—. Jack estaba en la casa. Sabía que sintonizaba con tu corazón. Cuando te agarré en la cocina, entró corriendo para salvarte. Pensé que si me descubría dejándote sin vida, mordiéndote, no dudaría ni un instante en matarme. —Soltó aire, agotado—. Sabía que sería mucho mejor pareja para ti de lo que pudiera serlo yo, y no le veía otra salida.
Estaba tan pasmada que era incapaz de decir nada. Siempre había sospechado que Peter me odiaba. Y sin embargo resultaba que me quería tanto que había planeado incluso morir para que yo pudiera ser feliz. El corazón me latía dolorosamente en el pecho e intenté pensar en algo con que replicarle.
—Deja ya de mirarme de esa manera —me espetó Peter cuando por fin volvió a mirarme a los ojos—. No sé por qué te sorprende tanto que yo no quisiera tu muerte. ¿De verdad piensas que Ezra estaría tan dispuesto a sacrificarse por mí si yo fuera un psicópata?
—Lo siento mucho, Peter —susurré, incapaz de reunir la fuerza necesaria para hablar en voz alta.
—¡Para! —repitió Peter—. ¡El que está ahí fuera es Ezra! ¡Tenemos que preocuparnos por él, no por nosotros! ¡Porque ni siquiera existe un «nosotros» por el que preocuparnos!
—Tienes razón —dije. Moví la cabeza de un lado a otro para apartar de mí cualquier pensamiento confuso que pudiera albergar con relación a Peter.
Pero era difícil. Aquello cambiaba por completo mi forma de pensar respecto a todo. El único hecho que me había dado luz verde durante todo el tiempo que había estado tonteando con Jack, enamorándome de él, había sido que Peter había intentado matarme.
Pero ahora que lo veía como un intento de suicidio por su parte, que me quería tanto que había estado dispuesto a renunciar a todo por mí… Habíamos estado vinculados, Peter me había amado de verdad, y yo, en cambio, me había largado con su hermano.
Peter no decía nada, yo tampoco. No estaba segura de si él estaba intentando elaborar otro plan, pero yo era incapaz de hacerlo. Por mucho que una parte de mí lo intentara, tenía la sensación de que me había quedado vacía por dentro.
En aquel momento, un ruido sordo en la puerta de la habitación interrumpió mis pensamientos. No era como si alguien estuviera llamando, sino como si algún objeto hubiera golpeado la puerta. Miré a Peter, que estaba ya con los ojos clavados en la entrada. Se colocó delante de mí, por si acaso aquello era un anuncio de la irrupción de los licanos.
Y cuando la puerta se abrió lentamente, lo que vimos fue algo casi igual de terrible.