7
Vi al licano bajo la luz de la luna. Estaba a varios metros de distancia de nosotros y se acercaba con los brazos levantados, en señal de rendición.
Era Leif, el de aspecto bondadoso y grandes ojos castaños. Iba vestido igual que el otro día, pero sus ropajes estaban aún más sucios si cabía. Ezra, por otro lado, iba excesivamente acicalado para una excursión nocturna, con un jersey negro de cuello alto de cachemira. En muchos sentidos, Ezra parecía pertenecer a una especie completamente distinta a la de Leif.
—He venido solo —anunció Leif acercándose a nosotros.
Se detuvo a escasos metros de distancia, mucho más cerca de lo que a mí me habría gustado. Ezra se colocó de tal modo que me protegía con su cuerpo.
—He venido solo. Sé que no os fiáis de mí, pero es la verdad —dijo Leif.
Su acento parecía norteamericano, canadiense quizá. Se retiró un grueso mechón de cabello de la frente y se mordió el labio. Empezó a recorrernos con la mirada, sin saber muy bien dónde fijar la vista, hasta que levantó los ojos en dirección a la luna.
—Están en Suecia, cazando —prosiguió Leif—. Dodge estaba convencido de que os habíamos asustado y por eso se fueron.
—¿Y tú no? —preguntó Ezra, en una postura cada vez más rígida. Leif se encogió de hombros a modo de respuesta y bajó la vista—. ¿Por eso te has quedado? ¿Para ver si volvíamos?
—Tal vez —dijo Leif, aunque añadió rápidamente—: Pero no por lo que estás pensando.
—No puedes saber lo que yo pienso —dijo Ezra sin alterarse.
Leif se movió con cierta incomodidad y volvió a mirar la luna. Se rascó el brazo, como si quisiese decir alguna cosa y no lograra encontrar las palabras adecuadas.
—Buscáis a Peter, ¿verdad? —preguntó Leif, y me agarroté—. No he salido en su busca. Él mató a mi hermano, pero fue en defensa propia. Krist tenía muy mal genio y…
»Peter no tenía nada que hacer aquí —continuó Leif—. Quería “ponerse a prueba” para acceder a la manada, pero las cosas no funcionan así. Gunnar lo hizo pasar por diversos retos, y Krist era uno de ellos. Lo que no esperaban era que Peter los superara… —Parecía como si quisiese disculparse, tenía una mirada sincera en sus ojos—. Lo que le hicieron no fue justo. Lo que siguen haciéndole.
—¿Siguen? —El miedo que daba a entender la voz de Ezra me obligó a esbozar una mueca de dolor.
Mi cabeza era un hervidero de imágenes, y Ezra había visto cosas mucho peores que yo. Sabía lo terribles que podían llegar a ser las torturas para un vampiro.
—Está vivo. Y está bien. —La voz de Leif se quebró al pronunciar esa última palabra.
—¿Qué le están haciendo? ¿Dónde está? —preguntó Ezra con un gruñido grave, y Leif se encogió. Cualquier intención de hacer creer a los licanos que íbamos a someternos a ellos se había acabado.
No me parecía que espantar a Leif fuera a beneficiarnos en algo, de modo que sujeté a Ezra por el brazo para contenerlo. Respondió a mi acción a regañadientes y dio un paso atrás. Leif asintió valorando el gesto y se enderezó.
—No lo sé exactamente —dijo—. Se han dedicado a cazarlo.
—¿Está en Suecia? —pregunté, levantando una ceja.
—No, sigue aquí —respondió Leif—. Es la manada la que está en Suecia.
—No lo entiendo. ¿Y por qué sigue Peter aquí? Si los demás se han ido, ¿por qué no ha vuelto él a casa? —pregunté, y Leif y Ezra intercambiaron una mirada—. ¿Qué pasa? ¿Por qué no se ha ido Peter? —pregunté mirando a Ezra, al ver que Leif no me respondía.
—Por nosotros —dijo Ezra con una voz poco clara—. Si se va, la manada le seguirá el rastro y los conducirá hasta nosotros.
—Si tan buenos son siguiendo pistas, ¿por qué no lo han matado aún? —pregunté, ignorando las implicaciones.
Si eran capaces de seguirlo hasta el otro lado del Atlántico, no entendía cómo les era imposible localizar a un vampiro en su propio territorio. ¿Por qué dejarlo con vida, sobre todo después de tanto tiempo?
—Les gusta jugar con la comida —dijo Ezra, y Leif bajó la vista—. Quieren que espere muerto de miedo, preguntándose constantemente cuándo será atacado, sobresaltándose al más mínimo ruido. Al final, o se vuelve loco o regresa a casa, lo que ya es un premio en sí mismo.
—Pero ¿de qué hablas? —pregunté, y la sensación de náusea era cada vez más apremiante.
—¿Por qué no se lo explicas? —le gruñó Ezra a Leif.
—No tengo ninguna intención de hacerlo. —Leif parecía avergonzado—. Comprenderás que, contándoos todo esto, estoy poniéndome en peligro.
—No hiciste nada para impedirlo, ¿verdad? —dijo Ezra, dando unos pasos hacia él. Esta vez, Leif no retrocedió—. No nos habrías dicho nada de no habernos visto.
—¡No pude impedirlo! No puedo actuar en su contra —replicó Leif, negando con la cabeza—. Es mi manada. Y Peter es un estúpido, un arrogante…
Leif se rascó la nuca y Ezra suspiró, reprimiendo sus deseos de abalanzarse contra él. Independientemente de lo que Leif hubiera o no hubiera hecho, era evidente que en esos momentos estaba intentando ayudar. Si queríamos encontrar a Peter, Leif era nuestra mejor apuesta.
—Sigo sin comprender qué pretendéis manteniendo a Peter con vida —dije.
—Peter desea la muerte, de lo contrario no estaría aquí —argumentó Leif—. Matarlo habría significado darle ese placer, y lo que ellos quieren es que sufra. Lo harán convertirse en espectador de la muerte de todo lo que él quiere. Ese será su auténtico castigo. Incluso podría darse el caso de que Gunnar no acabara matándolo al final, porque a veces vivir eternamente es mucho peor.
Jack, Milo y Mae estaban en casa, solos, desprotegidos. Ezra y Peter estaban allí, a miles de kilómetros de distancia. Un escalofrío gélido recorrió mi cuerpo.
—¿Estás seguro de que tu manada está en Suecia? —pregunté, y oí que me temblaba la voz—. ¿De que no han ido a otro sitio? —Ezra comprendió adónde pretendía ir a parar y miró a Leif entornando los ojos.
—Sí, estoy seguro. —Leif estaba confuso, pero en seguida cayó en la cuenta—. ¡No! No se les ocurrió que vosotros dos tuvierais algo que ver con Peter. Si se les hubiera ocurrido, ya os habrían matado y habrían abandonado vuestros cuerpos con la intención de que él los descubriera.
—Tenemos que salir de aquí —dije. Aun en el caso de que Leif nos estuviera diciendo la verdad, se me había metido aquella idea en la cabeza y estaba desesperada por hablar con Jack, por saber que se encontraba a salvo.
—¿Dónde está Peter? —preguntó Ezra.
—Puedo decirte la zona en la que se encuentra, pero no puedo llevarte hasta allí —dijo Leif—. Descubrirían mi olor junto al vuestro y sabrían que os he guiado hasta él.
—¿Dónde está? —repitió Ezra.
—Aproximadamente a un kilómetro y medio de aquí, hacia el este, pasado un pequeño lago. Se esconde en una cueva subterránea. —Leif señaló en la dirección que acababa de indicarnos, la dirección de donde veníamos.
Sin esperar un segundo, Ezra echó a correr en busca de Peter. Sabía que tenía que darme prisa para alcanzarlo, pero me detuve un momento. Leif parecía tan compungido y desamparado, que no pude evitar sentirme atraída hacia él.
No fue hasta aquel instante, cuando me fijé de verdad en él, que me di cuenta de qué era lo que tanto me gustaba de Leif. Sus ojos eran iguales que los de mi hermano.
—Gracias —le dije con sinceridad.
—Vete. Ve a por él. Lárgate de aquí.
Ezra se había convertido ya en una mancha borrosa que corría entre los árboles. Su sentido de la orientación era mucho mejor que el mío, así que no me quedaba otro remedio que seguir su ritmo.
Había hecho grandes avances en cuanto a elegancia se refiere, pero era imposible mantenerla a aquella velocidad. Resbalaba y tropezaba prácticamente con todo y me golpeé varias veces la cabeza con las ramas. Cuando llegué al pequeño lago, estaba cubierta de nieve y agujas de pino.
Ezra se paró en seco, y no lo vi hasta que fue demasiado tarde. Resbalé sobre el hielo y me estampé contra él: fue como darme contra una pared de ladrillo. Reboté en su espalda y acabé cayendo al suelo. En seguida me puse en cuclillas, dispuesta a incorporarme, pero entonces vislumbré algo entre las piernas de Ezra que me dejó paralizada.
Sus ojos eran inconfundibles, pero parecían más verdes incluso de lo que recordaba. Peter estaba a escasos metros de Ezra, con aspecto tiñoso. Su pelo castaño le llegaba a los hombros, había crecido varios centímetros en el transcurso de las últimas semanas. Una barba incipiente cubría su cara. Su ropa estaba sucia y harapienta, y eso que Peter siempre se había sentido muy orgulloso de su aspecto.
Pero, por mucho que me hubiera imaginado que la sensación iba a ser distinta, seguía resultándome atractivo. Y es que era guapo de verdad, un hecho que nada tenía que ver con que hubiera estado vinculada a él.
Me quedé a la espera de experimentar aquella atracción tan intensa que siempre había sentido al verlo. Pero no pasó nada. Ni siquiera cuando nuestras miradas se encontraron por un instante tuve que recordarme que debía seguir respirando. Peter había dejado de cautivarme.
—¿Por qué la has traído? —le preguntó Peter a Ezra, aunque no con aquel tono de repugnancia y desprecio que intentaba mantener hacia mí. Parecía nervioso y preocupado, más bien.
—Insistió en venir —dijo Ezra.
Una extraña tensión hervía entre ellos. Me había imaginado que Ezra llegaría y le diría: «Ya está bien, Peter, ya es suficiente, volvamos a casa», pero seguía sin decir nada. Me daba casi la impresión de que Peter le daba miedo.
Me levanté y me sacudí. No me parecía bien continuar escondiéndome agazapada detrás de Ezra.
—No puede luchar contra ellos —argumentó Peter. Cuando me planté junto a Ezra, evitó mirarme.
—No estamos aquí para luchar —dijo Ezra.
—¿Habéis venido entonces a morir? —Bajo la luz de la luna, Peter era una figura dolorida y pálida. Sus palabras resonaron en el bosque. En algún lugar ululó una lechuza antes de emprender el vuelo; su sonido me produjo un escalofrío.
—Peter —dijo Ezra, dispuesto a razonar con él, aunque Peter no estaba por la labor.
—Me cuesta creer que hayas hecho esto. Me he quedado aquí, he pasado por todo esto, para mantenerlos alejados de vosotros. ¡Van a matarte, Ezra! ¿No lo entiendes? ¡Os van a matar: a ti, a Alice y a todos! —Peter deambulaba de un lado a otro y había empezado a aclarar aquel lío.
—Nadie va a matar a nadie. —La imperturbable voz de barítono de Ezra dominó todo lo demás.
—Tú no sabes cómo son. —El tono suplicante de Peter era casi un gimoteo—. ¡Hace mucho que no los ves en acción!
—Llevamos días aquí, inspeccionando el territorio licano en tu busca, dejando nuestro olor por todas partes. Ya hemos echado por tierra tus intentos de inmolación. Volvamos al hotel. Así podrás asearte. Luego pensaremos la manera de salir de este embrollo —dijo Ezra.
Peter refunfuñó, pero más por la estupidez de Ezra que por la idea de acompañarnos al hotel. Se pasó la mano por el pelo sucio y examinó el bosque.
—Seguramente no conseguiremos ni llegar al coche —dijo Peter por fin.
—Los licanos están en Suecia. Disponemos de unos cuantos días para solucionar el asunto. —Ezra dio un paso atrás y señaló el camino de regreso.
—Vamos —dije, dirigiéndome a Peter por primera vez desde aquel beso, desde que había dejado de ser mortal—. Ven con nosotros.
Peter se quedó mirándome, recorriéndome con los ojos como hacía antes. Ya no estaba enamorada de él pero, aun así, su escrutinio me hizo ruborizar. Bajé la vista.
Asintió por fin y, al ritmo que Ezra fue marcando, nos siguió hasta el Range Rover. Durante el largo y silencioso camino de regreso, noté constantemente los ojos de Peter posados en mí, pero intenté ignorarlos.