6

Las salpicaduras del río se oyeron en ese preciso instante justo delante de donde nos encontrábamos. Y vi a un hombre, salido literalmente de la nada, saltar al río. Cuando las negras aguas se apaciguaron, las luces verdosas de la aurora boreal me permitieron verlo bien.

Iba sin camisa y sus brazos eran tremendamente musculosos. Llevaba el pelo, totalmente negro, recogido por detrás de las orejas y era muy atractivo. Sus ojos oscuros resultaban inquietantes.

Nos miraba fijamente y el corazón empezó a latirme con fuerza. Estaba a punto de decir alguna cosa para romper la tensión cuando percibí movimiento a sus espaldas.

Procedentes del otro lado del río, surgidos de entre los árboles, se acercaban con deliberada lentitud dos vampiros más. Se quedaron en la otra orilla flanqueando al que previamente se había adentrado en el agua, aunque su aspecto era menos imponente.

Iban descalzos y su ropa estaba hecha jirones. El más rubio, situado a la derecha, parecía divertirse con la escena.

Al otro se le notaba incómodo en aquella situación de enfrentamiento. Tenía el pelo oscuro y lo llevaba más corto que los otros dos, pero, a diferencia de ellos, su rostro mostraba una barba incipiente. Pese a estar también musculado, era más bajito que los otros.

Pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos. Eran bondadosos y grandes, me recordaban los de un cachorro.

El vampiro que estaba en el agua se agachó, preparándose para el ataque, y mi cabeza empezó a cavilar a toda velocidad tratando de encontrar la manera de salir de aquella situación. Tanto Mae como Jack me habrían aconsejado que echase a correr, pero era imposible que yo corriera más rápido que él. Y lo cierto era que ni siquiera estaba segura de que Ezra fuera capaz de hacerlo. La velocidad de aquel vampiro era increíble y parecía surgir de la nada.

—No pretendíamos molestaros —dije con un hilo de voz, y Ezra me apretó el brazo.

El vampiro que estaba en el agua me gruñó, pero el de los ojos amables lo detuvo.

—¡Stellan! —vociferó, y el vampiro que estaba en el agua empezó a discutir con él en finés. El otro le cortó.

—Sois americanos, ¿verdad? —preguntó el vampiro rubio, con un acento melodioso.

—Sí, así es —respondió Ezra—. Me llamo Ezra, y esta es mi hermana, Alice.

—Yo soy Dodge —dijo el vampiro rubio con una sonrisa afectada—. Soy de Boston.

—Leif —se presentó el vampiro amable, señalándose a sí mismo; después señaló al vampiro que seguía en el agua—. Ese es Stellan. —Stellan se volvió hacia él y le replicó algo en finés, pero Leif negó con la cabeza.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Dodge, a la vez que levantaba una ceja—. Tengo la impresión de que no habéis salido de excursión.

No había manera de responder debidamente aquella pregunta. No teníamos aspecto de estar de vacaciones, ni de esquiadores, y lo más probable era que aquellos vampiros fueran licanos que andaban persiguiendo a Peter.

—Alice nunca había estado por aquí —respondió Ezra, eligiendo con cuidado sus palabras—. Le apetecía explorar.

—Me gusta explorar —añadí, y Ezra me lanzó una mirada.

Dodge rio entre dientes, lo que puso furioso a Stellan, que se enderezó y eso lo hizo parecer más grande e imponente incluso que antes. Me di cuenta de que habíamos despertado la curiosidad de Dodge y de Leif; este último nos observaba, además, con tolerancia. Stellan, sin embargo, se sentía amenazado.

Stellan miró de reojo a Leif y le gritó algo en finés. Siguió hablándole sin quitarnos los ojos de encima. Ezra entendía todo lo que estaban diciendo, pero se hizo el tonto.

—¿Sabíais que esto forma parte de nuestro territorio? —preguntó Dodge cuando Stellan terminó su rimbombante discurso.

—No. Tenía entendido que era un parque nacional —dijo Ezra, fingiendo sentirse confuso.

Leif y Dodge intercambiaron miradas. Parecían escépticos ante nuestras intenciones. Pero bastaba observar el gesto de indiferencia de Dodge y el de asentimiento de Leif para comprender que no nos consideraban un peligro. Y seguramente no lo éramos, por lo que todo tenía sentido.

—Esto es territorio licano. —Leif nos miró muy serio—. Será mejor que no merodeéis por aquí.

—A partir de ahora iremos con más cuidado —dijo Ezra a modo de disculpa.

—Aseguraos de que así sea —dijo Dodge, abandonando su buen humor. Su rostro y su tono se endurecieron, y se asemejaron a los de Stellan. Estaban amenazándonos.

Ezra se despidió de ellos con un ademán y tiró de mí para que nos fuéramos por donde habíamos venido. Los licanos no se movieron, y sentí sus ojos sobre nosotros hasta que nos adentramos en el bosque. Ezra no despegó la mano de mi espalda, empujándome para que acelerara. Quise empezar a hablar repetidas veces, pero me obligó a mantener la boca cerrada hasta que llegamos al coche.

—¿Qué hacemos? —le pregunté cuando abrió el coche y entró.

—Entra —me ordenó, y cerró de un portazo.

—Es sólo la una y media —dije mientras entraba también en el coche—. Nos queda mucho tiempo para seguir buscando a Peter.

—Si esta noche vuelven a sorprendernos rondando por el bosque… —Se interrumpió.

Antes de arrancar y echar a rodar a toda velocidad por la carretera nevada se aseguró de que las puertas estuvieran cerradas con seguro. Me percaté de que miraba continuamente por el espejo retrovisor y me volví, casi esperando descubrir que nos perseguía una manada de lobos. Pero no vi más que la carretera vacía.

—¿Qué sucede? No parecían tan malos. De hecho, aparte del finés que se había metido en el río, los otros dos parecían vampiros normales y corrientes —dijo.

—Esos no son toda la manada. —Volvió a mirar por el retrovisor—. Nos seguían, por eso no te he dejado hablar mientras seguíamos en el bosque. Ahora nos han visto y conocen nuestro vehículo. Esta noche ya no podemos hacer nada más.

—Me parece que estás volviéndote paranoico —dije, moviendo la cabeza de un lado a otro, aunque su certidumbre resultaba inquietante.

En algunas zonas de la carretera había nieve y un hielo negruzco, y las señales de tráfico advertían de la posible presencia de renos. A pesar de ello, Ezra aceleró sin apenas mirar la calzada que teníamos por delante.

—No quiero asustarte —confesó.

—Gracias —dije.

—No estoy seguro de cuántos licanos forman actualmente esa manada. Habían llegado a ser quince o veinte, aunque a veces han quedado reducidos a cuatro. Depende del humor del líder. Es capaz de cargarse la manada entera porque sí y empezar de cero. —Ezra hablaba como si estuviera explicándome algo, pero, de hecho, estaba elaborando una idea.

—¿De quién hablas? —le pregunté, mirándolo.

—De Gunnar. —Sus ojos volvieron al retrovisor, como si pronunciar su nombre pudiera invocar su presencia—. Lleva casi tres siglos liderando una manada en Laponia. Pasan el invierno aquí y en verano se desplazan a Rusia y a Siberia.

—¿Cómo sabes que sigue siendo el líder? —le pregunté.

—Han pasado cincuenta años o más desde la última vez que lo vi —reconoció Ezra—. Pero cuando me comentaron los problemas en los que andaba metido Peter, salió a relucir su nombre.

—¿De modo que sabías exactamente en qué nos estábamos metiendo al venir aquí? —Lo miré entornando los ojos y Ezra frunció los labios—. Y entonces ¿qué es lo que te asusta? Ya sabías con quién ibas a enfrentarte.

—Esperaba poder evitarlo por completo. Creía que localizaríamos a Peter y nos iríamos antes de que se enterasen de que habíamos estado aquí —dijo con un suspiro—. Y por eso sé que Peter anda metido en una misión suicida. La última vez que vi a Gunnar, Peter estaba conmigo.

Me hundí en el asiento y por fin comprendí qué era lo que tanto agobiaba a Ezra. Eran muchos más que nosotros y estaban cabreados. Habíamos escapado de la muerte por los pelos.

—¿Cómo se mata a un vampiro? —murmuré.

Dado que mi asesinato parecía cada vez más inminente, quería conocer las distintas formas que podía tener mi defunción. Ezra había mencionado en una ocasión que no comer durante meses o años acababa produciendo la muerte, pero ese método me parecía poco probable en las actuales circunstancias. Me imaginaba algo más instantáneo, más violento.

—La cabeza. El corazón. —Se movió incómodo en su asiento, pero el coche aminoró la velocidad, lo que significaba que su pánico inicial había menguado—. Nuestros huesos son prácticamente irrompibles, pero otro vampiro podría partirlos con facilidad. En este mundo, somos nuestro único enemigo.

Imaginarme que pudieran arrancarme el corazón fue suficiente para mantenerme en silencio durante el resto del trayecto hasta el hotel. Cuando aparcamos, Ezra no miró atrás para ver si los licanos nos habían seguido, pero yo sí lo hice.

El recepcionista se me comió con los ojos cuando entramos, pero ni siquiera le hice caso. Tenía cosas mucho más importantes en que pensar. Como, por ejemplo, en cómo me las ingeniaría para sobrevivir.

Rodeamos el territorio de los licanos trazando círculos más amplios, pero después de tres días no nos quedó otra opción que adentrarnos de nuevo en él. Además, las noticias que Ezra había oído sobre Peter indicaban que estaba inmerso en territorio licano. Me imaginaba que todo formaba parte de su plan suicida. Pasearse por sus tierras hasta que se hartaran y lo masacraran.

Desde que nos tropezamos con los licanos, Ezra tenía dudas en lo referente a llevarme con él. El plan que había elaborado para convencer a Peter de que volviera con nosotros descansaba en mi capacidad para convencerlo, pero no era infalible. Resultaba imposible saber cómo respondería a mi presencia.

Excepto… que en aquel último beso que nos dimos, la única vez que Peter me besó de verdad, sentí algo distinto.

Peter notó en mí el sabor de Jack, adivinó en seguida que Jack me había mordido, pero no volvió a casa para matarlo. Todo en su interior, el vínculo insistente de su sangre, le pedía a gritos que matara a Jack, pero no lo había hecho.

Al contrario, lo había planificado todo para dejarme en libertad, no por miedo ni porque fuera eso lo que el cuerpo le pedía, sino porque sabía que aquello era lo que más feliz me haría. El único beso que compartimos de verdad había sido un beso de despedida. Por debajo de toda su química y todas sus reservas, Peter albergaba sentimientos hacia mí; de lo contrario, nunca me habría permitido estar con Jack.

Fue entonces cuando por casualidad entró Jack y desencadenó con ello una serie de acontecimientos completamente distintos a lo que Peter tenía en mente.

Era eso lo que me había llevado a los bosques, por más que comprendía perfectamente bien a qué nos enfrentábamos. Creía que Peter me escucharía y, aun en el caso de que no lo hiciera, tenía que intentarlo.

Caminamos por el bosque en silencio, pero sabía que estábamos acercándonos a la guarida de los licanos. Ezra caminaba a un ritmo más veloz, pero se aseguraba en todo momento de que sus pasos fueran parejos a los míos. Miraba sin parar a su alrededor e iba increíblemente pegado a mí, hasta tal punto que más de una vez estuve a punto de tropezar con él.

Ezra era capaz de arriesgarlo todo por Peter, pero no creía que yo fuera a hacerlo también. En el hotel, antes de salir, me había preguntado si prefería quedarme. Le había dicho que no, pero él me lo había seguido recomendando hasta que al final me había negado a hablar más sobre el tema.

Íbamos a volver a la zona exacta en la que los licanos nos habían advertido que no entráramos. Peter tenía que estar allí, suponiendo que siguiera con vida.

—¿No deberíamos ir gritando su nombre, tal vez? —pregunté cuando el silencio y la búsqueda pudieron finalmente conmigo.

Ezra hizo un gesto de negación y se agachó para pasar por debajo de una rama baja. Lo único que estaba sacando de todo aquello era que cada vez me sentía más ligera y ágil. Ya no me cansaba como antes ni tenía tanta hambre. Como mínimo, la experiencia me serviría a modo de campo de entrenamiento militar.

—Creo que no estamos haciendo suficiente —dije en voz baja—. Nos limitamos a dar vueltas por el bosque. ¿Cómo se supone que daremos con Peter? Tienes un plan muy calculado sobre dónde debemos buscar, pero cuando llegamos aquí nunca hacemos nada.

—No tienen que saber que andamos buscándolo. —El tono de voz de Ezra apenas superaba el crujir de las botas sobre la nieve.

—Eso ya lo entiendo, pero Peter sí tiene que saberlo. ¿Cómo lo encontraremos, si no?

—Oliéndolo. Oyéndolo. Viéndolo. —Se encogió de hombros pero ralentizó el ritmo, deteniéndose casi para mirarme—. ¿Puedes… puedes percibirlo aún?

Antes, cuando Peter estaba presente, mi cuerpo se sentía automáticamente atraído hacia él. Mi tendencia natural a estar con él habría resultado muy útil para un equipo de rescate.

—No lo sé —dije, aunque no creía que siguiera siendo así.

Si pensaba en Peter o hablaba de él, ya no sentía aquel característico latido ni la intensa sensación de antes. Ahora mi vínculo era con Jack, y era con él con quien sentía ese tipo de cosas, lo que significaba que seguramente ya no las sentiría por Peter.

—Da lo mismo. —Ezra aceleró de nuevo el paso y correteé tras él para atraparlo—. Lo encontraremos de todos modos.

Cruzamos el río donde habíamos coincidido con los licanos y el corazón me dio un vuelco. Ezra se quedó mirándome; no me gustaba en absoluto que pudiera escuchar mi corazón. Adiviné que estaba a punto de preguntarme si quería dar marcha atrás, pero negué con la cabeza e insistí en seguir caminando.

Por suerte, Ezra controlaba las pistas mucho mejor que yo, que ya ni siquiera era capaz de seguir el rastro de olor de los licanos. Olían a animales en estado salvaje, como los renos, aunque no exactamente igual. El olor a licano era algo más nervioso, olían como a ganado bravo y… a animal atropellado en la carretera.

Crujió entonces una rama, tan fuerte que incluso un humano podría haberlo oído, y me volví en redondo. Ezra se adelantó adoptando una postura defensiva.

Hacía ya una hora que habíamos cruzado el río, lo que significaba que nos habíamos adentrado en su territorio, pero no habíamos visto un solo animal. Inspiré hondo, pero sólo captaba el olor del frío. Nieve. Árboles. Tierra. Tal vez un búho…

Un aleteo seguido del murmullo de las ramas, un búho enorme levantó el vuelo y su silueta se dibujó frente a la luna. Experimenté una sensación de alivio, pero Ezra no se relajó en absoluto. Más bien todo lo contrario: se tensó aún más si cabía, y entonces oí también otra cosa.

El suave crujir de unos pasos sobre la nieve, un sonido más leve que el de unas pezuñas, más leve que el de unos zapatos. Iba descalzo.