4
Cuando el avión inició su despegue pensé que iba a vomitar. Apretujé con tanta fuerza los brazos del asiento que los habría roto de no haber tenido cuidado. Nunca había subido a un avión y estaba muerta de miedo.
Ezra se rio de mí hasta la saciedad. Sonrió cariñosamente cuando vio mi congoja al percibir que los motores se ponían en marcha y empezaban a emitir todo tipo de chirridos letales y ruidos metálicos. Contemplé por la ventanilla la oscuridad de la noche y me imaginé el avión accidentándose en la pista y envuelto en llamas.
—¿Es la primera vez? —preguntó una mujer que estaba sentada al otro lado del pasillo.
—Todo irá bien —me consoló Ezra, cortando la conversación, y yo estaba tan ocupada con mi sesión de terror que ni siquiera me tomé la molestia de comentar su descortesía. Ezra me sonrió.
—Podrías tratar de tranquilizarme —le sugerí con una vocecita ansiosa.
—¿Por qué? Esto te viene bien para distraerte de otras cosas que suceden a tu alrededor —replicó Ezra—. El vuelo a Nueva York dura menos de tres horas y me gustaría que esperases para comer hasta el siguiente vuelo.
Por «otras cosas» se refería a los demás pasajeros, que inundaban el vuelo nocturno con el olor de su sangre, y eso que el avión no iba lleno. Había comido el día anterior, lo que significaba que en teoría no necesitaba comer hasta pasados cinco o seis días, pero mi escasa experiencia me impedía controlar aún el hambre debidamente.
—Hum, eso suena estupendo —murmuré. Pero por desgracia, tenía razón. El miedo que me embargaba en aquel momento hacía casi imposible que pudiera prestar atención a mi sed.
—La verdad es que deberías disfrutarlo —dijo con una sonrisa irónica—. Tendrás poquísimas oportunidades de sentir miedo como el que sientes ahora.
—Oh, sí, esto es maravilloso.
—Permíteme que te cuente un secretillo. —Se inclinó hacia mí y bajó la voz para que nadie pudiera oírnos—. Aun en el caso de que el avión sufriese un accidente, sobrevivirías. Ahora eres inmortal.
Seguía sin hacerme a la idea. Era una vampira y no podía morir en accidente de avión.
Mis dedos se relajaron y dejé de apretar el brazo del asiento de aquella manera. Pero aun así, cada vez que pasábamos por una turbulencia me abrazaba a Ezra. Él reía entre dientes.
Intenté disfrutar del resto del vuelo, pero estaba oscuro, e incluso con mi visión mejorada, poco había que ver por la ventanilla. Ezra había traído algunos libros y estuvo hojeándolos, aunque estoy segura de que ya los había leído antes. Lo más probable era que hubiera leído todo lo que se había publicado.
—¿Adónde vamos? —le pregunté en voz baja. La mayoría de los pasajeros dormían y no deseaba despertar a nadie.
—A Nueva York —respondió Ezra sin levantar la vista del libro—. Y después a Finlandia.
—¿Finlandia? —Levanté una ceja. Su respuesta me había pillado desprevenida—. ¿O sea que Peter está en Finlandia?
—Eso creo. —Pasó la página—. Escandinavia siempre ha sido su escondite predilecto, sobre todo en invierno. Apenas hay luz durante meses y las temperaturas suelen estar bajo cero.
—¿De modo que vamos allí porque es adonde normalmente suele ir? —No me hacía todavía a la idea de que Peter pudiera estar en Finlandia—. ¿No te parece… demasiado exótico?
—No. Peter se ha visto envuelto en una pelea en Finlandia. No sé exactamente dónde está, pero estoy seguro de que está allí —dijo Ezra.
—¿Una pelea? ¿Qué ha pasado?
—No estoy del todo seguro —dijo por fin—. Y preferiría no especular.
—¿Que preferirías no especular? —repetí—. ¿Estoy a bordo de un avión con destino al otro lado del mundo, y no sólo no sabes adónde vamos sino que ni siquiera quieres especular acerca de por qué vamos allí?
—Finlandia no está al otro lado del mundo —replicó Ezra, corrigiéndome.
—Da igual. —Me hundí en el asiento y me crucé de brazos—. No sé hablar finés.
—No lo necesitarás. Yo hablaré. —Pasó otra página y suspiré.
—Va a ser un coñazo viajar contigo si te pasas todo el rato así —murmuré, y Ezra rio para sus adentros.
Tomé prestado uno de los libros de Ezra para tener algo que hacer durante el resto del vuelo. Después de un par de horas leyendo sobre la fauna salvaje finlandesa, decidí comprarme todas las revistas y libros que pudiera en cuanto aterrizásemos en el JFK. Y ese siguió siendo mi plan hasta que nada más desembarcar del avión Ezra me cogió la mano.
—Es una escala corta —me dijo en voz baja mientras echábamos a andar—. Teniendo en cuenta cómo te pones cuando comes, no podrás hacerlo hasta que subamos al siguiente avión. Pase lo que pase, tienes que permanecer a mi lado y no soltarte de mi mano en ningún momento. ¿Ha quedado claro?
—Por supuesto, pero… —Pensé en preguntarle el motivo, pero en cuanto dejamos el avión atrás, el olor me golpeó por primera vez.
En el aeropuerto de Minneapolis no había tanta gente como allí. De hecho, en comparación, podría incluso afirmar que en el aeropuerto de Minneapolis no había nadie. El aeropuerto JFK es una ciudad en sí mismo, lleno a rebosar de gente acalorada y sudorosa apretujándote por todos lados.
Mi sed emergió de inmediato con ánimos de venganza.
La espera en el aeropuerto se convirtió en una tortura. Me pasé el rato apretándole la mano a Ezra con tanta fuerza que no sé cómo no acabé partiéndole algún hueso. Permanecí sentada muy rígida, con la vista clavada en mis zapatos.
Y Ezra no se apartó de mi lado, con una pierna cruzada sobre la otra, una revista abierta en la falda y leyéndome recetas de cocina para Halloween. Se esforzó para que mantuviera la calma y la concentración, pero escuchar métodos para teñir de naranja los cereales del desayuno me provocó ganas de vomitar.
Superar todas las barreras de seguridad fue complicado. Ezra me aconsejó que empleara el truco de recitar sin pausa el alfabeto para mis adentros, pero la verdad es que no me sirvió para aplacar la sensación de sed que me invadía y me costó un montón apartar la mirada de la vena hinchada del cuello del guardia de seguridad. Aun así, no me abalancé sobre él para morderlo. Lo contabilicé como un éxito a mi favor.
Ezra me cedió el asiento junto a la ventanilla y cuando me abrochó el cinturón, los dos nos sentimos mejor. Cerré los ojos e intenté no pensar en Jack. Su imagen me acechaba dolorosamente y mi ansia de sangre no hacía más que aumentar al pensar en él. Fui consciente de que mi situación era muy precaria y empecé a plantearme si no me había precipitado y aún no estaba preparada para realizar aquel viaje.
Cuando los motores del avión empezaron a subir de revoluciones, Ezra se inclinó hacia mí y me susurró:
—Si el avión sufre un accidente, caeremos al océano, y el océano está lleno de tiburones que podrían matarnos. Esta vez sí que tienes algo que temer.
—¿Se supone que eso debería servirme de consuelo? —le pregunté, apretando los dientes.
—No, en absoluto. Tan sólo pretendía asustarte, para que así dejes de pensar en… cosas. —Volvió a apretarme la mano, y eso sí que me reconfortó—. Pero no deja de ser cierto. Los tiburones son brutales.
En el instante en que se encendió la luz verde y pudimos levantarnos de nuestros asientos, Ezra cogió las latas de sangre del compartimento superior y me acompañó a los lavabos de la parte trasera. Los demás pasajeros y la tripulación nos miraron con cara de extrañeza, pero nadie nos impidió entrar juntos. Me resultaba impensable que algún humano se atreviera jamás a impedirle algo a Ezra. Era demasiado atractivo y rezumaba confianza en sí mismo.
En el lavabo apenas si cabía una sola persona, y mucho menos dos, de modo que Ezra me levantó en brazos para sentarme sobre el lavamanos. Dejó las latas en mi falda. Me imaginé que era capaz de olerlas y empecé a temblar de hambre.
—Estás muy pálida —murmuró. Me retiró un mechón de pelo que me caía sobre la cara y me miró a los ojos, examinándolos para evaluar mi nivel de hambre—. Voy a darte dos latas, ¿de acuerdo?
—Sí, lo que sea, de acuerdo —dije rápidamente. Me daba lo mismo lo que me dijera mientras consiguiera la sangre.
—Escúchame: te va a pegar fuerte, pero necesito que regreses caminando como es debido hasta tu asiento, ¿entendido? —dijo Ezra—. Ya tendrás tiempo de dormir en cuanto te sientes.
—¡Entendido! —repliqué con brusquedad.
Puso mala cara pero me abrió la lata. El pequeño compartimento se inundó al instante de olor a sangre. Le arranqué la lata de la mano y la engullí. En cuanto el líquido se deslizó por mi garganta, mis músculos se relajaron. Y a pesar de que la sangre estaba muy fría, sentí una oleada de calor.
Ezra abrió la segunda lata antes de que terminara de beberme la primera. Quería que las consumiera lo más rápidamente posible para poder regresar al asiento sin problemas antes de que me quedara grogui.
Cuando hube apurado las dos latas, Ezra las tiró a la papelera. Me sequé los labios y él comprobó que no quedaran rastros de sangre en mi cara. El mundo empezaba a tener aquel resplandor vaporoso, y una maravillosa y relajante sensación se apoderaba ya de mí.
Tenía a Ezra tan cerca que experimenté una extraña necesidad de besarlo. Pero no era más que la sangre lo que me provocaba aquello, de modo que bajé la cabeza antes de meter la pata.
Regresamos a nuestros asientos. Él me rodeaba con el brazo para ayudarme a mantener el equilibrio. Tuve que reunir todas mis fuerzas para no tropezar ni hacer el ridículo. Veía los colores más intensos. Mi jersey verde parecía hierba y me apetecía acariciarlo, pero Ezra me empujó para que me sentase.
—¿Cómo te encuentras? —susurró mientras me abrochaba de nuevo el cinturón.
—Soñolienta —murmuré con una sonrisa de aturdimiento dibujada en los labios.
Y me quedé inconsciente antes incluso de que Ezra volviera a guardar la bolsa de viaje en el compartimento superior. Incluso a pesar de sus nuevas amenazas sobre posibles tiburones y de lo mucho que añoraba a Jack, dormí como un tronco durante el resto del trayecto hasta llegar a Finlandia.
Ezra tuvo que zarandearme para despertarme, y descubrí que mientras dormía me había conseguido una almohada y una manta. Él tenía su manta doblada sobre el regazo y me pregunté si habría dormido también.
—Estamos a punto de aterrizar en Helsinki —me informó.
—¿De verdad? —Bostecé y me desperecé antes de mirar por la ventanilla. Fuera estaba oscuro, pero la ciudad bullía con el resplandor de miles de luces parpadeantes—. ¿Qué hora es?
—Las diez, miércoles —dijo.
—¡Oh! —Mi cerebro se esforzó por recordar cuándo habíamos partido, pero no entendía nada—. Espera un momento. ¿No salimos a las diez del jueves?
—Es por la diferencia horaria. Tal vez notes un poco de jet lag —dijo.
—Espero que no. —Ni siquiera sabía lo que era el jet lag, pero no sonaba precisamente a algo que me apeteciera sufrir.
Una azafata recogió las mantas y sonó por megafonía la voz del capitán, comentando cosas sobre el aterrizaje en Helsinki. Repitió el mensaje en finés, o al menos eso fue lo que di por sentado, pues no entendí una sola palabra de lo que dijo.
De cerca, la ciudad resultaba mucho más impresionante de lo que me esperaba. Me la había imaginado como un lugar frío y desolado, pero en realidad se percibía llena de encanto e historia, tal y como pensaba que serían París o Londres. Aunque en realidad no conocía ninguna de aquellas ciudades y no podía comparar.
—¿Es aquí donde Peter ha decidido buscarse la vida? —pregunté, admirando la arquitectura.
—No, no está aquí —dijo Ezra, negando con la cabeza—. Aún nos queda otro vuelo.
—¿En serio? —Arrugué la nariz. Notaba los músculos agarrotados a pesar de que había dormido todo el trayecto.
—Hasta el norte de Finlandia, a Laponia —dijo Ezra, como si el nombre fuera a sonarme familiar—. Te contaré más detalles en cuanto aterricemos. Tenemos una nueva escala.
—Fantástico —dije con un suspiro.
Bajamos del avión y Ezra lo dispuso todo para el siguiente vuelo. Busqué un ventanal, pues estaba decidida a admirar Helsinki. Tampoco era que desde el aeropuerto se disfrutara de unas vistas estupendas: básicamente se veían aviones, pistas de aterrizaje y tráfico. Pero al menos ya era algo más que en Nueva York.
—La verdad es que es una ciudad preciosa —dijo Ezra, mientras se situaba a mi lado.
Nos quedamos observando un taxi que circulaba por la autopista. Ezra sabía que estaba intentando ver de pasada algo que me perdería por completo. Suspiré, negándome a abandonar mi puesto junto al ventanal.
—¿Has estado antes aquí? —le pregunté.
—Muchas veces, la mayor parte de ellas antes de conocer a Mae —dijo, asintiendo—. He conseguido arrastrarla hasta aquí en unas cuantas ocasiones, pero no le gusta mucho salir de Minnesota. Sin embargo, a Peter le encanta.
—¿Y eso?
—Por el frío, la oscuridad, la naturaleza, el aislamiento. Siempre va más hacia el norte. Allí hay varios parques nacionales y estaciones de esquí. Y Helsinki, Estocolmo y Copenhague no quedan muy lejos en caso de que le apetezca disfrutar un poco de la vida ajetreada de la ciudad.
Cuando pronunció la palabra «ciudad», comprendí que se refería a algo más que una cena y un espectáculo. De hecho, se refería solamente a la cena. Por mucho que a Peter le gustara vivir aislado, necesitaba de una población para alimentarse, a poder ser, en la que hubiera tanto vampiros como humanos. Los bares de vampiros y los bancos de sangre facilitaban mucho el tema de la alimentación y cuanta menos gente, menos opciones.
—¿Así que es ahí adonde vamos? ¿Al norte? —pregunté, volviéndome para mirar a Ezra—. ¿Cómo lo has llamado? ¿Laponia?
—Sí. Es el territorio situado más al norte de Finlandia. —Respiró hondo y continuó casi a regañadientes—. Pero hay algo que aún no te he contado.
—Hay muchas cosas que no me has contado.
—Esta es importante. —Se pasó la lengua por los labios y desvió la vista—. Habrás oído alguna vez historias sobre hombres lobo, ¿no?
El estómago me dio un vuelco. Me había convertido en vampira, era evidente, pero había cosas que no colaban. Por ejemplo, que unos monstruos que formaban parte del folclore existiesen realmente. ¿Qué sería lo siguiente?, ¿dar una vuelta con el hombre de las nieves, nadar junto al monstruo del lago Ness o salir de fiesta con un duende?
Tenía que haber un punto a partir del cual la ficción siguiera siendo ficción, y había decidido que ese punto se encontraba inmediatamente después de los vampiros.
—No, ni hablar —dije, negando con la cabeza—. Jack me dijo que no había hombres lobo. Que no existen.
—No, no existen —concedió Ezra—. Cambiar de forma es imposible. Al menos que yo sepa.
—Y entonces… —Mi corazón se desaceleró un poco, pero estaba claro que Ezra seguía escondiéndome alguna cosa—. ¿Por qué sacarlos a relucir?
—Habrás oído alguna vez historias sobre hombres lobo, ¿no? —repitió, sin dejar de mirarme fijamente con sus ojos castaños.
—Sí —respondí con incertidumbre.
Mi conocimiento de los hombres lobo era muy limitado y se basaba principalmente en la interpretación de Michael J. Fox en De pelo en pecho. Nunca me había planteado que esa película pudiera estar basada en hechos reales, porque no lograba imaginarme que, hombre lobo o no, alguien fuera capaz de practicar surf encima de una furgoneta. La única conclusión que saqué de la película fue que los hombres lobo jugaban muy bien al baloncesto. Pero esa era una información que no consideraba pertinente mencionarle a Ezra.
—¿Que salen las noches de luna llena y que atacan sin miramientos? —prosiguió Ezra—. ¿Que se convierten en animales feroces y no hay lógica ni remordimiento que pueda con ellos?
—Sí, eso mismo —dije asintiendo, ansiosa por que se apresurara a llegar a donde quería llegar.
—¿Recuerdas lo que te expliqué acerca de los vampiros que conocí cuando realicé mi transformación? —Y habló entonces con solemnidad—: Eran… animales rabiosos.
—No serás… No serán… —dije, tartamudeando—. ¿Qué es lo que pretendes decirme exactamente?
—Que a veces, algunos vampiros, bien porque así lo deciden o bien porque esa es su naturaleza, no llegan jamás a ser seres civilizados —me explicó con cautela—. Los que son completamente primitivos acaban muriendo en seguida. Ni siquiera los vampiros toleran a monstruos espeluznantes como esos. Pero los hay que buscan voluntariamente un tipo de vida distinto, alejados de la gente y de toda humanidad.
»Creemos que las primeras historias de hombres lobo se basan en vampiros que llevaban ese tipo de vida. —Respiró hondo y miró al cielo nocturno—. Cazan juntos en pequeñas manadas, viven más como animales que como personas. Las circunstancias los obligan a no matar a todas sus presas, pero su mayor deseo es cazar y asesinar. Cazan piezas grandes, como osos y alces, incluso lobos. Pero no para comérselos, sino por diversión.
—Eso también lo hace la gente —dije cortándolo, aunque no estoy segura de qué pretendía con mi comentario.
—Los llamamos licanos, una abreviatura de licántropo, que significa hombre lobo. Es un chiste común entre vampiros. —Ezra me sonrió, pero yo no le encontré la gracia—. Creo que licano significa lobo, en griego.
—¿Es esto una forma alternativa de darme una lección de griego? —le pregunté secamente.
—En la Laponia finesa vive una manada de licanos —dijo, ignorando mi comentario—. Ya me he tropezado con ellos otras veces, pero es un grupo que cambia constantemente, en el que lo único que se mantiene inamovible es su líder. Es un sádico, y la esperanza de vida de los miembros de su manada no se acerca ni de lejos a la de los vampiros, ni siquiera a la de otros licanos. Son famosos por su brutalidad, y matan a vampiros y a personas indiscriminadamente.
Tragué saliva y me concentré en el destello de las luces al otro lado del ventanal. A aquellas alturas ya me había imaginado cómo proseguiría la historia de nuestro viaje hasta allí: estábamos esperando un avión que nos conduciría hasta el hogar de los licanos. Nuestro destino estaba muy conectado con el de ellos.
—La semana pasada, Peter mató a un miembro de esa manada. Quieren venganza y no pararán hasta dar con él. Y Peter, en su estado actual, parece encantado de ofrecerse a ellos en bandeja —dijo Ezra muy despacio—. Tenemos que encontrarlo antes de que lo hagan ellos.
Me costaba controlar mi ansia de sangre, pero acababa de entender que estábamos allí para adentrarnos en el bosque y localizar una manada de hombres lobo, que en realidad no eran hombres lobo sino vampiros, con la intención de salvar a un vampiro que anteriormente había intentado matarme. Todo tenía sentido…
—¿Alice? —dijo Ezra viendo que yo seguía mirando por el ventanal—. ¿Tienes alguna pregunta?
—No. —Negué con la cabeza—. Pero Jack se cabreará cuando se entere de lo que estamos a punto de hacer.