3
Mi transformación de ser humano a vampira había sido tan brutal que no existen palabras para describir el proceso.
Mi cuerpo murió y se devoró a sí mismo. Mis órganos se revolvieron, y tuve la sensación de que decenas de serpientes se retorcían en mi interior para ocupar el lugar de mis intestinos. Pasé horas y horas vomitando. Quedé inmersa en un permanente estado de delirio febril. Me dolían todas las células del cuerpo. Incluso tocarme el pelo me provocaba un dolor mortificante.
No fue hasta que bebí sangre por primera vez, sangre fría del interior de una bolsa, que todo empezó a mejorar. El dolor amainó entonces y el placer ocupó su lugar.
Mis sentidos se intensificaron y todo me parecía increíblemente maravilloso. Percibía más colores, sabores y texturas de los que jamás habría imaginado.
Advertía la presencia de Jack en cuanto entraba en la habitación, pero no era como antes. Mi corazón detectaba la distancia exacta a la que se encontraba. E igual que las plantas se tensan en busca del sol, yo me tensaba buscándolo a él.
Mi aspecto había cambiado. Tenía la piel más suave, los ojos más brillantes. Y a pesar de que antes no estaba gorda, una nueva esbeltez y elegancia adornaban mi porte.
El cambio no era tan drástico como lo había sido en el caso de Milo, sino que daba más bien la sensación de que me hubiese sometido a una buena sesión de maquillaje; el caso es que, definitivamente, estaba más guapa. Y había crecido de mi metro sesenta a un excitante metro sesenta y cinco.
En cuanto recuperé del todo la conciencia, sacié mi hambre y el dolor desapareció, quise comprender qué había sucedido durante aquel tiempo. Lo último que recordaba antes de rendirme a la transformación era que había bebido sangre de Jack y que él estaba a punto de pelearse con Peter.
Pero allí estábamos los dos, en la habitación de Jack: él estaba a mi lado y ambos parecíamos estar en perfecto estado.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté, a la vez que me esforzaba por sentarme en la cama.
—¿Cuándo? —dijo Jack haciéndose el tonto. Estaba sentado a los pies de la cama, mirándome.
—¿Cómo es que los dos estamos vivos? —le pregunté, y él se echó a reír, lo que me distrajo por completo.
Su risa, que siempre había tenido un gran poder sobre mí, me inundó en una oleada. Era tan milagrosa que me costaba incluso captar su sonido.
—En estos momentos estás sobrecogida —dijo Jack con una sonrisa socarrona.
—Lo estoy… pero no cambies de tema. —Pestañeé en un intento de concentrarme—. ¿Cómo es que estamos vivos? ¿Y Peter? ¿Está…?
Los labios de Jack se redujeron a una fina línea en cuanto me oyó mencionarlo. Tal vez no fuera el nombre en sí, sino mi tono de preocupación, pero dejó a un lado sus sentimientos y decidió que me merecía una explicación.
—No. Está vivo. —Dejó sus palabras flotando en el aire, por lo que esperé a que se explicara un poco más, pero no lo hizo.
—¿Qué? ¿Estás diciendo que estáis vivos los dos? —le pregunté.
—Rompí el vínculo. —El brillo regresó a sus ojos y una sonrisa sencilla embargó sus facciones, cautivándome—. Cuando bebiste mi sangre, se cortó todo lazo que pudieras tener con Peter. —Debería haberme dado cuenta. Al pensar en Peter, no había sentido aquel dolor físico que solía provocarme ni había notado aquel característico latido en mi corazón. Pese a que su bienestar me preocupaba, lo único que sentía físicamente era una amortiguada ansia de sangre y una irresistible atracción hacia Jack.
—¿Así que ahora… tú y yo estamos vinculados? —pregunté con cautela, temerosa de que fuera demasiado bueno para ser verdad.
Después de todo aquel tiempo intentando encontrar una solución, intentando solventar el tema de Peter, me parecía casi imposible que todo se hubiera arreglado mientras yo permanecía dormida.
—¿Qué piensas? —me preguntó Jack con una sonrisa torcida. Me bastó aspirar su aroma, notar como mi cuerpo se sentía atraído como un imán hacia el suyo, para comprender que estábamos unidos.
Y la primera pista se remontaba al momento en el que Jack se había abierto las venas en el estudio y yo había sido incapaz de resistirme al olor de su sangre. Su sabor era maravilloso y se me hacía la boca agua sólo con pensar en ello. La sangre de los vampiros no suele ser tan atractiva para los humanos. El ser humano no tiene por qué sentir ese deseo de sangre, pero yo lo sentía por la de Jack.
—Y entonces ¿qué pasó? —continué, ignorando aquella delirante sensación de felicidad que me embargaba. Mis pensamientos se aceleraban y mi sed era cada vez más intensa, pero antes de atender aquella apremiante necesidad, quería satisfacer mi curiosidad.
—No lo sé —dijo Jack con el ceño fruncido, aunque su gesto se debiera sobre todo a que no le gustaba hablar del tema—. Yo estaba en el estudio contigo y Peter se volvió loco en la otra habitación. Temía que pudiera hacerte daño, de modo que salí corriendo a ver qué pasaba. Estaba destruyendo la casa y ni siquiera Ezra era capaz de contenerlo. Cuando salí, no me hizo ni caso.
—Pero ¿por qué? Si se empeñaba en ignorarte, ¿por qué estaba tan furioso?
—Se dio cuenta de que se rompía. —Dejó de mirarme a los ojos—. El vínculo. Y si tú hubieras estado consciente, también lo habrías percibido. Es más, si no existiera el vínculo que te une a mí, aún seguirías padeciéndolo. Por lo que se ve… es increíblemente doloroso.
—¿Por qué? —pregunté.
—No lo sé. —Estaba inquieto y noté que dudaba antes de continuar hablando—. Físicamente, supongo, es algo similar al cambio, pero a menor escala. Lo que pasa es que… tiene además una vertiente emocional. Y Peter estaba furioso por todo lo que había sucedido.
A Jack no le gustaba hablar del hecho de que Peter hubiera estado interesado por mí. No podía creerlo porque comparaba el modo en que Peter me había tratado con lo mucho que él me amaba. Si reconocía que cabía la posibilidad de que Peter me hubiera querido de verdad, lo que él había hecho pasaba a ser una traición, y Jack no deseaba considerarlo desde aquel punto de vista.
—¿Y dónde está ahora? —le pregunté.
—Nadie lo sabe. Se ha ido, para siempre esta vez. —Jack se encogió de hombros, como si le diera lo mismo.
—Mejor —mentí, confiando en que Jack no se diera cuenta. Y acto seguido le di un manotazo en el brazo, y por su mueca de dolor, seguramente fue más fuerte de lo que pretendía.
—¿Así me das las gracias?
—¡Eso es por ser el idiota más grande del mundo! ¡¿Cómo es posible que estuvieras a punto de cometer aquella estupidez?! —le grité, y me costó un gran esfuerzo no volver a pegarle—. ¡Aquello era un suicidio! ¡Si no se hubiese roto el vínculo, te habría asesinado!
—No tenía otra elección —dijo Jack, y contuvo la risa ante mi miniestallido de rabia—. Tenía muchísimos números para acabar muriendo de todas maneras hiciera lo que hiciese. Por si no te habías dado cuenta, soy un ser sensible, no un luchador.
—Eso no es excusa —dije, aunque no pude evitar sonreír.
—Sólo necesitaba saber que estabas a salvo. Era lo único que me importaba —dijo muy serio, y puso la mano sobre la mía.
El calor me invadió al instante y mi corazón empezó a latir con fuerza. Me incliné hacia delante y le besé, a la vez que presionaba mi cuerpo contra el suyo. Jack claudicó por un momento, pero el hambre amenazaba con tomar un control absoluto sobre mis actos. Justo cuando estaba a punto de ceder, Jack me empujó para apartarme de él y fue entonces cuando recibí mi primer sermón sobre sexo.
Después de unos días de mantener bajo control el ansia de sangre, Ezra pensó que sería bueno que acabara de hacer limpieza de lo que pudiera quedarme de vida humana. Y eso significaba hacer cosas divertidas, como ir con Jack a casa de mi madre para que pudiéramos mantener una pelea increíblemente intensa cuando le dije que me iba a vivir con él. Mi madre intentó convencerme de que me quedara en casa, después lloró un montón, me llamó de todo y al final me dijo que me quería.
Una vez acabada la escena, mi madre salió de juerga, como siempre. Recogí mis cosas y, como tenía un sentimiento de culpa terrible, le pedí «prestado» dinero a Jack para dejárselo a mi madre. Tal vez así no tendría que trabajar tanto y, como mínimo, podría disfrutarlo.
Milo la llamó unos días después, como hacía muy de vez en cuando desde que, también él, se había ido de casa. Se inventaba todo tipo de historias divertidas sobre un supuesto internado de Nueva York donde estaba estudiando y la animaba un poco.
Abandoné formalmente el instituto, y me alegré por ello. Milo insistía en que algún día ambos debíamos realizar el curso para obtener el título de secundaria y poder de ese modo ir a la universidad si nos apetecía, y yo le daba la razón, aunque en realidad no tenía ni la más mínima intención de seguir estudiando. Para mis adentros, me encantaba la posibilidad de pasar el resto de mi vida en plan esposa florero.
Luego estaba el tema de Jane, mi «mejor amiga», que no sabía cómo solucionar. En cuanto me vio el día que fui al instituto, se imaginó lo que había pasado. Seguía siendo yo, pero estaba estupendísima, quizá incluso más estupenda que ella.
Era de día, y yo estaba increíblemente cansada, claro está. Tuvimos una acalorada conversación que ella dio por terminada con un frívolo «Te deseo una buena muerte».
Entretanto, mi vida como vampira era fabulosa. Daba los típicos pasos en falso en cuanto a caminar, moverme, respirar, comer… las habilidades básicas que en mi anterior vida se daban por supuestas. Pero estaba absolutamente enamorada de Jack, y tan sólo acababa de empezar a pasar el resto de la eternidad a su lado.
¿Cómo iba a sentirme mal en mis nuevas circunstancias?