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Me agaché para recoger las piezas del ajedrez, pero Milo me apartó las manos.

—Ya las recojo yo —dijo, quitándome de las manos los peones—. Tú ocúpate de que sigan diciendo tonterías sobre ti.

—Alice. —La expresión de Jack era básicamente de perplejidad, pero su respiración se había vuelto trabajosa.

Una parte de mí seguía preocupándose por Peter, y no porque fuera algo arraigado en mi ser. Peter no había hecho nada malo, pero su familia lo había condenado al ostracismo y él se sentía angustiado debido a ello… por mi causa.

—No es necesario que vayas, Alice —dijo Mae, moviendo la cabeza de un lado a otro.

—Sé que en una pelea mi presencia no serviría de nada, pero tal vez podría hacerlo entrar en razón. Tal vez pueda convencerlo de que no era necesario llegar a este punto —dije.

Mae se volvió hacia Ezra, a la espera de que este rebatiera mis argumentos, y creo que ese era el único motivo por el que Jack no había perdido todavía los papeles. Todos esperaban que Ezra agradeciera mi ofrecimiento y me dijese que lo mejor era que me quedase en casa.

—Algo de razón tiene —dijo Ezra con cautela, y fue entonces cuando todos decidieron enfadarse.

Mae le acarició el brazo e intentó alegar que yo era aún demasiado joven para ir a ningún lado, y mucho menos a una cruzada para salvar a Peter de una misión suicida. Jack se levantó de un brinco, pero parecía incapaz de decidir si estaba enfadado conmigo, con Ezra, o quizá con Peter. Milo terminó de ordenar las piezas del ajedrez y me arreó una manotada en el brazo.

—¡Ay! —refunfuñé, frotándome el brazo—. ¿Por qué has hecho eso?

—¡Porque eres una idiota y porque puedo hacerlo! —Siempre había sido un hermano menor sobreprotector, pero por otro lado era también el maduro, el sensato.

Yo sabía que aquello era una estupidez, pero mi corazón se había vuelto loco en el momento en que Ezra había explicado que Peter corría peligro. Si algo malo le sucediese, sería por mi culpa. De haber dejado a su familia en paz, tal y como me había suplicado repetidas veces, él no habría tenido que largarse de su casa ni se habría metido en aquel lío.

—Ezra, no puedes estar planteándote en serio lo de llevarla contigo —dijo Jack.

Tenía las manos cerradas en un puño y sus brazos colgaban a ambos lados de su cuerpo; el miedo se reflejaba en su mirada. Le mataba saber que Peter me importaba, aunque fuera sólo un poco, y si algo me sucediera, moriría de verdad.

—No dejaré que le pase nada, pero tiene razón: tal vez sea ella quien mejor pueda convencer a Peter. —Ezra extendió los brazos con las manos abiertas en dirección a Jack, tratando de calmarlo—. Tengo que intentarlo.

—¡Estoy harto de todo esto! —gritó Jack—. ¡Tendría que haberlo matado cuando tuve oportunidad de hacerlo!

—¡Jack! —chilló Mae—. ¡No hables así! ¡No digas eso!

—Me encantaría quedarme y mantener esta discusión contigo, pero tenemos que marcharnos de aquí pitando —retumbó la voz de Ezra por encima de las nuestras—. Alice, si piensas acompañarme, prepara ropa de abrigo. Voy a reservar el vuelo y a preparar los pasaportes. —Dio media vuelta para salir al pasillo y encerrarse en su estudio, dando por terminada la conversación.

—¡Ezra! —Jack dio un paso hacia él, pero Mae le impidió seguir.

—Yo hablaré con él. Tú ocúpate de ella —dijo Mae, haciendo un ademán en dirección a mí.

Echó a correr tras Ezra y Jack se volvió hacia mí. Se quedó mirándome un instante, intentando pensar las palabras exactas que decirme, y respiró hondo antes de iniciar su sermón.

—No me quitarás la idea de la cabeza, Jack.

Pasé por su lado rozándolo para subir corriendo a mi habitación, a nuestra habitación, pero me siguieron tanto él como Milo. Avancé con pasos rápidos y torpes, y fue increíble que no cayera de bruces por la escalera, aunque lo cierto es que, de haberlo hecho, no habría pasado nada.

Desde mi transformación, Jack dormía en el estudio de Ezra, pero sus cosas seguían en el cuarto. El vestidor estaba lleno de ropa de los dos y mi guardarropa había aumentado últimamente. Hacía unas semanas, Ezra y Mae me habían proporcionado una cuenta para mis gastos y varias tarjetas de crédito y, además, mi nuevo y esbelto cuerpo de vampira exigía un vestuario renovado.

Entré en el gigantesco vestidor y busqué una bolsa de viaje. Sabía que Jack tenía un juego de maletas de un tono rosa chillón, pero no tenía tiempo de preguntarle al respecto. Jack se había quedado en la puerta, y Milo estaba a su espalda; ambos me miraban fijamente.

—¿De verdad has decidido hacer la maleta? —preguntó Milo—. No puedo creer que estés planteándote en serio irte con Ezra.

—Milo tiene razón. Es una estupidez —añadió Jack—. Es ridículo y peligroso, y ni siquiera sabes adónde vais a ir. ¿Cómo puedes hacer la maleta sin saberlo?

—Ezra me ha dicho que cogiera ropa de abrigo —les recordé.

Metí en la bolsa varios jerséis, un par de vaqueros y calcetines. Los vampiros no tenemos frío y, de hecho, lo preferimos al calor. Pero si nos paseáramos en camiseta en plena tormenta de nieve, los humanos se extrañarían; de ahí que acostumbremos a vestirnos según las circunstancias.

—¡Jack, prohíbele que vaya, o haz lo que sea! —dijo Milo.

—No puedo prohibirle nada —replicó Jack cansinamente, aunque era evidente que le hubiera gustado poder hacerlo—. Y lo único que conseguiría en caso de intentarlo sería que tu hermana aún tuviera más ganas de irse.

Metí un par de botas en la bolsa e intenté cerrarla. Evidentemente, yo era mucho más fuerte que aquella estúpida cremallera metálica, pero el caso era que no había aprendido todavía a emplear bien mi fuerza.

—Trae. —Jack se arrodilló en el suelo a mi lado para ayudarme a cerrarla.

—Gracias.

—¿Por qué te empeñas en marcharte? —preguntó Jack.

—Peter no hizo nada malo —le dije en voz baja, y él puso los ojos en blanco, exasperado.

—¡Intentó matarte, Alice! —gritó Jack.

—Pero no quería hacerlo —insistí, con una mentira a medias.

La verdad era que Peter nunca había querido hacerme daño, pero estaba perdido y no sabía cómo actuar. Cuando le pedí que acabara con mi vida, se negó a ello, por lo que decidí morderme el labio con fuerza hasta hacerlo sangrar, sabiendo que entonces no podría negarse a morderme. Lo había obligado a hacerlo y Jack había intervenido para impedirle terminar su trabajo.

—Pero ¡lo hizo, Alice! ¡Lo único que ha hecho siempre ha sido rechazarte y tratarte como una mierda, y lo peor es que casi te mata! ¿Dónde está su atractivo?

—¡Él no quiso que sucediera todo eso, Jack! ¡Nunca pidió sentir por mí lo que sentía, y sólo quería acabar con aquello! ¡Y ahora está solo y quiere suicidarse por mi culpa! ¡No puedo dejarlo morir!

Mi intensidad sólo sirvió para aumentar la perplejidad de Jack y su dolor. Se recostó en un estante lleno a rebosar de zapatillas deportivas. Sus facciones habían perdido la tensión y comprendí que se había resignado a dejarme marchar, aunque eso no significaba que estuviera de acuerdo.

—Escúchame, Jack. —Le cogí la mano y sus ojos azules me miraron con tristeza—. Ezra no permitirá que me pase nada malo. Y te quiero, ¿entendido?

—No quiero que te vayas, Alice —dijo Jack simplemente—. Por favor, si me quieres, no te marches.

Verlo de aquella manera, deseando con tanta desesperación que me quedase, me partió el corazón. Jamás quise hacerle daño. Si Ezra me hubiese rechazado, no habría luchado por convencerlo, pero su reacción me había dado a entender que también él creía que podía serle útil. Si salvar la vida de Peter significaba que Jack tenía que pasar unos momentos de suplicio, pues que así fuera.

—Lo siento, Jack.

Ezra me llamó desde abajo y anunció que teníamos que irnos ya. Hice un gesto en dirección a Jack. Una parte de mí esperaba que Jack empezara a gritar pidiéndome que me quedara, pero su estilo nunca había sido ese. Bajó la vista y me acarició el dorso de la mano con el pulgar. El simple contacto me hizo temblar.

—Os llevo en coche —susurró Jack, y se incorporó.

—¿Qué? —dijo Milo con incredulidad—. ¿Vas a permitir que se marche?

Jack seguía sin soltarme la mano y me ayudó a levantarme. Se agachó para coger la bolsa, y se dispuso a bajarla hasta la entrada.

—¿Y qué quieres que haga? —le dijo a Milo al pasar por su lado con un gesto de indiferencia.

—¡Ya te lo he dicho! ¡Prohibirle que vaya! —Milo estaba nervioso e inquieto, lo que cada vez resultaba más extraño y chocaba con la novedosa confianza que demostraba como vampiro.

—Sí, pues intenta prohibírselo tú —murmuró Jack.

Bajamos sin que me soltara la mano. Ezra, con su equipaje, estaba esperándonos junto a Mae. Sobre la mesa vi un petate de lona cargado de paquetitos especiales.

Sobrevivíamos básicamente gracias a las donaciones de sangre que obteníamos de un grupo de clínicas que dirigían, algo parecido a la Cruz Roja. La gente donaba sangre pensando que se destinaría a transfusiones, cuando lo que en realidad hacían era alimentar a prácticamente toda la especie de vampiros.

Cuando viajábamos con sangre utilizábamos un material especial. Los servicios de seguridad de los aeropuertos podían encontrar sospechoso que alguien subiera a un avión cargado con bolsas de sangre. Así que llevábamos unos recipientes metálicos que parecían botes de espuma de afeitar y que iban forrados de tal manera que los perros no consiguieran detectar su olor. Sólo podíamos embarcar un bote cada uno, pero aquello bastaría para el tiempo que durase el vuelo. En cuanto aterrizáramos conseguiríamos más.

Ezra estaba repasando la documentación para asegurarse de que todo estaba en orden. En cuanto hice el cambio, puso en marcha en seguida el papeleo necesario para que pudiera vivir con ellos sin levantar sospechas.

El hecho de que hubiese insistido en conservar mi apellido, Bonham, en lugar de cambiarlo a Townsend, como todos ellos, había suscitado cierta controversia. A todo el mundo le daba igual excepto a Jack, que no comprendía por qué yo no quería adoptar su apellido, sobre todo teniendo en cuenta que ahora era también el apellido de Milo.

Estaba segura de que algún día lo cambiaría, pero por ahora no quería hacerlo. Deseaba aferrarme a mí el máximo posible, aunque fuera tan sólo a mi apellido.

Como aspecto positivo, tengo que decir que Ezra me había cambiado la edad a dieciocho, para que me resultara más fácil hacer según qué cosas para las que tendría problemas si fuese una menor. Con Milo habían hecho lo mismo, pues aunque tuviera tan sólo dieciséis años, ahora aparentaba más bien diecinueve.

En la documentación de Ezra constaba que tenía veintinueve años, aunque en realidad tenía veintiséis en el momento de realizar el cambio. En todos los casos sucedía lo mismo. Jack tenía en realidad veinticuatro años, pero en su documentación constaba que tenía veintisiete, mientras que la de Mae indicaba treinta y uno cuando en realidad era tres años menor cuando realizó su cambio.

Llevaban ya cuatro años viviendo en esa casa con aquel apellido. No podrían estar mucho más tiempo fingiendo tener esa edad, lo que significaba que no faltaba mucho para que tuvieran que mudarse. Con su aspecto, Jack no aparentaba veintisiete años, y nunca lograría aparentar los treinta.

—¿Cuándo ha sido la última vez que comiste? —me preguntó Ezra sin levantar la vista de mi pasaporte. Era completamente nuevo y lo examinó en busca de posibles errores. En el momento de mi cambio, Ezra había arreglado toda la documentación que pudiera necesitar: carnet de conducir, partida de nacimiento y pasaporte.

—Hummm… ayer —dije.

La sed era constante, aunque la sensación era distinta a la que percibía cuando era humana. No tenía la boca seca, ni tampoco notaba el estómago vacío como cuando antaño estaba hambrienta. Simplemente sentía una necesidad interior, que procedía de todas partes y de ninguna a la vez.

La sensación más parecida era cuando iba al gimnasio, corría demasiado y los músculos empezaban a dolerme por falta de oxígeno. Después me invadía poco a poco un agarrotamiento que acababa apoderándose por completo de mí. Con la diferencia de que ahora encontraba consuelo en la sangre, un consuelo que además iba acompañado por un frenesí de lujuria.

A estas alturas había conseguido un control bastante razonable sobre mi deseo de sangre. Tanto Milo como yo habíamos conseguido dominar ese aspecto mejor que la mayoría de los vampiros, un hecho que tenía maravillados a Ezra y a Mae. Nuestra relación con los vampiros los sorprendía constantemente, y Ezra lo achacaba a algo más profundo que mi simple vínculo con Peter y Jack.

—Hum… —dijo Ezra, mirándome—. No quiero que te canses todavía. Tendremos que esperar hasta que hayamos subido al avión. ¿Serás capaz de aguantar entre tanta gente con el estómago vacío?

—Creo que sí —dije asintiendo, aun sin estar tan segura como quería dar a entender.

Al haberme convertido en vampira tan recientemente, la ingesta de sangre tenía en mí un efecto muy potente. Comer era fabuloso, pero después me quedaba amodorrada y traspuesta. Normalmente, perdía el conocimiento y dormía durante un buen rato. Con el tiempo, beber sangre acabaría dándome energía en vez de dejarme fuera de combate, pero aún faltaba un poco para llegar a esa fase.

Además, tenía poca experiencia en lo de encontrarme rodeada de gente. Me atraía la sangre de Jack y su pulso era mucho más débil que el de los humanos. La sangre humana tenía un olor más intenso, latía con más fuerza y me resultaría mucho más seductora. Hasta el momento había demostrado un gran control de mí misma, aunque, para ser sincera, la tentación había sido mínima.

—Bien —dijo Ezra, y miró entonces a Mae—. ¿Lo tenemos ya todo?

—Sí. —Mae se mordió el labio al mirarlo a los ojos. No quería que Ezra se marchase, igual que Jack no quería que me marchase yo.

—Estupendo, pues. —Ezra me sonrió casi sin ganas—. ¿Estás lista?

—Sí —dije, asintiendo de nuevo.

Guardó todos los documentos en el bolsillo frontal de su maletín y cogió las bolsas. Creo que, hasta aquel preciso momento, Milo había esperado que Ezra me dijese que tenía que quedarme en casa, pero cuando vio que la cosa iba en serio, gritó sus reparos a viva voz:

—¡No podéis marcharos! —Milo ardía de excitación y Mae le acarició la nuca para tranquilizarlo antes de que perdiera los estribos—. ¡Es la cosa más estúpida que he oído en mi vida! ¡La vas a matar!

—Milo, ya basta —le rogó Mae.

—Pero… pero… —tartamudeó Milo, y se volvió hacia Mae en busca de ayuda—. ¡Sabes que es una estupidez!

—Milo —dijo Ezra, cortándolo con determinación, y el rostro de Milo se contorsionó—, despídete de tu hermana antes de que nos marchemos.

Milo lloró al despedirse de mí con un abrazo, lo que no facilitó precisamente las cosas. No quería que me marchase, como tampoco quería quedarse solo, sin mí, pero no había otra alternativa. La única ocasión en la que mi hermano había coincidido con Peter no había ido muy bien, por lo que Milo no podía colaborar de ningún modo en su rescate.

Mae besó a Ezra con lágrimas en los ojos y le preguntó una vez más si había alguna manera de convencerlo para que se quedara. Él no dijo nada, aunque ella tampoco esperaba que lo hiciera. Gimoteando, me abrazó y me hizo prometerle que iría con mucho cuidado, que echaría a correr a la menor señal de problemas y que la llamaría a menudo, tanto si las cosas iban mal como si iban bien.

Mae y Milo nos despidieron abrazados desde el umbral de la puerta; parecían desamparados. Jack no había pronunciado una sola palabra durante aquel rato y continuó en silencio todo el trayecto en coche hasta el aeropuerto. Habíamos cogido el Lexus de Ezra, que parecía perdido en sus pensamientos, cavilando cómo abordar el problema.

El aeropuerto de Minneapolis era un hervidero de actividad humana. Mi piel agradeció el fresco aire de octubre durante el recorrido desde el aparcamiento hasta la terminal. El aroma cálido y seductor de la sangre, no obstante, inundaba el ambiente.

Noté que se me aceleraba el corazón y Jack me dio la mano, apretándomela para tranquilizarme. Una vez dentro, la sensación fue a peor e intenté pensar en algo triste para mantener la compostura, y me imaginé un montón de conejitos muertos. No era el lugar ideal para la primera salida de una vampira reciente, y todos éramos conscientes de ello.

Jack me soltó la mano, pero no dejé de mirarlo a los ojos mientras Ezra me alejaba de él y me guiaba con cuidado entre la multitud para superar la primera barrera de detectores de metales. Jack se quedó en medio del gentío, mirándome, como en un videoclip musical trágico, y me pregunté dónde me había metido al convertirme en vampira.