1
Jack me sonrió por encima del tablero de ajedrez de cristal y cualquier pensamiento que pudiera tener relacionado con el juego se esfumó por completo. Desde que tres semanas atrás hiciera la transformación y pasara de ser una chica normal y corriente de diecisiete años a una vampira con todas las de la ley, me costaba mucho más concentrarme en cualquier cosa.
Gracias a mis nuevos sentidos, Jack me parecía aún más fabuloso que antes. Cuando en aquel momento movió la mano para tocar un peón, su aroma suave y penetrante y su sangre me hicieron la boca agua. Lo encontraba mucho más atractivo que nunca y me pasaba las horas contemplándolo embobada.
—Ejem. —Milo tosió con más fuerza de la necesaria teniendo en cuenta que para llamar mi atención le hubiera bastado con un simple cambio en su respiración.
Los sonidos se habían magnificado. Y a pesar de que no alcanzaba a oír el batir de alas de una mariposa, mi oído había mejorado de manera tremenda. Y era especialmente sensible a los latidos del corazón y a la sangre.
—Creía que querías aprender a jugar al ajedrez —dijo Milo.
Se sentó en el mullido sillón, detrás de nosotros, y dejó caer una pierna por encima del brazo. En años humanos yo era un año y medio mayor que él, pero lo cierto es que él llevaba más tiempo como vampiro. Sus grandes ojos oscuros le otorgaban ahora una mirada profunda y misteriosa, distinta al aspecto inocente e ingenuo que había reflejado siempre mientras era humano. El cambio le sentaba la mar de bien.
—Lo sé, lo sé —dije, y a Jack le hizo gracia verme tan apabullada—. Repasemos una vez más lo de la torre.
—Ni siquiera estás intentándolo —dijo Milo con un suspiro.
—Tienes que tomártelo en serio —añadió Jack, con un tono muy respetuoso.
De hecho, nuestra relación lindaba la obsesión enfermiza, aunque ello tenía que ver tanto con mi cambio como con nuestra reciente vinculación. Todo el mundo nos decía que con el tiempo aquello iría apaciguándose hasta situarse en un nivel aceptable.
Sin el menor esfuerzo por mi parte, mi cuerpo se inclinó automáticamente hacia él. Por debajo de la mesa, Jack había empezado a acariciarme la pierna con el pie para conseguir que le prestara atención. El contacto con mi pantorrilla, incluso con el calcetín de por medio, me volvía loca. El corazón me latía con insolencia pero además, a diferencia de antes, ahora también podía oír el suyo.
—Muy bien, sé perfectamente lo que estáis haciendo —dijo Milo, asqueado.
—¡Lo siento! —Retiré la pierna.
—Eso no ha tenido ninguna gracia —refunfuñó Jack, pero no hizo más intentos de reanudar el contacto.
Ezra, el hermano de Jack, insistía en que durante un tiempo mantuviéramos las distancias. Mis emociones solían acabar con lo mejor de mí. Cualquier cosa que conllevara pasión, como la sensación de hambre o el deseo, me obnubilaba por completo y, si nos poníamos juguetones, cabía la posibilidad de que incluso acabara matando a Jack. De modo que estábamos vigilados constantemente, para lo cual se turnaban Milo, Ezra y Mae, la esposa de Ezra.
Jack llegó por fin a la conclusión de que no era un buen maestro de ajedrez y dejó que Milo ocupara su lugar. Mi hermano volvió a explicarme las reglas mientras Jack se acomodaba en el sofá.
Su gigantesco perro pastor de los Pirineos blanco, Matilda, le acercó la correa para que saliera a jugar con ella. A pesar de que se había alejado de nosotros, mi atención continuaba centrada en él.
—¡Alice! —Milo chasqueó los dedos delante de mi cara, en un intento de apartar mi mirada de Jack—. Si no paras de una vez, pienso obligarlo a que se vaya del salón.
—¡Lo siento! —me disculpé.
Jack rio a carcajadas, un hecho que no ayudó en absoluto a solventar la situación. Con su pelo rubio despeinado, sus alegres ojos azules y su piel bronceada e impoluta, Jack era atractivo de por sí, pero lo que siempre había podido conmigo era su asombrosa risa. Era el sonido más nítido y perfecto que jamás había escuchado.
Milo se levantó dispuesto a cumplir su amenaza, pero Ezra hizo su entrada en aquel preciso momento.
La apariencia de Ezra era extraordinaria: guapo como sólo podía serlo un vampiro, con aquel pelo rubio cayéndole sobre la frente, y aquellos cálidos ojos, de un tono marrón rojizo tan especial, que reflejaban una ansiedad poco habitual.
Mae apareció tras él; su habitual aspecto risueño había desaparecido por completo. Al entrar en la sala se retorcía las manos con preocupación.
—Ha surgido un problema —dijo Ezra con su voz profunda, matizada por un leve acento británico—. Debo partir para ocuparme de unos asuntos.
—¿Qué problema? ¿A qué te refieres? —preguntó Milo, y su voz se elevó una octava como siempre que se ponía nervioso. Después de que hiciera el cambio, temí durante un tiempo que mi hermano perdiera sus rasgos humanos, pero seguían en su mayoría intactos.
Ezra intercambió una mirada con Mae, pero ella negó con la cabeza. Jack había soltado la correa y Matilda la empujaba de nuevo contra su mano para que siguiera jugando con ella. Jack la ignoró.
—Peter —respondió por fin Ezra.
Al oír el nombre de su hermano, el cuerpo de Jack se puso tan tenso que Matilda se asustó y se alejó de él.
Seguía sorprendiéndome mi propia indiferencia cuando el tema de Peter salía a relucir. El doloroso vínculo que había tenido con él ya no existía, pero dudaba que consiguiera hacer desaparecer por completo mis sentimientos hacia él.
—¿Va a volver? —Milo se acercó a mí, como si yo continuara necesitando protección.
Jack bajó la vista y trató de controlar su rabia. Él jamás perdonaría que Peter hubiera estado a punto de matarme cuando yo era todavía mortal. Pero, por alguna razón que no acertaba a comprender, yo nunca había llegado a echárselo en cara a Peter.
—No, no va a volver —aclaró Ezra, con un gesto negativo y sin apartar los ojos de Jack para calibrar su reacción ante la noticia—. Creo que no volverá nunca.
—No lo hará si sabe lo que le conviene —gruñó Jack con un tono de voz tan grave que casi no parecía él.
—Sigue siendo tu hermano, Jack —le recordó Mae, en su amable tono de voz, para tratar de sosegarlo.
—¡Nunca ha sido mi hermano! —Jack se recostó en la silla con los ojos en blanco.
Peter era ciento cincuenta años mayor que Jack, por lo que podría decirse que no estaban emparentados en el sentido humano del término. Pero Peter había sido el artífice del cambio de Jack, su sangre se había fusionado con la de él y con ello se había creado un vínculo que era mucho más fuerte que cualquier relación familiar normal. Anteriormente, Ezra había convertido a Peter, lo que establecía un vínculo directo entre los tres. Hasta que aparecí yo.
—Me da lo mismo lo que sientas hacia él —le dijo Ezra a Jack; sin embargo, me di cuenta de que estaba dolido—. En estos momentos se encuentra en una situación de peligro real y tengo que ayudarlo.
—¿Qué tipo de peligro? —pregunté, y noté que los ojos de Jack se posaban sobre mí. Me negué a devolverle la mirada.
—Está… —Ezra frunció el ceño—. Está matando vampiros.
—Claro, típico de Peter —murmuró Jack.
—Creía que había decidido ir solo por la vida —dije, y Jack se mofó de mis palabras.
Hacía ya tres semanas que Jack me había convertido en vampira y que Peter se había ido. Peter solía marcharse con frecuencia, pero normalmente Ezra conocía la manera de contactar con él. Sin embargo, esta vez había desaparecido y, por más que Ezra había intentado localizarlo, no lo había logrado.
—Y así es. Pero corren rumores sobre Peter —continuó Ezra—. Acaban de decirme por teléfono que algunos vampiros quieren vengarse de él. Así que he decidido tratar de localizarlo y ver si puedo hacerlo entrar en razón.
—Puede apañarse solito —dijo desdeñosamente Jack al ver a todo el mundo tan preocupado—. No es la primera vez que Peter mata vampiros, y además ha combatido en guerras. Si algo sabe hacer Peter, es pelear.
—Esto es distinto —dijo Ezra, con los ojos inundados de tristeza—. Hay motivos para creer que ha emprendido una misión suicida.
—Bien —masculló Jack.
—Iré contigo. —Me levanté de repente y tiré el tablero de ajedrez con el movimiento. Mi cabeza no conseguía coordinar aún lo que mi cuerpo era capaz de hacer.
—¿Qué? —Jack levantó una ceja pero me miró sin alterarse. No habíamos hablado de Peter desde que me había convertido en vampira y, por lo visto, daba por sentado, equivocadamente, que mis sentimientos eran iguales que los suyos.
—Iré con él —repetí.