DIÁLOGO DEL AMARGO

CAMPO

Una voz.

Amargo.

Las adelfas de mi patio.

Corazón de almendra amarga.

Amargo.

(Llegan tres jóvenes con anchos sombreros.)

JOVEN 1°. —Vamos a llegar tarde.

JOVEN 2°. —La noche se nos echa encima.

JOVEN 1°. —¿Y ése?

JOVEN 2°. —Viene detrás.

JOVEN 1°. —(En alta voz.)¡Amargo!

AMARGO. —(Lejos.)Ya voy.

JOVEN 2°. —(A voces.)¡Amargo!

AMARGO. —(Con calma.) ¡Ya voy! (Pausa.)

JOVEN 1°. —¡Qué hermosos olivares!

JOVEN 2°. —Sí.

(Largo silencio.)

JOVEN 1°. —No me gusta andar de noche.

JOVEN 2°. —Ni a mí tampoco.

JOVEN 1°. —La noche se hizo para dormir.

JOVEN 2°. —Es verdad.

(Ranas y grillos hacen la glorieta del estío andaluz. El AMARGO camina

con las manos en la cintura.)

AMARGO. —Ay yayayay.

Yo le pregunté a la muerte.

Ay yayayay.

(El grito de su canto pone un acento circunflejo sobre el corazón de los

que lo han oído.)

JOVEN 1°. —(Desde muy lejos.) ¡Amargo!

JOVEN 2°. —(Caso perdido.) ¡Amargooo!

(Silencio.)

(El AMARGO está solo en medio de la carretera. Entorna sus grandes

ojos verdes y se ciñe la chaqueta de pana alrededor del talle. Altas

montañas le rodean. Su gran reloj de plata le suena oscuramente en el

bolsillo a cada paso.)

(Un JINETE viene galopando por la carretera.)

JINETE. —(Parando el caballo.) ¡Buenas noches!

AMARGO. —A la paz de Dios.

JINETE. —¿Va usted a Granada?

AMARGO. —A Granada voy.

JINETE. —Pues vamos juntos.

AMARGO. —Eso parece.

JINETE. —¿Por qué no monta en la grupa?

AMARGO. —Porque no me duelen los pies.

JINETE. —Yo vengo de Málaga.

AMARGO. —Bueno.

JINETE. —Allí están mis hermanos.

AMARGO. —(Displicente.) ¿Cuántos?

JINETE. —Son tres. Venden cuchillos. Ése es el negocio.

AMARGO. —De salud les sirve.

JINETE. —De plata y oro.

AMARGO. —De salud les sirva ser más que cuchillo.

JINETE. —Se equivoca.

AMARGO. —Gracias.

JINETE. —Los cuchillos de oro se van solos al corazón. Los de plata

cortan el cuello como una brizna de hierba.

AMARGO. —¿No sirven para partir el pan?

JINETE. —Los hombres parten el pan con las manos.

AMARGO. —¡Es verdad!

(El caballo se inquieta.)

JINETE. —¡Caballo!

AMARGO. —Es la noche.

(El camino ondulante salomoniza la sombra del animal.)

JINETE. ¿Quieres un cuchillo?

AMARGO. —No.

JINETE. —Mira que te lo regalo.

AMARGO. —Pero yo no lo acepto.

JINETE. —No tendrás otra ocasión.

AMARGO. —¿Quién sabe?

JINETE. —Los otros cuchillos no sirven. Los otros cuchillos son blandos y

se asustan de la sangre. Los que nosotros vendemos son fríos.

¿Entiendes? Entran buscando el sitio de más calor y allí se paran.

(El AMARGO calla. Su mano derecha se le enfría como si agarrase un

pedazo de oro.)

JINETE. —¡Qué hermoso cuchillo!

AMARGO. —¿Vale mucho?

JINETE. —Pero ¿no quieres éste?

(Saca un cuchillo de oro. La punta brilla como una llama de candil.)

AMARGO.— He dicho que no.

JINETE. —¡Muchacho, súbete conmigo!

AMARGO. —Todavía no estoy cansado.

(El caballo se vuelve a espantar.)

JINETE. —(Tirando de las bridas.)Pero ¡qué caballo éste!

AMARGO. —Es lo oscuro.

(Pausa.)

JINETE. —Como te iba diciendo, en Málaga están mis tres hermanos.

¡Qué manera de vender cuchillos!

En la catedral compraron dos mil para adornar todos los altares y

poner una corona a la torre. Muchos barcos escribieron en ellos sus

nombres; los pescadores más humildes de la orilla del mar se

alumbran de noche con el brillo que despiden sus hojas afiladas.

AMARGO. —¡Es una hermosura!

JINETE. —¿Quién lo puede negar?

(La noche se espesa como un vino de cien años. La serpiente gorda del

Sur abre sus ojos en la madrugada y hay en los durmientes un deseo

infinito de arrojarse por el balcón a la magia perversa del perfume y la

lejanía.)

AMARGO. —Me parece que hemos perdido el camino.

JINETE. —(Parando el caballo.) ¿Sí?

AMARGO. —Con la conversación.

JINETE. —¿No son aquéllas las luces de Granada?

AMARGO. —No sé.

JINETE. —El mundo es muy grande.

AMARGO. —Como que está deshabitado.

JINETE. —Tú lo estás diciendo.

AMARGO. —¡Me da una desesperanza! ¡Ay yayayay!

JINETE. —Porque llegas allí. ¿Qué haces?

AMARGO. —¿Qué hago?

JINETE. —Y si te estás en tu sitio, ¿para qué quieres estar?

AMARGO. —¿Para qué?

JINETE. —Yo monto este caballo y vendo cuchillos, pero si no lo hiciera,

¿qué pasaría?

AMARGO. —¿Qué pasaría?

(Pausa)

JINETE. —Estamos llegando a Granada.

AMARGO. —¿Es posible?

JINETE. —Mira cómo relumbran los miradores.

AMARGO.— Sí, ciertamente.

JINETE. —Ahora no te negarás a montar conmigo.

AMARGO. —Espera un poco.

JINETE. —¡Vamos, sube! Sube de prisa. Es necesario llegar antes de que

amanezca… Y tome este cuchillo. ¡Te lo regalo!

AMARGO. —¡Ay yayayay!

(El JINETE ayuda al AMARGO. Los dos emprenden el camino de

Granada. La sierra del fondo se cubre de cicutas y de ortigas.)

CANCIÓN DE LA MADRE

DEL AMARGO

Lo llevan puesto en mi sábana,

mis adelfas y mi palma.

Día veintisiete de agosto

con un cuchillito de oro.

La cruz. ¡Y vamos andando!

Era moreno y amargo.

Vecinas, dadme una jarra

de azófar con limonada.

La cruz. No llorad ninguna.

El Amargo está en la luna.

FIN DEL POEMA DEL CANTE JONDO