Julio de 1950

Por fin se ha aclarado que el compromiso que, según mi sobrina Paloma, había contraído Martín Soto con ella, y del que huyó cobardemente y sin dar aviso, desapareciendo como si se lo hubiera tragado la tierra el día 15 de abril, en caso de existir no era grave, ni motivo de huida tan singular. Como ya he ido relatando en este diario, la vida en casa de mi hermano Joaquín ha estado marcada por la sospecha que tuvimos todos, de que la niña, Paloma, se hubiese entregado a Martín y que incluso hubiera consecuencias de deshonra para la familia. Ya he contado que Amalita, mi sobrina mayor, que siempre ha sido más buena que el pan y por su carácter y aficiones más ángel y más monja que novia, consintió en que su novio Antonio Míguez, que desde niño la había cortejado y que ya terminada su carrera de veterinario había fijado la fecha de la boda, se sacrificase casándose con la pequeña Paloma en vez de hacerlo con ella. La boda se ha celebrado con urgencia esta semana. Amalita ha manifestado su deseo de entrar como novicia en un convento y hoy mi cuñada Amalia me expresa su satisfacción porque Dios escribe derecho con renglones torcidos. Amalita era chica de convento y está contenta, y la picara de su hermana también y Antonio también, pues sin la desaparición de Martín no se hubiese atrevido a confesar que la hermana que le gustaba era Paloma desde que ésta dejó de usar calcetines para ponerse medias. Y que en fin, a pesar de tantas amenazas de muerte que se han hecho contra Martín en casa de mi hermano, este muchacho, como digo, no tenía motivos para huir de nosotros por ninguna causa.

[…][2] sigue siendo un misterio, pues como ya […][3] que haya emigrado a Venezuela, para donde tenía concedido pasaporte. En este punto cesan ya mis pesquisas y si algún día escribe o aparece Martín Soto, estoy seguro de que aclarará qué motivos le obligaron a desaparecer como raptado en platillo volante o a lomos de la célebre gata con alas, el monstruo que asombra a Madrid en estos tiempos.

Satisfecho no estoy más que de dos cosas: una, la seguridad de que si Martín se hubiera visto en compromiso de delito que le llevase a la cárcel o por accidente a hospitales, es seguro que lo hubiéramos sabido en este tiempo. Y si se hubiera quedado en Madrid, como no fuese encerrado en un sótano, también lo habría sabido yo, pues en todas partes tengo amistades que me hubieran dado noticia de su presencia en cualquier barrio. La segunda satisfacción es la de no haberme equivocado en cuanto al carácter del muchacho y a la impresión que tengo (a pesar de toda mi malicia de perro viejo y con todo lo que he visto de malo en este mundo) de que ese muchacho, Martín Soto, en otros enredos puede meterse como cualquiera, pero muy difícilmente se metería nunca en líos de faldas y menos en complicaciones con muchachas de familia honrada y conocida.

(Del diario policíaco escrito por Luis López).