Julio de 1950
En este libro se cuentan, en forma de diario, las pesquisas, primero en la ciudad de Toledo y después en Madrid, que quien esto escribe y algunos familiares suyos han hecho respecto a la desaparición misteriosa de un hombre: Martín Soto Castello, natural de Alicante, y vecino de Madrid, soltero, de profesión artista pintor, y de veinticuatro años de edad, joven sin parientes cercanos que se le conozcan y muy unido por amistad a nuestra familia.
El susodicho Martín Soto, en la tarde del sábado 15 de abril de este año, visitó a mis sobrinas Amalia y Paloma. Vestía el traje de pana negra con chaqueta de cuatro bolsillos que él llama su traje de pintor, y por el que le conoce todo el barrio, ya que atrae la atención con un punto de originalidad que algunos creen excéntrico y porque además quien lo lleva es un muchacho de estatura más alta de lo corriente —si no me equivoco, un metro ochenta y tres— y con ese traje no se pone nunca ni corbata ni camisa, sino un jersey de los que llaman «cuello de cisne». Llevaba también al brazo una gabardina y a mano la maleta de madera donde guarda su equipo para pintar. Martín anunció a mis sobrinas que se marchaba a Toledo aquella misma tarde, con un encargo mío referente a un mueble antiguo que mi agente en Toledo me había ofrecido para un cliente. Bromeó con las chicas y consoló a Paloma, la pequeña, por no poder asistir a su cumpleaños, que se celebraba el día siguiente. Le prometió traerle una caja de mazapán, que a la chica le gusta. Se marchó cuando aún no había llegado el fluido eléctrico, que en el barrio estaba cortado por las restricciones. Mis sobrinas se asomaron a la ventana que da, como el portal de su casa, a la calleja que desemboca en Embajadores. Le vieron cruzar la calzada sorteando los charcos de lluvia recientes y en la esquina se detuvo, se volvió hacia la ventana de ellas y las saludó. Después de volver esa esquina, nadie hasta hoy ha vuelto a verle ni vivo ni muerto.
Como se irá viendo en este diario, a principios de mayo tuvimos noticias de que un hombre misterioso, viejo y encapuchado, se presentó en la pensión Jerónimo, donde se había alojado Martín, a recoger las cosas de éste que allí quedaron, con un mandato que el dueño de la pensión afirma estaba escrito de puño y letra de Martín. Hemos hecho cábalas desde las más negras de muerte y accidente grave, hasta las más pintorescas, como la sugerencia irónica de mi cuñada Amalia de que a Martín lo raptaron los marcianos en un platillo volante al volver la esquina. Hoy, cumplidos los tres meses de su desaparición, sólo puedo adelantar como seguro un hecho: Martín Soto, tuviera o no intención de hacerlo, no llegó a Toledo la noche del sábado 15 de abril ni ningún otro día o noche a partir de esa fecha.
(Del diario policíaco escrito por Luis López).