Capítulo 69

Glass no podía correr muy rápido. Las heridas de Viena aún estaban demasiado frescas como para haberse repuesto por completo y tenía el hombro dolorido. Las callejuelas de Venecia estaban oscuras y desiertas. La niebla estaba bajando y asentándose obstinadamente sobre la ciudad. Eso era bueno.

La niebla lo ayudaría a esconderse mejor. Esperaría un poco, se escondería en cualquier lugar y trataría de recobrar fuerzas. Quería que Ben Hope sufriese durante un tiempo. Después, iba a volver y a acabar con él. Pero lo haría bien, como es debido, muy lentamente. Como lo habría hecho si el viejo estúpido de Kroll no lo hubiese detenido.

El agua chocaba contra la orilla del canal. Siguió cojeando. A través de la niebla vio el puente arqueado. Había unos escalones y bajó por ellos con dificultad. Estaban resbaladizos. Cerca de la línea de agua, los viejos muros de piedra estaban viscosos, cubiertos de un musgo gelatinoso de color verde oscuro.

La pequeña barca estaba amarrada allí abajo, meciéndose suavemente entre las sombras. Se subió a ella y encendió el motor. La embarcación se puso en marcha. Glass cogió el timón y soltó amarras. Viró dejando una arremolinada estela blanca en la oscuridad. A unos cientos de metros canal arriba llegaría a la Piazza San Marco y, desde allí, pondría rumbo a las aguas abiertas del Gran Canal.

Después de eso, desaparecería. Cinco minutos y estaría fuera de allí.

El ruidoso eco del fuera borda llegó a oídos de Ben, que en ese momento alcanzaba el puente arqueado. El corazón le latía con fuerza y le dolían los costados. Vio los restos de la estela en el agua, ya deshaciéndose, y la espuma disipándose contra los viscosos bordes veteados del canal.

Siguió corriendo. Una sola idea pasaba por su cabeza. Lo tenía muy claro. Después sería diferente, cuando el dolor y la pena lo atormentaran. Habría mucho dolor. Pero ahora no había sitio en su mente para eso.

Glass tenía que estar en la barca. No había otro sitio adónde ir. Si conseguía salir de los estrechos canales a aguas abiertas, volvería a desaparecer.

Un rayo de luz atravesó la densa niebla, acompañado del arrullo de un potente motor de doble propela. Un casco de fibra de vidrio golpeaba suavemente los amortiguadores de caucho del muro del canal. Ben se dirigió en esa dirección.

El chico estaría al final de la veintena o al principio de la treintena. Iba bien vestido y muy arreglado. Tenía aspecto de conducir una embarcación rápida, enorgullecerse de ello y cuidarla bien. Se puso tenso cuando vio una sombra acercándose entre la bruma.

—Necesito tu barco —dijo Ben en italiano—. Te lo traeré de vuelta cuando acabe. El chico no discutió. Treinta segundos más tarde, la lancha motora dejaba una gran estela de espuma y Ben recorría el oscuro canal.

Llegó a la boca del canal. Glass no estaba por ninguna parte. Desafiando a la niebla, las luces parpadeaban y se reflejaban como estrellas en la amplia y oscura superficie que se extendía frente a él. Había cientos de embarcaciones, cada una con su propio rumbo. Incluso en una gélida noche de invierno, Venecia seguía siendo una ajetreada vía acuática.

Condujo hasta mar abierto. Entró en un banco de niebla y, al instante, no era capaz de ver más allá de unos pocos metros. El agua era negra y el aire frío le cortaba la cara. La lancha se movía a la deriva.

Glass no estaba por ninguna parte.

En la oscuridad oyó un motor fuera borda revolucionado y el sonido de una proa surcando el agua. Una luz brillante lo cegó y tuvo que levantar las manos para protegerse los ojos.

El choque casi le hizo caer del barco.

La fibra de vidrio se astilló con el impacto, mientras la proa de la barca de Glass se empotraba contra la lancha. Ambas embarcaciones quedaron unidas. Se oyó un rugido de motor cuando la hélice de la barca de Glass salió del agua. Glass se abalanzó sobre Ben como un animal salvaje. Con un violento puñetazo lo tiró al suelo, sin aliento.

Las dos barcas enganchadas viraban formando un círculo y dejaban una estela de espuma blanca con el movimiento. El motor, en el aire, no paraba de rugir. El agua salía a borbotones por la proa destrozada de la lancha. En tres segundos cubriría el pecho de Ben, que yacía de espaldas. Se estaban hundiendo con mucha rapidez.

—Pensaba dejarte vivir un poco más —gritó Glass por encima del ruido del motor—, pero parece que te me has adelantado.

Ben intentó ponerse de pie. Glass se agachó, lo cogió por el cuello de la chaqueta y lo levantó. El rostro abrasado y deforme de aquel hombre era una pesadilla bajo las luces de los barcos.

Trató de darle un cabezazo, pero Ben lo esquivó y le clavó la rodilla en la ingle. Glass retrocedió unos pasos.

—¿Dolor? —chilló—. ¡A mí no me puedes herir con dolor! —Se irguió y embistió de nuevo a Ben, que cayó de espaldas junto al motor fuera borda. Sintió el chirrido y el aire que provocaban las hélices cerca de su oído. Y se revolvió con agonía cuando las aspas le provocaron un corte en el hombro.

Lanzó una patada y oyó el alarido de Glass en la proa. Mientras se hundían, luchaban frenéticamente sobre el suelo de la embarcación. Glass se puso encima de Ben y trató de ahogarlo, con las manos alrededor de su garganta y presionándole con fuerza la tráquea con los pulgares.

Ben echaba burbujas por la boca mientras luchaba desesperadamente por arrancar aquellas manos negras de su cuello. Pero Glass tenía mucha fuerza y las suyas empezaban ya a flaquear. No iba a conseguirlo. Iba a morir ahogado. En un último intento, consiguió separar los dos dedos meñiques y los partió. Izquierdo y derecho. Roto y roto. Los dos a la vez.

Glass lo soltó con un alarido y el brazo de Ben salió con fuerza del agua y le aplastó lo que le quedaba de nariz. Ahora era Ben quien estaba encima, con el agua a la cintura, mientras empujaba a Glass hacia abajo con las rodillas. Dirigió la cabeza de Glass contra la fibra de vidrio astillada del lateral de la barca. Notó un crujido. Volvió a hacerlo. Notó otro crujido y vio, por fin, brotar la sangre. Jack Glass era un hombre difícil de matar. Esta vez tenía que asegurarse. No quería oír morir a Glass. Quería verlo muerto. Lo golpeó de nuevo.

—¡La has matado, cabrón! —gritó—. ¡La has matado!

La cubierta de la barca se hundió otro metro más en el agua negra. La hélice alcanzó la superficie del agua y la espuma salió disparada por los aires. Las embarcaciones se habían hundido por completo y Ben se encontró flotando solo. El traje y los zapatos le impedían nadar con facilidad.

La cabeza de Glass asomó a la superficie, a dos metros escasos de distancia, respirando entrecortadamente. Tenía los labios destrozados, y dejaban sus dientes al descubierto.

Ben empujó la cabeza de Glass bajo el agua helada, pero Glass pataleó, forcejeó y consiguió salir a la superficie.

Ben lo golpeó de nuevo y lo hundió otra vez, poniendo una mano sobre su cabeza para mantenerlo sumergido, mientras una columna de burbujas afloraba a la superficie. Los brazos y piernas de Glass se sacudían, pero cada vez más despacio. Ben lo dejó allí abajo un poco más.

Las fuerzas de Glass empezaban a disminuir. Las burbujas se iban espaciando. Ben lo dejó allí abajo un poco más.

La mano de Glass salió del agua. Su guante había desaparecido. Unos dedos derretidos arañaron el aire. Después, el brazo se quedó inmóvil y se sumergió con un chapoteo.

Ben notó que la tensión se desvanecía. El cuerpo inerte de Glass se mecía con el oleaje. Le pareció que pestañeaba una vez con el ojo que le quedaba. Abrió la boca y salió una única burbuja, que subió lentamente hasta la superficie y explotó. Luego, otra burbuja más pequeña.

Después, ninguna. Su rostro estaba relajado. Sus brazos se extendían a ambos lados, flotando en el agua, con los dedos extendidos. Su ojo miraba fijamente hacia arriba. Ben lo dejó ir. Se quedó mirando hasta que el cuerpo sin vida desapareció entre las sombras.

La sirena de la lancha motora de la policía se oía cada vez más cercana. Las luces de las linternas barrían el agua.

Glass se había ido, por fin. Ben se quedó flotando en el agua helada, sin moverse, con la mirada perdida en las oscuras profundidades. El frío estaba entumeciendo su cuerpo.

Pensó en Leigh, su bella esposa, y el dolor comenzó a invadirlo. Entonces, empezó a mover los pies y a nadar hacia el muelle.