Ben miró la hora y terminó lo que le quedaba de whisky. Estaba solo en el bar, y se sintió un poco culpable por haberse perdido parte de la representación. Llevaba fuera demasiado tiempo y Leigh volvería al escenario en cualquier momento. Y eso era algo que no quería dejar pasar.
Emprendió el camino de vuelta por el pasillo alfombrado, subió las escaleras que había bajado antes y tomó el pasillo en curva que conducía a las puertas de los palcos privados. Todos parecían iguales; un recuadro de terciopelo rojo en la pared de terciopelo rojo. Encontró su número. Se acomodó de nuevo en el asiento y miró al escenario para comprobar que había llegado justo a tiempo.
La ópera iba por el segundo acto. Estaba terminando un aria cuando la Reina de la Noche reapareció, se situó en el centro del escenario y comenzó a cantar sobre el amor, la muerte y la venganza. Su voz era muy potente.
Sin embargo, algo no parecía ir bien.
Su voz no estaba bien. Era una soprano fuerte y vibrante. Lo bastante buena para cantar ópera a escala mundial, pero sin nada que se asemejase a la pasión o a la profundidad de Leigh que le habían provocado un cosquilleo en la piel.
Se extrañó. En el asiento de al lado reposaban los anteojos que le había dado Leigh. Su aumento no era, ni mucho menos, del nivel de los prismáticos militares, pero bastaban para ver la cara de los intérpretes más de cerca. Se llevó los pequeños oculares a los ojos y enfocó a la Reina.
Vestía el mismo traje y estaba maquillada para parecer la misma, pero no era Leigh. Era otra mujer.
Todo el mundo estaba eufórico. Leigh había tenido que ver a un millón de personas entre bastidores tras su primera aria. Tenía comprobación de vestuario, de peinado, retoques de maquillaje. Un tipo de la televisión se había colado allí, inventando una excusa, y quería cerrar con ella la fecha para un programa de entrevistas, pero ella lo rechazó. Uno de los productores de la ópera la visitó para deshacerse en elogios. La gente quería darle flores. Y el espectáculo ni siquiera había terminado aún.
Alguien llegó corriendo y sin aliento y se la encontró entre bastidores hablando con el agobiante productor. Había un mensaje para ella; su marido había llamado a recepción y necesitaba hablar con ella. Era algo importante, no había dicho el qué, solo que tenía que reunirse con ella en su camerino. Se trataba de algo privado que no podía esperar. El mensajero hablaba disculpándose, pero era lo que el señor Hope había dicho.
Se disculpó con el productor y se marchó de allí. Era muy raro. ¿Para qué quería verla Ben? Se dio prisa. No tenía mucho tiempo y había kilómetros de intrincados pasillos hasta allí. Pero si él había dicho que era urgente…
—Tienes exactamente cuatro minutos —la advirtió el director de escena.
—No te preocupes, Claudio, aquí estaré.
—Tres minutos y cincuenta y nueve segundos.
—Aquí estaré.
Salió corriendo. No resultaba sencillo moverse deprisa con el largo y vaporoso traje que llevaba. Los pasillos estaban vacíos. Para cuando llegó a su camerino le costaba un poco respirar.
Creía que lo encontraría aguardando delante de la puerta. Aparte de eso, no sabía qué más esperar. ¿Se había puesto enfermo? ¿Había recibido alguna mala noticia?
¿Habían robado el coche? ¿La casa estaba en llamas? No era propio de él dejarse vencer por el pánico.
Sin embargo, Ben no estaba allí fuera. Ahí no había nadie. El pasillo estaba desierto. Desierto y oscuro. Una fila completa de apliques de la pared se había fundido. Se acercó a uno de ellos para comprobarlo. Al interruptor no le ocurría nada. Alguien había quitado la bombilla. Comprobó la siguiente. Alguien se la había llevado también.
Retrocedió por la alfombra roja y probó a abrir la puerta de su camerino. Estaba cerrada con llave. Ella misma la había cerrado antes de que empezase la función. En cualquier caso, no tenía la llave. Así que, ¿dónde estaba Ben?
Le quedaban un par de minutos para salir a escena. No podía esperar más. Ben tendría que buscarla más tarde. Se volvió para echar a correr de vuelta al escenario. En ese momento sintió el frío cuero de una mano que le tapaba la boca, y unos dedos fuertes la agarraron por el brazo.