No había estado nunca en aquel lugar, pero había estado leyendo mucho sobre él en los últimos días. Se dejó el cuello del abrigo levantado y se encajó un poco más la gorra de béisbol que le cubría la cabeza. Caminaba con rapidez, un poco rígido. Giró a la derecha, luego a la izquierda, y a la derecha otra vez. Allí, fuera de las zonas públicas, las paredes eran sencillas y algunas zonas parecían no haber sido restauradas. Pasó junto a unos ayudantes de escena que transportaban lo que parecían unas almenas de piedra, y cerca de unos intérpretes, con aspecto nervioso, que consultaban hojas de papel con anotaciones musicales. Había mucha actividad y movimiento a su alrededor; todo el mundo se hallaba demasiado distraído y centrado en el espectáculo como para reparar en él. Evitó el contacto visual y siguió adelante. Podía oír el sonido de fondo de la orquesta, apagado y amortiguado.
Una vez entre bastidores, el volumen de la música era mayor. Había mucha agitación, gente por todas partes, un millón de cosas sucediendo al mismo tiempo para que no se detuviera el inmenso espectáculo. Un director de escena daba órdenes en italiano a un personal que parecía turbado. Todo el mundo estaba nervioso y con la adrenalina por las nubes.
Demasiada gente. No era un buen sitio para quedarse, así que se marchó rápidamente, atravesó otra puerta y siguió la alfombra roja. Aquello se parecía más a lo que estaba buscando. Plantas decorativas en enormes jarrones de porcelana decoraban las paredes a ambos lados, separadas por puertas. Al final del pasillo, una atractiva mujer con un vestido amarillo muy largo hablaba con dos hombres. Se escondió en un cuarto repleto de material de limpieza, abrió un poco la puerta y esperó a que aquellas personas se marchasen.
Salió del cuarto de limpieza.
—¿Qué está haciendo aquí? —dijo una voz.
Se dio la vuelta lentamente. El acomodador era unos cuantos centímetros más bajo que él. Bajó la cabeza y la mantuvo agachada para que la visera de la gorra le cubriese buena parte de la cara.
—Esta zona está reservada al personal de escena y a los intérpretes —dijo el acomodador—. No puede estar aquí.
No entendió una sola palabra del atropellado italiano, pero captó el mensaje y alzó un poco la cabeza. El acomodador dio un respingo sin poder evitarlo. La mayoría de la gente reaccionaba del mismo modo cuando veía su rostro. Por eso llevaba siempre la gorra.
El acomodador se quedó petrificado, mirándolo boquiabierto. El hombre apoyó una mano en su hombro.
—Permítame que le explique algo —dijo en su propio idioma. Lo apartó del pasillo hacia una zona un poco más oscura y cercana a la puerta del cuarto de limpieza.
Murió de forma rápida y silenciosa. Fue fácil y no hubo sangre. Apoyó el cuerpo contra la pared del interior del cuarto y cerró la puerta con la llave, que arrojó inmediatamente después a una maceta.
Siguió caminando hasta que encontró la puerta que estaba buscando. Había un nombre en ella. Se echó a un lado y se sacó un teléfono del bolsillo. Pulsó un número memorizado y habló en voz baja con la persona que había al otro lado. Entonces, esperó.