Canal de la Mancha, cerca del amanecer
La costa de Francia era una neblina, ligeramente moteada, contra el horizonte azul oscuro. La tormenta había remitido, por fin, y el mar estaba tranquilo y gris. Las gaviotas graznaban revoloteando alrededor del alto mástil del Isolde mientras Ben se despojaba de su ropa impermeable y se dirigía a la parte de abajo. Mick le dio una palmada en el hombro al pasar. El patrón tenía aspecto demacrado. Había sido una noche larga.
Leigh se cruzó con Ben en la escotilla, parecía preocupada. El aroma a beicon frito, procedente del interior, le hizo salivar.
—He preparado el desayuno —dijo ella.
—¿Dónde está Chris? —preguntó Ben, bajando los escalones con gesto cansado.
—Creo que sigue en la cama.
—Muy propio del capitán —musitó él.
Leigh ignoró el comentario y le sirvió un plato humeante de huevos con beicon. Él se sentó a comer mientras ella se ponía la chaqueta e iba a la cubierta a darle su plato a Mick.
Cuando Ben iba a llevarse el tenedor a la boca por primera vez, la puerta del camarote principal se abrió de golpe y Chris salió con expresión contrariada. En ese momento, Leigh regresaba. Vio a Chris y se detuvo en mitad de la escalera.
—No te muevas —dijo Chris. En la mano tenía una de las pistolas Para-Ordnance y apuntaba a Ben.
Ben miró fijamente el arma.
—Vaya sorpresa, ¿verdad, comandante? —Chris soltó una risita nerviosa—. Leigh, esto es a lo que se dedica tu novio en realidad. Mira lo que he encontrado en su bolsa. Hay tres como esta y suficiente munición. —Sin dejar de apuntar a Ben, buscó tras la puerta de su camarote, sacó el macuto y lo arrojó al suelo—. Por no mencionar que hay como unos quince mil euros en metálico aquí dentro —añadió—, dispuestos cuidadosamente en pequeños fajos. ¿A qué juegas, comandante? ¿Tráfico de armas? ¿De drogas? ¿Un poco de cada? —Chris sonrió a Leigh con gesto triunfante—. En cualquier caso, estás jodido. Esto es un arresto ciudadano. Voy a llamar a la policía y a los guardacostas.
—¡Chris! —protestó Leigh.
—No te preocupes, no mencionaré tu nombre. No tiene nada que ver contigo, ¿verdad?
—Estás siendo tan estúpido… —dijo ella—. No lo hagas. Te lo explicaré todo en otro momento. Confía en mí, ¿de acuerdo?
Chris la ignoró y movió la pistola hacia Ben.
—Ahora no eres tan duro, ¿eh, comandante?
Ben siguió comiendo.
—Y tú no conoces las tres condiciones, ¿no es cierto, Chris?
Chris se sonrojó, y su sonrisa triunfal se desvaneció ligeramente.
—¿De qué estás hablando?
—Lo suponía. Me refiero a las tres condiciones en las que una pistola semiautomática de acción simple está preparada.
La sonrisa de Chris temblaba. No estaba seguro de qué hacer. Ben prosiguió con calma.
—Primera condición: amartillada y bloqueada. Solo tienes que quitar el seguro, apretar el gatillo y estoy muerto. —Apartó el plato, se puso en pie y dio un paso hacia Chris.
—Cuidado o dispararé —tartamudeó Chris.
—Segunda condición: hay una bala en la recámara, pero aún tienes que martillar el percutor con el dedo pulgar.
Ben avanzó otro paso.
—Te lo advierto…
—Tercera condición: no hay ninguna bala en la recámara y lo único para lo que sirve el arma que llevas es para machacarte las uñas. —Ben se abalanzó sobre Chris. La boca de la pistola estaba a unos pocos centímetros de su cara y empezó a temblar.
—Y tú estás en la tercera condición, gilipollas. Ahora, dame eso antes de que pierdas un ojo con ella. —Ben extendió el brazo y le arrebató a Chris la 45. Comprobó la recámara. Once cartuchos. Cogió el macuto del suelo. Pesaba poco; el dinero seguía allí, pero las armas y los cartuchos de repuesto habían desaparecido—. ¿Qué has hecho con el resto de las armas? —preguntó.
Chris se frotó la mano y palideció.
—Las tiré —dijo bajando la voz.
—¿Por la borda?
Chris asintió.
—¡Idiota! —Ben se colocó la Para-Ordnance en el cinturón—. Leigh, consígueme todos los mapas que haya de la costa francesa. En cuanto a ti —dijo dirigiéndose a Chris—, vuelve a tu camarote y que no tenga que verte la cara otra vez, o te juro que te ataré al ancla y te arrojaré al fondo del mar.
Chris se retiró rápidamente al camarote principal.
—¡Ah!, se me olvidaba… —añadió.
—¿Qué? —dijo Chris con hosquedad.
—Sí que vi Outcast, y la música me pareció una auténtica mierda.
No era cierto, pero a Chris le dolió justo donde él quería. Chris cerró la puerta de su camarote y no volvió a salir.
—No tenías por qué haber sido tan duro con él —dijo Leigh, dejando un montón de mapas sobre la mesa—. Solamente trataba de protegerme.
Ben no dijo nada. Se metió en la boca un trozo de beicon y extendió uno de los mapas para estudiar la línea de costa.