Capítulo 19

Cenaron en el amplio salón del yate. Chris sirvió un vino muy frío y preparó sopa de pescado con ensalada verde.

—Leigh me ha contado que escribes música para cine —dijo Ben. Chris asintió.

—¿Eres aficionado al cine, Ben?

Ben se encogió de hombros.

—La verdad es que voy pocas veces. —Trató de recordar el título de la última película que había visto. Había sido en Lisboa, durante un trabajo, seis meses atrás. El informante potencial al que estaba siguiendo se metió en un cine. Ben se sentó un par de filas detrás de él. Después de una hora, el hombre consultó el reloj y se marchó. Ben lo siguió y, cinco minutos más tarde, aquel hombre yacía en el suelo de una calle de un barrio pobre. No recordaba absolutamente nada de la película—. ¿Para cuáles has compuesto? —preguntó.

—La última fue Outcast, con Hampton Burnley. ¿La conoces?

Ben negó con la cabeza.

—Tal vez seas un tío más de óperas —dijo Chris, mirando a Leigh.

—Ben no tiene demasiado tiempo para ese tipo de cosas —dijo ella.

—¿Con qué te ganas la vida entonces, Ben?

—Estoy retirado.

Chris pareció sorprenderse.

—¿Retirado? ¿De qué?

Ben bebió su último sorbo de vino.

—De las fuerzas armadas.

La botella estaba vacía. Chris la observó con una ceja levantada y sacó otra del refrigerador.

—¿La RAF?[6]

—El ejército de tierra.

—Vaya, un soldado. ¿Qué rango tienes?

—Comandante —respondió Ben con serenidad.

Chris trató de no parecer impresionado.

—¿Y en qué regimiento estabas, comandante?

Ben lo miró desde el otro lado de la mesa.

—Ben, si no te importa. Ya nadie me llama comandante.

—Ben y Oliver eran amigos en el ejército —dijo Leigh—. Así fue como nos conocimos.

—Entonces, os conocéis desde hace bastante —dijo Chris, con tono glacial, sin apartar la mirada de Ben.

—Sí, pero perdimos el contacto durante mucho tiempo —añadió Leigh.

Chris escrutó a Ben un rato más, luego, masculló algo para sí y regresó a su comida. Los tres acabaron de cenar en silencio, con el sonido de fondo del viento y el agua. Ben regresó a su camarote y se sentó a pensar durante un rato. Comprobó de nuevo sus armas, vaciándolas y limpiándolas con una práctica y una familiaridad casi inconsciente. Cuando acabó las guardó en la bolsa, que volvió a colocar en el compartimento para equipaje. Se tumbó sobre la litera cerca de una hora, escuchando el constante envite de las olas contra el casco de la embarcación. El viento arreciaba, y el suave movimiento del Isolde se estaba volviendo, cada vez, más pronunciado.

Alrededor de medianoche, Leigh ya pensaba en irse a dormir. Al otro lado de la mesa, Chris estaba apoltronado en la silla, viendo la televisión con el ceño fruncido. Apenas había dicho una palabra desde la cena.

—¿Qué pasa, Chris?

Él se quedó en silencio. Su rostro se oscureció.

Cogió el mando a distancia y apagó el televisor.

—Es él, ¿no es cierto?

—¿Quién?

—Él. Ahora lo recuerdo. Ben, la vieja llama. El tipo del que estabas locamente enamorada. Aquel con el que te querías casar.

—Eso fue hace quince años, Chris.

Chris rio amargamente.

—Sabía que estaba ocurriendo algo.

—No está ocurriendo nada.

—¿No? Antes os oí susurrando. Solos en el camarote, como adolescentes —le espetó—. Si hubiese sabido de qué iba este viaje en realidad, nunca habría dejado que me convencieses con tus dulces palabras. Debes de pensar que soy un completo idiota, el perfecto pringado. Conseguir que el viejo Chris os lleve a ti y a tu novio a Francia para pasar un fin de semana romántico… ¿Temes que los paparazi se enteren de tu romance? Tal vez debería dar la vuelta.

—Lo estás entendiendo mal, Chris.

—No puedo creer que me estés haciendo esto. ¿Sabes?, no lo he olvidado. Todas esas historias sobre el tío que te rompió el corazón hasta el punto de llevarte años superarlo. ¿Y ahora te paseas con ese cabrón por delante de mis narices y esperas que yo te ayude? ¿Te he hecho yo daño alguna vez? Yo no te rompí el corazón. Fuiste tú la que me jodió a mí. —Se golpeó el pecho varias veces con el dedo. Se estaba poniendo rojo.

—Sí, cuando te pillé follándote a aquella monada en mi fiesta de cumpleaños.

Chris puso los ojos en blanco.

—Eso fue un pequeño desliz. ¿Cuántas veces tiene que decir un tío que lo siente?

—Yo a eso no lo llamo un pequeño desliz.

—¡Tú nunca estabas! Siempre viajando, cantando en algún lugar.

—Pues aquella noche sí estaba —dijo ella. Se quedaron mirándose cara a cara mientras la hostilidad entre ambos aumentaba por momentos. Entonces, ella suspiró—. Por favor, Chris, no quiero discutir, ¿vale? Ya hemos pasado por esto antes. Sabes tan bien como yo que lo nuestro no funcionaba. Pero seguimos siendo amigos, ¿no es verdad?

—¿Retirado? —murmuró Chris—. ¿Cuántos años tiene ese tío? ¿Qué clase de vago se retira a su edad? ¿Sabes cómo son las pensiones del ejército? ¿Y cómo sabes que no está contigo por tu dinero?… —Reflexionó un instante—. ¿Le compraste tú ese reloj? —preguntó.

—Por el amor de Dios, Chris, dame un respiro. Las cosas no son así.

—¿Y cómo son? ¿Por qué ha venido contigo?

—Hay cosas que no te puedo explicar ahora mismo, Chris. Tienes que confiar en mí, ¿de acuerdo? —Lo miró con gesto serio—. Te juro que no hay nada entre Ben y yo. Y no sabes lo que agradezco que te preocupes y que me estés ayudando en esto, de verdad. —Lo abrazó, y él la apretó fuerte.

—Te echo de menos, Leigh —dijo con tono afligido. Después, le besó el cabello y continuó hablando—. Pienso mucho en ti, ¿sabes? —murmuró. Se echó un poco hacia atrás y trató de besarla en los labios. Ella se apartó con delicadeza. Ben había salido del camarote y estaba parado en la puerta.

Leigh se alejó rápidamente de Chris y los tres se quedaron paralizados por un instante, mirándose unos a otros.

—Lo siento —dijo Ben con suavidad—. No quería interrumpir. —Se dio media vuelta y se dirigió a la escalera de cámara, para salir a cubierta. El viento era mucho más intenso que antes, así que se subió la cremallera de la cazadora hasta el cuello. Unas frías ráfagas de lluvia azotaban la proa del barco desde estribor, y las velas se agitaban y ondeaban ruidosamente entre el bramido del viento y el constante romper de las olas. Mick atendía el timón envuelto en un chubasquero naranja. Intercambiaron un saludo con la cabeza. Ben buscó sus cigarrillos y le ofreció uno. Protegió del viento la llama de su Zippo, inhaló profundamente y dejó que su mirada se perdiera durante un rato en el agua oscura y picada, mientras entornaba los ojos para resguardarlos de las salpicaduras y se aferraba a la barandilla.

La proa del Isolde se alzó sobre el mar enfurecido, trepó por la pared de una gran ola y, desde la cresta, descendió bruscamente sobre el agua, salpicando una enorme cantidad de espuma. Ben consiguió mantener el equilibrio mientras la cubierta iba y venía bajo sus pies. Las velas crujían como si fueran a romperse.

—Vaya tiempecito nos espera —dijo Mick, interrumpiendo sus pensamientos. Ben miró el cielo oscuro, lleno de nubes negras que tapaban la luna. Bajo la tenue luz, alcanzaba a ver la espuma blanca de las olas que rompían. Se quedó en cubierta un buen rato. No tenía sentido volver abajo; no iba a ser capaz de dormir. Estaba confuso y divagaba. Sus pensamientos saltaban de una cosa a otra. Oliver. La carta de Mozart. El archivo de vídeo. El asesinato. Langton Hall. La llamada de la policía…

Pero no estaba centrado en el misterio. Su mente se empeñaba en regresar, una y otra vez, a Leigh. La imagen de ella entre los brazos de Chris persistía con una terquedad que lo desconcertaba. ¿Por qué le hacía sentir tan mal el hecho de que ella aún pudiese sentir algo por él?

¿A qué obedecían esos sentimientos? ¿Estaba celoso? Se resistía a aceptar la posibilidad, sin embargo, no podía dejar de pensar en cómo se sentía al volver a tenerla cerca.

Ahora debía de estar durmiendo. Se la imaginó tumbada en la litera, a solo unos metros bajo cubierta, con el pelo extendido sobre la almohada. Fumó unos cuantos cigarrillos más, bebió el whisky de su petaca y consiguió olvidar el vaivén de la cubierta.

No se dio cuenta de que la tormenta arreciaba hasta que el Isolde dio una fuerte sacudida que le hizo perder el equilibrio. El oleaje azotaba la embarcación con fiera intensidad. El yate chocó contra otra ola, la trepó abruptamente y la proa cayó de nuevo con violencia. Un fuerte golpe de agua y espuma cegó a Ben por unos segundos mientras se aferraba, con todas sus fuerzas, a la barandilla. Su cigarro se apagó y escupió la colilla empapada al mar.

Abajo, en el camarote, Leigh se agitaba y daba vueltas intranquila en su litera, tratando de relajar la mente. Pero era inútil. No podía sacarse a Ben Hope de la cabeza. ¿Qué le ocurría?

Miró la hora y vio que eran casi las cuatro de la madrugada. Se envolvió en una manta y fue a prepararse un café. El yate no paraba de sacudirse y resultaba muy difícil caminar con seguridad.

Chris oyó sus pasos y salió del camarote principal, adormilado y pálido. Mientras ella se tomaba el café, él consultó en el ordenador el último parte meteorológico.

—Este vendaval debería remitir pronto. —La miró con dureza—. ¿Dónde está tu amigo el comandante?

—Déjalo ya, Chris. ¿No está en su camarote?

—Su puerta está abierta. No está allí.

—Ah, vale, ya entiendo. Creíste que estaba conmigo, ¿verdad? No confías nada en mí.

Chris soltó un gruñido y se dirigió a cubierta. Cuando abrió la escotilla, una ráfaga de espuma lo golpeó con fuerza en la cara y le hizo maldecir. Se limpió los ojos, sacudió la cabeza y miró al otro lado de la cubierta. Ben y Mick trabajaban juntos, en silencio y con obstinación, protegidos bajo sus chubasqueros cubiertos de agua. El comandante parecía saber lo que hacía. Maldijo entre dientes, se peinó el cabello empapado hacia atrás y regresó abajo.

A medio camino de la escalera de cámara, Chris tuvo una idea. El comandante estaba fuera de la circulación. Era su oportunidad. Pasó a hurtadillas ante la puerta del salón y se coló silenciosamente en el camarote abierto de Ben. Cerró la puerta con cuidado y pasó el cerrojo; luego, echó una mirada a su alrededor. Bajó la bolsa verde de lona que había en el compartimento sobre la litera y empezó a desabrochar las correas.