Alex estaba esperando abajo en el coche. Ben se subió al asiento del copiloto. Ella puso el coche en marcha y comenzó a recorrer la polvorienta y vacía carretera. Se quedaron callados durante un rato.
—Me habría gustado conocerte más —dijo ella en voz baja.
—Podría haber sido diferente —contestó él.
—Pero no lo es, ¿verdad?
—No —dijo él—. No lo es.
—¿No vas a cambiar de opinión? Quédate conmigo un tiempo. Veamos cómo van las cosas.
Él no dijo nada.
—Sé cómo te sientes —dijo ella—. Pero la vida tiene que continuar, ¿no?
—No estoy preparado, Alex. Lo siento. Las cosas son así.
Pasó el tiempo. Pasaron kilómetros antes de que volvieran a hablar.
—¿Qué harás ahora? —preguntó ella.
—Volver a casa.
—¿De vuelta a la teología?
Durante un momento, Ben no dijo nada. Entonces, bajó la ventanilla. El viento lo despeinó. Cogió su bolsa y sacó la Biblia. Se quedó mirándola fijamente durante unos segundos. Aquel libro no significaba lo que una vez había sido para él. Ya no.
La tiró por la ventanilla abierta.
Golpeó contra la ráfaga de viento a ciento diez kilómetros por hora y se abrió de golpe, con un revuelo de las páginas. Luego se desplomó en el terraplén al borde la carretera y se quedó muy atrás de ellos.
—Me da la impresión de que no —dijo ella.
—¿Y tú qué?
Lo miró.
—¿Qué qué voy a hacer? Lo mismo que tú, Ben. Hacer balance de las cosas. Buscar un nuevo rumbo. Quizá la agencia no esté hecha para mí después de todo. Me metí porque quería ayudar a la gente. Supongo que hay mejores maneras para mí de hacerlo. Así que he estado pensando que debería volver a la facultad de Medicina.
Él asintió.
—Es una buena decisión. Serás una doctora brillante.
Alex estiró el brazo y le apretó la mano.
—Voy a echarte de menos, Ben Hope —dijo.
—Yo también te echaré de menos.
—¿Estarás bien?
—Estaré bien —contestó.
—¿De verdad?
Él sonrió.
—De verdad.
—Mantén el contacto.
Él no contestó.
—Sé que no lo harás —dijo ella suspirando.
Tras unos cuantos kilómetros más, apareció una indicación de un pueblo. Ben le señaló un lugar donde podía dejarlo y ella paró en el borde cubierto de hierba.
Alex no dijo nada cuando él salió del coche. Ben se echó la chaqueta al hombro y observó cómo Alex se marchaba.
El coche se hizo cada vez más pequeño, hasta convertirse en una simple nube de polvo lejana.
Se estaba poniendo el sol. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el pueblo.