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Shady Oak, condado de Fairfax (Virginia)

11.30 p. m.

El coche de personal de la CIA se paró ante la casita de madera blanca de Alex, en un tranquilo pueblo a pocos kilómetros de la sede en Langley. Alex y Zoë salieron por las puertas de atrás y dos agentes las acompañaron por el camino que atravesaba un jardincito hasta la puerta de entrada. La calle estaba vacía y tranquila. La mujer abrió la puerta y los guardias revisaron toda la casa. Todo estaba bien. Volvieron al coche. En unas horas llegarían otros para relevarlos.

Alex le enseñó a Zoë el interior de la sala de estar diáfana.

—Como si estuvieras en tu casa —le dijo mientras encendía las luces.

Alex se dio cuenta de que hacía un poco de frío en la casa, como si allí no viviera nadie, así que se dirigió a la chimenea y encendió la lumbre de gas, consiguiendo unas llamas instantáneas. Revisó el contestador automático. No había mensajes. Así es la vida en la agencia.

Zoë se dejó caer en un sofá de piel blanco, frotándose los ojos.

—Pareces agotada —dijo Alex—. Creo que deberíamos tomarnos una copa. ¿Qué te parece?

Se dirigió a la ordenada cocina y cogió una botella de vino tinto del botellero, la abrió y sirvió un buen vaso para cada una. Zoë aceptó el suyo agradecida.

—Bueno, aquí estamos —dijo Alex.

Zoë sonrió.

—Aquí estamos.

—Menudo infierno, ¿eh?

Zoë asintió.

—No quiero pensar en eso. Resulta muy extraño estar aquí. Estoy deseando llegar a casa.

—Tus padres se pondrán muy contentos cuando te vean.

—Los llamé desde Langley.

—¿Y qué tal?

—Lloraron.

—Y más llorarán cuando llegues —dijo Alex.

—Seguramente.

—Voy a preparar algo para cenar. ¿Te gusta la pizza?

—Cualquier cosa.

—Acabo de recordar que eres vegetariana. Lleva pepperoni y anchoas. ¿Quieres que los quite?

—Déjalos —contestó Zoë—. Me comería hasta un buey.

Justo en ese momento, sonó el teléfono y Alex puso el manos libres.

—Todo arreglado —dijo la voz profunda de Murdoch—. La señorita Bradbury tiene una reserva en un vuelo comercial a Londres desde Arlington para mañana por la mañana. Callaghan estará en su casa antes de las diez para recogerla y escoltarla hasta el aeropuerto.

—Recibido —dijo Alex.

—Después, quiero que se tome unos días de permiso —dijo Murdoch—. Ha pasado por muchas cosas.

La mujer se lo agradeció y la llamada finalizó.

Zoë empezaba a parecer más cómoda y relajada en el sofá de piel delante de la chimenea. Se quitó el jersey y lo tiró al suelo.

—Así que estás de vacaciones.

—No me vendrán mal, créeme.

Alex volvió a la cocina y sacó la pizza del congelador. La metió en el microondas y, a los pocos minutos, las dos estaban sentadas en la barra de desayuno de madera de arce engullendo la pizza con la ayuda de más vino.

—Tienes una casa muy acogedora —dijo Zoë con la boca llena.

—Hace su papel. Es práctica y funcional. Casi nunca estoy aquí, así que me viene perfecta.

—¿Vives sola?

—Yo solita.

—¿No tienes novio?

—No tengo tiempo.

Zoë vació su vaso de un trago y lo dejó en la barra, con una sonrisa bailándole en los labios.

—Pero te gusta Ben.

Alex estaba levantando la botella para rellenar los vasos. Se quedó paralizada.

—¿Es tan obvio?

—Bastante obvio.

Alex suspiró. Levantó las cejas.

—No soy tan buena agente secreta. —Sirvió el vino.

—A él también le gustas.

Alex no contestó.

—Pero creo que yo no le gusto mucho —dijo Zoë frunciendo el ceño mientras daba otro sorbo.

—No creo que eso sea verdad —mintió Alex.

—No le culpo. He sido una gilipollas con él. De hecho, he sido una gilipollas con mucha gente.

—Estabas bajo mucha presión.

Zoë negó con la cabeza.

—No hay excusas. Quiero que sepas que siento muchísimo todo lo que hice y todos los problemas que eso ha causado.

Alex sonrió y le dio una palmadita en el brazo.

—Ya se ha acabado —dijo. Solo queda el asuntillo de la tercera guerra mundial que está a punto de comenzar, estaba pensado—. Por lo menos, en lo que a ti respecta.

—¿Volverás a ver a Ben?

—No lo sé. Eso espero. Quizá.

—Si lo ves, ¿le dirás algo de mi parte?

—Claro.

—Dile que nunca tuve la intención de que su amigo… lo que le ocurrió a su amigo. Yo nunca quise que nadie resultara herido. Solo fue un estúpido engaño. No lo pensé.

—Se lo diré, no te preocupes. —Alex sonrió calurosamente.

Zoë se quedó mirando fijamente al vacío durante un rato.

—Siento tanto lo de Nikos —susurró—. Está muerto. Y es por mi culpa. —Sorbió—. Y Skid. Sus pobres piernas. No se merecía eso.

—No, supongo que no.

—Voy a cambiar —dijo Zoë—. Desde ahora las cosas van a ser diferentes. Es hora de que madure.

—¿Por qué no abrimos otra botella de vino? —propuso Alex.